Hace ahora una semana. Los
medios de comunicación nos han ido transmitiendo puntualmente todos los
actos y acontecimientos de la JMJ. Pero hay detalles que a veces se les
escapan, y que, si bien no afectan a lo esencial, nos descubren
sigilosamente las profundidades del espíritu. Los chicos y chicas que
han participado en la Jornadas han venido felices de haber tenido esta
oportunidad de compartir la fe con jóvenes de otros países, y todo
juntos con el Papa.
Me contaba una profesora universitaria que
para ella la JMJ ha supuesto un antes y un después. Que se han quedado
“enganchadas” con Benedicto XVI, en el que han descubierto la fuerza del
Espíritu y la humildad en la Verdad. Es un Papa que propone con
profundidad y sencillez, y te deja una serenidad en el alma que es obra
de Dios.
Comentaba esta profesora que fueron
muchas horas de total disposición que nunca ella pensaba que lo
aguantaría. Madrid estaba colapsado. Los medios de transporte a tope.
Madrugones para estar puntual en el acto correspondiente. Larga espera
en el Escorial para el encuentro del Papa con los profesores
universitarios. Ellos a la sombra y las monjas a pleno sol de agosto.
Plantones en las calles para participar en actos significativos, como
fue el Viacrucis. Y no digamos nada la Vigilia y la Misa de Cuatro
Vientos. Pero había algo común a todos: la alegría, la sonrisa
permanente, la oración continua, el mutuo servicio, la disponibilidad.
Me contaba esta chica el respeto y el cariño que todos profesaban a los
sacerdotes y religiosas/os. Los jóvenes les ofrecían los asientos en los
transportes públicos, y los felicitaban por haber seguido la Vocación
divina.
Algunos sacerdotes me han contado el “gran espectáculo” de “La fiesta del perdón”. Los doscientos confesionarios estuvieron
permanente ocupados. Uno de estos compañeros estuvo ocho horas
confesando sin parar, y con colas inmensas. Un sacerdote holandés estuvo
diez horas, y dijo que había confesado esos días más que en toda su
vida sacerdotal en su país. Como los confesionarios estaban ocupados era normal ver a sacerdotes y filas en penitentes en cualquier banco del Retiro, y sobre todo en Cuatro Vientos.
Una chica china, al
contemplar las imágenes de la Pasión en el Viacrucis, dijo que no sabía
que el Señor y la Virgen habían sufrido tanto. Y que ella, a partir de
ahora ya no se iba a quejar de sus dolores y sufrimientos.
Comentan que algo que llamó
mucho la atención fue el fervor de los jóvenes en la Vigilia y en la
Misa. Era frecuente ver a chicos de rodillas en un suelo lleno de barro
rezando con recogimiento. Las monjas y los clérigos han podido comprobar
que no están solos, y que la piedad en el trato con Dios no ha pasado
de moda. El ser humano debe amar y tratar a Dios con todo su ser: cuerpo
y alma. El silencio en los momentos de oración y celebración, así como
cuando hablaba el Papa, ha sido otro de los detalles que ha impresionado
en una masa tan ingente de personas. En realidad aquello no era una
masa, sino una comunidad en torno a Cristo, era la Iglesia joven
conectada con Dios.
Pero uno de los detalles que
más me han impresionado ha sido el llanto del Papa. He podido saber que
Benedicto XVI cuando llegó a la Nunciatura Apostólica tras la Vigilia
del Sábado, estaba llorando. Al entrar se fue derecho a la Capilla, y
allí lo encontró una de las religiosas llorando ante el Santísimo. ¿Por
qué lloraba el Papa? Sencillamente porque estaba emocionado, feliz,
agradecido con Dios y con los jóvenes. El Papa también es humano, y
cuando en el alma se van acumulando los sentimientos fuertes el llanto
es una válvula de escape, una exteriorización del gozo que se lleva
dentro. Hemos destacado lo bien que le ha venido a los jóvenes la JMJ,
pero no menos bien le ha venido al Papa, acostumbrado a sufrir a diario
los problemas del mundo y de la Iglesia. Sin duda estas Jornadas le han
rejuvenecido el espíritu. La expresión de su cara, y su mismo tono de
voz, no eran los mismos cuando llegó que cuando se despidió de los
voluntarios en el IFEMA. Los jóvenes han hecho un esfuerzo heroico para
estar donde debían, y el Papa, con sus 85 años, tampoco se quedó atrás.
Sin duda la JMJ ha marcado un
antes y un después en la Iglesia en España y en el mundo entero. El
listón ha quedado muy alto, y damos gracias a Dios. Yo quiero felicitar
desde aquí a Yago de la Cierva y al equipo de miles de voluntarios por
la perfecta organización y belleza que han predominado en todos los
actos. Y a las autoridades que los han sabido valorar y apoyar.
Religionenlibertad.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario