Me parece que
algunas cosas deberían quedarnos claras a los que nos llamamos cristianos. ¿Cuál
es el corazón del cristianismo? El Sagrado Corazón de Jesús-Cristo. ¿Qué
es el cristianismo? Cristo crucificado y resucitado, presente en su
Iglesia (una sola, santa y católica), con la plenitud de su amor sacramentado,
y en su vicario actual, Su Santidad, el Papa Benedicto XVI.
¿Cuáles
son los sentimientos del Corazón de Cristo? Arder de amor por sus
enemigos; desde el amor del Padre, rescatarlos y redimirlos, entrando en la
muerte como manso cordero, sin condenar a nadie, y darles este espíritu de
perdón. Quien tiene el Espíritu de Cristo, arde en amor por los enemigos de la
Iglesia, por las ovejas perdidas, los saulos de Tarso de hoy, los romanos de
hoy, los paganos de hoy, y hasta por los judas de hoy, y podríamos seguir con
los hijos pródigos, las magdalenas, los traidores como los apóstoles, los
adúlteros como David, los ladrones como Dimas, los financieros como Mateo y
Zaqueo, y tantos y tantos más que aparecen en toda la Escritura, especialmente
en el Evangelio y el Nuevo Testamento.
“Alegrémonos”, hermanos, de que se suscite oposición a la visita papal. A
Cristo Jesús no le dejaban hablar muchas veces; al apóstol San Pablo, ni qué decir,
y, así, a todos los demás apóstoles, como ya había ocurrido con los
profetas anteriores. La visita del Papa es una oportunidad para evangelizar,
para ir al encuentro de los enemigos, ir como corderos indefensos y
aceptar sufrir por ellos, sin juzgarlos y amándolos: esto es lo que significa
no responder al mal con el mal, aceptar críticas, insultos, escupitajos,
palizas, sin resistirnos, haciendo lo que hay que hacer: anunciar el Evangelio
con la propia vida y desde la más perfecta “no defensa terrena”. Es una
oportunidad magnífica para que se vea un espíritu nuevo en la Iglesia, que no
es de izquierdas, ni de derechas, sino de amor al enemigo, y de sufrir por él
sin defenderse, el espíritu del cordero manso que ama. Esto salvará a los del
15M, y a todos los 15M de la historia que ha habido, hay y habrá.
Este espíritu me salvó a mí del anti-teismo radical en el que viví tantos años
desde un anarquismo de espíritu y de hecho teniendo por “padre” ideológico y
espiritual a Nietzsche. Recuerdo un chico al que yo insultaba, y le
amenazaba con romperle en la cabeza una botella de whisky, si me seguía
hablando de Dios. Un chico al que prohibí venir a mi casa para hablar de Dios.
El callaba y recuerdo cómo no se defendía, y rezaba de rodillas por mí. Murió
santamente hace 25 años, de un tumor cerebral que precisamente debutó como una
crisis convulsiva en un encuentro pro-vocacional de jóvenes en el año 1984 en
Roma. Al ver su cadáver vestido con hábito franciscano, aunque nunca llegó a
profesar como tal, recordé que yo me había sentido amado por él, nunca juzgado
o excluido de su amistad aunque yo lo odiara por lo que representaba, y lo conocía
desde la adolescencia. Hoy, algunos que nos metíamos con él, hemos vuelto a la
Iglesia Católica, convencidos de la intervención celestial de sus sacrificios,
y de estos uno murió santamente despues de haber conocido el amor de
Jesucristo.
