La abstinencia es una
decisión demasiado enigmática para una sociedad que se dice dispuesta a
comprenderlo todo en ‘el’ campo de las variantes sexuales.
El periodista Ignacio Aréchaga
publicó en Aceprensa un agudo artículo en el que analiza y desmonta las patrañas con
que se ataca el celibato sacerdotal.
Algunas ideas del artículo:
—
La razón más profunda del celibato sacerdotal no se reduce a la mayor
disponibilidad que permite.
—
Es más bien un testimonio cercano de que “sólo Dios basta” y por eso
desconcierta y enfurece a los que pretenden borrar a Dios de la sociedad.
—
Dice Benedicto XVI: «para el mundo agnóstico, el mundo
en el que Dios no cuenta, el celibato es un gran escándalo, porque muestra
precisamente que Dios es considerado y vivido como realidad».
—
Esta crítica permanente contra el celibato puede sorprender en un tiempo en el
que se valora tanto la libertad de cada uno, también sobre su orientación
sexual; y en un mundo en el que está cada vez más de moda no casarse.
—
Pero ese no casarse, por razones egoístas, no tiene nada que ver con el
celibato.
—
Dice Benedicto XVI: «...el no casarse es algo
fundamentalmente muy distinto del celibato, porque el no casarse se basa en la
voluntad de vivir sólo para uno mismo, de no aceptar ningún vínculo definitivo,
de mantener la vida en una plena autonomía en todo momento, decidir en todo
momento qué hacer, qué tomar de la vida; y, por tanto, un "no" al
vínculo, un "no" a lo definitivo, un guardarse la vida sólo para sí
mismos. Mientras que el celibato es precisamente lo contrario: es un
"sí" definitivo, es un dejar que Dios nos tome de la mano, abandonarse
en las manos del Señor, en su "yo", y, por tanto, es un acto de
fidelidad y de confianza (…)».
—
Esta provocación del celibato por Dios es lo que molesta a los que desearían
que el mensaje de la Iglesia se diluyera cada vez más conforme a los criterios
de la sociedad del momento.
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El enigma del celibato
Nuestra
época, que autoriza todas las inclinaciones sexuales, se muestra extrañamente
intolerante con el celibato sacerdotal. En un mundo en el que ya no hace falta
militar a favor o en contra de tal o cual orientación amorosa, hay gente
empeñada en acabar con el celibato de los clérigos como si pusiera en riesgo su
propia libertad. Parece que la abstinencia es una decisión demasiado enigmática
para una sociedad que se dice dispuesta a comprenderlo todo en el campo de las
variantes sexuales.
Como
prohibirlo resultaría represivo, se dice que el celibato debería ser opcional.
Lo cual no deja de ser un sinsentido. Uno puede estar a favor o en contra del
celibato sacerdotal, pero declararlo opcional es una cortina de humo. El
celibato es siempre opcional, pues a nadie se le obliga a ser clérigo o
religioso, sino que uno se presenta como candidato a ese estilo de vida y es
aceptado o no por la Iglesia. Y como tampoco nadie está obligado a casarse —sea
laico o sacerdote, hombre o mujer, católico o budista—, es dejar que el
celibato sacerdotal sea opcional es lo mismo que suprimirlo, porque entonces el
sacerdote queda en la misma situación que cualquier otra persona.
Pero
también habría que tener en cuenta que muchas otras personas se ven “obligadas”
a vivir en situaciones similares al celibato, aunque no lo elijan. No todo el
mundo vive emparejado. En España, según el Censo de Población y Viviendas de
2001 (el último disponible), el 22% de los hogares eran unipersonales o de un
adulto solo con niños. Si excluimos los hogares unipersonales de los mayores de
65 años, todavía nos quedan el 12,7% de hogares (casi 1,8 millones de personas)
donde no hay una pareja. Y dado el continuo aumento del número de rupturas
matrimoniales (unas 120.000 por año), los hogares sin pareja habrán ido en
aumento desde el censo de 2001. Frente a estas cifras de “desparejados”,
los 20.000 curas y 56.000 religiosos y religiosas españoles son apenas una
minoría.
Evidentemente
una cosa es vivir sin pareja y otra hacer voto de castidad. Pero, en conjunto,
quienes están en esa situación es mucho más probable que duerman solos que
acompañados.
Vidas con sentido
Entonces,
el celibato (sacerdotal o civil) no debería ser visto como un modo de vida
extraño ni infructuoso. De hecho, para no pocas personas el celibato —elegido o
aceptado— ha sido el modo de vida que les permitió desplegar potencialidades
insospechadas.
Y
no solo en el celibato por motivos religiosos. La Primera Guerra Mundial hizo
que 1,7 millones de británicas se quedaran sin coetáneos con los que casarse.
