No
son muchos los creyentes que seriamente se plantean esta pregunta. Y
desde luego no hay que ser un lince, para darse cuenta de la importancia
que tiene el cumplimiento de la voluntad de Dios, en la salvación de
nuestras almas. Claro que desgraciadamente no está de moda y son muchos
los que no les preocupa eso de la “salvación del alma”. Es más, los hay
que piensan que el alma está en el cerebro, y así seriamente lo
manifiesta en un programa de esoterismo de un ex ministro. Los hay que
ni siquiera saben que además de cuerpo tienen alma, y piensan que eso de
tener alma, va en relación con las aptitudes que uno tenga. Así, por
ejemplo, los hay con alma de artista, alma de músico, alma de pintor.
El
ser humano tiene en su alma, una impronta de ansia de su Creador, y el
maligno cuando logra que una persona viva de espaldas a Dios, está ansia
se la calma con conceptos, que estas personas consideran que más le
elevan su espíritu, y se agarran la tema de la cultura como un
sustitutivo de Dios, al de las artes, la danza o la música. El afán por
la política, les lanza a temas filantrópicos como son casi todas las
ONG. Son paliativos, o remedios con los que se trata de calmar en ansia
del Dios vivo, que todo ser humano, consciente o inconscientemente
tiene. Pero lo que verdaderamente es asombroso, es la habilidad del
maligno para manejar las mentes, permaneciendo en la sombra. Desgraciada
o agraciadamente él este está siempre ahí al acecho de nosotros y digo
agraciadamente porque su existencia y sus tentaciones nos permiten
demostrarle al Señor nuestro amor. Si no hubiese demonio, no tendríamos
escala para subir al cielo.
Pero
centrándonos en el tema de la voluntad del Señor, esta existe genérica y
específica o individualmente para cada uno de los cerca de 7.000 seres
humanos que ahora habitan la tierra. Genéricamente, Dios solo tiene un
deseo primordial para Él y por lo tanto también primordial, para los que
le amamos; y es que absolutamente todo el mundo se salve. Es lo que se
conoce con el nombre de: “Voluntad universal salvífica de Dios”. El
parágrafo 851, del Catecismo de la Iglesia católica, nos dice que: “El
motivo de la misión. Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia
ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso
misionero: "porque el amor de Cristo nos apremia..." (2Co 5,14; AA 6; Rm
11). (…). Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la
verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la
moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación;
pero la Iglesia a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al
encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el
designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera”.
Dios
quiere que todos nos salvemos aceptando su amor, para Él el valor de
una sola alma es algo tremendo, no olvidemos que le ha costado el precio
de su sangre. Y es que su amor por nosotros, es un amor
individualizado, hasta extremos que nosotros no podemos comprenderlo,
como esto es posible, pero para Él, si posibles, porque para Dios todo
es posible (Mt 19,26). Para San Pablo:
“Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento
de la verdad. Porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y
los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para
redención de todos; testimonio dado a su tiempo” (1Tm 2,4-6). Y
esta voluntad genérica de Dios, de que todos seamos salvos, debemos de
hacerla nuestra si amamos al Señor, porque lo que ama el Amado, es lo
que debe de amar el amador. Tenemos pues que cumplimentar esta voluntad
divina que es la que impulsa el afán misionero y apostólico de la
Iglesia y de todos y cada uno de sus miembros, es decir de nosotros.
Y
para salvarnos, es deseo del Señor el que le amemos y le demostremos
nuestro amor, señalándonos como condición mínimo la del cumplimento de
sus mandamientos. Por ello San Juan en su evangelio, pone en boca del
Señor estas palabras: “El que
tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me
ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él”
(Jn 14,21). Es decir, guardar la palabra de Dios y permanecer en ella,
es ser introducido ya en el movimiento Trinitario de amor que une al
Padre y al Hijo, lo cual en definitiva es la razón de nuestro paso por
esta vida, la de superar una prueba de amor, para poder ser glorificados
en el Amor Trinitario.
Pero
esta prueba de amor a la que estamos aquí convocados, para superarla,
nos exige también el cumplimento de la voluntad de Dios, que además de
ser genérica, y obligarnos al cumplimiento de sus deseos genéricos nos
obliga específicamente, a cada uno según es estado, condición y
circunstancias, en las que no encontremos situados en esta vida. Es
distinta la voluntad de Dios con respecto a un soltero, que las
referentes a un casado, o a uno o una que hayan sido consagrados a su
servicio. Y a su vez a cualquiera de estas personas les varían sus
obligaciones, de acuerdo con su situación económica y social en su vida y
también con respecto al país donde se encuentren. Hay una multitud de
variantes por lo que podríamos decir que cada uno tiene unas
obligaciones específicas que no coinciden con las de nadie más.
Dios
que a todos nos ha hecho diferentes, tenemos también diferentes caminos
para llegar a Él. Existen unas normas de carácter general, que a todos
nos son de aplicación, pero cada uno tenemos unas obligaciones
diferentes para cumplimentar su voluntad con respecto a cada uno de
nosotros. Somos piezas únicas e insustituibles del Plan general de Dios,
y debemos de encontrar cual es nuestra obligación y cumplimentarla.
Y
es entonces cuando, más de un lector me preguntará: ¿Y cómo puedo yo
saber cuáles son mis específicas obligaciones para cumplimentar la
voluntad de Dios con respecto a mí? Para las personas consagradas en
órdenes religiosas, este es un tema muy sencillo de resolver. Consiste
simplemente en obedecer siempre al superior, así sabe uno que nunca se
equivoca, y si hay error este le será apuntado en su cuenta al Prior
pero nunca al súbdito, pues para ello en su día hizo este voto de
obediencia. Pero los que no nos encontramos en esta envidiable
situación, el tema tampoco es muy difícil. Consiste simplemente en ser
dócil a las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo.
Claro
que esta respuesta, va a dar origen a una segunda pregunta: ¿Y cómo se
yo, cuáles son esas mociones e inspiraciones del Espíritu Santo?
Sencillo, orando, orando y orando. Orar incesantemente nos dice el
Señor, y San Pablo repite: “Orad constantemente. 18 En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros”
(1Ts 5,17-18). Al que ora, Dios siempre lo encauza. Lo que ocurre es
que uno funciona a ciegas, pues en la vida espiritual, el Señor por
nuestro bien, nunca quiere que sepamos donde nos encontramos, con lo
cual evita por un lado que nos enorgullezcamos de nuestros avances que
no son nuestros y de otro que no tengamos un elemento de comparación con
otras almas.
Lo
que yo si recomendaría, es que constantemente nos preguntemos: ¿Es
estoy haciendo lo que el Señor quiere que yo haga? Y si uno quiere
cumplir con la voluntad del Señor, que no dude, de que Él por un
procedimiento o por otro, siempre le va a indicar a cada uno cuál es el
camino.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Fuente: http://religionenlibertad.com
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