Bonifacia Rodríguez Castro (1837-1905) fue una sencilla trabajadora de
la que hoy Benedicto XVI ha proclamado su santidad y la ha ofrecido como
modelo a los cristianos de todo el mundo. El papa ha canonizado a la
fundadora de las Siervas de San José, pionera de la promoción laboral y
educativa de la mujer en la segunda mitad del siglo XIX.
Santa
Bonifacia nació en Salamanca, España, el 6 de junio de 1837, en una
familia artesana. La principal preocupación de sus padres, Juan y María
Natalia, era la educación en la fe de sus seis hijos, de los cuales
Bonifacia era la mayor. Su primera escuela fue el hogar de sus padres,
donde Juan, sastre, tenía su taller de costura, por lo que Bonifacia lo
primero que vio al nacer fue un taller.
Terminada la enseñanza primaria, aprendió el oficio de cordonera, con
el que empezó a ganarse la vida a los quince años, a la muerte de su
padre, para ayudar a su familia.
Pasadas las primeras estrecheces, monta su propio taller de
“cordonería, pasamanería y demás labores”, en el que trabaja con el
mayor recogimiento posible e imita la vida oculta de la Familia de
Nazaret.
A partir de 1865, fecha del matrimonio de Agustina, única de sus
hermanos que llega a la edad adulta, Bonifacia y su madre se entregan a
una vida de intensa piedad, yendo todos los días a la cercana Clerecía,
iglesia regentada por la Compañía de Jesús.
Un grupo de chicas de Salamanca, atraídas por su testimonio, acuden a
su casa-taller en las fiestas. Buscan en Bonifacia una amiga que las
ayude. Deciden formar la Asociación de la Inmaculada y San José, llamada
después Asociación Josefina. La santidad se mueve entre costuras, como
el Dios de santa Teresa se movía entre los pucheros. El taller de
Bonifacia tiene una clara proyección apostólica y social de prevención
de la mujer trabajadora.
Bonifacia se siente llamada a la vida religiosa. Piensa en las
dominicas pero un acontecimiento cambiará el rumbo de su vida: el
encuentro con el jesuita catalán Francisco Javier Butinyà, que llega a
Salamanca en 1870, con una gran inquietud los trabajadores manuales.
Atraída por su mensaje de la santificación del trabajo, Bonifacia se
pone bajo su dirección espiritual. Butinyà entra en contacto con las
chicas que frecuentan su taller. Piensa en la fundación de una nueva
congregación femenina, orientada a la prevención de la mujer
trabajadora.
Bonifacia le confía su llamada a ser dominica, pero el jesuita le
propone fundar con él la Congregación de Siervas de san José, a lo que
ella accede. Con otras seis mujeres de la Asociación Josefina, entre
ellas su madre, inicia en Salamanca, en su propio taller, la vida en
comunidad en 1874, en un momento conflictivo en la vida política del
país.
Era un novedoso proyecto de vida religiosa femenina, inserta en el
mundo del trabajo a la luz de la contemplación de la Sagrada Familia,
recreando en las casas de la congregación el Taller de Nazaret. En este
taller, las siervas de San José ofrecían trabajo a las mujeres pobres,
evitando los peligros que en aquella época suponía para ellas salir a
trabajar fuera de casa.
Era una forma de vida religiosa demasiado nueva y arriesgada para no
tener oposición. Es combatida por el clero diocesano de Salamanca.
Butinyà es desterrado con los jesuitas y en enero de 1875 el obispo
Lluch i Garriga, que había apoyado el proyecto, es trasladado a
Barcelona. Bonifacia se ve sola al frente del Instituto a tan sólo un
año de su nacimiento.
Los nuevos directores de la comunidad, nombrados por el obispo entre
los sacerdotes seculares, siembran la desunión entre las hermanas,
algunas de las cuales comienzan a oponerse al taller como forma de vida y
a la acogida de la mujer trabajadora en él. Bonifacia Rodríguez,
fundadora, no consiente cambios en el carisma definido por el padre
Butinyà en las constituciones.
