CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
Nota
con indicaciones pastorales para el Año de la fe
con indicaciones pastorales para el Año de la fe
Introducción
Con la Carta apostólica
Porta fidei, del 11 de octubre de 2011, el Santo
Padre Benedicto XVI ha proclamado un Año de la fe, que comenzará el 11 de
octubre de 2012, en el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio
Ecuménico Vaticano II, y concluirá el 24 de noviembre de 2013, Solemnidad de
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
Ese año será una ocasión propicia para que todos los fieles comprendan con mayor
profundidad que el fundamento de la fe cristiana es «el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello,
una orientación decisiva»[1].
Fundada en el encuentro con Jesucristo resucitado, la fe podrá ser redescubierta
integralmente y en todo su esplendor. «También en nuestros días la fe es un don
que hay que volver a descubrir, cultivar y testimoniar. Que en esta celebración
del Bautismo el Señor nos conceda a todos la gracia de vivir la belleza y la
alegría de ser cristianos»[2].
El comienzo del Año de la fe coincide con el recuerdo agradecido de dos
grandes eventos que han marcado el rostro de la Iglesia de nuestros días: los
cincuenta años pasados desde la apertura del Concilio Vaticano II por voluntad
del Beato Juan XXIII (1 de octubre de 1962) y los veinte años desde la
promulgación del
Catecismo de la Iglesia Católica, legado a la Iglesia
por el Beato Juan Pablo II (11 de octubre de 1992).
Según las palabras del Papa Juan XXIII, el Concilio ha querido «transmitir pura e
íntegra, la doctrina, sin atenuaciones ni deformaciones» comprometiéndose a que
«esta doctrina, cierta e inmutable, que debe ser fielmente respetada, sea
profundizada y presentada de manera que corresponda a las exigencias de nuestro
tiempo»[3]. En este sentido, continúa siendo de crucial importancia la afirmación inicial de la Constitución dogmática
Lumen gentium: «Cristo
es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto Sínodo, reunido en el
Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el
Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) con la claridad de Cristo, que
resplandece sobre la faz de la Iglesia»[4]. Desde la luz de Cristo que purifica, ilumina y santifica en la celebración de la sagrada liturgia (cf. Constitución
Sacrosanctum Concilium), y con su palabra divina (cf. Constitución dogmática
Dei Verbum)
el Concilio ha querido ahondar en la naturaleza íntima de la Iglesia (cf. Constitución dogmática
Lumen gentium)
y su relación con el mundo contemporáneo (cf. Constitución pastoral
Gaudium et Spes).
Alrededor de sus cuatro Constituciones, verdaderos pilares del
Concilio, se agrupan las Declaraciones y Decretos, que abordan algunos
de los principales desafíos de nuestro tiempo.
Después del Concilio, la Iglesia ha trabajado para que sus ricas
enseñanzas sean recibidas y aplicadas
en continuidad con toda la Tradición y bajo la guía segura del
Magisterio. Para facilitar la correcta recepción del Concilio, los Sumos
Pontífices han convocado reiteradamente el Sínodo de los Obispos[5],
instituido por el Siervo de Dios Pablo VI en 1965,
proponiendo a la Iglesia directrices claras a través de las diversas
Exhortaciones apostólicas post-sinodales. La próxima Asamblea General
del Sínodo de los Obispos, en octubre de 2012,
tendrá como tema: La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana.
Desde el comienzo de su pontificado, el Papa Benedicto XVI se ha comprometido firmemente en
procurar una correcta comprensión del Concilio, rechazando como errónea la llamada «hermenéutica
de la discontinuidad y de la ruptura», y promoviendo la que él mismo ha llamado «‘hermenéutica de la reforma’,
de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor
nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero
permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino»[6].
