Alfonso
Aguiló
—Hay
un problema en eso que dices: el concepto de legitimidad, e incluso
el concepto de bien y de mal, son muy relativos para bastante gente.
Efectivamente,
y por esa razón, para profundizar en la noción de tolerancia
es preciso analizar previamente el fenómeno del relativismo.
Michael
Novak decía, entre bromas y veras, que en su país –Estados
Unidos– hay dos frases que son las más repetidas: la primera
es "yo hago lo que me da la gana", y la segunda "eso
debería estar prohibido". Un ejemplo claro de cómo
todos aspiramos a la libertad, pero reclamamos protección frente
al empleo que otros hagan de la suya: vemos necesario unos límites.
La
pregunta es si pueden justificarse esas prohibiciones a la vez que
se admite el principal postulado que siempre han repetido los relativistas:
nadie tiene derecho a imponer a los demás su propio concepto
de moral.
Este
postulado relativista es una apasionada –y loable– invocación
a la libertad individual, pero si se analiza con un poco de calma,
es fácil descubrir que esconde serias contradicciones.
De
entrada, el relativismo deja momentáneamente de ser relativo
para imponernos a todos su postulado indiscutible (que nadie puede
imponer nada a nadie).
El
principal problema del relativismo surge cuando se habla de poner
límites a la tolerancia. Ya hemos visto que parece inimaginable
una sociedad en la que se permitiera todo, puesto que hay cosas que
no pueden tolerarse.
Si
analizamos por qué no toleramos algunas cosas, pronto descubrimos
que la causa está en verdades y valores que consideramos innegociables.
Por
ejemplo, no toleramos el robo para proteger la propiedad, necesaria
para la subsistencia libre de las personas; o no toleramos el asesinato
para proteger el derecho a la vida de todo hombre.
Hay
que resaltar que, en ambos casos, estamos imponiendo a los delincuentes
algo con lo que pueden no estar de acuerdo. Y a todos nos parece obvio
que si el ladrón no cree en el derecho a la propiedad, o el
asesino no cree en el derecho a la vida, o ambos consideran que tienen
razones personales para robar o matar, no por ello sus acciones dejarán
de ser reprobables, y castigadas en una sociedad en la que impere
la justicia.
Si
aceptáramos el relativismo, cada persona tendría derecho
a su verdad y su criterio para definir lo bueno y lo malo, y entonces
cualquier imposición de la ley (que muchas veces es manifestación
de un sentido moral) sería una muestra de intolerancia (intolerancia
que no puede tolerarse: atención al círculo vicioso).
Si
cada uno tiene su verdad sobre lo que es la justicia, y nadie tiene
derecho a imponer la suya a otros, ¿en nombre de qué
verdad puede alguien impedir o perseguir el robo, la violación
o el asesinato?
El
relativismo siempre acaba en un círculo vicioso, porque sin
una referencia a una verdad universal, que nos obligue a todos, ¿en
nombre de qué autoridad se puede considerar que una acción
es mala, e imponer a otros ese concepto de lo que es malo? ¿Cómo
defender razonadamente que hay que actuar así, que deben ponerse
esos límites a la tolerancia?
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