Recuerdo una película antigua, en blanco y negro, sobre la vida de San
Francisco de Asís, de una belleza incomparable (Francisco, juglar de Dios;
Roberto Rossellini, 1950). En esta película (basada en el libro de las
“florecillas” (“fioretti”) de San Francisco), un sencillo monje (fray Junípero)
es enviado a evangelizar, después de mucho quejarse de su labor de
cocinero, y llega al campamento de unos soldados. Éstos se ríen de él, les
sirve de escarnio, lo apalean, lo quieren matar y, al final, dejándose tratar
como un trapo sucio, los vence con el amor del que no se resiste al mal. Cristo
nos ayudó con la predicación, pero nos salvó muriendo en la cruz. A esta
cultura harta de todo, saciada de agua sucia, que vive, como siempre ha vivido
el mundo, en el odio a Cristo y su Iglesia, la salva LA CRUZ DE LOS CRISTIANOS,
que mueren gozosos en ella, por amor a Aquel que nos amó, nos ama y nos
ayuda cada día, Jesucristo.
Anunciemos el Evangelio como Cristo nos dice tantas veces en los Evangelios:
basta de prepotencias y de falsos cristianismos, disfrazados de derecha, de
izquierda, de burguesía, de revolución y de no sé qué barnices más, o los
“perro-flautas” seremos nosotros, con mucho más perjuicio para el mundo que lo
que hacen ellos. Los socialistas hacen “socialistadas”; los comunistas,
“comunistadas”; los anarquistas lo que vaya contra el sistema, y así los demás
grupos.
¿De qué nos
asustamos? ¿De qué nos sorprendemos? Están ahí para ACEPTARLOS COMO SON y
AMARLOS DESDE CRISTO, rechazando el pecado, sea del tipo que sea, pero dando la
vida por ellos y CARGANDO CON SUS PECADOS. Está es la Luz de Cristo, el resto
son medias luces que confunden trágicamente al mundo. Esta es la sal de la
tierra, la sal cristiana, lo otro es arena en la comida que los hombres escupen
y hacen bien. Este es el fermento que hizo caer el imperio romano a los pies de
tantos cristianos martirizados, que ha propiciado la caída del ruso, y será el
único que haga caer el chino, el musulmán o lo que venga.
Tenemos una gran
responsabilidad los cristianos con el legado que Jesucristo nos entrego y que
se resume en el “Santo agapé”, en el “Santo Amor a los enemigos” porque es el
único amor que salvará a este mundo. No nos llamemos cristianos si no lo
tenemos, por lo menos seamos auténticos porque creo que en eso nos ganan los
enemigos, digamos que somos buenos o malos, de izquierdas o de derechas,
conservadores o progres, pero no usemos el nombre de Dios en vano.
Nuestra alegría nos viene del Espíritu Santo. Es en las persecuciones donde se
nos exprime y sale puro el amor de Cristo, si es que lo tenemos. Nuestra
alegría, cuando baja del cielo, es la conversión de los pecadores, más que por
cientos, miles o millones de justos que “no necesitan” de conversión. Habrá más
alegría en el cielo durante la JMJ por uno de estos que nos hacen cara, que nos
insultan y que nos boicotean, si se convierten viendo la luz del cordero manso,
que por noventa y nueve de los demás: así está revelado. Facilitemos a Cristo
acercarse a ellos. Así murieron nuestros santos curas durante la Guerra Civil,
perdonando y salvando con su sangre a los propios verdugos y a este país. No
seamos como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, y pensemos que
ellos se lo pasan bien.
Yo viví ocho años en el ateísmo, unas veces como anarquista, otras como “hippy”
recorriendo la Europa de los años 70, y otras como un anticlerical rabioso. En
mi radicalismo perseguí a dos sacerdotes de mi parroquia que fueron
trasladados, vinimos en los periodicos, llegamos a encerrarnos en el templo un
fin de semana; despues como corrección del obispo estuvimos sin párroco propio
un tiempo. Recuerdo despues el perdón de uno de estos curas cuando se lo pedí,
el otro había muerto; la alegría y el abrazo de mi obispo al volver medio
ciego, despues del encuentro con El Resucitado, para ponerme a su disposición.
La paciencia y ternura de un jesuita anciano con quien me confesaba los
primeros meses, de mi actual santo párroco los primeros años cuando estaba tan
mal por mis pecados y de mis guias láicos. El ateísmo, si es serio, es un
infierno en vida, como todo lo que nos aleja de Dios. Lo que nos acerca a Él
son los cristianos como lo hizo mi amigo Pepito, y otros tantos mártires con el
mismo espíritu de San Esteban que aparecieron en mi vida, algunos de ellos de
mi propia familia.
San Ignacio de Loyola en su lecho de muerte: “pedía para su congregación
persecuciones con el fin de que fuera purificada de falsos jesuitas”. Esto
mismo deberíamos pedir para nuestra Iglesia en determinados contextos,
entiendase bien, pues de esta forma estarían los que tienen que estar. A mi me
han amenazado de muerte física, desde fuera de la iglesia, por seguir al Señor,
y de muerte espiritual desde dentro, y estas mismas amenazas han provocado que
salga de mi interior, lo poco o mucho que tengo de cristiano, que no es mío
sino un regalo de Jesucristo. Por esto mismo, aunque quiera, no puedo juzgar a
los indignados.
He vivido como
misionero en países ateos y en países religiosos, y lo único que deseo es que
Cristo sea manifestado con la vida de los cristianos, con mi propia vida.
Sin que haya nuevos
mártires la iglesia no puede cumplir su misión de anunciar el evangelio a TODO
EL MUNDO, tambien a los enemigos. No seamos como Pedro que pensando “a la
manera y desde el amor humano y seducido por Satanás” intento apartar al Señor
de la Cruz para que no se manifestase la resurrección y el amor de Dios a
los hombres.
El mundo está
cansado de címbalos que retiñen, de una fe que mueve montañas y destruye torres
gemelas, de falsos templarios, de “profetones” y de pseudo-ciencias. El mundo
tiene sed de cristianos como la madre Teresa de Calcuta, Maximiliano Mª Kolbe,
Edith Stein, Juan Pablo II, San Giuseppe Moscati, y tantos otros que saldrán,
nuevos e irrepetibles, porque Dios ama a los hombres.
Hermanos, la guerra la ganó Cristo y está ganada hasta el fin del mundo. No
tengamos miedo del demonio, temamos a Aquel que tiene poder para mandar cuerpo
y alma al infierno por haber sido agentes de iniquidad en su nombre. Por haber
comido con Él en las santas eucaristías y haber visto milagros y echado
demonios en su nombre. Por habernos vestido de lino y púrpura y banqueteado sin
haber amado a los “lazaros” de hoy que andan pidiendo a gritos por las calles
las migajas de amor que caen de nuestras mesas. Que reclaman ser amados por los
cristianos aunque no lo sepan. Que desean ver la autenticidad y la
libertad de los cristianos ante la muerte y que piden un trozo de cielo.
Recordemos que
El Señor Resucitado lleva la historia y permite lo que permite para bien de los
que le aman. La Verdad no necesita armas, ni dialécticas de ningún tipo y mucho
menos de apologías. La Verdad se manifestó ante Pilato cuando se le preguntó,
hecha un adefesio ensangrentada, coronada de espinas, con más silencio que
palabras y diciendo “que no era de este mundo.”
Quiera Dios que la JMJ dé frutos de santidad cristiana. Recemos, ayunemos,
demos limosna y ofrezcamos nuestros padecimientos por esta intención como ya se
está haciendo, el resto es cosa de Dios. Seamos lo que somos, si es que lo
somos. Yo me recupero de mis heridas de las trincheras misioneras, en las que
he dado media vida por la predicación del Evangelio, y rezo, ¡cómo no!, por los
indignados, los ateos, los anticlericales. ¡Cuánta falta hace en la
Iglesia de hoy estas conversiones! Cristianos que amen mucho porque mucho se
les ha perdonado, no las obstruyamos. Rezo también por nuestra propia
conversión. Yo creo que Cristo y su corazón ardiente y traspasado, desea
santos, que Él lo haga. Con cariño a los indignados y a mi amigo Pepito.
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