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sábado, 30 de junio de 2012

Homilía de Benedicto XVI en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo

Señores cardenales,
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas

Estamos reunidos alrededor del altar para celebrar la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, patronos principales de la Iglesia de Roma. Están aquí presentes los arzobispos metropolitanos nombrados durante este último año, que acaban de recibir el palio, y a quienes va mi especial y afectuoso saludo. También está presente, enviada por Su Santidad Bartolomé I, una eminente delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, que acojo con reconocimiento fraterno y cordial. Con espíritu ecuménico me alegra saludar y dar las gracias a “The Choir of Westminster Abbey”, que anima la liturgia junto con la Capilla Sixtina. Saludo además a los señores embajadores y a las autoridades civiles: a todos les agradezco su presencia y oración.

Como todos saben, delante de la Basílica de San Pedro, están colocadas dos imponentes estatuas de los apóstoles Pedro y Pablo, fácilmente reconocibles por sus enseñas: las llaves en las manos de Pedro y la espada entre las de Pablo. También sobre el portal mayor de la Basílica de San Pablo Extramuros están representadas juntas escenas de la vida y del martirio de estas dos columnas de la Iglesia. La tradición cristiana siempre ha considerado inseparables a san Pedro y a san Pablo: juntos, en efecto, representan todo el Evangelio de Cristo. En Roma, además, su vinculación como hermanos en la fe ha adquirido un significado particular. En efecto, la comunidad cristiana de esta ciudad los consideró una especie de contrapunto de los míticos Rómulo y Remo, la pareja de hermanos a los que se hace remontar la fundación de Roma. Se puede pensar también en otro paralelismo opuesto, siempre a propósito del tema de la hermandad: es decir, mientras que la primera pareja bíblica de hermanos nos muestra el efecto del pecado, por el cual Caín mata a Abel, Pedro y Pablo, aunque humanamente muy diferentes el uno del otro, y a pesar de que no faltaron conflictos en su relación, han constituido un modo nuevo de ser hermanos, vivido según el Evangelio, un modo auténtico hecho posible por la gracia del Evangelio de Cristo que actuaba en ellos. Sólo el seguimiento de Jesús conduce a la nueva fraternidad: aquí se encuentra el primer mensaje fundamental que la solemnidad de hoy nos ofrece a cada uno de nosotros, y cuya importancia se refleja también en la búsqueda de aquella plena comunión, que anhelan el Patriarca ecuménico y el Obispo de Roma, como también todos los cristianos.

En el pasaje del Evangelio de san Mateo que hemos escuchado hace poco, Pedro hace la propia confesión de fe a Jesús reconociéndolo como Mesías e Hijo de Dios; la hace también en nombre de los otros apóstoles. Como respuesta, el Señor le revela la misión que desea confiarle, la de ser la «piedra», la «roca», el fundamento visible sobre el que está construido todo el edificio espiritual de la Iglesia (cf. Mt 16, 16-19). Pero ¿de qué manera Pedro es la roca? ¿Cómo debe cumplir esta prerrogativa, que naturalmente no ha recibido para sí mismo? El relato del evangelista Mateo nos dice en primer lugar que el reconocimiento de la identidad de Jesús pronunciado por Simón en nombre de los Doce no proviene «de la carne y de la sangre», es decir, de su capacidad humana, sino de una particular revelación de Dios Padre. En cambio, inmediatamente después, cuando Jesús anuncia su pasión, muerte y resurrección, Simón Pedro reacciona precisamente a partir de la «carne y sangre»: Él «se puso a increparlo: … [Señor] eso no puede pasarte» (16, 22). Y Jesús, a su vez, le replicó: «Aléjate de mí, Satanás. Eres para mí piedra de tropiezo…» (v. 23). El discípulo que, por un don de Dios, puede llegar a ser roca firme, se manifiesta en su debilidad humana como lo que es: una piedra en el camino, una piedra con la que se puede tropezar – en griego skandalon. Así se manifiesta la tensión que existe entre el don que proviene del Señor y la capacidad humana; y en esta escena entre Jesús y Simón Pedro vemos de alguna manera anticipado el drama de la historia del mismo papado, que se caracteriza por la coexistencia de estos dos elementos: por una parte, gracias a la luz y la fuerza que viene de lo alto, el papado constituye el fundamento de la Iglesia peregrina en el tiempo; por otra, emergen también, a lo largo de los siglos, la debilidad de los hombres, que sólo la apertura a la acción de Dios puede transformar.

