Por Juan Manuel Mora, vicerrector de la Universidad de Navarra
Publicamos la conferencia “Diez claves para la comunicación de la fe”,
pronunciada por Juan Manuel Mora, vicerrector de la Universidad de
Navarra. Una versión sintética había sido publicada precedentemente en
forma de artículo por “L’Osservatore Romano”, suscitando el interés los
lectores de ZENIT.
* * *
La comunicación de la fe es una cuestión antigua, presente en los dos
mil años de vida de la comunidad cristiana, que siempre se ha
considerado mensajera de una noticia que le ha sido revelada y es digna
de ser comunicada. Pero es también una cuestión de candente actualidad.
Desde Pablo VI hasta Benedicto XVI, los Papas no han dejado de señalar
la necesidad de mejorar la comunicación la fe.
Con frecuencia, este tema se relaciona con la “nueva evangelización”.
En ese contexto, Juan Pablo II ha afirmado que la comunicación de la
fe ha de ser nueva "en su ardor, en sus métodos, en su expresión". Aquí
nos referiremos en particular a la novedad en los métodos.
Hay factores externos que obstaculizan la difusión del mensaje
cristiano, sobre los que es difícil incidir. Pero cabe avanzar en otros
factores que están a nuestro alcance. En ese sentido, quien pretende
comunicar la experiencia cristiana necesita conocer la fe que desea
transmitir, y debe conocer también las reglas de juego de la
comunicación pública.
Partiendo, por un lado, de los documentos eclesiales más relevantes
y, por otro, de la bibliografía esencial del ámbito de la comunicación
institucional, articularé mis reflexiones en una serie de principios.
Los primeros se refieren almensajeque se quiere difundir; los
siguientes, a lapersonaque comunica; y los últimos, almodode transmitir
ese mensaje en la opinión pública.
1. Veamos primero los principios relativos al mensaje.
Ante todo, el mensaje ha de ser serpositivo. Los públicos atienden a
informaciones de todo género, y toman buena nota de las protestas y las
críticas. Pero secundan sobre todo proyectos, propuestas y causas
positivas.
Juan Pablo II afirma en la encíclica “Familiaris consortio” que la
moral es un camino hacia la felicidad y no una serie de prohibiciones.
Esta idea ha sido repetida con frecuencia por Benedicto XVI, de
diferentes maneras: Dios nos da todo y no nos quita nada; la enseñanza
de la Iglesia no es un código de limitaciones, sino una luz que se
recibe en libertad.
El mensaje cristiano ha de transmitirse como lo que es: un sí inmenso
al hombre, a la mujer, a la vida, a la libertad, a la paz, al
desarrollo, a la solidaridad, a las virtudes... Para transmitirla
adecuadamente los demás, antes hay que entender y experimentar la fe de
ese modo positivo.
Adquieren particular valor en este contexto unas palabras del
Cardenal Ratzinger: “La fuerza con que la verdad se impone tiene que ser
la alegría, que es su expresión más clara. Por ella deberían apostar
los cristianos y en ella deberían darse a conocer al mundo”. La
comunicación mediante la irradiación de la alegría es el más positivo de
los planteamientos.
En segundo lugar, el mensaje ha de serrelevante, significativo para quien escucha, no solamente para quien habla.
Tomás de Aquino afirma que hay dos tipos de comunicación: la locutio, unfluir de palabras que no interesan en absoluto a quienes escuchan; y la illuminatio,
que consiste en decir algo que ilustra la mente y el corazón de los
interlocutores sobre algún aspecto que realmente les afecta.
Comunicar la fe no es discutir para vencer, sino dialogar para
convencer. El deseo de persuadir sin derrotar marca profundamente la
actitud de quien comunica. La escucha se convierte en algo fundamental:
permite saber qué interesa, qué preocupa al interlocutor. Conocer sus
preguntas antes de proponer las respuestas.
Lo contrario de la relevancia es la auto-referencialidad: limitarse a hablar de uno mismo no es buena base para el diálogo.
