El
Papa ha desgranado en sus discursos y homilías las palabras que
caracterizan a este tiempo de Adviento: alegría, espera, conversión,
presencia...
Esta es una selección de sus reflexiones:
—
«(...) nunca habría imaginado nadie que el Mesías pudiera nacer de una
joven humilde como María, esposa prometida del justo José. Ni siquiera
ella lo habría pensado nunca,
sin embargo en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y
su esperanza eran tan ardientes que Él encontró en ella una madre digna
(...). Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la
de María, la criatura "llena de gracia", totalmente transparente al
designio de amor del Altísimo. Aprendamos de Ella, Mujer del Adviento, a
vivir los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento
de una espera profunda, que solo la venida de Dios puede llenar».
—
«Los cristianos adoptaron la palabra “adviento” para expresar su
relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre
“provincia” llamada tierra para visitarnos a todos; hace participar en
la fiesta de su adviento a cuantos creen en Él, a cuantos creen en su
presencia en la asamblea litúrgica».
—
«Con la palabra "adventus" se pretendía sustancialmente decir: Dios
está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque
no lo podemos ver y tocar como sucede con las realidades sensibles, Él
está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras».
— «El significado de la expresión “adviento” comprende por tanto también el de visitatio,
que quiere decir simple y propiamente "visita"; en este caso se trata
de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí.
Todos tenemos experiencia, en la existencia cotidiana, de tener poco
tiempo para el Señor y poco tiempo también para nosotros. Se acaba por
estar absorbidos por el “hacer”. ¿Acaso no es cierto que es a menudo la
actividad lo que nos domina, la sociedad con sus múltiples intereses la
que monopoliza nuestra atención? ¿Acaso no es cierto que dedicamos mucho
tiempo a la diversión y a ocios de diverso tipo?».
—
«El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos empezando, nos
invita a detenernos en silencio para captar una presencia. Es una
invitación a comprender que cada acontecimiento de la jornada es un
gesto que Dios nos dirige, signo de la atención que tiene por cada uno
de nosotros. ¡Cuántas veces Dios nos hace percibir algo de su amor!».
—
«El hombre, en su vida, está en constante espera: cuando es niño quiere
crecer, de adulto tiende a la realización y al éxito, avanzando en la
edad, aspira al merecido descanso. Pero llega el tiempo en el que
descubre que ha esperado demasiado poco si, más allá de la profesión o
de la posición social, no le queda nada más que esperar. La esperanza
marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada
por una certeza: el Señor está presente en el transcurso de nuestra
vida, nos acompaña y un día secará también nuestras lágrimas».
—
«Si el presente queda vacío, cada instante que pasa parece
exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado
grave, porque el futuro es totalmente incierto. Cuando en cambio el
tiempo está dotado de sentido y percibimos en cada instante algo
específico y valioso, entonces la alegría de la espera hace el presente
más precioso».
—
«[Dios] nos habla de múltiples modos: en la Sagrada Escritura, en el
año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida
cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto según si detrás de
ella está Él o si está ofuscada por la niebla de un origen incierto y
de un incierto futuro. A nuestra vez, podemos dirigirle la palabra,
presentarle los sufrimientos que nos afligen, la impaciencia, las
preguntas que nos brotan del corazón».
—
«¡Estamos seguros de que [Jesucristo] nos escucha siempre! Y si Jesús
está presente, no existe ningún tiempo privado de sentido y vacío. Si Él
está presente, podemos seguir esperando también cuando los demás no
pueden asegurarnos más apoyo, aun cuando el presente es agotador».
—
«Me alegra saber que en vuestras familias se conserva la costumbre de
hacer el pesebre. Pero no basta con repetir un gesto tradicional, aunque
sea importante. Hay que intentar vivir en la realidad del día a día lo
que el pesebre representa, es decir el amor de Cristo, su humildad, su
pobreza».
—
«El pesebre es una escuela de vida, donde podemos aprender el secreto
de la verdadera alegría. Ésta no consiste en tener muchas cosas, sino en
sentirse amado por el Señor, en hacerse don para los demás y en
quererse unos a otros».
—
«Miremos el pesebre: la Virgen y san José no parecen una familia muy
afortunada; han tenido su primer hijo en medio de grandes dificultades;
sin embargo están llenos de profunda alegría, porque se aman, se ayudan,
y sobre todo están seguros de que en su historia está la obra Dios,
Quien se ha hecho presente en el pequeño Jesús».
—
«Para alegrarnos, necesitamos no sólo cosas, sino amor y verdad:
necesitamos a un Dios cercano, que calienta nuestro corazón, y responde a
nuestros anhelos más profundos».
—
«¡Qué alegría inmensa tener por madre a María Inmaculada! Cada vez que
experimentamos nuestra fragilidad y la sugestión del mal, podemos
dirigirnos a Ella, y nuestro corazón recibe luz y consuelo».
almudi.org
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