El Catecismo de la Iglesia Católica, colocándose en esta línea, por un lado se presenta como un «auténtico fruto del Concilio Vaticano II»[7],
y por otro intenta favorecer su acogida. El Sínodo Extraordinario de los
Obispos de 1985,
convocado con ocasión del vigésimo aniversario de la clausura del
Concilio Vaticano II y para hacer un balance de su recepción, sugirió la
preparación de este Catecismo para
ofrecer al pueblo de Dios un compendio de toda la doctrina católica y un
texto de referencia segura para los catecismos locales. El Papa Juan
Pablo II aceptó esta propuesta como un deseo de «responder
plenamente a una necesidad real de la Iglesia universal y las Iglesias
particulares»[8]. Redactado en colaboración con todo el episcopado de la Iglesia Católica, este Catecismo
«manifiesta de verdad una cierta ‘sinfonía’ de la fe».[9]
El Catecismo presenta «lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13, 52), dado que la fe es siempre la misma
y, a la vez, es fuente de luces siempre nuevas. Para responder a esa doble
exigencia, el
Catecismo de la Iglesia Católica, por una parte, toma la
estructura “antigua”, tradicional, ya utilizada por el catecismo de san Pío V,
articulando el contenido en cuatro partes: Credo; Sagrada Liturgia, con los
sacramentos en primer lugar; el obrar cristiano, expuesto a partir del
Decálogo; y, por último, la oración cristiana. Con todo, al mismo tiempo,
el contenido se expresa a menudo de un modo “nuevo”, para responder a los
interrogantes de nuestra época»[10].
Este Catecismo es «un instrumento válido y legítimo al servicio de la
comunión eclesial, y una regla segura para la enseñanza de la fe»[11].
Allí se hallan «los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados
sistemática y orgánicamente. En efecto, en él se pone de manifiesto la
riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus
dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia,
de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo
ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha
meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los
creyentes en su vida de fe»[12].
El Año de la fe desea contribuir a una renovada conversión al
Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe,
de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mundo actual
testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar
la “puerta de la fe” a tantos que están en búsqueda de la verdad. Esta
“puerta” abre los ojos del hombre para ver a Jesucristo
presente entre nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt
28, 20). Él nos enseña cómo «el arte del vivir» se aprende «en una relación intensa con él»[13]. «Con
su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo
tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un
mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso
eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la
alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe».[14]
Por encargo del Papa Benedicto XVI[15], la Congregación para la Doctrina de la Fe,
de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede y con la contribución de la Comisión para la preparación del Año de la fe[16], ha escrito
esta Nota con indicaciones para vivir este tiempo de gracia, las cuales no
excluyen otras propuestas que el Espíritu Santo quiera suscitar entre los pastores y fieles
de distintas partes del mundo.
Indicaciones
«Sé en quien he puesto mi confianza» (2 Tm 1, 12): estas palabras de San Pablo nos ayudan a comprender que la fe «es
ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e
inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado»[17]. La fe como confianza personal en el Señor y la fe que profesamos en el Credo son inseparables,
se evocan y exigen mutuamente. Hay un fuerte vínculo entre la fe vivida y sus contenidos:
la fe de los testigos y confesores es también la fe de los apóstoles y doctores de la Iglesia.
En este sentido, las siguientes indicaciones para el Año de la fe
tienen el objetivo de favorecer el encuentro con Cristo a través de
testigos auténticos de la fe y aumentar el conocimiento de sus
contenidos. Se trata de propuestas que
tienen la intención de solicitar una respuesta eclesial ante la
invitación del Santo Padre, para vivir en plenitud este año como un
especial «tiempo
de gracia»[18].
El redescubrimiento gozoso de la fe también ayudará a consolidar la
unidad y la comunión entre las distintas realidades que conforman la
gran familia de la Iglesia.
I. En el ámbito de Iglesia universal
1. El principal evento al comienzo del Año de la fe será la
XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada por
el Papa Benedicto XVI para el mes de octubre de 2012 y dedicada Al tema
de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Durante el Sínodo, el 11 de octubre de 2012
tendrá lugar una solemne celebración para dar inicio al Año de la fe, en recuerdo del quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II.
2. En el Año de la fe hay que alentar las peregrinaciones de los fieles a la Sede de Pedro,
para profesar la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, uniéndose a aquél que
hoy está llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22,
32). Será importante también fomentar las peregrinaciones a Tierra
Santa, el lugar que tuvo la primicia de conocer a Jesús,
el Salvador, y a María, su madre.
3. Durante este año será útil invitar a los fieles a dirigirse, con
particular devoción a María, imagen de la Iglesia, que «reúne
en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe»[19].
Por lo tanto,
se debería alentar toda iniciativa que ayude a los fieles a reconocer el
papel especial de María en el misterio de la salvación, a amarla
filialmente y
a imitar su fe y virtud. Para ello será muy conveniente organizar
peregrinaciones,
celebraciones y reuniones en los principales Santuarios.
4. La próxima Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, en julio de
2013, ofrecerá a los jóvenes una ocasión privilegiada para experimentar el gozo
que proviene de la fe en el Señor Jesús y de la comunión con el Santo Padre, en
la gran familia de la Iglesia.
5. Al respecto, sería conveniente la realización de simposios, congresos y reuniones de gran escala,
incluso a nivel internacional, que favorezcan la comunicación de auténticos
testimonios de la fe y el conocimiento de los contenidos de la doctrina de la
Iglesia Católica. Demostrando que también hoy la Palabra de Dios sigue creciendo y diseminándose,
es importante que se dé testimonio de que en Jesucristo «encuentra su
cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano»[20]
y que la fe «se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que
cambia toda la vida del hombre»[21]. Algunos congresos serán especialmente dedicados al redescubrimiento de las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
6. El Año de la fe ofrecerá a todos los creyentes una buena oportunidad para profundizar en el conocimiento de los principales documentos del
Concilio Vaticano II y el estudio del
Catecismo de la Iglesia Católica.
Esto vale particularmente para los candidatos al sacerdocio,
en especial durante el año propedéutico o los primeros años de estudios
teológicos, para los novicios y novicias de los Institutos de Vida
Consagrada y
las Sociedades de Vida Apostólica, así como para aquellos que se
preparan a entrar en una Asociación o Movimiento eclesial.
7. Este año será una ocasión propicia para acoger con mayor atención
las homilías, catequesis,
discursos y otras intervenciones del Santo Padre. Los pastores, personas
consagradas y fieles laicos serán invitados a un renovado compromiso de
adhesión eficaz y cordial a la enseñanza del Sucesor de Pedro.
8. Durante el Año de la fe, en colaboración con el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos,
se esperan iniciativas ecuménicas dirigidas a invocar de Dios y favorecer «la
restauración de la unidad entre todos los cristianos», que «es uno de los fines
principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II»[22]. En particular, tendrá lugar una solemne celebración ecuménica
para reafirmar la fe en Cristo de todos los bautizados.
9. En el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización será establecida una secretaría especial para coordinar las diversas iniciativas sobre el Año de la fe
promovidas por los distintos Dicasterios de la Santa Sede o que de
todos modos sean relevantes para la Iglesia universal. Será conveniente
que con tiempo se informe a esta secretaría sobre los
principales eventos que se organicen y también podrá sugerir iniciativas apropiadas. La secretaría abrirá un sitio especial en Internet, para proporcionar información útil para vivir de manera efectiva el Año de la fe.
10. Al final de este año, en la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo,
tendrá lugar una Eucaristía celebrada por el Santo Padre, en el que se
renovará solemnemente la profesión de fe.
II. En el ámbito de las Conferencias Episcopales[23]
1. Las Conferencias Episcopales podrán dedicar una jornada de estudio
al tema de la fe, de su testimonio personal y de su transmisión a las
nuevas generaciones, de acuerdo con la misión específica de los Obispos
como maestros y «pregoneros
de la fe»[24].