En tercer lugar, el mensaje ha de serclaro. La comunicación no es
principalmente lo que el emisor explica, sino lo que el destinatario
entiende. Sucede en todos los campos del saber (ciencia, tecnología,
economía): para comunicar es preciso evitar la complejidad argumental y
la oscuridad del lenguaje. También en materia religiosa conviene buscar
argumentos claros y palabras sencillas. En este sentido, habría que
reivindicar el valor de la retórica, de la literatura, de las metáforas,
de las imágenes, de los símbolos, para difundir el mensaje cristiano.
A veces, cuando la comunicación no funciona, se traslada la
responsabilidad al receptor: se considera a los demás como incapaces de
entender. Más bien, la norma ha de ser la contraria: esforzarse por ser
cada vez más claros, hasta lograr el objetivo que se pretende.
2. Pasemos ahora a los principios relativos a lapersonaque comunica.
Para que un destinatario acepte un mensaje,
la persona o la organización que lo propone ha de merecercredibilidad.
Así como la credibilidad se fundamenta en la veracidad y la integridad
moral, la mentira y la sospecha anulan en su base el proceso de
comunicación. La pérdida de credibilidad es una de las consecuencias más
serias de algunas crisis que se han producido en estos años.
Por otra parte, en comunicación, como en
economía, cuentan mucho los avales. El aval de una autoridad en la
materia, o de un observador imparcial, representa una garantía para la
opinión pública. Con otras palabras, nadie se avala a sí mismo. Existen
instancias que, con mayor o menor fundamento, ejercen esa función
evaluadora. En el ámbito de la opinión pública, ese aval lo otorgan
principalmente los periodistas. Por eso, es crucial considerarlos como
aliados, nunca como enemigos, en el proceso de comunicación.
El segundo principio es laempatía. La comunicación es una relación
que se establece entre personas, no un mecanismo anónimo de difusión de
ideas. El Evangelio se dirige a personas: políticos y electores,
periodistas y lectores. Personas con sus propios puntos de vista, sus
sentimientos y sus emociones.
Cuando se habla de modo frío, se amplía la distancia que separa del
interlocutor. Una escritora africana ha afirmado que la madurez de una
persona está en su capacidad de descubrir que puede “herir” a los demás y
de obrar en consecuencia.
Nuestra sociedad está superpoblada de corazones rotos y de
inteligencias perplejas. Hay que aproximarse con delicadeza al dolor
físico y al dolor moral. La empatía no implica renunciar a las propias
convicciones, sino ponerse en el lugar del otro. En la sociedad actual,
convencen las respuestas llenas de sentido y de humanidad.
El tercer principio relativo a la persona que comunica es lacortesía.
La experiencia muestra que en los debates públicos proliferan los
insultos personales y las descalificaciones mutuas. En ese marco, si no
se cuidan las formas, se corre el riesgo de que la propuesta cristiana
sea vista como una más de las posturas radicales que están en el
ambiente. Aun a riesgo de parecer ingenuo, pienso que conviene
desmarcarse de este planteamiento. La claridad no es incompatible con la
amabilidad.
Con amabilidad se puede dialogar; sin amabilidad, el fracaso está
asegurado de antemano: quien era partidario antes de la discusión, lo
seguirá siendo después; y quien era contrario raramente cambiará de
postura.
Recuerdo un cartel situado a la entrada de un “pub” cercano al
Castillo de Windsor, en el Reino Unido. Decía, más o menos: En este
local son bienvenidos los caballeros. Y un caballero lo es antes de
beber cerveza y también después. Podríamos añadir: un caballero lo es
cuando le dan la razón y cuando le llevan la contraria.
3. Veamos por último algunos principios que se refieren almodode comunicar:
El primero es laprofesionalidad. “Gaudium et Spes” recuerda que cada
actividad humana tiene su propia naturaleza, que es preciso descubrir,
emplear y respetar, si se quiere participar en ella. Cada campo del
saber tiene su metodología; cada actividad, sus normas; y cada
profesión, su lógica.
