Domingo, 23 oct (RV).- Bonifacia Rodríguez de Castro nació en Salamanca, España, el 6 de junio de 1837 en una familia profundamente cristiana. Durante su juventud ejercitó trabajos artesanales, e inició su propia actividad. Su testimonio de vida sencilla y laboriosa ejerció una gran atracción en muchas muchachas que con gusto quisieron pasar con ella tardes veraniegas. Poco a poco su casa-laboratorio se transformó en un incipiente centro de prevención a favor de las mujeres trabajadoras. Este grupo de jóvenes dio origen a la Asociación Josefina, en la cual florecieron numerosas vocaciones a la vida religiosa. El 10 de enero de 1874 Bonifacia fundó en Salamanca la Congregación de las Siervas de San José, un proyecto inédito de vida consagrada femenina inscrita en el mundo del trabajo a la luz de la Familia de Nazaret. En sus “laboratorios de Nazaret” las Siervas de san José ofrecían trabajo a numerosas mujeres pobres, evitando así los peligros de perder su propia dignidad en el difícil contexto de los inicios de la revolución industrial española, cuando la mujer comenzó a ofrecer su aportación laboral fuera de los muros domésticos. En medio de muchas dificultades, Bonifacia aceptó con admirable sencillez toda una serie de injusticias, humillaciones y calumnias, sin lamentarse jamás, sin hacer ninguna reivindicación ni protestas. Llena de fe y esperanza en Dios, inspiró su actitud al silencio de Jesús en su pasión y perdonó a todos con gran generosidad. Se apagó piamente en Zamora, rodeada de una coral fama de santidad, el 8 de agosto de 1905. El Sumo Pontífice Juan Pablo II la beatificó en el 2003.
Guido María Conforti nació en Ravadese, en la diócesis de Parma, el 30 de marzo de 1865 y fue bautizado el mismo día con los nombres de Guido, José, María. Al entrar en el seminario fue ordenado sacerdote el 22 de septiembre de 1888. No pudo seguir, por motivos de salud, la vocación misionera a la que se sentía llamado, fundó la Sociedad Pía de San Francisco Javier para las misiones en el Extranjero, o misioneros javerianos, que dirigió por muchos años y animó con fervor, enviando además a algunos hermanos a China. Al ser nombrado arzobispo de Ravenna, guió la Diócesis durante un bienio, profundizando sus mejores energías, pero fue obligado a renunciar por graves motivos de salud. Al recuperar su salud, fue nombrado Obispo de la Diócesis de Parma, cargo que ocupó durante veinticuatro años, promoviendo la instrucción religiosa de su pueblo. Afrontó grandes fatigas e incomodidades, realizó cuatro visitas pastorales viajando hasta las parroquias más remotas. La muerte interrumpió su quinta visita pastoral. Convocó dos sínodos diocesanos, instituyó y promovió la Acción Católica, atendió en modo singular la formación del clero en los Seminarios, contribuyó en la fundación de la Unión Misionera del Clero, de la cual fue Presidente, convirtiéndose en uno de los animadores más valiosos de la cooperación misionera en Italia y en el mundo. El 5 de noviembre de 1931 agobiado por las fatigas y la actividad, lleno de virtudes y méritos, entró en la Casa del Padre, en olor de santidad. El Sumo Pontífice Juan Pablo II lo beatificó en 1996.
Luis Guanella nació en Fraciscio, fracción del municipio de Campodolcino en la diócesis de Como, el 19 de diciembre de 1842. Adolescente entró en el seminario diocesano y al cumplir su formación, el 26 de mayo de 1866 fue ordenado sacerdote. En el ministerio pastoral se distinguió siempre por su celo y caridad apostólica. Fue nombrado párroco en Pianello Lario, heredó y valorizó la experiencia de grupo de chicas asociadas para asistir a los más necesitados. Será así el primer núcleo de las Hijas de Santa María de la Providencia. Además de la Congregación femenina, don Guanella también formó un grupo de sacerdotes que llamó “Siervos de la Caridad”. En Roma San Luis Guanella, edificó una iglesia, la cual llamó la Pía Unión del Tránsito de San José, una asociación de oraciones por los moribundos, de la que el Papa San Pío X quiso ser el primer inscrito. A la edad de setenta años, san Luis Guanella se embarcó y llegó hasta los Estados Unidos para ayudar a los emigrados, y luego de persona, ayudó a los damnificados por el terremoto de Abruzo. La vejez, el inicio de la Primera Guerra Mundial en Italia, la preocupación por algunos hermanos en el frente militar, debilitaron su salud, que el 27 de septiembre del 1915 tuvo una parálisis y luego el 24 de octubre entró en la Casa del Padre. Toda su vida, generosamente prodigada al servicio de los últimos fue constante y fue un glorioso anuncio de la paternidad de Dios. El Sumo Pontífice Pablo VI lo proclamó Beato en el 1964.
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