El camino hacia la madurez resulta doloroso y está repleto de ansiedad e incertidumbre para los niños que van a dejar de serlo.
El adolescente se encuentra en un proceso de cambio caracterizado por
una muerte y un nacimiento: la muerte del niño que fue, que desaparece
empujado por el crecimiento de su cuerpo, y el nacimiento del adulto que
será y que necesita todavía un tiempo de gestación. Es, por lo tanto,
un tiempo tan conflictivo como creativo. Si bien no siempre son
problemáticos, a todos los adolescentes les es inevitable transitar por
un camino en el que tendrán que resolver y superar ansiedades e
incertidumbres que generarán conflictos. Tales sentimientos serán más o
menos ruidosos y molestos para los padres y para la sociedad, pero
quienes los sufren, sobre todo, son ellos.
Adolescencia proviene del latín "ad" (hacia) y "olescere"; forma
de "olere" que significa transición: tiempo de transformaciones. Un
cataclismo sucede en este periodo, una metamorfosis personal y psíquica,
acompañada de erupciones en forma de acné y cambios de carácter: un
terremoto afectivo y orgánico. Los primeros síntomas se advierten en el
cuerpo. A las chicas les llega la menstruación y les crece el pecho; a
los chicos les sale el bigote y cambian la voz. En el ámbito psicológico
es el tiempo de las preguntas: ¿Quién soy? ¿Qué quiero ser de mayor?
¿Cómo se es una chica? ¿Cómo se es un chico? No hay respuestas, solo
incertidumbres. Es lógico que tengan miedo. Todo esto en un contexto
social que, lejos de abrirles puertas, las cierra.
UN PULSO DIARIO
UN PULSO DIARIO
Rebeldes, insolentes y protestones, nuestros hijos, que hasta
ahora eran controlables y no planteaban problemas, quieren llegar tarde,
no aceptan límites, aunque los piden; se vuelven reservados, aunque
necesitan comunicarse más que nunca; dicen que no a casi todo, sin
pensar en lo que se les propone, solo por sentirse diferentes. A veces
están tristes, aburridos y se quejan de su aspecto. Miden nuestras
respuestas y nos echan un pulso casi a diario. Según el psicólogo
Arminda Aberastury el adolescente realiza tres duelos: tiene que
despedirse de lo conocido y crear nuevas formas de relacionarse consigo
mismo y los demás.
El primer duelo es por el cuerpo infantil perdido. El crecimiento
se le impone y, a veces, siente los cambios como algo extraño y se
coloca frente a su cuerpo como un espectador impotente ante lo que
ocurre. Junto a este duelo, tiene que realizar la despedida de la
identidad infantil, renunciar a la dependencia y dar entrada a
responsabilidades. Por último, ha de hacer el duelo por los poderosos
padres de la infancia, de los que trata de desprenderse a la vez que
intenta retenerlos en su personalidad, buscando refugio y protección.
Este último duelo se ve complicado o favorecido por la actitud de los
progenitores, que tienen que aceptar su envejecimiento y el hecho de que
sus hijos ya no son niños.
El adolescente rompe en parte sus conexiones con el mundo, una de
las manifestaciones de su crisis es el alejamiento del mundo para
refugiarse en un universo interno seguro y conocido. Presenta una
especial vulnerabilidad para asimilar lo que sobre él pueden proyectar
padres, hermanos, amigos... es un receptáculo propicio para hacerse
cargo de los conflictos de los demás y asumir los aspectos más enfermos
del medio en el que actúa.
Por otra parte, mide las respuestas de sus padres y les echa un
pulso casi a diario. Es agotador, pero puede resultar apasionante.
Porque todas estas actitudes son síntomas que esconden angustia,
inseguridad, depresión y miedo. Necesitan que sus mayores les acompañen,
pero a distancia. Es importante que tomemos en serio sus preguntas, no
quieren respuestas ni órdenes, pero sí que les escuchen, les orienten y
valoren todo lo que pueden aportar.
PROCESO PARALELO
PROCESO PARALELO
Los padres, por su parte, tienen que reinventar su papel. Les
cuesta decir adios al niño que tuvieron. Deben realizar un trabajo de
separación y de reencuentro con la pareja. Además, reeditan al
adolescente que fueron mientras viven su propia crisis de madurez. En
cierto modo son trayectorias paralelas.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Conocer las características que conforman la adolescencia normal
puede ayudar a los adultos a entenderles mejor. Entre los síntomas que
se integran en lo que se podría denominar el "síndrome adolescente" se
encuentran:
- La búsqueda de sí mismo y su identidad, junto a una tendencia grupal con la que se identifica con sus iguales.
- La necesidad de intelectualizar y fantasear.
- Mantener una actitud social reivindicativa con tendencias antisociales o asociales.
- Sufrir contradicciones en las manifestaciones de la conducta.
- Experimentar una separación progresiva de los padres.
- Soportar constantes fluctuaciones en su humor y su estado de ánimo.
EVITAR ERRORES
- Hay que escuchar las preguntas que nos hacen, pero evitar dar respuestas inmediatas.
- Evitar transmitir la idea de que su crecimiento duele porque se alejan. Conviene reflexionar sobre cómo se vive la paulatina separación que comienzan.
- Es frecuente que chicos de 16,17 o 18 años se muestren maduros en algunos aspectos y muy inmaduros en otros. Esto surge por un juego de defensas entre el deseo de crecer y el miedo a hacerlo. No se debe criticar esa conducta señalando las contradicciones que tienen. Es normal. Hay que tener en cuenta que las personas no crecen en línea recta ni de golpe.
- Atacar esas actitudes revela inquietud ante los cambios por parte de los padres.
- No se puede suponer que son demasiado pequeños para hablar de la sexualidad y el amor.
- La búsqueda de sí mismo y su identidad, junto a una tendencia grupal con la que se identifica con sus iguales.
- La necesidad de intelectualizar y fantasear.
- Mantener una actitud social reivindicativa con tendencias antisociales o asociales.
- Sufrir contradicciones en las manifestaciones de la conducta.
- Experimentar una separación progresiva de los padres.
- Soportar constantes fluctuaciones en su humor y su estado de ánimo.
EVITAR ERRORES
- Hay que escuchar las preguntas que nos hacen, pero evitar dar respuestas inmediatas.
- Evitar transmitir la idea de que su crecimiento duele porque se alejan. Conviene reflexionar sobre cómo se vive la paulatina separación que comienzan.
- Es frecuente que chicos de 16,17 o 18 años se muestren maduros en algunos aspectos y muy inmaduros en otros. Esto surge por un juego de defensas entre el deseo de crecer y el miedo a hacerlo. No se debe criticar esa conducta señalando las contradicciones que tienen. Es normal. Hay que tener en cuenta que las personas no crecen en línea recta ni de golpe.
- Atacar esas actitudes revela inquietud ante los cambios por parte de los padres.
- No se puede suponer que son demasiado pequeños para hablar de la sexualidad y el amor.
Por Isabel Menéndez
Gentileza de ESCUELA DE FAMILIA
www.iglesia.org
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