Mujeres en plena juventud, que habían sido educadas para el matrimonio, y que
tuvieron que rehacer sus vidas. Su reacción está magníficamente descrita en el
libro de Virginia Nicholson, Ellas solas (cfr. Aceprensa
17-03-09). Esas mujeres que no pudieron casarse empezaron a hacer cosas
insólitas en el ambiente victoriano: salieron a buscar trabajo; vivieron por su
cuenta; trataron de ser financieramente independientes; pidieron el voto
femenino; lucharon por los derechos de las trabajadoras; promovieron
actividades culturales, eclesiales y benéficas… Supieron dar un sentido a su
vida con un valor y una libertad que difícilmente les hubiera permitido el
matrimonio de aquella época.
Esa
entrega a los demás es lo que todavía sorprende a nuestra sociedad cuando se
encuentra ante la figura del misionero que no abandona su puesto en situaciones
conflictivas, del cura que tiene un título universitario pero que opta por
servir a una comunidad sin llegar ni a mileurista, o de una religiosa como la Madre
Teresa de Calcuta que solo iba emparejada con alguna de sus monjas para
salir a cuidar a los pobres. Si tuvieran una familia propia, nada de eso sería
posible.
Y
sin necesidad de recurrir a dedicaciones excepcionales, todos sabemos lo que
supone en muchas familias la presencia de esa tía/o soltera, que tiene su
propia vida, pero también está dispuesta a echar una mano, a suavizar
tensiones, a mediar en conflictos y a orientar a los más jóvenes.
Lo
importante, tanto en el celibato sacerdotal como en el civil, es el sentido que
uno da a su vida. Ciertamente, nadie va al seminario solo con el propósito de
vivir el celibato. Esa renuncia, que sin duda lo es, está al servicio de una
mayor libertad para amar a Jesucristo y servir a la Iglesia y a los fieles. La
abstinencia de las relaciones sexuales tampoco supone que el sacerdote niegue
su sexualidad, sino que la vive con libertad dentro de un estilo de vida que
debe estar lleno de sentido trascendente.
Cuando
se pierde de vista este sentido, como sucede en amplios sectores de la sociedad
actual, la opción del celibato resulta opaca. Se mira con escepticismo que Dios
pueda llenar un corazón, y, en cambio, se piensa que una mujer lo colmaría por
entero y para siempre; se habla del ideal del cura casado como si fuera a vivir
en perpetua luna de miel y constituir la familia ejemplar que iluminaría a los
fieles. Pero después del cura casado también podría venir el cura divorciado.
Un sí incondicional
La
razón más profunda del celibato sacerdotal no se reduce a la mayor
disponibilidad que permite. Es un testimonio de que “sólo Dios basta”, y
por eso desconcierta a quienes solo ven las cosas de tejas abajo. Benedicto
XVI lo decía hace poco en la clausura del Año Sacerdotal: «para el mundo
agnóstico, el mundo en el que Dios no tiene nada que ver, el celibato es un
gran escándalo, porque muestra precisamente que Dios es considerado y vivido
como realidad».
También
observaba que esta crítica permanente contra el celibato puede sorprender en un
tiempo en el que está cada vez más de moda no casarse. Pero este tipo de
celibato no tiene mucho que ver con los motivos del celibato sacerdotal. «Este
"celibato moderno" —decía Benedicto XVI— es un ‘no’ al
vínculo, un ‘no’ a la definitividad, un tener la vida solo para sí mismo.
Mientras que el celibato es precisamente lo contrario: es un ‘sí’ definitivo,
es un dejarse tomar de la mano por Dios, entregarse en las manos del Señor».
Por eso tan radical es hoy el celibato por motivos religiosos como el
matrimonio entendido como una unión indisoluble, por encima de las
contingencias de la vida y de altibajos de los sentimientos.
Esta
provocación del celibato por Dios es lo que molesta a los que desearían que el
mensaje de la Iglesia se diluyera cada vez más conforme a los criterios de la
sociedad del momento. Nietzsche lo observó con agudeza, para combatirlo:
«Lutero devolvió al sacerdote la relación sexual con la mujer, pero tres
cuartos de la veneración de que es capaz el pueblo se basa en la creencia de
que un hombre excepcional en este punto lo será también en otros puntos. Y aquí
tiene la fe del pueblo en algo sobrehumano en el hombre, su abogado más sutil y
capcioso»[1].
Pero
lo excepcional no está en el hombre, como se pone también de manifiesto en los
casos en que el sacerdote falla. Lo extraordinario es que sigue habiendo
candidatos dispuestos a ese "sí" definitivo. Nuestra sociedad,
tan celosa del "libre desarrollo de la personalidad", debería
respetarlo
Ignacio Aréchaga
[1] Fr.
Nietzsche, Die fröhliche Wissenschaft, Leipzig, 1887, p. 295. Citado por
Juan Bautista Torelló en "El celibato sacerdotal", EUNSA, Pamplona
(2010) pg. 205.
Fuente: www.almudi.org
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