El director de la congregación, aprovechando un viaje de Bonifacia a
Gerona en 1882, para establecer la unión con otras casas de siervas de
San José, que Butinyà había fundado en Cataluña a su vuelta del
destierro, promueve su destitución como superiora y orientadora del
Instituto. Humillaciones, rechazo, desprecios y calumnias recaen sobre
ella para hacerla salir de Salamanca. La única respuesta de Bonifacia es
el silencio, la humildad y el perdón.
Como solución al conflicto, Bonifacia propone al obispo de Salamanca
Narciso Martínez, la fundación de una nueva comunidad en Zamora.
Aceptada por él y por el obispo de Zamora Tomás Belestá, Bonifacia sale
acompañada de su madre, el 25 de julio de 1883, llevando en su corazón
el Taller de Nazaret. Y en Zamora le da vida con toda fidelidad,
mientras en Salamanca comienzan las rectificaciones a un proyecto
incomprendido.
Bonifacia, en su taller de Zamora, codo a codo con otras mujeres
trabajadoras, niñas, jóvenes y adultas, teje la dignidad de la mujer
pobre sin trabajo, “preservándola del peligro de perderse” (Decreto de
Erección del Instituto. 7 de enero de 1874); teje la santificación del
trabajo hermanándolo con la oración al estilo de Nazaret; teje
relaciones humanas de igualdad, fraternidad y respeto en el trabajo.
La casa madre de Salamanca se desentiende de Bonifacia y de la
fundación de Zamora, dejándola sola y marginada, y, bajo la guía de los
superiores eclesiásticos, lleva a cabo modificaciones en las
Constituciones de Butinyà para cambiar los fines del Instituto.
El 1 de julio de 1901 León XIII concede la aprobación pontificia a
las siervas de San José, solicitada por la casa madre, quedando excluida
la casa de Zamora. Es el momento cumbre de la humillación y despojo de
Bonifacia. No recibiendo respuesta del obispo de Salamanca Tomás Cámara,
llevada por su fuerza de comunión, se pone en camino hacia Salamanca
para hablar con aquellas hermanas. Pero al llegar a la casa de Santa
Teresa le dicen: “tenemos órdenes de no recibirla”, y se vuelve a Zamora
con el corazón partido. Sólo se desahoga con estas palabras: “No
volveré a la tierra que me vio nacer ni a esta querida casa de Santa
Teresa”. Y el silencio sella sus labios, de modo que la comunidad de
Zamora sólo después de su muerte se entera de lo ocurrido.
Llena de confianza en Dios, comienza a decir a las hermanas de
Zamora: “cuando yo muera”, segura de que la unión se realizaría
entonces. Con esta esperanza, rodeada del cariño de su comunidad y de la
gente de Zamora que la veneraba como a una santa, fallece en esta
ciudad el 8 de agosto de 1905. El 23 de enero de 1907 la casa de Zamora
se incorpora al resto de la congregación.
Cuando su vida se apaga, Bonifacia Rodríguez deja en herencia a la
Iglesia: el testimonio de su fiel seguimiento de Jesús en el misterio de
su vida oculta en Nazaret; una vida sencillamente evangélica; y un
camino de espiritualidad, centrado en la santificación del trabajo
hermanado con la oración en la vida cotidiana.
Las Siervas de San José continúan hoy su tarea en doce países:
escuelas misioneras en la Amazonia peruana, hospitales en Congo,
talleres de bordado en Filipinas o misiones en Vietnam, entre otras
obras en favor de las mujeres trabajadoras y los más desfavorecidos.
El milagro que permitió canonizarla fue la curación repentina de
Kasongo Bavon, un comerciante de 33 años que se estaba muriendo en una
pequeña clínica de las Siervas de San José en Katanga, República
Democrática del Congo.
zenit.org
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