1.-LA FIGURA DE LA ESPERA: ISAÍAS
La elección de las lecturas de Adviento nos ha puesto en frecuente contacto con Isaías.
Conviene reflexionar un poco sobre su personalidad.Los textos
evangélicos no dicen nada de la personalidad del profeta Isaías, pero
le citan. Incluso podemos decir que, a menudo, se le adivina presente
en el pensamiento y hasta en las palabras de Cristo. Es el profeta por
excelencia del tiempo de la espera; está asombrosamente cercano, es de
los nuestros, de hoy. Lo está por su deseo de liberación, su deseo de
lo absoluto de Dios; lo es en la lógica bravura de toda su vida que es
lucha y combate; lo es hasta en su arte literario, en el que nuestro
siglo vuelve a encontrar su gusto por la imagen desnuda pero fuerte
hasta la crudeza. Es uno de esos violentos a los que les es prometido
por Cristo el Reino.
Todo debe ceder ante este visionario, emocionado por el
esplendor futuro del Reino de Dios que se inaugura con la venida de un
Príncipe de paz y justicia. Encontramos en Isaías ese poder tranquilo
e inquebrantable del que está poseído por el Espíritu que anuncia, sin
otra alternativa y como pesándole lo que le dicta el Señor.
El profeta apenas es conocido por otra cosa que sus obras, pero
éstas son tan características que a través de ellas podemos adivinar y
amar su persona. Sorprendente proximidad de esta gran figura del
siglo VIII antes de Cristo, que sentimos en medio de nosotros,
cotidianamente, dominándonos desde su altura espiritual.
Isaías vivió en una época de esplendor y prosperidad. Rara vez
los reinos de Judá y Samaría habían conocido tal optimismo y su posición
política les permite ambiciosos sueños. Su religiosidad atribuye a
Dios su fortuna política y su religión espera de él nuevos éxitos. En
medio de este frágil paraíso, Isaías va a erguirse valerosamente y a
cumplir con su misión: mostrar a su pueblo la ruina que le espera por
su negligencia.Perteneciente sin duda a la aristocracia de Jerusalén,
alimentado por la literatura de sus predecesores, sobre todo Amós y
Oseas, Isaías prevé como ellos, inspirado por su Dios, lo que será la
historia de su país. Superando la situación presente en la que se
entremezclan cobardías y compromisos, ve el castigo futuro que
enderezará los caminos tortuosos.Lodts escribe de los profetas:
"Creyendo quizá reclamar una vuelta atrás, exigían un salto hacia
adelante. Estos reaccionarios eran, al mismo tiempo, revolucionarios".
Así las cosas, Isaías fue arrebatado por el Señor "el año de la
muerte del rey Ozías", hacia el año 740, cuando estaba en el templo,
con los labios purificados por una brasa traída por un serafín (Is 6,
113). A partir de este momento, Isaías ya no se pertenece. No porque sea
un simple instrumento pasivo en las manos de Yahvé; al contrario,
todo su dinamismo va a ponerse al servicio de su Dios, convirtiéndose
en su mensajero. Mensajero terrible que anuncia el despojo de Israel
al que sólo le quedará un pequeño soplo de vida.Los comienzos de la
obra de Isaías, que originarán la leyenda del buey y del asno del
pesebre, marcan su pensamiento y su papel. Yahvé lo es todo para
Israel, pero Israel, más estúpido que el buey que conoce a su dueño,
ignora a su Dios (Is 1, 2-3).
La Doncella va a dar a Luz
Pero Isaías no se aislará en el papel de predicador moralizante.
Y así se convierte para siempre en el gran anunciador de la Parusía,
de la venida de Yahvé. Así como Amós se había levantado contra la sed
de dominación que avivaba la brillante situación de Judá y Samaría en
el siglo VIII, Isaías predice los cataclismos que se desencadenarán en
el día de Yahvé (Is 2, 1-17). Ese día será para Israel el día del
juicio.
Para Isaías, como más tarde para San Pablo y San Juan, la
venida del Señor lleva consigo el triunfo de la justicia. Por otra
parte, los capítulos 7 al 11 nos van a describir al Príncipe que
gobernará en la paz y la justicia (ls 7, 10-17).
