"No
puedo menos que asombrarme –vuelvo a citar a Lee Iacocca–
ante el gran número de personas que, al parecer, no son dueñas
de su agenda. A lo largo de estos años, se me han acercado
muchas veces altos ejecutivos de la empresa para confesarme con un
mal disimulado orgullo: fíjese, el año pasado tuve tal
acumulación de trabajo que no pude ni tomarme unas vacaciones.
"Al
escucharles, siempre pienso lo mismo. Pienso que no me parece que
eso deba ser en absoluto motivo de presunción. Tengo que contenerme
para no contestarles: ¿Serás idiota? ¿Pretendes
hacerme creer que puedes asumir la responsabilidad de un proyecto
de ochenta millones de dólares si eres incapaz de encontrar
dos semanas al año para pasarlas con tu familia y descansar
un poco?"
Hay muchos hombres
y mujeres que se suponen bien preparados profesionalmente, pero que
no saben casi nada sobre cómo organizar su tiempo: les falta
reflexión y sosiego, y no son dueños de su tiempo ni
de su agenda. En algunos casos extremos, ese desorden interior se
manifiesta en un auténtico aceleramiento vital que les lleva
a lanzarse a hacer las cosas sin antes pararse siquiera un minuto
a pensar si deben hacerlas o no, o cómo deben hacerlas.
Es algo parecido
a lo que cuenta aquel viejo chiste, en que llaman por teléfono
a un bar para dar recado a un tal Pepe de que su mujer ha tenido un
accidente y está grave, para que vaya urgentemente al hospital.
Uno de los hombres que está allí sale a toda prisa,
se monta en una bicicleta que había en la puerta, y a los cuatro
metros, en la misma acera, pierde el equilibrio y se estrella contra
un árbol. Cuando se levanta, dolorido y maltrecho, masculla
en voz baja: "La verdad es que me está bien empleado,
porque... ni me llamo Pepe, ni estoy casado, ni sé montar en
bicicleta".
Si esas personas
un poco hiperactivas, como ese Pepe del chiste, se pararan un poco
más a pensar las cosas, se evitarían muchos golpes y
lograrían hacer más con menos esfuerzo.
—De
todas formas, también hay otras personas que necesitan precisamente
lo contrario: pasar más de la reflexión a la acción,
o sea, lanzarse un poco.
Sin duda: unos
necesitan pararse a pensar, y otros necesitan atreverse de una vez
a poner en práctica lo que piensan. Cada uno debe ver en cada
caso. Tenemos delante muchos problemas, muchas opciones, y nuestra
disponibilidad de tiempo es escasa, y hay que optar continuamente
entre una cosa u otra, y hacer frente lo mejor posible a esa complejidad
que se nos presenta. Es un reto que hemos de superar mediante un constante
empeño personal, aunque siempre de forma cordial, sin angustias
ni crispación, con optimismo.
Sin caer en extremos
patológicos, es preciso ser críticos con nosotros mismos
en lo que se refiere a nuestra forma de trabajar y de organizarnos.
Alfonso
Aguilówww.interrogantes.net
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