Entrevista con el Secretario del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos
La oración de Cristo en la Última Cena deja claro que quiere que su
Iglesia esté unida. El ecumenismo es la práctica de descubrir "cómo hay
que entender y poner en práctica este deseo de Cristo".
Esta es la
reflexión que ofrece monseñor Brian Farrell, secretario del Pontificio
Consejo para la promoción de la Unidad de los Cristianos.
Farrell, de 67 años, ha hablado con el programa de televisión "Dios llora en la Tierra" de la Catholic Radio and Television Network (CRTN), en colaboración con Ayuda a la Iglesia Necesitada.
- Excelencia, usted es ciudadano irlandés. ¿Cómo es que está usted aquí en Roma, trabajando para este Consejo?
Monseñor Farrell: Empecé queriendo ser misionero en América Latina y
acabé pasando 25 años de mi vida aquí, en Roma. Ha sido un extraño
viaje.
- Usted trabaja como secretario del Pontificio Consejo para
la Unidad de los Cristianos. ¿Ha sido el tema de la unidad algo cercano a
usted?
Monseñor Farrell: Diría que sí. Crecí con amigos anglicanos y
metodistas, muy queridos, y siempre estuve interesado en las razones por
las que no podían entrar en mi iglesia y por las que yo no podía ir a
las suyas, y por qué debían ser distintas. Pero, aquel era un interés
infantil.
Cuando volví a Roma, después de varios años de actividad como joven
sacerdote, tuve que elegir un tema para mi tesis doctoral, por lo que
escogí hacer algo en este campo. Presenté una tesis en la Universidad
Gregoriana, que, antes incluso de terminarla en cierto sentido ya era un
libro muerto, puesto que por aquella época comencé a trabajar en la
Secretaría de Estado - en una clase de mundo totalmente diferente - y
permanecí allí hasta casi el final del pontificado del Papa Juan Pablo
II.
La tesis quedó olvidada. Hasta que un día, de repente, precisamente
un año antes de que muriera el Papa, me nombró secretario del Consejo
para la Unidad de los Cristianos, y todo volvió a tener sentido.
- ¿Cuáles son los objetivos de este Consejo?
Monseñor Farrell: El consejo se creó poco antes del concilio Vaticano
II como un instrumento con el que el Papa Juan XXIII quería introducir,
en los debates del concilio Vaticano II, su preocupación por la unidad
de las Iglesias. Y el concilio Vaticano II, mientras todos los obispos
del mundo estuvieron aquí, jugó un papel muy eficaz en lo que yo
llamaría educar a los obispos en la verdadera naturaleza de la Iglesia, y
en nuestra verdadera relación con aquellos bautizados que, hablando en
general, antes del concilio Vaticano II siempre se consideraron fuera de
la Iglesia.
Durante los cuatro años que duró el concilio, los obispos
aprendieron, gracias a sus debates, gracias a la presencia de
observadores de las Iglesias ortodoxas y de las comunidades
protestantes, y muchas cosas más. Tras tres años fueron capaces de
firmar casi por unanimidad un documento en el que reconocíamos que con
todos los bautizados, con todas las demás Iglesias y comunidades
cristianas teníamos una comunión verdadera, aunque incompleta, pero
verdadera.
- El Papa Benedicto XVI ha hecho de este diálogo ecuménico -
en especial con la Iglesia ortodoxa rusa - una prioridad de su
pontificado. ¿Por qué es una prioridad para este Papa?
Monseñor Farrell: Déjeme comenzar diciendo que sí hay un cierta
prioridad (con la Iglesia ortodoxa rusa) porque es la mayor de todas las
Iglesias ortodoxas. Pero, este interés y deseo de una mayor comunión
con la Iglesia ortodoxa abraza a todo el mundo ortodoxo hasta el punto
de que nuestro diálogo teológico con la Ortodoxia no es con una Iglesia
ortodoxa en particular. Hemos acordado desde el principio que tiene que
ser con todas ellas juntas, porque todas juntas forman una unidad.