Es fundamental familiarizarse con el doble sentido de este
texto. A aquel que no entre en la realidad ambivalente que comunica,
le será totalmente imposible comprender la Escritura, incluso ciertos
pasajes del Evangelio, y vivir plenamente la liturgia.
En efecto, en el evangelio del primer domingo de Adviento sobre
el fin del mundo y la Parusía, los dos significados del Adviento
dejan constancia de ese fenómeno propiamente bíblico en el que una
doble realidad se significa por un mismo y único acontecimiento. El
reino de Judá va a pasar por la devastación y la ruina.
El nacimiento de Emmanuel, "Dios con nosotros", reconfortará a un
reino dividido por el cisma de diez tribus. El anuncio de este
nacimiento promete, pues, a los contemporáneos de Isaías y a los
oyentes de su oráculo, la supervivencia del reino, a pesar del cisma y
la devastación. Príncipe y profeta, ese niño salvará por sí mismo a
su país.
La Edad de Oro
Pero, por otra parte, la presentación literaria del
oráculo y el modo de insistir Isaías en el carácter liberador de este
niño, cuyo nacimiento y juventud son dramáticos, hacen presentir que
el profeta ve en este niño la salvación del mundo. Isaías subraya en
sus ulteriores profecías los rasgos característicos del Mesías. Aquí
se contenta con apuntarlos y se reserva para más tarde el tratarlos
uno a uno y modelarlos. El profeta describe así a este rey justo: (Is.
11, 1-9).
Ezequías va a subir al trono y este poema se escribe para él. Pero,
¿cómo un hombre frágil puede reunir en sí tan eminentes cualidades?
¿No vislumbra Isaías al Mesías a través de Ezequías? La Iglesia lo
entiende así y hace leer este pasaje, sobre la llegada del justo, en los
maitines del segundo domingo de Adviento.En el capítulo segundo de su
obra, hemos visto a Isaias anunciando una Parusía que a la vez será
un juicio. En el capitulo 13, describe la caída de Babilonia tomada
por Ciro. Y de nuevo, se nos invita a superar este acontecimiento
histórico para ver la venida de Yahvé en su "día". La descripción de
los cataclismos que se producirán la tomará Joel y la volveremos a
encontrar en el Apocalipsis (Is 13, 9-ll).
Esta venida de Yahvé aplastará a aquel que haya
querido igualarse a Dios. El Apocalipsis de Juan tomará parecidas
imágenes para describir la derrota del diablo (cap. 14).
En los maitines del 4.° domingo de Adviento, volvemos a encontrarle en
el momento que describe el advenimiento de Yahvé: "La tierra abrasada
se trocará en estanque, y el país árido en manantial de aguas" (35,
7). Se reconoce el tema de la maldición de la creación en el
Génesis.Pero vuelve Yahvé que va a reconstruir el mundo. Al mismo
tiempo, Isaías profetiza la acción curativa de Jesús que anuncia el
Reino: "Los ciegos ven, los cojos andan", signo que Juan Bautista toma
de este poema de Isaías (35, 5-6).
Podríamos sintetizar toda la obra del profeta reduciéndola a dos objetivos:
- El primero, llegar a la situación presente, histórica, y remediarla luchando.
El segundo, describir un futuro mesiánico más lejano, una restauración del mundo.
Así vemos a Isaías como un enviado de su Dios al que ha visto cara
a cara. El profeta no cesa de hablar de él en cada línea de su obra.
Y, sin embargo, en sus descripciones se distingue por mostrar cómo
Yahvé es el Santo y, por lo tanto, el impenetrable, el separado, Aquel
que no se deja conocer. O, más bien, se le conoce por sus obras que,
ante todo, es la justicia. Para restablecerla, Yahvé interviene
continuamente en la marcha del mundo.
2.-LA FIGURA DE LA PREPARACIÓN: JUAN BAUTISTA
Isaías está presente en Juan Bautista, como Juan
Bautista está presente en aquél al que ha preparado el camino y que
dirá de él: "No ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que
Juan el Bautista".
San Lucas nos cuenta con detalle el anuncio del nacimiento de Juan (Lc 1, 5-25).
Esta extraña entrada en escena de un ser que se convertirá en uno
de los más importantes jalones de la realización de los planes divinos
es muy del estilo del Antiguo Testamento. Todos los seres vivos debían
ser destruidos por el diluvio, pero Noé v los suyos fueron salvados en
el arca. Isaac nace de Sara, demasiado anciana para dar a luz. David,
joven y sin técnica de combate, derriba a Goliat.
