En línea
con la nueva evangelización suscitada por Benedicto XVI, parece
importante reflexionar sobre el papel de las homilías en la Misa
dominical o en otras fiestas y en el modo de mejorarlas. Millones de
discípulos de Cristo las escuchan en todo el mundo. Muchos fieles se
interrogan acerca de su calidad, especialmente en cuanto a su
contenido: a veces oyen temas ajenos a las lecturas de la Santa Misa o
bien opiniones personales del celebrante; en otras ocasiones reciben
casi una simple repetición de los textos proclamados. Con frecuencia
algunos fieles —fuera de la Misa— intercambian sus impresiones o
críticas de modos más o menos adecuados sobre defectos que advierten.
Pero, a
veces, algunos desenfoques en la predicación escuchada no siempre son
fáciles de detectar. Por ejemplo, uno puede oír una homilía muy bonita
en una tarde de Viernes Santo comentando las partes del rito y
presentando la muerte de Cristo como un acompañamiento, a cada uno de
nosotros, en los sufrimientos de la vida y especialmente en la muerte.
En el silencio de meditación sucesivo a la homilía, uno se pregunta:
bien, el Señor me acompaña y consuela no sólo con palabras, sino con
obras, pero ¿me salva, me redime y me otorga una vida nueva dirigida a
la Vida y a la Resurrección después de mi muerte? ¿He oído algo sobre
Jesús muerto como víctima propiciatoria por los pecados de todos los
hombres?
Los ejemplos se podrían multiplicar. Por eso, en su reciente Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini,1 Benedicto XVI menciona «la atención que se ha dado en el Sínodo al tema de la homilía»2 recuerda
cómo también en la Exhortación posterior al Sínodo inmediatamente
anterior, dedicado al Sacramento de la Eucaristía, había indicado «la
necesidad de mejorar la calidad de la homilía»3. La preocupación del Magisterio4 por las homilías no es nueva, pero ahora se subraya la necesidad de contar con homilías de calidad.
La homilía, parte de la celebración eucarística
Releamos con calma la enseñanza del Romano Pontífice en el n.59 de la Verbum Domini: «Ya en la Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis,
recordé que la necesidad de mejorar la calidad de la homilía está en
relación con la importancia de la Palabra de Dios. En efecto, ésta “es
parte de la acción litúrgica”; tiene el cometido de favorecer una mejor
comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la vida de los
fieles».
La
homilía no es una ocasión para dirigirse a los fieles y comunicarles
algo distinto de los textos sagrados leídos. Es "parte de la acción
litúrgica", no un añadido opcional. Su finalidad es "favorecer una
mejor comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la vida de los
fieles".
La Santa
Misa es acción de Dios en su Trinidad de Personas: Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Es acción de Cristo —el único Sacerdote—, por medio de
instrumentos humanos, los sacerdotes. Ellos prestan su propio ser
—palabras, gestos, inteligencia, corazón— para actuar in Persona Christi Capitis,
en nombre de Jesucristo Cabeza de la Iglesia, no en nombre propio. Se
trata por tanto de ayudar a los fieles —también al mismo celebrante— a
comprender, bajo la acción del Espíritu Santo, la Palabra de Dios y a
que esta sea cada vez más eficaz en sus vidas.
Actualizar la Palabra de Dios dentro de la celebración eucarística
«La
homilía —sigue diciendo el Santo Padre— constituye una actualización
del mensaje bíblico, de modo que se lleve a los fieles a descubrir la
presencia y la eficacia de la Palabra de Dios en el hoy de la propia
vida»5.
La
situación fundamental de los hombres y mujeres de hoy con respecto a
Dios sigue siendo y será la misma: somos hechura suya, creados a su
imagen y semejanza, hijas e hijos de Dios muy queridos. Sin embargo las
circunstancias actuales de la vida humana, especialmente en relación
con los demás y con el mundo —el trabajo y tantos aspectos de la
cultura—, han cambiado. Por eso es necesaria esa "actualización del
mensaje bíblico". A todos nos hace falta «descubrir la presencia y la
eficacia de la Palabra de Dios en el hoy de la propia vida». Conviene
facilitar la escucha de la Palabra de Dios, como realmente es: es decir
como Palabra eterna, siempre actual, siempre joven, dirigida a cada
uno de nosotros: a mi, en primera persona, en el peculiar momento de mi
biografía hoy.
Cuando
estamos inmersos en un tipo de trabajo con horarios exigentes y vivimos
rodeados de una cultura mediática no fácil de descifrar, la simple
lectura de la Palabra de Dios podría no incidir en la propia existencia
y quedar como un piso superior sin escalera de comunicación con la
planta baja de la casa de Dios que es cada cristiano.
La
homilía no es una clase o una conferencia pronunciada en una aula o
incluso en un templo fuera de la Misa o de otra acción litúrgica. Forma
parte de una acción divina, de la celebración de la Eucaristía, en la
que se hace de nuevo presente el único Sacrificio de Jesús en el
Calvario. Por eso, la homilía tiene un carácter peculiar, al formar
parte de un todo más amplio. Escribe el Papa: «Debe apuntar a la
comprensión del misterio que se celebra, invitar a la misión,
disponiendo la asamblea a la profesión de fe, a la oración universal y a
la liturgia eucarística»6.
Es decir, vamos a renovar nuestra fe en la Trinidad, diciendo el
Credo, a pedir luego por las necesidades de todos y a entrar en la
parte de la liturgia eucarística con el ofrecimiento de todo lo nuestro,
para que el Señor lo una a su hacer presente de nuevo el Sacrificio de
la Cruz, seguido de su Resurrección y de su Ascensión junto al Padre.
La
orientación de la homilía es esta: prepararnos e introducirnos en esta
acción divina ofreciéndonos también nosotros con Cristo. Esta inserción
nuestra adquiere por tanto acentos distintos según los textos
propuestos por la Iglesia para cada celebración de la Misa y según las
circunstancias de los participantes. La homilía ha de facilitar dejarnos
tomar por Cristo y empaparnos con su Sangre en sus manos llagadas para
lanzarnos como buena semilla de trigo al campo del mundo nuestro, de
la familia, del trabajo diario, de la participación activa en la vida
pública7.
Cristo, centro de la homilía
El Romano
Pontífice desgrana algunas consecuencias del singular papel de la
homilía: «quienes por ministerio específico están encargados de la
predicación han de tomarse muy en serio esta tarea. Se han de evitar
homilías genéricas y abstractas, que oculten la sencillez de la Palabra
de Dios, así como inútiles divagaciones que corren el riesgo de atraer
la atención más sobre el predicador que sobre el corazón del mensaje
evangélico. Debe quedar claro a los fieles que lo que interesa al
predicador es mostrar a Cristo, que tiene que ser el centro de toda
homilía». El sacerdote, enamorado de Cristo, predica con gusto, con
alegría, porque Jesús atrae a todas las almas y no deja indiferente a
nadie.
Cristo es
el centro de toda homilía. Lo es como contenido, porque se trata de
«mostrar a Cristo». Para ello contamos con unos relatos inspirados por
el Espíritu Santo, narraciones humanas y divinas al mismo tiempo: los
cuatro evangelios, acompañados de otros escritos también Palabra de
Dios. Cristo es el contenido, es el Camino, la Verdad y la Vida, la Luz
que ilumina a todo hombre. En su mayor parte, pertenecen al género
narrativo tan adecuado a las circunstancias actuales y a las de todos
los tiempos. Las parábolas interpelan, mueven a pensar. En ocasiones
dejan al oyente la tarea de sacar la conclusión.
Pero
también la forma de mostrar el rostro amble de Jesucristo tiene
—entonces, ahora y siempre— una pauta dada por Dios mismo y una luz y
un fuego del Espíritu Santo en la inteligencia y en el corazón del
predicador y de los demás fieles participantes en la Misa.
Según
Benedicto XVI, «Debe quedar claro a los fieles que lo que interesa al
predicador es mostrar a Cristo, que tiene que ser el centro de toda
homilía»8. Como es natural, eso lleva consigo dar más importancia a los párrafos del Evangelio leído en la Misa que a los otros textos.
Los
fieles perciben el amor del celebrante a Cristo en el tono, en las
expresiones, en la alegría, la sencillez, el entusiasmo. De ahí deriva
el tipo peculiar de preparación requerida por la homilía: un estudio
meditativo, íntimamente unido a la oración personal. «Por eso se
requiere que los predicadores tengan familiaridad y trato asiduo con el
texto sagrado; que se preparen para la homilía con la meditación y la
oración, para que prediquen con convicción y pasión».9 Se requiere tener una buena preparación teológica, pero nunca separada de la meditación.
Como es lógico, los fieles miran también el comportamiento del pastor. Recordando a San Jerónimo10,
el Romano Pontífice recuerda que la predicación se ha de acompañar con
el testimonio de la propia vida: «En el sacerdote de Cristo la mente y
la palabra han de ser concordes»11.
Tres preguntas para la preparación de la homilía
Benedicto
XVI hace suyas la sugerencia del Sínodo de Obispos de 2008 a que se
tengan presentes las siguientes preguntas al preparar la homilía: «¿Qué
dicen las lecturas proclamadas? ¿Qué me dicen a mí personalmente? ¿Qué
debo decir a la comunidad, teniendo en cuenta su situación concreta?»12. Estas tres preguntas son una gran ayuda para mejorar las homilías.
1. ¿Qué dicen las lecturas proclamadas?
Ante todo
es necesario conocer qué dicen las lecturas. Normalmente el celebrante
necesita actualizar su comprensión del texto y acudir a los
instrumentos oportunos. Para ello se sirve de los textos paralelos de
los evangelios, y de las referencias implícitas o explicitas a pasajes
del Antiguo Testamento. Como es lógico, esta lectura se hace a luz de la
Tradición y con la ayuda del Magisterio precedente y actual,
orgánicamente sintetizado en el Catecismo de la Iglesia Católica. Todos los fieles, sacerdotes y laicos, agradecemos a Dios la luz irradiada por el libro de Benedicto XVI Jesús de Nazareth,
por sus homilías, así como por las de su predecesor Juan Pablo II y
por las del Ordinario de la propia circunscripción eclesiástica.
No pocas
personas afirman que Benedicto XVI pasará a la historia por la calidad y
el estilo de sus homilías, que recuerdan el estilo de los padres de la
Iglesia.13
Por lo
que se refiere al Evangelio, es muy útil volver a considerar algún
comentario al pasaje de cada Misa en una de las numerosas vidas de
Jesús. El citado libro de Benedicto XVI, menciona una excelente
tradición: R. Guardini, F. M. Willam, K. Adam, G. Papini, D. Rops, etc.
Citemos también a modo de ejemplo, a Justo Pérez de Urbel, el
"Emmanuel" de Carles Cardó, al Abad G. Ricciotti y otros más recientes.
Como es
obvio, toda esta preparación es previa. Por eso se ha dicho con cierto
humor: la homilía requiere saber la exégesis propia de la teología
bíblica, pero no es el momento de dar una lección de exégesis.
2. ¿Qué me dicen a mí personalmente?
Es muy
importante esta segunda pregunta sugerida por el Sínodo al celebrante
en su tarea de actualizar los textos leídos mediante la homilía.
Comenta el Papa en el citado n. 59 de la Verbum Domini: «El predicador tiene que «ser el primero en dejarse interpelar por la Palabra de Dios que anuncia»14,
porque, como dice san Agustín: “Pierde tiempo predicando exteriormente
la Palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior”»15.
Es
conocida la descripción de los tres grados de crecimiento intelectual y
pedagógico del profesor: el joven suele enseñar más de lo que sabe,
pues con frecuencia transmite ideas leídas poco antes, pero todavía no
muy asimiladas; el profesor más maduro dice lo realmente sabido; el que
llega a ser «maestro» no expresa todos sus conocimientos: enseña sólo
lo que conviene a sus oyentes. Con ello se pone de relieve el papel de
la «interiorización» de los conocimientos y de su inserción existencial
dentro de la propia vida
3. ¿Qué debo decir a la comunidad, teniendo en cuenta su situación concreta?
Viviendo
en trato habitual con Jesús y esforzándose por ser otro Cristo, el
predicador piensa en sus hermanos. Habla con Jesucristo de ellos, de
sus necesidades espirituales y materiales. Pide luces en su oración
personal: Señor, ¿qué les dirías este domingo? ¿qué quieres que les
diga?
En un
clima de decadencia cultural, todos necesitamos oír el tono animante,
afectuoso, positivo de Jesús, que llena de luz, de alegría, de
esperanza. El celebrante de la Misa busca también transmitir otra
verdad fundamental subrayada en la primera carta de san Juan: «En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que
Él nos amó y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros
pecados»16.
En ese
clima de sentirse amados por Dios, de saberse hijos de Dios, es más
fácil desear conocer mejor la doctrina, las palabras de vida enseñadas
por Jesús y transmitidas en la Iglesia. Es más asequible el deseo
operativo de formarse más, mantenerse firmes en la fe en un clima con
frecuencia neopagano, reconocer los propios pecados sin desanimarse y
sin ocultarlos.
En las
circunstancias actuales, todos necesitamos abundancia de doctrina sana.
De ahí que el santo padre recomiende también los breves comentarios en
la misa ferial: «no se deje de ofrecer también, cuando sea posible,
breves reflexiones apropiadas a la situación durante la semana en las
misas cum populo, para ayudar a los fieles a acoger y hacer fructífera la Palabra escuchada»17.
En todos
los casos es necesario prepararlas bien, con estudio y oración, sin
improvisar. Así es posible pensar con precisión, con claridad, de modo
atrayente lo que se va a decir y exonerlo en un tiempo razonable. En
general es importante evitar las homilías largas, que pueden reflejar
poca preparación, como la de aquel autor de un texto de tres mil
páginas que se excusó con el editor: ha salido muy largo porque tuve
poco tiempo.
La amistad con Jesús de la que todo depende
Es este
un punto capital y nunca puede darse por supuesto. A mi modo de ver,
aquí está en juego la amistad con Jesús, mencionada muchas veces por
Benedicto XVI. En el prólogo del primer volumen de «Jesús de Nazaret»
alude a la impresión bastante extendida en la conciencia general de la
cristiandad de que sabemos pocas cosas ciertas sobre Jesús. Sólo la fe
en su divinidad habría plasmado posteriormente su imagen. «Semejante
situación es dramática para la fe, pues deja incierto su auténtico
punto de referencia: la íntima amistad con Jesús, de la que todo
depende»18.
Esta
expresión «la íntima amistad con Jesús, de la que todo depende» es una
de las claves decisivas para entender este pontificado que concede
tanta importancia al trato personal con Jesús en la Palabra, en la
Eucaristía, y en toda la liturgia.
No se
conoce a Jesús verdaderamente, si no se le acompaña a diario junto con
los Doce, los setenta y dos discípulos, las mujeres que ayudan al
Maestro y tantos otros. La nueva evangelización nace de un renovado
trato de amistad con Jesús, que no es una figura del pasado. Podemos
hablar de Él con el entusiasmo y la alegría del apóstol Juan en su
primera carta: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído,
lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han
palpado nuestras manos a propósito del Verbo de la vida —pues la vida
se ha manifestado: nosotros la hemos visto y damos testimonio y os
anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos ha
manifestado—, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que
también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es
con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que
nuestra alegría sea completa»19. Veáse por ejemplo cómo siente la contemporaneidad con Cristo San Cirilo de Jerusalén en sus catequesis (años 348-350):
«Cualquier
acción de Cristo es motivo de gloria para la Iglesia universal; pero
el máximo motivo de gloria es la cruz. Así lo expresa con acierto
Pablo, que tan bien sabía de ello: Lo que es a mí, Dios me libre de
gloriarme si no es en la cruz de Cristo.
Fue,
ciertamente, digno de admiración el hecho de que el ciego de nacimiento
recobrara la vista en Siloé; pero, ¿en qué benefició esto a todos los
ciegos del mundo? Fue algo grande y preternatural la resurrección de
Lázaro, cuatro días después de muerto; pero este beneficio lo afectó a
él únicamente, pues, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo
estaban muertos por el pecado? Fue cosa admirable el que cinco panes,
como una fuente inextinguible, bastaran para alimentar a cinco mil
hombres; pero, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo se hallaban
atormentados por el hambre de la ignorancia? Fue maravilloso el hecho
de que fuera liberada aquella mujer a la que Satanás tenía ligada por
la enfermedad desde hacía dieciocho años; pero, ¿de qué nos sirvió a
nosotros, que estábamos ligados con las cadenas de nuestros pecados? En
cambio, el triunfo de la cruz iluminó a todos los que padecían la
ceguera del pecado, nos liberó a todos de las ataduras del pecado,
redimió a todos los hombres»20.