Tienen los mismos principios, tienen las mismas estructuras y tienen la
misma tradición, los mismos valores y belleza litúrgica. Así que actúan
como una en el diálogo teológico.
Tenemos también relaciones bilaterales directas con cada una de estas
Iglesias ortodoxas individuales y, desde el concilio Vaticano II, estas
relaciones se han desarrollado enormemente. Con algunas Iglesias ha
sido más rápido que con otras, con algunas ha sido más profundo que con
otras, pero podemos decir que con todas las Iglesias ortodoxas, sin
exclusión, tenemos en este momento un contacto muy amistoso, muy abierto
y muy constante y se colabora de muchas formas. Cuando el Papa
Benedicto XVI dice que sí, que el diálogo con las Iglesias ortodoxas es
una prioridad, esto está claro, y si me pregunta por qué me limitaré a
decir porque están muy cerca de nosotros. Tenemos la misma fe, tenemos
los mismos sacramentos, tenemos la misma sucesión apostólica; por eso
consideramos que cada uno de sus obispos y de sus sacerdotes son
verdaderos obispos y verdaderos sacerdotes. En eso tenemos una cercanía
que no tenemos con ninguna otra comunidad cristiana.
- ¿En qué no hemos logrado hacer un puente? ¿En qué no hemos sido capaces de llegar a la unidad?
Monseñor Farrell: Esta es una pregunta muy difícil de responder en
pocas palabras. Se necesitan volúmenes, se necesitan bibliotecas
enteras, se necesitan años de debate para averiguar dónde estamos unos
respecto a otros.
- Han sido mil años de separación...
Monseñor Farrell: Se necesitará mucho tiempo para aprender a vivir
unos con otros, a reconocernos de verdad unos a otros como hermanos y
hermanas en la misma Iglesia. Y esto me lleva a un elemento muy
importante, que creo que es absolutamente necesario si uno quiere
comprender todo lo que es el ecumenismo. El ecumenismo no es como la
política entre gobiernos o la política internacional, en la que se tiene
un objetivo común y se pueden lograr compromisos para alcanzarlo - en
la que hay estrategias y tácticas, etc. El ecumenismo es descubrir lo
que Dios quiere y cómo lo quiere.
Sabemos que el deseo de Cristo para la Iglesia es la unidad; por esto
oró la noche antes de morir. Sabemos que esta unidad ha sido rota casi
desde el principio. Nuestro esfuerzo ecuménico es descubrir cómo hay que
entender este deseo de Cristo y ponerlo en práctica. Tiene que ver no
sólo con las relaciones personales. Tiene que ver, sobre todo, con lo
que llamamos comunión. Comunión significa participar, compartir todos
esos dones, todas esas gracias que Cristo ha transmitido a la Iglesia
por el Espíritu Santo. El ecumenismo es cuestión de que todos seamos
mejores receptores de todo lo que Cristo quiere que se haga vivo en su
Iglesia. Como puede ver es una pregunta muy profunda y muy difícil.
Implica no sólo el pensamiento, no sólo la teología, implica sobre todo
la vivencia de la vida cristiana. Se trata sobre todo de hasta qué punto
es profunda nuestra fe.
El día en que seamos capaces de sentarnos junto a los ortodoxos y
decir que no hay nada más que nos divida, estaremos unidos y haremos, en
realidad, un acto de fe. Y si trato de imaginar cómo será ese día,
estoy seguro de que será una especie de gran celebración litúrgica en la
que haremos profesión de nuestra fe. Ahora bien, esto implica a toda la
persona, esto implica la vida; nos compromete a nosotros mismos. En ese
sentido el ecumenismo es muy exigente. No es sólo una cuestión de
acuerdos aquí y allí entre gentes de iglesia; significa que todo el
cuerpo de la Iglesia ha de asimilar esta mayor fidelidad a Cristo y al
Evangelio. Queda muchísimo trabajo por hacer.
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Esta entrevista fue realizada por Mark Riedemann para "Dios llora en la Tierra", un programa semanal de Catholic Radio and Television Network en colaboración con la institución católica internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada.
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Más información en: www.ain-es.org
zenit.org
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