Queridos hermanos y hermanas,
Hace setenta años, el 6 y 9 de agosto de 1945, sucedieron los atroces bombardeos atómicos en Hiroshima y Nagasaki. A distancia de tanto tiempo, este trágico evento sucita todavía horror y rechazo. Este se ha convertido en el símbolo del ilimitado poder destructivo del hombre cuando hace uso equivocado del progreso de la ciencia y de la técnica, y constituye una advertencia continua para la humanidad, para que rechace para siempre la guerra y las armas nucleares y toda arma de destrucción de masas. Esta triste memoria nos llama sobre todo a orar y a comprometernos por la paz, para difundir en el mundo una ética de fraternidad y un clima de serena convivencia entre los pueblos. De toda la tierra se eleve una única voz: ¡no a la guerra, no a la violencia, si al diálogo, si a la paz! ¡Con la guerra siempre se pierde! ¡El único modo de vencer una guerra es no hacerla!
Sigo con viva preocupación las noticias que llegan desde El Salvador, donde en los últimos días se ha agravado la situación de la población a causa de la miseria, de la crisis económica, de agudos contrastes sociales y de la creciente violencia. Animo al querido pueblo salvadoreño a permanecer unido en la esperanza, y exhorto a todos a rezar para que en la tierra del beato Oscar Romero renazca la justicia y la paz.
Dirijo mi saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos; en especial a los jóvenes de Mason Vicentino, Villaraspa, Nova Milanese, Fossó, Sandon, Ferrara, y a los monaguillos de Calcarelli.
Saludo a los motociclistas de San Zeno (Brescia), empañados en favor de los niños hospitalizados en el Hospital Bambin Gesú.
¡Y a todos les deseo un buen domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mí! ¡buen almuerzo y hasta la vista!
(Traducción del italiano, Renato Martinez - RV)
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