Por Mario Castillo Freyre
Profesor principal de la PUCP
Mucho se ha escrito acerca de las controversias surgidas entre la PUCP y la Iglesia Católica. Sin embargo, es poco lo que se ha expresado en torno a qué universidad queremos en el futuro.
Lo primero a decidir es si la PUCP seguirá siendo católica. No me queda duda alguna de que ella debería adecuar su Estatuto a la Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae. Lo contrario sería traicionarse a sí misma y destruir su propia esencia.
El segundo tema es el de su normativa. La PUCP tiene naturaleza dual. Es una institución eclesiástica, sometida a los mandatos de la Santa Sede; pero como asociación civil se rige también por el ordenamiento jurídico peruano; y su sistema de gobierno interno, absolutamente democrático, debería mantenerse, lo que concuerda con la ya citada Constitución Apostólica. Sí creo que la Santa Sede debería escoger al rector y a los vicerrectores, de entre una terna propuesta por la Asamblea Universitaria. Es obvio que alguien que fuese enemigo de la Iglesia no podría ser rector o vicerrector de una universidad, precisamente, católica.
Un tercer punto es abordar la problemática entre fe y razón. Toda universidad católica se rige por la libertad de pensamiento, de cátedra y de investigación, como siempre ha ocurrido en la PUCP. En este caso, la labor de la Iglesia dentro de la PUCP debería ser la de enseñar, acompañar y aconsejar, salvo –obviamente- que los contenidos de una cátedra estén dedicados a atacar los principios de la propia Iglesia Católica. Por lo demás, todo alumno y todo profesor, cuando recién empiezan su vinculación con la PUCP, se compromete a respetar estos principios.
En cuarto lugar, la PUCP debería seguir respetando –como establece la Constitución Apostólica- la libertad de credo y pensamiento de todos sus miembros. Tampoco podría separar a alguno de ellos en razón de su vida privada; a menos, claro está, que los actos cometidos constituyan ilícitos penales dolosos con carácter de cosa juzgada o que impliquen situaciones escandalosas que afecten la imagen y el prestigio de la propia institución.
En quinto lugar, la PUCP no debería inmiscuirse en temas políticos o partidarios; mucho menos, comprometiendo a sus más altas autoridades en estos empeños. Recordemos que la imagen de la PUCP se vio muy cuestionada en el caso de la CVR.
Así, la PUCP debe concentrar todos sus esfuerzos en mantener el liderazgo que hoy ostenta en lo académico y en la investigación, pero también debe destinar todas sus energías y recursos para ser más competitiva a escala internacional. En ese terreno aún falta mucho por recorrer.
Por otra parte, la crisis presente debe hacer que al interior de la universidad reflexionemos en el sentido de aceptar la discrepancia como algo absolutamente natural. Toda universidad es como un país, con diferentes sectores de pensamiento. Donde hoy gobiernan unos, es normal que mañana gobiernen otros, y como manda la democracia, se debe tolerar –y no satanizar- al que discrepa de uno.
Por último, en lo que atañe al aspecto eclesiástico, la PUCP no pertenece a ninguna orden religiosa. Cuando fue fundada por el R.P. Jorge Dintilhac (Sagrados Corazones), él siempre quiso que la Universidad Católica estuviese al servicio de toda la Iglesia y del Perú y no solo de su propia congregación. Me queda claro que hoy en día la Iglesia sigue pensando igual, por lo que “el piso está parejo”.
Imaginar una PUCP desvinculada de la Iglesia sería ajeno a su propia esencia. La PUCP podrá acordar con el Estado Vaticano una de las tantas formas de interrelación que existen con las universidades católicas de todo el mundo, garantizando su naturaleza eclesiástica y civil, así como su prestigio, y sin dejar de respetar –en armonía y confluencia recíproca- su autonomía e identidad.
Publicado en el diario El Comercio p. a19
Miércoles, 03 de octubre de 2012
Fuente: www.arzobispadodelima.org
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