Moisés, futuro guía del pueblo de Israel, es encontrado en una
cesta (designada en hebreo con la misma palabra que el arca) y salvado
de la muerte. De esta manera, Dios quiere subrayar que Él mismo toma
la iniciativa de la salvación de su pueblo.
El anuncio del nacimiento de Juan es solemne. Se realiza en el marco litúrgico del templo.
Desde la designación del nombre del niño,
"Juan", que significa "Yahvé es favorable", todo es concreta preparación divina del instrumento que el Señor ha elegido.
Su llegada no pasará desapercibida y muchos se
gozarán en su nacimiento (Lc 1, 14); se abstendrá de vino y bebidas
embriagantes, será un niño consagrado y, como lo prescribe el libro de
los Números (6, 1), no beberá vino ni licor fermentado. Juan es ya
signo de su vocación de asceta. El Espíritu habita en él desde el seno
de su madre. A su vocación de asceta se une la de guía de su pueblo
(Lc 1, 17).
Precederá al Mesías, papel que Malaquías (3, 23)
atribuía a Elías. Su circuncisión, hecho característico, muestra
también la elección divina: nadie en su parentela lleva el nombre de
Juan (Lc 1, 61), pero el Señor quiere que se le llame así cambiando las
costumbres. El Señor es quien le ha elegido, es él quien dirige todo y
guía a su pueblo.
Benedictus Deus Israelei
El nacimiento de Juan es motivo de un admirable poema que, a la vez,
es acción de gracias y descripción del futuro papel del niño. Este
poema lo canta la Iglesia cada día al final de los Laudes reavivando
su acción de gracias por la salvación que Dios le ha dado y en
reconocimiento porque Juan sigue mostrándole "el camino de la paz".
Juan Bautista es el signo de la irrupción de Dios en su pueblo. El
Señor le visita, le libra, realiza la alianza que había prometido.
El papel del precursor es muy preciso: prepara los caminos del Señor
(Is 40, 3), da a su pueblo el "conocimiento de la salvación.Todo el
afán especulativo y contemplativo de Israel es conocer la salvación,
las maravillas del designio de Dios sobre su pueblo. El conocimiento
de esa salvación provoca en él la acción de gracias, la bendición, la
proclamación de los beneficios de Dios que se expresa por el "Bendito
sea el Señor, Dios de Israel".
Esta es la forma tradicional de oración de acción de gracias que
admira los designios de Dios. Con estos mismos términos el servidor de
Abrahán bendice a Yahvé (Gn 24, 26). Así también se expresa Jetró,
suegro de Moisés, reaccionando ante el relato admirable de lo que
Yahvé había hecho para librar a Israel de los egipcios (Ex 18, 10). La
salvación es la remisión de los pecados, obra de la misericordiosa
ternura de nuestro Dios (Lc 1, 77-78).
Juan deberá, pues, anunciar un bautismo en el
Espíritu para remisión de los pecados. Pero este bautismo no tendrá
sólo este efecto negativo. Será iluminación. La misericordiosa ternura
de Dios enviará al Mesías que, según dos pasajes de Isaías (9, 1 y 42,
7), recogidos por Cristo (Jn 8, 12), "iluminará a los que se hallan
sentados en tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1, 79).El papel de
Juan, "allanar el camino del Señor". El lo sabe y se designa a sí
mismo, refiriéndose a Isaías (40, 3), como la voz que clama en el
desierto: "Allanad el camino del Señor". Más positivamente todavía,
deberá mostrar a aquel que está en medio de los hombres, pero que
éstos no le conocen (Jn 1, 26) y a quien llama, cuando le ve venir:
"Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29).Juan
corresponde y quiere corresponder a lo que se ha dicho y previsto
sobre él. Debe dar testimonio de la presencia del Mesías. El modo de
llamarle indica ya lo que el Mesías representa para él: es el "Cordero
de Dios".
El Levítico, en el capítulo 14, describe la inmolación del cordero en
expiación por la impureza legal. Al leer este pasaje, Juan el
evangelista piensa en el servidor de Yahvé, descrito por Isaías en el
capítulo 53, que lleva sobre sí los pecados de Israel. Juan Bautista,
al mostrar a Cristo a sus discípulos, le ve como la verdadera Pascua
que supera la del Éxodo (12, 1) y de la que el universo obtendrá la
salvación.Toda la grandeza de Juan Bautista le viene de su humildad y
ocultamiento: "Es preciso que él crezca v que yo disminuya" (Jn 3,
30).
Todos verán la salvación de Dios
El sentido exacto de su papel, su voluntad de ocultamiento, han
hecho del Bautista una figura siempre actual a través de los siglos.
No se puede hablar de él sin hablar de Cristo, pero la Iglesia no
recuerda nunca la venida de Cristo sin recordar al Precursor. No sólo
el Precursor está unido a la venida de Cristo, sino también a su obra,
que anuncia: la redención del mundo y su reconstrucción hasta la
Parusía. Cada año la Iglesia nos hace actual el testimonio de Juan y
de su actitud frente a su mensaje.De este modo, Juan esta siempre
presente durante la liturgia de Adviento. En realidad, su ejemplo debe
permanecer constantemente ante los ojos de la Iglesia. La Iglesia, y
cada uno de nosotros en ella, tiene como misión preparar los caminos
del Señor, anunciar la Buena Noticia. Pero recibirla exige la
conversión.Entrar en contacto con Cristo supone el desprendimiento de
uno mismo. Sin esta ascesis, Cristo puede estar en medio de nosotros
sin ser reconocido (Jn l, 26).
Como Juan, la Iglesia y sus fieles tienen el deber de no hacer
pantalla a la luz, sino de dar testimonio de ella (Jn 1, 7). La
esposa, la Iglesia, debe ceder el puesto al Esposo. Ella es testimonio y
debe ocultarse ante aquel a quien testimonia. Papel difícil el estar
presente ante el mundo, firmemente presente hasta el martirio. como
Juan, sin impulsar una "institución" en vez de impulsar la persona de
Cristo. Papel misionero siempre difícil el de anunciar la Buena
Noticia y no una raza, una civilización, una cultura o un país: "Es
preciso que él crezca v que yo disminuya" (Jn 3, 30). Anunciar la
Buena Noticia y no una determinada espiritualidad, una determinada
orden religiosa, una determinada acción católica especializada; como
Juan, mostrar a sus propios discípulos donde está para ellos el
"Cordero de Dios" y no acapararlos como si fuéramos nosotros la luz
que les va a iluminar.Esta debe ser una lección siem presente y
necesaria, así como también la de la ascesis del desierto y la del
recogimiento en el amor para dar mejor testimonio.
La elocuencia del silencio en el desierto es fundamental a todo
verdadero y eficaz anuncio de la Buena Noticia. Orígenes escribe en su
comentario sobre San Lucas (Lc 4): En cuanto a mí, pienso que el
misterio de Juan, todavía hoy, se realiza en el mundo". La Iglesia, en
realidad, continúa el papel del Precursor; nos muestra a Cristo, nos
encamina hacia la venida del Señor.Durante el Adviento, la gran figura
del Bautista se nos presenta viva para nosotros, hombres del siglo
XX, en camino hacia el día de Cristo. El mismo Cristo, tomando el texto
de Malaquías (3,1), nos habla de Juan como "mensajero" (4); Juan se
designa a sí mismo como tal. San Lucas describe a Juan como un
predicador que llama a la conversión absoluta y exige la renovación:
"Que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo
torcido se enderece, y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria
del Señor y todos los hombres la verán juntos". Así se expresaba
Isaías (40, 5-6) en un poema tomado por Lucas para mostrar la obra de
Juan. Se trata de una renovación, de un cambio, de una conversión que
reside, sobre todo, en un esfuerzo para volver a la caridad, al amor a
los otros (Lc 3, 10-14).
Lucas resume en una frase toda la actividad de Juan:
"Anunciaba al pueblo la Buena Noticia" (Lc 3, 18).
Preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena Noticia, es el
papel de Juan y el que nos exhorta a que nosotros desempeñemos.
Hoy, este papel no es más sencillo que en los tiempos de Juan y nos incumbe a cada uno de nosotros.
El martirio de Juan tuvo su origen en la franca honestidad con que denunció el pecado.
Juan Bautista anunció al Cordero de Dios. Fue el primero que llamó así a Cristo.
Citemos aquí el bello Prefacio introducido en nuestra liturgia para
la fiesta del martirio de San Juan Bautista, que resume admirablemente
su vida y su papel:
Sobre el papel de la Virgen María en la venida del
Señor, la liturgia del Adviento ofrece dos síntesis, en los prefacios
II y IV de este tiempo:
"...Cristo Señor nuestro, a quien todos los profetas
anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo
proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres. El mismo Señor
nos concede ahora prepararnos con alegría al Misterio de su Nacimiento,
para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando
su alabanza".
"Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos por el
Misterio de la Virgen Madre. Porque, si del antiguo adversario nos
vino la ruina, en el seno de la Hija de Sión ha germinado aquél que
nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género
humano la salvación y la paz. La gracia que Eva nos arrebató nos ha
sido devuelta en María. En ella, madre de todos los hombres, la
maternidad, redimida del pecado y de la muerte, se abre al don de una
vida nueva. Así, donde había crecido el pecado, se ha desbordado tu
misericordia en Cristo nuestro Salvador. Por eso nosotros, mientras
esperamos la venida de Cristo, unidos a los ángeles y a los santos,
cantamos el himno de tu gloria..."
La Virgen Inmaculada fue y sigue siendo el personaje
de los personajes del Adviento: de la venida del Señor. Por eso, cada
día, durante el Adviento, se evoca, se agradece, se canta, se
glorifica y enaltece a aquella que fue la que accedió libremente a ser
la madre de nuestro Salvador "el Mesías, el Señor" (Lc 2,11).
Entresaco tres textos de los tantos que uno se
encuentra en honor de la Bienaventurada Madre de Dios, en todo este
Misterio preparado y realizado. Son de la solemnidad de santa María
Madre de Dios:
"¡Qué admirable intercambio! El Creador del género
humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin
concurso de varón, nos da parte en su divinidad" (antífona de las
primeras Vísperas).
"La Madre ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno;
la que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el gozo de la
maternidad y la gloria de la virginidad: un prodigio tal no se ha
visto nunca, ni se verá de nuevo. Aleluya" (antífona de Laudes).
"Por el gran amor que Dios nos tiene, nos ha mandado a
su propio Hijo en semejanza de carne de pecado: nacido de una mujer,
nacido bajo la ley. Aleluya" (antífona del Magníficat primeras
Vísperas).
A partir de la segunda parte del Adviento, la
preponderancia de la Madre Inmaculada es tan grande, que ella aparece
como el centro del Misterio preparado e iniciado. Así las lecturas
evangélicas del IV Domingo, en los tres ciclos, están dedicadas a María.
Y en las misas propias de los días 17 al 24, correspondientes a las
antífonas de la O, todo gira alrededor de ella. Y con razón.
"Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de
María Virgen" (Tercia) - "El ángel Gabriel saludó a María, diciendo:
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las
mujeres" (Sexta) - "María dijo: ¿Qué significa este saludo? Me quedo
perpleja ante estas palabras de que daré a luz un Rey sin perder mi
virginidad" (Nona).
En las vísperas del primer domingo de Adviento, la
antífona del Magnificat está tomada del evangelio de la anunciación:
"No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás
en tu seno y darás a luz un hijo".
El lunes de esta primera semana, en las vísperas, la
antífona del Magnificat será: "El ángel del Señor anunció a María y
concibió por obra del Espíritu Santo".
En las vísperas del jueves se canta: "Bendita tú entre
las mujeres". En las vísperas del segundo domingo de Adviento:
"Dichosa tú, María, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor
se cumplirá". En los laudes del miércoles hay una lectura tomada del
capítulo 7 de Isaías: "Mirad: la Virgen ha concebido y dará a luz un
hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel...". El responsorio del viernes
después de la segunda lectura del oficio, está tomado del evangelio de
la anunciación en Lc 1, 26, etc... Y podríamos continuar con una
larga enumeración.
Esta enumeración interesa porque muestra cómo la presencia de la
Virgen es constante en los Oficios de Adviento, así como en el
recuerdo de la primera venida de su Hijo y en la tensión de su vuelta
al final de los tiempos.
Aunque Navidad es para María la fiesta más señalada de
su maternidad, el Adviento, que prepara esta fiesta, es para ella un
tiempo de elección y de particular preparación.