Cuando
hablamos, hay modos nuestros de expresarnos que facilitan la conversación
y contribuyen a crear un clima de distensión y confianza. Y
hay otros que, por el contrario, merman en gran manera nuestra capacidad
de entendernos: son afirmaciones, preguntas, comentarios o rasgos
de nuestro carácter que entorpecen el diálogo, y si
prestamos atención descubriremos que son auténticas
barreras; y cada uno tiene las suyas.
—Y
supongo que además esas barreras son mucho más fáciles
de advertir en los demás que en uno mismo.
Pienso
que de ordinario es así. Si uno tiene un mínimo de capacidad
de observación, le resulta bastante sencillo detectar las causas
por las que otra persona es de difícil relación. Sin
embargo, cuando se trata de buscarlas en uno mismo, las cosas son
mucho más complejas.
Nadie
es buen juez en causa propia.
Sin
embargo, es importante descubrir esas barreras, que tanto limitan
nuestras posibilidades de comunicación. Se trata de un ejercicio
de autoconocimiento sumamente eficaz, y es una pena que, como parece,
sean tan pocos los que llegan a conocerse lo suficiente como para
detectar cuáles son sus defectos o sus errores dominantes y
así poder mejorar su carácter.
—¿Por
qué piensas que son tan pocos?
Quizá
porque en esa labor de conocimiento propio es bastante fácil
caer en un círculo vicioso. Para descubrir esas barreras es
preciso conocerse a uno mismo; para conocerse, es importante estar
muy abierto a las observaciones o advertencias que los demás
puedan hacernos; a su vez, para llegar a recibir esos comentarios
es preciso no haber levantado antes personalmente barreras a la comunicación
con esas personas que pueden ayudarnos.
—¿Cuál
es la solución entonces?
Lo
mejor es no haber entrado en ese círculo vicioso, gracias a
una educación centrada en la confianza y en la buena comunicación,
desde muy niño. Si uno no ha tenido esa suerte, ha de hacer
un serio esfuerzo personal para salir de ese ciclo cerrado de incomunicación.
—¿Y
qué tipo de barreras piensas que son las más importantes?
De
algunas ya hemos hablado. Por ejemplo, levantamos una barrera si prodigamos
demasiado nuestros consejos, sobre todo si los formulamos dentro de
nuestra propia experiencia y sin esfuerzo por hacernos cargo de las
circunstancias de la otra persona. Es lo que sucedía en el
ejemplo del oculista; o en el de la madre que descarga una batería
de sabios consejos cuando el chico está tratando de expresar
sus sentimientos; o en esas personas que interrumpen continuamente
a los demás con su verborrea impenitente; o en los que se dan
a opinar de todo inmoderadamente, o miran a los demás por encima
del hombro. Todas son excelentes maneras de ganarse la antipatía
de los demás y hacer el más soberano de los ridículos.
Otra
gran barrera es lo que podríamos denominar la pregunta compulsiva.
Es un defecto que algunas personas tienen en grado muy considerable
y que les lleva a hacer auténticas baterías de preguntas
de sondeo, formuladas habitualmente sin salir de su propio marco de
referencia, y con las que irrumpen invasivamente en la intimidad ajena.
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