(Plural del latín magus; griego magoi)
Los racionalistas
consideran el Evangelio como ficción; los católicos insisten
en que es una narración de hechos, basando su interpretación
en la evidencia de los manuscritos y versiones, y en citas patrísticas.
Toda esta evidencia resulta irrelevante para los racionalistas; clasifican
la historia de los Magos dentro de las llamadas «leyendas de la infancia
de Jesús», añadidos apócrifos tardíos
a los Evangelios. Admitiendo únicamente la evidencia interna,
dicen que esta evidencia no resiste el examen del criticismo.
i Lucas contradice a Mateo y hace volver al Niño Jesús a Nazaret inmediatamente después de la Presentación (Lucas 2, 39). Este regreso a Nazaret debió de ser o antes que los Magos viniesen a Belén o después del exilio en Egipto. La no contradicción está comprometida.
En este artículo la cuestión será
tratada en dos divisiones:
A. Evidencia no-bíblica
Podemos conjeturar la evidencia no-bíblica
a partir de un significado probable de la palabra magoi.
Herodoto (I, ci) es nuestra autoridad para suponer que los Magos
eran de la casta sagrada de los Medos. Proveían de
sacerdotes para Persia y, dejando de lado vicisitudes dinásticas,
siempre mantuvieron sobre sus dominios influencia religiosa. Al
jefe de esta casta, Nergal Sharezan, Jeremías da el título
de Rab-Mag, «Mago-Jefe» (Jeremías 39, 3; 39, 13, en
el hebreo original -las traducciones de los Setenta y de la Vulgata
son aquí erróneas). Después de la caída
del poder de Asiria y de Babilonia, la religión
de los Magos perdió influencia en Persia. Ciro sometió
totalmente a la casta sagrada; su hijo Cambises la reprimió
severamente. Los Magos se sublevaron y pusieron a Gaumata, su jefe,
como Rey de Persia con el nombre de Smerdis. Sin embargo, fue asesinado
(521 a. C.), y Darío fue nombrado rey. Esta caída
de los Magos fue celebrada en Persia con una fiesta nacional llamada
magophonia (Her., III, lxiii, lxxiii, lxxix). No obstante,
la influencia religiosa de esta casta sacerdotal continuó
en Persia a través del gobierno de la dinastía Aquemenida
(Ctesias, «Persia», X-XV); y no es inverosímil pensar que
en tiempos del nacimiento de Cristo fuese bastante floreciente bajo
el dominio parto. Estrabon (XI, ix, 3) dice que los sacerdotes magos
formaron uno de los dos consejos del Imperio parto.
B. Evidencia bíblica
La palabra magoi frecuentemente tiene el significado
de «mago» [magician], tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento (ver Hch 8, 9; 13, 6, 8; también los Setenta en
Daniel 1, 20; 2, 2, 10, 27; 4, 4; 5, 7; 11, 15). San Justino
(Tryph., lxxxviii), Orígenes (Cels., I, lx), San
Agustín (Serm. xx, «De epiphania») y San Jerónimo
(In Isa. xix, 1) encontraron el mismo significado en el segundo capítulo
de Mateo, aunque esta no es la interpretación común.
C. Evidencia Patrística
Ningún Padre de la Iglesia sostuvo que los
Magos tenían que ser reyes. Tertuliano (Adv. Marcion., III,
xiii) dice que fueron de estirpe real (fere reges), y por
eso coincide con lo que hemos concluido en la evidencia no-bíblica.
Por otra parte, la Iglesia en su liturgia aplica a los Magos las
palabras: «Los reyes de Tarsis y de las islas ofrecerán presentes;
los reyes de Arabia y de Saba le traerán sus regalos: y todos
los reyes de la tierra le adorarán» (Salmo 71, 10). Pero
este uso del texto refiriéndose a ellos no prueba más
que eran reyes que viajaban desde Tarsis, Arabia y Saba.
Como frecuentemente sucede, una acomodación litúrgica
de un texto ha venido a ser considerada con el tiempo una interpretación
auténtica fuera de él. No eran magos [magicians):
el significado correcto de magoi, aunque no se halla en la
Biblia, es requerido por le contexto en el segundo capítulo
de San Mateo. Estos Magos pueden no haber sido otros que miembros
de la casta sacerdotal anteriormente referida. La religión
de los Magos era fundamentalmente la de Zoroastro y prohibía
la hechicería; su astrología y habilidad para
interpretar sueños fue ocasión de su encuentro con
Cristo» (Ver ASPECTOS TEOLÓGICOS DEL AVESTA).
La narración evangélica no menciona
el número de Magos, y no hay una tradición cierta
sobre esta materia. Varios Padres hablan de tres Magos; en realidad
se hallan influenciados por el número de regalos. En el Oriente,
la tradición habla de doce obsequios. En el cristianismo
primitivo el arte no es un testimonio consistente:
i otra en el Museo Laterano, tres;
i otra en el cementerio de Domitila, cuatro;
i un jarrón en el Museo Kircher, ocho (Marucchi, «Eléments d'archéologie chrétienne», Paris, 1899, I 197).
Los nombres de los Magos son tan inciertos
como su número. Entre los Latinos, desde el siglo
VII, encontramos ligeras variantes en los nombres, Gaspar, Melchor
y Baltasar; el Martirologio menciona a San Gaspar el primero de
Enero, San Melchor el día seis y San Baltasar el once (Acta
SS., I, 8, 323, 664). Los sirios tienen a Larvandad, Hormisdas,
Gushnasaph, etc.; los armenios Kagba, Badadilma, etc. (Cf. Acta
Sanctorum, May, I, 1780). Dejando de lado la noción puramente
legendaria según la cual representan a las tres familias
que descienden de Noé, aparecen como provenientes
de «oriente» (Mat., ii, 1, 2, 9). Al oriente de Palestina sólo
la antigua Media, Persia, Asiria y Babilonia tienen un sacerdocio
de Magos en el tiempo del nacimiento de Cristo. Los Magos vinieron
desde alguna parte del Imperio Parto. Probablemente cruzaron el
desierto de Siria, entre el Eufrates y Siria, llegando a Haleb (Aleppo)
o Tudmor (Palmyra), recorriendo el trayecto hasta Damasco y hacia
el sur, en lo que ahora es la gran ruta a la Meca (darb elhaj,
«el camino de los peregrinos»), continuando por el Mar de Galilea
y el Jordán por el oeste hasta cruzar el vado cerca de Jericó.
No hay tradición precisa de la denominada tierra «del oriente».
Según San Máximo (Homil. xviii in Epiphan.) es Babilonia;
también Teodoto de Ancyra (Homil. de Nativitate, I, x); según
San Clemente de Alejandría (Strom., I, xv) y San Cirilo de
Alejandría (In Is. xlix, 12) es Persia; según San
Justino (Cont. Tryphon., lxxvii), Tertuliano (Adv. Jud., ix) y San
Epifanio (Expos. fidei, viii) es Arabia.
La visita de los Magos tuvo lugar después
de la Presentación del Niño en el Templo (Lucas 2, 38).
Los Magos habían partido poco antes de que el ángel
dijese a José que tomase
al Niño y a su Madre y fuese a Egipto (Mateo 2, 13). Antes
Herodes había intentado infructuosamente que los Magos retornasen,
lo que deja fuera de toda duda que la presentación ya habría
tenido lugar. Surge con ello una nueva dificultad: después
de la presentación, la Sagrada Familia volvió a Galilea
(Lucas 2, 39). Se piensa que este retorno no fue inmediato. Lucas
omite los incidentes de los Magos, la huida a Egipto, la matanza de
los Inocentes y el retorno desde Egipto, y retoma la historia con
la vuelta de la Sagrada Familia a Galilea. Nosotros preferimos interpretar
las palabras de Lucas como indicando un retorno a Galilea inmediatamente
después de la presentación. La estancia en Nazaret fue
muy breve. Tiempo después la Sagrada Familia volvió
probablemente a permanecer en Belén. Entonces vinieron los
Magos. Era «en tiempos del rey Herodes» (Mateo 2, 1), i. e., antes
del 4 a. C. (A.V.C. 750), fecha probable de la muerte de Herodes en
Jericó. No obstante, sabemos que Arquelao, hijo de Herodes,
sucedió como etnarca a su padre en una parte del reino, y fue
depuesto o en su noveno año (Josefo, Bel. Jud., II, vii, 3)
o en el décimo (Josefo, Antiq., XVII, xviii, 2), durante el
consulado de Lepido y Arruntio (Dion Cassis, lv, 27), i. e., 6 d.
C. Por otra parte, los Magos vinieron mientras el rey Herodes estaba
en Jerusalén (vv. 3, 7), no en Jericó, i. e., o al comienzo
del 4 a. C. o al final del 5 a. C. Por último, eso fue probablemente
un año, o un poco más de un año, después
del nacimiento de Cristo. Herodes preguntó a los Magos el tiempo
en que apareció la estrella. Considerando esto como el tiempo
del nacimiento del Niño, mató a los varones de dos años
para abajo en Belén y sus alrededores (v. 16). Algunos Padres
concluyen de esta cruel matanza que los Magos llegaron a Jerusalén
dos años después de la Navidad (San Epifanio, «Haer.»,
LI, 9; Juvencio, «Hist. Evang.», I, 259). Su conclusión tiene
visos de probabilidad; aunque la matanza de los niños de dos
años puede haberse debido a alguna otra razón -por ejemplo,
al temor de Herodes de que los Magos le hubiesen engañado en
lo que a la aparición de la estrella se refiere o que los Magos
se hubiesen equivocado en la unión de la aparición de
la estrella con el nacimiento del Niño. Arte y arqueología
favorecen nuestro punto de vista. Únicamente un monumento primitivo
representa al Niño en el pesebre mientras los magos adoran;
en otros Jesús permanece sobre las rodillas de María
y bastante crecido (ver Cornely, «Introd. Special in N. T.», p. 203).
Desde Persia, de donde supuestamente vinieron
los Magos, hasta Jerusalén había un trayecto de entre
1000 y 1200 millas. En semejante distancia debieron emplear entre
tres y doce meses en camello. Además del tiempo del viaje,
emplearon probablemente varias semanas de preparación. Los
Magos pudieron haber llegado a Jerusalén un año o
más después de la aparición de la estrella.
San Agustín (De consensu Evang., II, v, 17) opina que la
fecha de la Epifanía, el seis de Enero, prueba que los Magos
llegaron a Belén trece días después de la Natividad,
i. e., después del 25 de Diciembre. Su argumento conforme
a las fechas litúrgicas era incorrecto. Ninguna fecha litúrgica
es, ciertamente, fecha histórica (Para una explicación
de las dificultades cronológicas, ver Cronología Bíblica,
Fecha de la Natividad de Jesucristo). En el siglo IV las
Iglesias de Oriente celebraban el 6 de Enero como la fiesta
del Nacimiento de Cristo, la Adoración de los Magos y el
Bautismo de Cristo, mientras que en el Occidente el Nacimiento
de Cristo era celebrado el 25 de Diciembre. Esa fecha tardía
de la Natividad fue introducida en la Iglesia de Antioquía
en tiempos de San Juan Crisóstomo (P. G., XLIX, 351), y todavía
más tarde en las Iglesias de Jerusalén y Alejandría.
Que los Magos pensaron que la estrella les
dirigía es evidente por las palabras (eidomen gar autou
ton astera) que emplea Mateo en 2, 2. ¿Era realmente una estrella?
Los racionalistas y los protestantes racionalistas, en sus esfuerzos
por evadirse del sobrenatural, elaboraron algunas hipótesis:
i La estrella pudo haber sido la conjunción de Júpiter y Saturno (7 a. C.), o de Júpiter y Venus (6 a. C.).
i Los Magos pudieron haber visto una stella nova, una estrella que aumenta de repente en tamaño y brillo y luego disminuye de nuevo.
Estas teorías dejan de lado la explicación
de que «la estrella que habían visto en el oriente, estaba
delante de ellos hasta que vino a pararse sobre el lugar donde estaba
el Niño» (Mateo 2,9). La posición de una estrella
fija en el cielo varía al menos un grado cada día.
Una estrella no fija pudo moverse delante de los Magos hasta conducirles
a Belén; ninguna estrella fija ni ningún cometa pudo
haber desaparecido y aparecido ni tampoco pararse. La Estrella de
Belén sólo pudo haber sido un fenómeno milagroso,
como fue la columna de fuego que permaneció en el campamento
durante el Éxodo de Israel (Éxodo 13, 21), o el «resplandor
de Dios» que brilló en torno a los pastores (Lucas 2, 9),
o «la luz proveniente del cielo» que abatió a Saulo (Hechos
9, 3).
La filosofía de los Magos, aunque errónea,
les condujo en su viaje hasta que encontraron a Cristo. La astrología
de los Magos postulaba una contrapartida celestial como complemento
del hombre terreno y condicionaba por completo la personalidad humana.
