La lectura de los textos litúrgicos, de que la
Iglesia se sirve durante las cuatro semanas de Adviento, nos descubre
claramente su intención de nos asimilemos la mentalidad del Pueblo de
Dios en la Antigua Ley, de los Patriarcas y Videntes de Israel, quienes
suspiraban por la llegada del Mesías en su doble advenimiento de
gracias y gloria.
La Iglesia griega honra en Adviento a los progenitores del Señor, y especialmente a Abrahán, a Isaac y a Jacob.
La Iglesia latina, sin honrarlos con un culto
particular, nos recuerda su memoria con frecuencia en esta época, al
hablar en el Breviario de las promesas relativas al Mesías que les
fueron hechas. A todos ellos los vemos cada día desfilar, formando el
magnifico cortejo que a Cristo precedió en los siglos a su venida. Pasan
a nuestra vista Abrahán, Jacob, Judá, Moisés, David, Miqueas,
Jeremías, Ezequiel y Daniel, Isaías, S. Juan Bautista. José u sobre
todo María, la cual resume en sí misma todas las esperanzas mesiánicas,
pues de su fiat depende su cumplimiento. Todos a una ansían
porque venga el Salvador y le llaman con ardientes gemidos. Al recorrer
las misas y los oficios de Adviento siéntese el alma impresionada por
los continuos y apremiantes llamamientos al Mesías: “Ven, Señor, y no
te tardes”. “Venid y adoremos al Rey que ha de venir”. “El señor está
cerca, venid y adorémosle”. “Manifiesta, Señor, tu poder y ven.” “¡Oh
Sabiduría! Ven a enseñarnos el camino de la prudencia”, “Oh Dios, guía
de la casa de Israel, ven a rescatarnos”. “Oh vástago de Jesé, ven a
redimirnos, y no tardes”. “Oh lave de David y cetro de la casa de
Israel, ven saca a tu cautivo sumido en tinieblas y sombras de muerte”.
“Oh oriente, resplandor de la luz eterna, ven y alúmbranos…”, “Oh Rey
de las Naciones y su deseado, ven a salvar al hombre que formaste del
barro”. “Oh Emmanuel (Dios con nosotros), Rey y Legislador nuestro, ven
a salvarnos, Señor y Dios nuestro”.
El Mesías esperado es el Hijo mismo de Dios; Él es le
gran libertador que vencerá a Satanás, que reinará eternamente sobre su
pueblo, al que todas las naciones habrán de servir. Y como la divina
misericordia alcanza no sólo a Israel sino a todo el Gentilismo,
debemos hacer nuestro aquel Veni, y decir a Jesús: “¡Oh piedra angular, que reúnes en Ti a los pueblos todos, Ven”.
Todos seremos guiados juntos por un mismo Pastor. “El, dice Isaías,
pastoreará a su rebaño, y acogerá a los corderitos en sus brazos, y los
llevará en sus haldas; Él que es nuestro Dios y Señor”.
Esta venida de Cristo, anunciada ya por los Profetas y a que el Pueblo de Dios aspira, es una venida de misericordia.
El divino Redentor se apareció en la tierra bajo la humilde condición
de nuestra humana existencia. Es también una venida de justicia,
en que aparecerá rodeado de gloria y majestad al fin del mundo, como
Juez y supremo Remunerador de los hombres. Los Videntes del A.
Testamento no separaron estos dos advientos, por donde también la
liturgia del Adviento, al traer sus palabras, habla indistintamente de
entrambos. Por lo demás, ¿estos dos sucesos no tienen un mismo fin? “Si
el Hijo de Dios se ha bajado hasta nosotros haciéndose hombre (1er
advenimiento), ha sido precisamente para hacernos subir hasta su Padre”
introduciéndonos en su reino celestial (2do advenimiento). Y la
sentencia que el Hijo del hombre, ha quien será entregado todo juicio,
ha de fallar cuando por segunda vez viniere a este mundo, dependerá del
recibimiento que se le hubiere hecho al venir por vez primera. Este
niño, dijo Simeón, estará puesto para ruina y para resurrección de
muchos, y será una señal que excitará la contradicción”. El Padre y el
espíritu darán testimonio de que Cristo es el Hijo de Dios, y el mismo
Jesús lo probará bien por sus palabras y sus milagros. Y los mismos
hombres deberán dar ese doble testimonio de un Dios en tres personas,
decidiendo así ellos mismos de su suerte futura. “Bienaventurados los
que no se escandalizaren por mi causa”, porque “el que pusiere en
Cristo su confianza no será confundido”. Y al contrario, ¡ay de aquel
que chocare con esa piedra de salvación!, porque quedará desmenuzado.
“Si alguno se avergüenza de Mí o de mis palabras, dice Jesús, el Hijo
del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en
la de su Padre y sus santos Ángeles”. “Cuando el Hijo del hombre venga
en su majestad, y con Él todos sus Ángeles, se sentará en el trono de
su gloria, y reuniendo las Naciones todas en torno suyo, separará a los
unos de los otros, como separa el pastor a las ovejas de los cabritos. Y
colocará las ovejas a su derecha y los cabritos a su siniestra.
Entonces dirá el Rey a los de su derecha. Venid benditos de
mi Padre, poseed el reino que os está preparado desde el principio del
mundo. Y luego dirá a los de su izquierda: Apartaos, malditos, e id al
fuego eterno que el diablo y sus ángeles os tienen dispuesto” (Mat. 25,
31-46).
A todos cuantos hubieren negado a Cristo en la tierra,
Él los desechará de sí, separándolos para siempre de los que le han
sido fieles, y juntando en torno suyo a cuantos le hubieren acogido por
su fe y su amor, los hará entrar en pos de sí en el reino de su Padre.
Estrechamente unidos al Hijo de Dios humanizado, serán eternamente
“Cristo y su místico cuerpo”, o lo que San Agustín llama “el Cristo
total”. Y por ese motivo justificará Jesús su sentencia judicial que
separará a los buenos de los malos, diciendo: “Todo cuanto habéis hecho
con uno de mis pequeñuelos, conmigo lo habéis hecho; y lo que no habéis
hecho con uno de mis pequeñuelos, conmigo no lo habéis hecho”.
Trascrito por José Gálvez Krüger
Tomado de: Dom Gaspar Lefèbvre O.S.B, de la Abadía de S. Andrés
(Brujas, Bélgica)
Misal Diario
Desclée De Brouwer y Cia, Brujas, Bélgica
fuente: aciprensa.com
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