2. Será útil favorecer la reedición de los Documentos del Concilio Vaticano II,
del Catecismo de la Iglesia Católica y de su
Compendio, en
ediciones económicas y de bolsillo, y su más amplia difusión con el uso de medios electrónicos y modernas tecnologías.
3. Se espera que se renueve el esfuerzo para traducir los documentos del Concilio Vaticano II y
del Catecismo de la Iglesia Católica a
los idiomas que aún no
cuentan con traducción propia. Hay que alentar iniciativas de apoyo
caritativo a las traducciones a las lenguas locales de los territorios
de misión cuyas Iglesias particulares no puede sostener tales gastos.
Esto
podrá llevar a cabo bajo la dirección de la Congregación para la
Evangelización de los Pueblos.
4. Los pastores, aprovechando los nuevos lenguajes de la
comunicación, se esfuercen por promover trasmisiones televisivas o
radiofónicas, películas y publicaciones,
incluso a nivel popular, accesibles a un público amplio, sobre el tema
de la fe, sus principios y contenidos,
así como la importancia eclesial del Concilio Vaticano II.
5. Los santos y beatos son los auténticos testigos de la fe[25]. Por lo tanto, será conveniente que las Conferencias Episcopales
se esfuercen por dar a conocer los santos de su territorio, usando incluso los medios modernos de comunicación social.
6. El mundo contemporáneo es sensible a la relación entre fe y arte. En este sentido,
se recomienda a las Conferencias Episcopales que, para enriquecimiento de la
catequesis y una eventual colaboración ecuménica, se fomente el aprecio por el patrimonio artístico
que se encuentra en lugares confiados a su cuidado pastoral.
7. Se invita a los docentes de los Centros de estudios teológicos,
Seminarios y Universidades católicas a verificar la relevancia que, en
su enseñanza,
tienen los contenidos del
Catecismo de la Iglesia Católica y las implicaciones que se derivan para sus respectivas disciplinas.
8. Será útil preparar con la ayuda de teólogos y escritores de renombre, subsidios divulgativos de carácter apologético (cf. 1 Pe
3, 15), para que los fieles
puedan responder mejor a las preguntas que surgen en los distintos
contextos culturales. Se trata de los desafíos de las sectas, los
problemas asociados con el secularismo y el relativismo,
y de los «interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que,
sobre todo
hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros
científicos y
tecnológicos»[26], así como de otras dificultades específicas.
9. Sería deseable revisar los catecismos locales y los subsidios
catequísticos en uso en las Iglesias particulares, para asegurar su
plena conformidad con el
Catecismo de la Iglesia Católica[27]. En el caso de que algunos catecismos o subsidios para la catequesis no estén en completa sintonía con el Catecismo o que padezcan lagunas,
será oportuno comenzar la elaboración de nuevos catecismos, sirviéndose del ejemplo y
la ayuda de otras Conferencias Episcopales que ya lo hayan hecho.
10. En colaboración con la Congregación para la Educación Católica, competente
en materia, será oportuno verificar que los contenidos del
Catecismo de la Iglesia Católica estén presentes en la Ratio de la formación de los futuros sacerdotes y en el currículo de sus estudios teológicos.
III. En el ámbito diocesano
1. Se auspicia una celebración de apertura del Año de la fe y de su solemne conclusión en el ámbito de cada Iglesia particular,
para «confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de
todo el mundo»[28].
2. Será oportuno organizar en cada diócesis una jornada sobre el
Catecismo de la Iglesia Católica, invitando a tomar parte en ella sobre todo a sacerdotes,
personas consagradas y catequistas. En esta ocasión, por ejemplo, las eparquías
católicas orientales podrán tener un encuentro con los sacerdotes para dar
testimonio de su específica sensibilidad y tradición litúrgicas en la única fe
en Cristo; así, las Iglesias particulares jóvenes de las tierras de misión
podrán ser invitadas a ofrecer un testimonio renovado de la alegría de la fe que
las distingue.
3. Cada obispo podrá dedicar una Carta pastoral al tema de la fe, recordando la
importancia del Concilio Vaticano II y el
Catecismo de la Iglesia Católica, teniendo en cuenta las circunstancias específicas de la porción de
fieles a él confiada.
4. Se espera que en cada Diócesis, bajo la responsabilidad del obispo, se
organicen eventos catequísticos para jóvenes y para quienes buscan encontrar el
sentido de la vida, con el fin de descubrir la belleza de la fe de la Iglesia,
aprovechando la oportunidad de reunirse con sus testigos más reconocidos.
5. Será oportuno verificar la recepción del Concilio Vaticano II y del
Catecismo de la Iglesia Católica en la vida y misión de cada Iglesia
particular, especialmente en el ámbito catequístico. En tal sentido, se espera
un renovado compromiso de parte de los departamentos de catequesis de las
diócesis, que sostenidos por las comisiones para la catequesis de las
Conferencias Episcopales, tienen en deber de ocuparse de la formación de los
catequistas en lo relativo a los contenidos de la fe.
6. La formación permanente del clero podrá concentrarse, particularmente en este
Año de la fe, en los documentos del Concilio Vaticano II y el
Catecismo de la Iglesia Católica, tratando, por ejemplo, temas como “el anuncio de Cristo
resucitado”, “la Iglesia sacramento de salvación”, “la misión evangelizadora en
el mundo de hoy”, “fe e incredulidad”, “fe, ecumenismo y diálogo
interreligioso”, “fe y vida eterna”, “hermenéutica de la reforma en la
continuidad” y “el Catecismo en la atención pastoral ordinaria”.
7. Se invita a los Obispos a organizar celebraciones penitenciales,
particularmente durante la cuaresma, en las cuales se ponga un énfasis especial
en pedir perdón a Dios por los pecados contra la fe. Este año será también un
tiempo favorable para acercarse con mayor fe y frecuencia al sacramento de la
Penitencia.
8. Se espera la participación del mundo académico y de la cultura en un diálogo
renovado y creativo entre fe y razón, a través de simposios, congresos y
jornadas de estudio, especialmente en las universidades católicas, que muestren
«cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque
ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad»[29].
9. Será importante promover encuentros con personas que «aun no reconociendo en
ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad
definitiva de su existencia y del mundo»[30],
inspirándose también en los diálogos del Patio de los Gentiles, iniciados
bajo la guía del Consejo Pontificio de la Cultura.
10. El Año de la fe será una ocasión para dar mayor atención a las
escuelas católicas, lugares privilegiados para ofrecer a los alumnos un
testimonio vivo del Señor, y cultivar la fe con una oportuna referencia al uso
de buenos instrumentos catequísticos, como por ejemplo el
Compendio del
Catecismo de la Iglesia Católica o el Youcat.
IV. En el ámbito de las parroquias / comunidades / asociaciones / movimientos
1. En preparación al Año de la fe, todos los fieles están invitados a
leer y meditar la Carta apostólica
Porta fidei del Santo Padre Benedicto
XVI.
2. El Año de la fe «será también una ocasión propicia para intensificar
la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la
Eucaristía»[31].
En la Eucaristía, misterio de la fe y fuente de la nueva evangelización, la fe
de la Iglesia es proclamada, celebrada y fortalecida. Todos los fieles están
invitados a participar de ella en forma consciente, activa y fructuosa, para ser
auténticos testigos del Señor.
3. Los sacerdotes podrán dedicar mayor atención al estudio de los documentos del
Concilio Vaticano II y del
Catecismo de la Iglesia Católica,
recogiendo sus frutos para la pastoral parroquial –catequesis, predicación,
preparación a los sacramentos, etc.– y proponiendo ciclos de homilías sobre la
fe o algunos de sus aspectos específicos, como por ejemplo, “el encuentro con
Cristo”, “los contenidos fundamentales del Credo” y “la fe y la Iglesia”[32].