Cristo no se queda en el pasado: vive y actúa ahora en el siglo XXI,
como en el siglo IV. En cierto modo incluso de manera más universal
ahora que durante sus años de vida terrena.
Los santos, rayos de luz de la Palabra de Dios
La Verbum Domini
menciona con gozo el papel de los santos. «La interpretación de la
Sagrada Escritura quedaría incompleta si no se estuviera también a la
escucha de quienes han vivido realmente la Palabra de Dios, es decir, los santos. En efecto, «viva lectio est vita bonorum». Así,
la interpretación más profunda de la Escritura proviene precisamente
de los que se han dejado plasmar por la Palabra de Dios a través de la
escucha, la lectura y la meditación asidua. (...)»21.
El Papa
piensa no sólo en santos de hace muchos siglos sino en los de épocas
más recientes e incluso contemporáneos nuestros: «Cada santo es como un
rayo de luz que sale de la Palabra de Dios. Así, pensemos también en
san Ignacio de Loyola y su búsqueda de la verdad y en el discernimiento
espiritual; en san Juan Bosco y su pasión por la educación de los
jóvenes; en san Juan María Vianney y su conciencia de la grandeza del
sacerdocio como don y tarea; en san Pío de Pietrelcina y su ser
instrumento de la misericordia divina; en san Josemaría Escrivá y su
predicación sobre la llamada universal a la santidad; en la beata
Teresa de Calcuta, misionera de la caridad de Dios para con los
últimos; y también en los mártires del nazismo y el comunismo,
representados, por una parte por santa Teresa Benedicta de la Cruz
(Edith Stein), monja carmelita, y, por otra, por el beato Luis Stepinac,
cardenal arzobispo de Zagreb»22.
Con
gratitud a Dios, recuerdo la predicación oída a San Josemaría, quien
desde muy joven se metió en la vida de Jesús «como un personaje más» y
así lo aconsejó como un camino accesible a todos para alcanzar la
santidad. «Para acercarse al Señor a través de las páginas del Santo
Evangelio, recomiendo siempre que os esforcéis por meteros de tal modo
en la escena, que participéis como un personaje más. Así —sé de tantas
almas normales y corrientes que lo viven—, os ensimismaréis como María,
pendiente de las palabras de Jesús o, como Marta, os atreveréis a
manifestarle sinceramente vuestras inquietudes, hasta las más pequeñas»23.
Dos instrumentos solicitados por Benedicto XVI
Dispondremos
dentro de algún tiempo de un directorio homilético: «Predicar de modo
apropiado ateniéndose al Leccionario es realmente un arte en el que hay
que ejercitarse. Por tanto, en continuidad con lo requerido en el
Sínodo anterior, pido a las autoridades competentes que, en relación al
Compendio eucarístico, se piense también en instrumentos y subsidios
adecuados para ayudar a los ministros a desempeñar del mejor modo su
tarea, como, por ejemplo, con un Directorio sobre la homilía, de manera
que los predicadores puedan encontrar en él una ayuda útil para
prepararse en el ejercicio del ministerio»24.
Además en el Motu propio "Ubicumque et semper" de
Benedicto XVI del 12 de octubre de 2010, constituyendo el nuevo Consejo
Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, se indica
como una de sus tareas: «promover el uso del Catecismo de la Iglesia
Católica, como formulación esencial y completa del contenido de la fe
para los hombres de nuestro tiempo» (art. 3, n. 5º). En efecto, en esta
magna obra del pontificado de Juan Pablo II todos los fieles
encuentran una formulación completa de la fe para hoy, en la que el
Concilio Vaticano II se presenta en toda su belleza de inserción en la
corriente vital y doctrinal del Magisterio a lo largo de los siglos. En
él encuentra el predicador una ayuda para meditar los textos
litúrgicos. Vale la pena recordar también la gran ayuda del Compendio
del Catecismo de la Iglesia Católica, como un instrumento más accesible
para su estudio y su retención en la memoria.
El ciclo
trienal del leccionario para la Misa de los domingos y solemnidades
permite considerar todos los aspectos del misterio de Cristo. Pero
desde antiguo ha sido un buen complemento el estudio detallado de la
profesión de fe, en su desarrollo homogéneo a lo largo de los siglos.
Por eso, el estudio individual o en grupo del Catecismo de la Iglesia
Católica contribuye a conocer mejor en su belleza y armonía todo el
conjunto orgánico de la Revelación divina. Esas lecciones se sitúan no
al margen, sino en conexión con la homilía litúrgica. Sin duda un uso
más asiduo del Catecismo contribuirá a una predicación de calidad con
vistas a la tarea ardua y apasionante de la nueva evangelización.
Lluís Clavell
Profesor de Filosofía y Exrector de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, Roma
Presidente de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino
Profesor de Filosofía y Exrector de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, Roma
Presidente de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino
1 Considera la proposiciones presentadas por el Sínodo ordinario de Obispos de 2008 dedicado a la Palabra de Dios
2 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini, n. 59.
3 Benedicto XVI, Exh. Apost Sacramentum Caritatis, n. 46
4. Vid. Sacrosanctum Concilium, n. 35 o Institutio generalis Missalis Romani, 2002 (nn. 29, 65-66).
5 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini.
6 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini.
7 Cfr. S. Josemaría Escrivá, Forja, n. 894.
8 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini, n. 59.
9 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini, n. 60.
10 «Que tus actos no desmientan tus palabras, para que no suceda que, cuando tú predicas en la iglesia, alguien comente en sus adentros: “¿Por qué, entonces, precisamente tú no te comportas así?” (San Jerónimo, Epistola 52,7: CSEL 54, 426-427).
11 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini, n. 60
12 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini, n. 59.
13 Precisamente para destacar esta característica del pontificado se ha publicado el volumen "Omelie di Joseph Ratzinger, papa. Anno liturgico 2010" (a cura di Sandro Magister, Libri Scheiwiller, Milano 2010, p. 420).
14 Propositio 15 del mencionado Sínodo de Obipos de 2008.
15 Sermo 179, 1: PL 38, 966.
16 1 Jn 4, 10.
17 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini, n. 59.
18 Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, La esfera de los libros, Madrid, 2007, p. 8.
19 1 Jn 1, 1-4.
20 San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 13,1. 3. 6. 23: PG 33, 771-774. 779. 799. 802.
21 Exh. Apost. Verbum Domini, n. 48.
22 Ibidem.
23 S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 222.
24 Exh. Apost Verbum Domoni, n. 60.
2 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini, n. 59.
3 Benedicto XVI, Exh. Apost Sacramentum Caritatis, n. 46
4. Vid. Sacrosanctum Concilium, n. 35 o Institutio generalis Missalis Romani, 2002 (nn. 29, 65-66).
5 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini.
6 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini.
7 Cfr. S. Josemaría Escrivá, Forja, n. 894.
8 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini, n. 59.
9 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini, n. 60.
10 «Que tus actos no desmientan tus palabras, para que no suceda que, cuando tú predicas en la iglesia, alguien comente en sus adentros: “¿Por qué, entonces, precisamente tú no te comportas así?” (San Jerónimo, Epistola 52,7: CSEL 54, 426-427).
11 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini, n. 60
12 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini, n. 59.
13 Precisamente para destacar esta característica del pontificado se ha publicado el volumen "Omelie di Joseph Ratzinger, papa. Anno liturgico 2010" (a cura di Sandro Magister, Libri Scheiwiller, Milano 2010, p. 420).
14 Propositio 15 del mencionado Sínodo de Obipos de 2008.
15 Sermo 179, 1: PL 38, 966.
16 1 Jn 4, 10.
17 Benedicto XVI, Exh. Apost. Verbum Domini, n. 59.
18 Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, La esfera de los libros, Madrid, 2007, p. 8.
19 1 Jn 1, 1-4.
20 San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 13,1. 3. 6. 23: PG 33, 771-774. 779. 799. 802.
21 Exh. Apost. Verbum Domini, n. 48.
22 Ibidem.
23 S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 222.
24 Exh. Apost Verbum Domoni, n. 60.
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