Su «doble» [los fravashi de los parsis) se desarrollaba junto
con cada hombre bueno, unidos los dos hasta la muerte. La aparición
repentina de una nueva y brillante estrella sugirió a los
Magos el nacimiento de una persona importante. Ellos vinieron a
adorarlo -i. e., a conocer la divinidad de este Rey recién
nacido (vv. 2, 8, 11). Algunos Padres (San Ireneo, «Adv. Haer.»,
III, ix, 2; Progem. «in Num.», homil. xiii, 7) pensaron que los
Magos vieron en «su estrella» un cumplimiento de la profecía
de Balaam: «Una estrella brillará sobre Jacob y un cetro
brotará de Israel» (Números 24, 17). Pero en el paralelismo
de la profecía, la «Estrella» de Balaam es un gran príncipe,
no un cuerpo celeste; no es probable que en virtud de este mensaje
profético los Magos siguieran a una estrella especial del
firmamento como un signo del Mesías. Además, es probable
que los Magos estuvieran familiarizados con las grandes profecías
mesiánicas. Muchos judíos no volvieron del exilio
con Nehemías. Cuando nació Cristo, había indudablemente
población hebrea en Babilonia, y probablemente también
en Persia. Por alguna razón, la tradición hebrea sobrevivió
en Persia. Por otra parte, Virgilio, Horacio, Tácito (Hist.,
V, xiii) y Suetonio (Vespas., iv) dan testimonio de que, en tiempos
del nacimiento de Cristo, había por todo el Imperio Romano
una inquietud y expectación generalizadas de una Edad de
Oro y un gran liberador. Podemos admitir sin dificultad que los
Magos estaban guiados por tales influencias hebraicas y gentiles
para esperar al Mesías que pronto vendría. Pero debió
de ser alguna revelación especial divina el motivo por el
cual conocieron que «su estrella» significaba el nacimiento de un
rey, que ese rey recién nacido era verdadero Dios y que debían
seguir «su estrella» hasta el lugar del nacimiento del Dios-Rey
(San León, Serm. xxxiv, «In Epiphan.», IV, 3).
La venida de los Magos causó gran conmoción
en Jerusalén; todos, incluso el rey Herodes, escucharon su
pregunta. Herodes y sus sacerdotes deberían haberse puesto
contentos con las noticias, pero estaban tristes. Llama la atención
que los sacerdotes mostrasen a los Magos el camino, de lo cual se
deduce que no habrían hecho el camino por sí mismos.
Los Magos siguieron la estrella unas 6 millas hacia el sur de Belén,
«y entrando en la casa [eis ten oikian], encontraron al niño»
(v. 11). No hay razón para suponer, con algunos Padres (San
Agustín, Serm. cc, «In Epiphan.», I, 2), que el Niño
aún estaba en el establo. Los Magos adoraron (prosekynesan)
al Niño Dios, y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Dar
regalos obedecía a una costumbre oriental. La intención
del oro es clara: el Niño era pobre. No conocemos la intención
de los otros regalos. Los Magos no pretenden probablemente un significado
simbólico. Los Padres han encontrado numerosos y variados
significados simbólicos en los tres regalos; no está
claro que alguno de estos significados sea inspirado (cf. Knabenbauer,
«in Matth.», 1892).
Los Magos escucharon en sueños que no
volviesen a Herodes y «volvieron a su país por otro camino»
(v. 12). Ese camino pudo haber sido un camino por el Jordán,
de tal manera que eludiese Jerusalén y Jericó; o un
rodeo hacia el sur a través de Berseba, al este del camino
principal (ahora la ruta de la Meca) en el territorio de Moab y
allende el Mar Muerto. Se dice que después de su retorno
a su patria los Magos fueron bautizados por Santo Tomás y
trabajaron mucho para la propagación de la fe en Cristo.
La historia es narrada por un escritor arriano no antes del siglo
VI, cuya obra está impresa como «Opus imperfectum in Mattheum»
entre los escritos de San Juan Crisóstomo (P. G. LVI, 644).
Este autor admite que lo ha descrito a partir del apócrifo
Libro de Seth, y escribe sobre los Magos algo que es claramente
legendario. La catedral de Colonia contiene los que pretenden ser
los restos de los Magos; éstos, se dice, fueron descubiertos
en Persia, llevados a Constantinopla por Santa Elena, transferidos
a Milán en el siglo V y a Colonia en 1163 (Acta SS., I, 323).
WALTER DRUM
Transcrito por John Szpytman
Traducido por José Demetrio Jiménez
Traducido por José Demetrio Jiménez
Fuente: http://ec.aciprensa.com
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