Tradicionalmente,
los estudios sobre los efectos del divorcio en los hijos se han limitado
a los inmediatos, que podemos llamar traumáticos y de los que
nos ocupamos la semana pasada.
Últimamente,
no obstante, comienzan a aparecer estudios longitudinales, que suponen
el seguimiento biográfico de grupos de hijos de divorciados
y su comparación con los de hijos de familias intactas. JUDITH
WALLERSTEIN, investigadora social y psicóloga de reconocido
prestigio en EEUU, ha publicado su segundo libro sobre el tema. Para
un grupo de hijos de divorciados que rondan los cuarenta años,
da cuenta de que solamente el 30% se han casado y, de los que lo han
hecho, para esta edad ya el 50% se han divorciado. Es decir, que un
85% no ha seguido la trayectoria podríamos decir tradicional
de casarse y permanecer establemente casado. Este dato estadístico
se repite en estudios similares, de la misma autora en 1994, y de
otros autores (vid. VANGYSEGHEM y APPELBOOM, 2004; E. MARQUARDT, 2005,
entre otros).
Estos porcentajes
son netamente superiores a la media en EEUU y muy superiores a los
correspondientes a hijos de familias intactas.
El objetivo
de este artículo es apuntar a la causa de este hecho y las
consecuencias del mismo.
La característica
determinante del desarrollo del menor de edad es la plasticidad, esto
es, la capacidad de asimilar aprendizajes, recibiendo de su entorno
los elementos que éste le proporciona.
Este aprendizaje
no es propiamente racional ni reflexivo, sino más bien osmótico.
Me explicaré.
Si el niño/a
recibe malos tratos de su entorno, no reflexiona sobre el mal que
ello supone, ni concluye que debe rechazar ese comportamiento. Lo
que la práctica demuestra es que mayoritariamente los menores
maltratados suelen, de mayores, ser con más facilidad maltratadores.
Han hecho propia, más por ósmosis mimética, que
por reflexión, la lección de la violencia padecida.
Este mismo fenómeno
es trasladable al desarrollo afectivo del menor. La plasticidad del
menor, en un tema como el de su seguridad afectiva, de tan profunda
incidencia en su desarrollo, hace que la vivencia del divorcio de
sus padres se convierta, se quiera o no, en una lección de
vida, que queda grabada a fuego en los rasgos de su personalidad y
en el archivo de sus recuerdos, vivencias y valores.
Se podría
pensar que las cosas no tienen por qué producirse de este modo,
sino más bien del contrario; al ser una experiencia tan negativa,
llevaría a quienes la padecen a aprender la lección
y evitarla en su propia vida.
Pero no es este
el diseño del aprendizaje humano. Para bien y para mal, el
entorno del menor, con especial importancia, en temas afectivos, del
entorno familiar, condiciona y moldea la escala de valores de éste,
por la vía de la vivencia y de la experiencia de vida, mucho
más que por la vía de la reflexión. En este tema,
aprendemos por ósmosis de ejemplo de vida, si bien es cierto
que siempre mantenemos un reducto de libertad y racionalidad, más
profundo que todos los condicionantes ambientales.
De ello se deriva
el hecho estadístico aludido de que, entre los hijos de divorciados,
sea mucho más frecuente y arraigada la mentalidad divorcista
y la actitud de considerar el matrimonio o, en general la unión
afectiva como algo cuestionable y sometido si no a término,
sí a condición permanentemente.
Así, en
cada generación, desde que se introduce el divorcio en un país,
al porcentaje de crisis matrimoniales ya existente, se adiciona el
derivado de la llegada a la adultez del sector social que componen
los hijos de divorciados, en cuyo perfil de personalidad, en lo afectivo,
se incluye la impronta derivada del efecto didáctico del divorcio
de sus padres.
Esta es la razón
básica de que la progresión del divorcio, en las sociedades
que lo introducen como institución aceptada socialmente, responda
a una inercia de crecimiento indefinido, cuya pauta la marca el sector
social creciente afectado, generación tras generación.
Así,
el efecto didáctico del divorcio, en la conformación
de la personalidad de los hijos de divorciados y la progresiva expansión
social generacional del fenómeno, encajan perfectamente, como
distintas piezas del mismo puzzle.
Si esto es así,
¿Por qué no se plantea como problema? La respuesta a
esta pregunta es compleja, pero una de sus claves quizás radique
en que el sector afectado, los menores dañados, no lo hacen
precisamente por su condición de menores y, cuando llegan a
la mayoría de edad, cambian de grupo, pasando a engrosar el
de los adultos didácticamente predispuestos a protagonizar
precisamente el perjuicio de los menores, sus propios hijos, por lo
que tampoco tomarán presumiblemente ninguna iniciativa en este
sentido, máxime cuando, con toda probabilidad, se sienten plenamente
justificados en su derecho a "rehacer su vida", tal como
ya vieron, en su día, que sus progenitores lo intentaron.
A esta realidad
del crecimiento indefinido de los divorcios y sus consecuencias en
la sociedad resultante, se refería HILLARY CLINTON, en discurso
pronunciado siendo primera dama y senadora cuando dijo "toda
sociedad necesita una masa crítica de familias que se adscriban
al ideal tradicional, tanto para satisfacer las necesidades de la
infancia, como para servir de modelos a otros adultos que están
criando a niños en entornos difíciles. En América,
corremos hoy el peligro de perder esa masa crítica".
Por lo que se
refiere a España, se cumplen ahora 30 años desde la
introducción del divorcio, por ley 30/1981 de 7 de julio y
son ya más de dos millones los españoles que han padecido
su efecto didáctico. Siendo así las cosas, el Gobierno
socialista, mediante ley 15/2005 de 8 de julio, llamada del divorcio
exprés, incentiva y acelera los procesos de divorcio de tal
modo, que desde el año 2006, se ha más que triplicado
el número de rupturas matrimoniales, incluidos separación
y divorcio.
Las preguntas
que surgen son dos: 1.- ¿Tiene sentido, en clave de bien común,
de progreso, de felicidad individual y familiar esta iniciativa? 2.-
¿Rectificará el PP, si llega al Gobierno, semejante
despropósito?
José
Javier Castiella
ALBA
fluvium.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario