Se trata de la fundadora del Instituto de hermanas de la Sagrada Familia de Urgell
El
pasaje bíblico favorito de Ana María Janer era:“Porque tenía hambre, y
me disteis de comer, tenía sed, y me disteis de beber; era forastero, y
me acogisteis; iba desnudo, y me vestisteis, estaba enfermo, y me
visitasteis; estaba en la cárcel y vinisteis a verme” (Mateo 25, 31 –
46).
La fundadora del Instituto de hermanas de la Sagrada Familia
de Urgell será beatificada el próximo sábado, en una ceremonia presidida
por el cardenal Angelo Amato S.D.B, en representación del papa
Benedicto XVI.
“Tú Señor, me darás gracia para serte esposa fiel, que te ame mucho y
te sirva en la persona de los enfermos, desvalidos”, decía la sierva de
Dios”.
Llamada a servir a los más pobres
Ana María nació el 18 de diciembre de 1800 en Cervera, una pequeña
población ubicada en la Diócesis de Solsona, provincia de Lérida -
España. Estudió en el Real Colegio de Educandas y colaboró en el cuidado
de enfermos en el Hospital Castelltort. Allí se dio cuenta que Dios la
llamaba a consagrarse en el hospital de Cervera.
En diálogo con ZENIT, desde Córdoba- Argentina, la hermanaCecilia
Gutiérrez, integrante de la comunidad fundada por ella, y autora del
himno oficial de su beatificación, comparte que ella descubrió a Jesús
“en las necesidades humanas de su tiempo”.
“A lo largo de su vida fue madurando y creciendo en ella ese amor con
que ella misma se experimentó amada por Dios, un amor que nunca se
quedó en ella misma sino que fue dado y compartido, cada vez con mayor
radicalidad”, dice la religiosa.
En 1833 estalló la primera guerra carlista y el hospital de
Castelltort se convirtió en hospital militar.“La situación con la que se
encontró la Madre Janer en los campos de batalla no fue fácil y aunque
no contaba con los medios suficientes, supo organizar e infundir
serenidad en aquellas personas, supo dar alivio, consolar”, cuenta la
hermana Cecilia.
Los heridos de guerra la llamaban “la madre” porque “lo arriesgaba
todo para vendarle las heridas y la madre que los ayudaba a morir
pacificados por dentro y con Dios”, dice la religiosa. Un amor que no
distinguía de qué bando venían y que reconocía la misma dignidad en cada
uno de los combatientes. Pero en 1836, la junta del hospital expulsó a
las hermanas.
Y después de la batalla de Gra se dirigió a Solsona donde se puso a
disposición de la diócesis. El infante Carlos de Borbón le pidió que
coordinara los hospitales de la zona carlista y ella así lo hizo.
En 1844 retornó al hospital de Cervera. Cinco años después pasó como
directora a la Casa de Caridad o de Misericordia de la misma ciudad.
Albergaba a niños huérfanos, jóvenes discapacitados y ancianos. También
daban clases a niños y niñas externos.
En 1859 aceptó la petición del obispo de Urgell, Josep Caixal
Estradé, y estableció una hermanad de caridad en el hospital de pobres
enfermos de La Seu d’Urgell.
Las respuestas que la futura beata comenzó a dar a las necesidades de
la Iglesia y la sociedad fueron la semilla para la fundación del
Instituto de Hermanas de la Sagrada Familia de Urgell el 29 de junio de
1859.
Hoy el carisma e identidad de estas hermanas es la caridad que
pretende ser el reflejo del amor de Dios, especialmente en los más
débiles y vulnerables.
Actualmente el Instituto está presente España, Andorra, Italia,
Argentina, Paraguay, Uruguay, Chile, Colombia, México, Perú y Guinea
Ecuatorial. Trabajan en escuelas, hospitales y residencias, misiones,
parroquias, y otros apostolados acordes con este carisma.
También existen loslaicos janerianos. Se trata de jóvenes o adultos
que se identifican con el carisma de la madre Janer y se sienten
llamados por el Señor a colaborar de cerca en la misión del Instituto.
Para ello se forman y hacen suyo el carisma. Ellos en la práctica se
comprometen a llevar adelante muchas de las obras fundadas por la futura
beata.
Para esta familia espiritual, la beatificación de su fundadora
resulta una invitación a “gozarnos con la Iglesia por la vida de esta
nueva beata, una mujer que amó y sirvió en y a la Iglesia siempre y en
todo ámbito eclesial: en la comunidad, en la Iglesia local, en la
fidelidad y colaboración incondicional con los Pastores”, dice la
hermana Cecilia.
Así mismo, trae una responsabilidad: “hacer opciones de vida, a
aportar lo que somos y tenemos para que esta historia que comenzó con el
sí de Ana María, pueda continuar y dar frutos de vida para la
Congregación, para la Iglesia”, comenta la religiosa.
La madre Janer tenía un amor especial por la cruz. Mirar a Cristo
crucificado se convirtió para ella en un aliciente que le permitía ser
“signo y testimonio claro de aquel que nos amó primero, de aquél que nos
ama hasta dar la vida”, dice la hermana Cecilia.
Ana María murió el 11 de enero de 1885 y pidió morir en el suelo como
penitente por amor a Cristo “que por mí expiró clavado en la cruz”,
dijo la beata.
Por Carmen Elena Villa
zenit.org
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