El
primer día del nuevo año, los obispos de México y de Cuba han anunciado
el programa del viaje del Papa a ambos países. No hay mucha necesidad
de llamar la atención sobre la etapa cubana, ya que el jubileo de la
Virgen de la Caridad del Cobre se inserta en la singular situación
histórica y política de la gran isla caribeña, mientras es justo
mencionar los múltiples motivos y el significado continental de la etapa
mexicana, no en vano la primera del viaje.
El 12 de diciembre celebrando en San Pedro la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, el Papa ha indicado su voluntad de participar del Bicentenario de la independencia de los países de América Latina, y ha hablado con intensidad del “camino de integración” de este “querido continente” y “de su nuevo protagonismo emergente en el concierto mundial”, indicando los horizontes de un crecimiento plenamente humano y de la “misión continental” de “nueva evangelización”.
De esta manera ha querido dirigirse al más populoso de los países hispanos, para allí continuar las celebraciones, junto a los representantes de los episcopados latinoamericanos, justamente en aquel “Parque del Bicentenario” construido recientemente en el preciso centro geográfico de México, a los pies del Cerro del Cubilete, donde se levanta el Santuario nacional de Cristo Rey, desde el que se abraza espiritualmente al entero País.
¿Quién no se conmueve con el afecto de los mexicanos por el Papa? ¿De su entusiasmo cuando vienen a Roma a encontrarlo? ¿Quién no recuerda la triunfal acogida que ofrecieron a Juan Pablo II en sus cinco viajes en vida, y también en los últimos meses, a su reliquia peregrina por sus tierras? Hace veinte años, estableciendo relaciones diplomáticas con la Santa Sede, el País ha reconocido la profunda alma católica de su pueblo. El Papa Benedicto sabía que tenía que ir a México, y ha elegido una localidad a la que su Predecesor no había podido llegar. Porque es la misma misión que continúa y se desarrolla.
Que su viaje pueda ser un impulso para la superación de la pobreza y de la violencia, de esperanza y de paz para México y para toda América Latina.
El 12 de diciembre celebrando en San Pedro la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, el Papa ha indicado su voluntad de participar del Bicentenario de la independencia de los países de América Latina, y ha hablado con intensidad del “camino de integración” de este “querido continente” y “de su nuevo protagonismo emergente en el concierto mundial”, indicando los horizontes de un crecimiento plenamente humano y de la “misión continental” de “nueva evangelización”.
De esta manera ha querido dirigirse al más populoso de los países hispanos, para allí continuar las celebraciones, junto a los representantes de los episcopados latinoamericanos, justamente en aquel “Parque del Bicentenario” construido recientemente en el preciso centro geográfico de México, a los pies del Cerro del Cubilete, donde se levanta el Santuario nacional de Cristo Rey, desde el que se abraza espiritualmente al entero País.
¿Quién no se conmueve con el afecto de los mexicanos por el Papa? ¿De su entusiasmo cuando vienen a Roma a encontrarlo? ¿Quién no recuerda la triunfal acogida que ofrecieron a Juan Pablo II en sus cinco viajes en vida, y también en los últimos meses, a su reliquia peregrina por sus tierras? Hace veinte años, estableciendo relaciones diplomáticas con la Santa Sede, el País ha reconocido la profunda alma católica de su pueblo. El Papa Benedicto sabía que tenía que ir a México, y ha elegido una localidad a la que su Predecesor no había podido llegar. Porque es la misma misión que continúa y se desarrolla.
Que su viaje pueda ser un impulso para la superación de la pobreza y de la violencia, de esperanza y de paz para México y para toda América Latina.
radiovaticana.org
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