La evangelización no se producirá desde fuera de las realidades
humanas, sino desde dentro: los políticos, los empresarios, los
periodistas, los profesores, los guionistas, los sindicalistas, son
quienes pueden introducir mejoras prácticas en sus respectivos ámbitos.
San Josemaría Escrivá recordaba que es cada profesional, comprometido
con sus creencias y con su profesión, quien ha de encontrar las
propuestas y soluciones adecuadas. Si se trata de un debate
parlamentario, con argumentos políticos; si de un debate médico, con
argumentos científicos; y así sucesivamente.
Este principio se aplica a las actividades de comunicación, que están
conociendo un desarrollo extraordinario en los últimos años, tanto por
la calidad creciente de las formas narrativas, como por las audiencias
cada vez más amplias y por la participación ciudadana cada día más
activa.
El segundo principio podría denominarsetransversalidad. La
profesionalidad es imprescindible cuando en un debate pesan las
convicciones religiosas. La transversalidad, cuando pesan las
convicciones políticas.
En este punto, vale la pena mencionar la situación de Italia. Al
hacer la declaración de la renta, más del 80% de los italianos marcan la
casilla correspondiente a la Iglesia, porque desean apoyar
económicamente sus actividades. Eso quiere decir que la Iglesia merece
la confianza de una gran mayoría de ciudadanos, no solamente de quienes
se reconocen en una tendencia política.
En ese país, y en muchos otros, los católicos no plantean su acción
pública poniendo su esperanza en un partido. Saben por experiencia que
lo importante no es que una formación política incorpore a su programa
la doctrina social cristiana, sino que esos valores se hagan presentes
en todos los partidos, de modo transversal.
El tercer principio relativo al modo de comunicar es
lagradualidad.Las tendencias sociales tienen una vida compleja: nacen,
crecen, se desarrollan, cambian y mueren. En consecuencia, la
comunicación de ideas tiene mucho que ver con el “cultivo”: sembrar,
regar, podar, antes de cosechar.
El fenómeno de la secularización se ha ido consolidando en los
últimos siglos. Procesos de tan larga gestación no se resuelven en años,
meses o semanas.
El cardenal Ratzinger explicaba que nuestra visión del mundo suele
seguir un paradigma “masculino", donde lo importante es la acción, la
eficacia, la programación y la rapidez. Y concluía que conviene dar más
espacio a un paradigma “femenino", porque la mujer sabe que todo lo que
tiene que ver con la vida requiere espera, reclama paciencia.
Lo contrario de este principio es la prisa y el cortoplacismo que
llevan a la impaciencia y muchas veces también al desánimo, porque es
imposible lograr objetivos de entidad en plazos cortos.
A estos nueve principios habría que agregar otro que afecta a todos
los aspectos mencionados: al mensaje, a la persona que comunica y al
modo de comunicar. El principio de lacaridad.
Algunos autores han destacado que, en los primeros siglos, la Iglesia
se extendió de forma muy rápida porque era una comunidad acogedora,
donde era posible vivir una experiencia de amor y libertad. Los
católicos trataban al prójimo con caridad, cuidaban de los niños, los
pobres, los ancianos, los enfermos. Todo eso se convirtió en un
irresistible imán de atracción.
La caridad es el contenido, el método y el estilo de la comunicación
de la fe; la caridad convierte el mensaje cristiano en positivo,
relevante y atractivo; proporciona credibilidad, empatía y amabilidad a
las personas que comunican; y es la fuerza que permite actuar de forma
paciente, integradora y abierta. Porque el mundo en que vivimos es con
demasiada frecuencia un mundo duro y frío, donde muchas personas se
sienten excluidas y maltratadas y esperan algo de luz y de calor. En
este mundo, el gran argumento de los católicos es la caridad. Gracias a
la caridad, la evangelización es siempre y verdaderamente, nueva.
Zenit.org
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