4. Los catequistas podrán apelar aún más a la riqueza doctrinal del
Catecismo de la Iglesia Católica y, bajo la responsabilidad de los respectivos
párrocos, guiar grupos de fieles en la lectura y la profundización común de este
valioso instrumento, con la finalidad de crear pequeñas comunidades de fe y
testimonio del Señor Jesús.
5. Se espera por parte de las parroquias un renovado compromiso en la difusión y
distribución del
Catecismo de la Iglesia Católica y de otros subsidios
aptos para las familias, auténticas iglesias domésticas y lugares primarios de
la transmisión de la fe. El contexto de tal difusión podría ser, por ejemplo,
las bendiciones de las casas, el bautismo de adultos, las confirmaciones y los
matrimonios. Esto contribuirá a confesar y profundizar la doctrina católica «en
nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la
exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de
siempre»[33].
6. Será conveniente promover misiones populares y otras iniciativas en las
parroquias y en los lugares de trabajo, para ayudar a los fieles a redescubrir
el don de la fe bautismal y la responsabilidad de su testimonio, conscientes de
que la vocación cristiana «por su misma naturaleza, es también vocación al
apostolado»[34].
7. En este tiempo, los miembros de los Institutos de Vida Consagrada y de las
Sociedades de Vida Apostólica son llamados a comprometerse en la nueva
evangelización mediante el aporte de sus propios carismas, con una renovada
adhesión al Señor Jesús, fieles al Santo Padre y a la sana doctrina.
8. Las comunidades contemplativas durante el Año de la fe dedicarán una
particular atención a la oración por la renovación de la fe en el Pueblo de Dios
y por un nuevo impulso en su transmisión a las jóvenes generaciones.
9. Las Asociaciones y los Movimientos eclesiales están invitados a hacerse
promotores de iniciativas específicas que, mediante la contribución del propio
carisma y en colaboración con los pastores locales, se incorporen al gran evento
del Año de la fe. Las nuevas Comunidades y Movimientos eclesiales, en
modo creativo y generoso, encontrarán los medios más eficaces para ofrecer su
testimonio de fe al servicio de la Iglesia.
10. Todos los fieles, llamados a reavivar el don de la fe, tratarán de
comunicar su propia experiencia de fe y caridad[35],
dialogando con sus hermanos y hermanas, incluso de otras confesiones cristianas,
sin dejar de lado a los creyentes de otras religiones y a los que no creen o son
indiferentes. Así se espera que todo el pueblo cristiano comience una especie de
misión entre las personas con quienes viven y trabajan, conscientes de haber
«recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos»[36]
Conclusión
La fe «es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos
las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de
los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en
un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo»[37].
La fe es un acto personal y comunitario: es un don de Dios, para vivirlo en la
gran comunión de la Iglesia y comunicarlo al mundo. Cada iniciativa del Año
de la fe busca favorecer el gozoso redescubrimiento y el renovado testimonio
de la fe. La indicaciones aquí ofrecidas tienen el objetivo de invitar a todos
los miembros de la Iglesia a comprometerse para que este año sea una ocasión
privilegiada para compartir lo más valioso que tiene el cristiano: Jesucristo,
Redentor del hombre, Rey del Universo, «iniciador y consumador de nuestra fe» (Heb
12, 2).
Dado en Roma, en la Sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 6 de
enero de 2012, Solemnidad de la Epifanía del Señor.
William Cardenal Levada
Prefecto
Prefecto
X Luis Ladaria F., S.I.
Arzobispo titular de Thibica
Secretario
Arzobispo titular de Thibica
Secretario
[1] Benedicto XVI, Carta Encíclica,
Deus caritas est, 25 de diciembre
de 2005, n. 1.
[2] Idem.,
Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de
2010.
[3] Juan XXIII,
Discurso durante la solemne apertura del Concilio Vaticano
II, 11 de octubre de 1962.
[4] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática
Lumen gentium,
n.1.
[5] Las Asambleas Ordinarias del
Sínodo de los Obispos han tratado los siguientes temas:
La preservación y el fortalecimiento de la fe católica,
su integridad, vigor, desarrollo, coherencia doctrinal e histórica (1967);
El sacerdocio ministerial y la justicia en el mundo (1971); La evangelización en el mundo moderno (1974);
La catequesis en nuestro tiempo (1977);
La familia cristiana (1980); La penitencia y la reconciliación en la misión de la Iglesia (1983);
La vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo (1987);
La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales (1991);
La vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (1994); El Obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo (2001);
La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y la misión de la Iglesia (2005);
La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia (2008).
[6] Benedicto XVI,
Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2005.
[7]Idem., Carta apostólica
Porta fidei, n. 4.
[8] Juan Pablo II, Discurso di clausura de la II Asamblea Extraordinaria
del Sínodo de los Obispos, 7 de diciembre de 1985, n. 6. El mismo Pontífice, en la fase inicial de este Sínodo, durante el
Ángelus del 24 de noviembre de 1985, dijo:
«La fe es el principio basilar, es el quicio, el criterio esencial de la
renovación que pretendió el Concilio. De la fe se deriva la norma moral, el
estilo de vida, la orientación práctica en cada una de las circunstancias».
[9] Idem., Constitución apostólica
Fidei depositum, 11 de octubre de
1992, n. 2.
[12] Benedicto XVI, Carta apostólica
Porta fidei, n. 11.
[13] Idem.,
Discurso a los participantes en el Encuentro promovido
por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, 15
de octubre de 2011.
[14] Idem., Carta apostólica
Porta fidei, n. 7.
[15] Cf.
Ibíd., n. 12.
[16] Dicha Comisión, constituida en la Congregación para la Doctrina de la Fe
por mandato del Santo Padre Benedicto XVI, cuenta entre sus miembros a los
Cardenales William Levada, Francis Arinze, Angelo Bagnasco, Ivan Dias, Francis
E. George, Zenon Grocholewski, Marc Ouellet, Mauro Piacenza, Jean-Pierre Ricard,
Staniław Ryłko y Christoph Schönborn; a los Arzobispos Luis F. Ladaria y
Salvatore Fisichella; y a los Obispos Mario del Valle Moronta Rodríguez, Gerhard
Ludwig Müller y Raffaello Martinelli.
[17] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 150.
[18]
Benedicto XVI, Carta apostólica
Porta fidei, n. 15.
[19] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática
Lumen gentium,
n. 65.
[20] Benedicto XVI, Carta apostólica
Porta fidei, n. 13.
[21]
Ibid., n. 6.
[22]Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto
Unitatis redintegratio, n. 1.
[23] Las indicaciones que se ofrecen a las Conferencias Episcopales valen
también, en modo análogo, para los Sínodos de obispos de las Iglesias
patriarcales y arzobispales mayores y para las Asambleas de Iglesias sui
iuris.
[24] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática
Lumen gentium,
n. 25.
[25] Cf. Benedicto XVI, Carta apostólica
Porta fidei, n. 13.
[26] Ibid., n. 12.
[27] Cf. Juan Pablo II, Constitución apostólica
Fidei depositum, n. 4.
[28] Cf. Benedicto XVI, Carta apostólica
Porta fidei, n. 8.
[29] Ibíd., n. 12.
[30] Ibíd., n. 10.
[31] Ibíd., n. 9.
[32] Cf. Benedicto XVI, Exhortación apostólica post sinodal
Verbum Domini,
30 de septiembre de 2010, nn. 59-60 y 74.
[33]Idem., Carta apostólica
Porta fidei, n. 8.
[34]Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto
Apostolicam actuositatem, n. 2.
[35] Cf. Benedicto XVI, Carta apostólica
Porta fidei, n. 14.
[36] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral
Gaudium et Spes,
n. 1.
[37] Benedicto XVI, Carta apostólica
Porta fidei, n. 15.
Fuente: http://www.vatican.va
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