En el Evangelio de hoy emerge con fuerza la clara promesa de Jesús: «el poder del infierno», es decir las fuerzas del mal, no prevalecerán, «non prevalebunt». Viene a la memoria el relato de la vocación del profeta Jeremías, cuando el Señor, al confiarle la misión, le dice: «Yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo; lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte» (Jr 1, 18-19). En verdad, la promesa que Jesús hace a Pedro es ahora mucho más grande que las hechas a los antiguos profetas: Éstos, en efecto, fueron amenazados sólo por enemigos humanos, mientras Pedro ha de ser protegido de las «puertas del infierno», del poder destructor del mal. Jeremías recibe una promesa que tiene que ver con él como persona y con su ministerio profético; Pedro es confortado con respecto al futuro de la Iglesia, de la nueva comunidad fundada por Jesucristo y que se extiende a todas las épocas, más allá de la existencia personal del mismo Pedro.

Pasemos ahora al símbolo de las llaves, que hemos escuchado en el Evangelio. Nos recuerdan el oráculo del profeta Isaías sobre el funcionario Eliaquín, del que se dice: «Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá» (Is 22,22). La llave representa la autoridad sobre la casa de David. Y en el Evangelio hay otra palabra de Jesús dirigida a los escribas y fariseos, a los cuales el Señor les reprocha de cerrar el reino de los cielos a los hombres (cf. Mt 23,13). Estas palabras también nos ayudan a comprender la promesa hecha a Pedro: a él, en cuanto fiel administrador del mensaje de Cristo, le corresponde abrir la puerta del reino de los cielos, y juzgar si aceptar o excluir (cf. Ap 3,7). Las dos imágenes – la de las llaves y la de atar y desatar – expresan por tanto significados similares y se refuerzan mutuamente. La expresión «atar y desatar» forma parte del lenguaje rabínico y alude por un lado a las decisiones doctrinales, por otro al poder disciplinar, es decir a la facultad de aplicar y de levantar la excomunión. El paralelismo «en la tierra… en los cielos» garantiza que las decisiones de Pedro en el ejercicio de su función eclesial también son válidas ante Dios.

En el capítulo 18 del Evangelio según Mateo, dedicado a la vida de la comunidad eclesial, encontramos otras palabras de Jesús dirigidas a los discípulos: «En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 18,18). Y san Juan, en el relato de las apariciones de Cristo resucitado a los Apóstoles, en la tarde de Pascua, refiere estas palabras del Señor: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23). A la luz de estos paralelismos, aparece claramente que la autoridad de atar y desatar consiste en el poder de perdonar los pecados. Y esta gracia, que debilita la fuerza del caos y del mal, está en el corazón del ministerio de la Iglesia. Ella no es una comunidad de perfectos, sino de pecadores que se deben reconocer necesitados del amor de Dios, necesitados de ser purificados por medio de la Cruz de Jesucristo. Las palabras de Jesús sobre la autoridad de Pedro y de los Apóstoles revelan que el poder de Dios es el amor, amor que irradia su luz desde el Calvario. Así, podemos también comprender porqué, en el relato del evangelio, tras la confesión de fe de Pedro, sigue inmediatamente el primer anuncio de la pasión: en efecto, Jesús con su muerte ha vencido el poder del infierno, con su sangre ha derramado sobre el mundo un río inmenso de misericordia, que irriga con su agua sanadora la humanidad entera.

Queridos hermanos, como recordaba al principio, la tradición iconográfica representa a san Pablo con la espada, y sabemos que ésta significa el instrumento con el que fue asesinado. Pero, leyendo los escritos del apóstol de los gentiles, descubrimos que la imagen de la espada se refiere a su misión de evangelizador. Él, por ejemplo, sintiendo cercana la muerte, escribe a Timoteo: «He luchado el noble combate» (2 Tm 4,7). No es ciertamente la batalla de un caudillo, sino la de quien anuncia la Palabra de Dios, fiel a Cristo y a su Iglesia, por quien se ha entregado totalmente. Y por eso el Señor le ha dado la corona de la gloria y lo ha puesto, al igual que a Pedro, como columna del edificio espiritual de la Iglesia.

Queridos Metropolitanos: el palio que os he impuesto, os recordará siempre que habéis sido constituidos en y para el gran misterio de comunión que es la Iglesia, edificio espiritual construido sobre Cristo piedra angular y, en su dimensión terrena e histórica, sobre la roca de Pedro. Animados por esta certeza, sintámonos juntos cooperadores de la verdad, la cual –sabemos– es una y «sinfónica», y reclama de cada uno de nosotros y de nuestra comunidad el empeño constante de conversión al único Señor en la gracia del único Espíritu. Que la Santa Madre de Dios nos guíe y nos acompañe siempre en el camino de la fe y de la caridad. Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros. Amén.

Fuente: radiovaticana.org

miércoles, 27 de junio de 2012

Texto completo de la catequesis del Papa (27 de junio del 2012)

Queridos hermanos y hermanas

Nuestra oración está hecha, como hemos visto en los pasados miércoles, de silencio y de palabras, de canto y de gestos que implican a toda la persona: desde la boca hasta la mente, del corazón a todo el cuerpo. Es una característica que encontramos en la oración judía, especialmente en los Salmos. Hoy quisiera hablar de uno de los cantos o himnos más antiguos de la tradición cristiana, que San Pablo nos presenta en lo que, en cierto sentido, es su testamento espiritual: la Carta a los Filipenses. Se trata de una carta que el Apóstol escribe mientras está en la cárcel, tal vez en Roma. Él se siente cercano a la muerte, porque afirma que ofrecerá su vida como una libación (cf. Flp 2,17).

A pesar de esta situación de grave peligro para su incolumidad física, San Pablo, en todo el texto, expresa la alegría de ser discípulo de Cristo, de poder ir a su encuentro, hasta el punto de ver la muerte no como una pérdida sino como una ganancia. En el último capítulo de su carta hay una fuerte invitación a la alegría, una característica fundamental de nuestro ser cristianos y de nuestra orar. San Pablo escribe: "Estén siempre alegres en el Señor, lo repito de nuevo: ¡Alégrense!" (Fil. 4,4). ¿Pero cómo puede regocijarse frente a una sentencia de muerte, ya inminente? ¿De dónde, o mejor, de quién San Pablo recoge la serenidad, la fuerza, el coraje de ir hacia su martirio, y al derramamiento de sangre?

La respuesta la encontramos en el centro de la Carta a los Filipenses, en lo que la tradición cristiana llama carmen Christo, el canto para Cristo, o más comúnmente el "himno cristológico"; un canto que centra toda la atención en los "sentimientos" de Cristo, es decir, en su modo de pensar y su actitud concreta, vivida. Esta oración comienza con una exhortación: " Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús " (Fil. 2,5). Estos sentimientos se presentan en los siguientes versículos: el amor, la generosidad, la humildad, la obediencia a Dios, el don de uno mismo. No se trata simplemente de seguir el ejemplo de Jesús como algo moral, sino de involucrar toda la existencia en su propia manera de pensar y actuar. La oración debe llevar hacia un conocimiento y una unión en el amor cada vez más profunda con el Señor, para poder pensar, actuar y amar como Él, en Él y por Él. Ejercitarse en eso, aprender los sentimientos de Jesús es el camino de la vida cristiana.

Ahora voy a referirme brevemente sobre algunos elementos de esta canto denso, que resume todo el itinerario divino y humano del Hijo de Dios, que abarca toda la historia humana: del ser en la condición de Dios, a la encarnación, a la muerte en una cruz y a la exaltación en la gloria del Padre, y en parte también el comportamiento de Adán, del hombre desde el principio. Este himno a Cristo parte de su ser "en morphe tou Theou", dice el texto griego, es decir, de estar "en la forma de Dios", o mejor dicho, en la condición de Dios. Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, no vive su "ser como Dios" para triunfar o para imponer su supremacía, no lo considera como una posesión, un privilegio, un tesoro al qué aferrarse. Es más, "se desnudó," se vació de sí mismo tomando, dice el texto griego, la "morphe Doulos", la "forma de siervo, de esclavo", la realidad humana marcada por el sufrimiento, por la pobreza, por la muerte; en todo se asimiló a los hombres, excepto en el pecado, comportándose como un servidor dedicado completamente al servicio de los demás. En este sentido, Eusebio de Cesarea (siglo IV) dice: "Él tomó sobre sí las fatigas, con los miembros que sufren. Ha hecho suyas nuestras humildes enfermedades. Sufrió tribulaciones por amor a nosotros: esto en conformidad con su gran amor por la humanidad "(La demostración Evangélica, 10, 1, 22). San Pablo continúa delineando el marco "histórico" en el que se realizó esta disminución de Jesús. Escribe el Apóstol: "se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte." (Flp 2,8).

El Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre y cumplió un camino en completa obediencia y fidelidad a la voluntad del Padre, hasta el supremo sacrificio de su vida. Aún más, el Apóstol especifica "hasta la muerte, y muerte de cruz." En la cruz Jesucristo alcanzó el mayor grado de humillación, ya que la crucifixión era el castigo reservado a los esclavos y no a las personas libres: " mors turpissima crucis", escribe Cicerón (cf. En Verrem, V, 64, 165).

En la cruz de Cristo, el hombre es redimido y la experiencia de Adán se modifica, dándose vuelta completamente: Adán, creado a imagen y semejanza de Dios, pretendía ser como Dios, con sus propias fuerzas, ocupar el lugar de Dios, y así perdió la dignidad original que se le había dado. Jesús, sin embargo, aun estando en la condición divina, se abajó, se sumergió en la condición humana, en total fidelidad al Padre, para redimir al Adán, que está en nosotros y para volverle a dar al hombre la dignidad que había perdido. Los Padres subrayan que Él se hizo obediente, volviendo a dar a la naturaleza humana, a través de su humanidad y obediencia, lo que se había perdido por la desobediencia de Adán.

En la oración, en la relación con Dios, nosotros abrimos la mente, el corazón y la voluntad a la acción del Espíritu Santo, para entrar en esta misma dinámica de vida, como afirma San Cirilo de Alejandría, cuya fiesta celebramos hoy: "La obra del Espíritu intenta transformarnos, por medio de la gracia, en una copia perfecta de su humillación" (Carta Festale 10, 4). La lógica humana, sin embargo, intenta a menudo la realización de sí mismos en el poder, en el dominio, en los medios poderosos. El hombre sigue queriendo construir con sus propias fuerzas la torre de Babel para llegar – con sus propias fuerzas - a la altura de Dios, para ser como Dios. La Encarnación y la Cruz nos recuerdan que la plena realización estriba en conformar la propia la voluntad humana en la del Padre, en el desapego total de sí mismo, del propio egoísmo, para llenarse del amor y de la caridad de Dios y, así, llegar a ser verdaderamente capaces de amar a los demás. El hombre no se encuentra a sí mismo, cuando queda ensimismado, sino cuando logra salir de sí mismo. Sólo si logramos salir de nosotros, nos encontramos. Adán quería imitar a Dios, pero tenía una idea equivocada de Dios. Dios no quiere sólo la grandeza, Dios es amor que da, ya desde la Trinidad y luego en la Creación. Imitar a Dios significa salir de sí mismo y entregarse en el amor.

En la segunda parte de este himno cristológico de la Carta a los Filipenses, el sujeto cambia; ya no es Cristo, sino Dios Padre. San Pablo subraya que es precisamente por la obediencia al Padre, que “Dios le exalta y le dona el nombre que está por encima de los nombres” (Fil. 2,9). Aquel que se humilló hasta tomar la condición de esclavo, viene exaltado por encima de todos y de todo por el Padre, que le da el nombre de Kiros, “Señor”, a suprema dignidad y señoría.

Frente a este nuevo nombre que, de hecho, es el nombre de Dios en el Antiguo Testamento, "se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor»”, para la gloria de Dios el Padre "(vv. 10-11). El Jesús que se exalta es aquel de la Última Cena, que depone sus prendas de vestir, y con una toalla, se inclina para lavar los pies de los Apóstoles y les pregunta: "¿Entienden lo que hago por ustedes? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y con razón, porque lo soy. Así pues, si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar los pies los unos a los otros "(Jn 13,12-14). Esto es importante recordarlo siempre en nuestras oraciones y en nuestra vida: "el ascenso hacia Dios tiene lugar en el descenso del servicio humilde, en el descenso del amor, que es la esencia de Dios y la verdadera fuerza purificadora, que permite al hombre percibir y ver a Dios "(Jesús de Nazaret, Milano 2007, p. 120).

El himno de la Carta a los Filipenses nos ofrece aquí dos claves importantes para nuestra oración. La primera es la invocación: "Señor", dirigida a Jesucristo, sentado a la diestra del Padre: Él es el único Señor de nuestra vida, en medio de tantos "dominadores" que la quieren dirigir y orientar. Por ello, es necesario tener una escala de valores en los que la primacía le corresponde a Dios, para afirmar con San Pablo: "todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor " (Fil. 3,8). El encuentro con el Resucitado le hizo comprender que Él es el único tesoro por el cual vale la pena sacrificar la propia existencia.

La segunda indicación es la postración, "se doblará toda rodilla " en la tierra y en el cielo, que evoca una expresión del Profeta Isaías, que indica la adoración que todas las criaturas le deben a Dios (cf. 45:23). La genuflexión ante el Santísimo Sacramento o el arrodillarse en la oración expresan precisamente la actitud de adoración ante Dios, también con el cuerpo. De ahí la importancia de cumplir este gesto no por costumbre, sino con profunda conciencia. Cuando nos arrodillamos ante el Señor, confesamos nuestra fe en Él, reconocemos que Él es el único Señor de nuestra vida.

Queridos hermanos y hermanas, en nuestra oración, contemplemos al Crucificado, detengámonos en adoración ante la Eucaristía con mayor frecuencia, para que entre en nuestra vida el amor de Dios, que se abajó con humildad para elevarnos hacia Él. Al comienzo de la catequesis nos preguntábamos cómo San Pablo podía alegrarse ante el riesgo inminente de su martirio y de su derramamiento de sangre. Esto sólo es posible porque el Apóstol nunca alejó su mirada de Cristo, hasta asemejarse a Él en su muerte, " a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos " (Fil. 3:11). Al igual que San Francisco ante el crucifijo, digamos también nosotros: Altísimo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón. Dame una fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, juicio y discernimiento para cumplir tu verdadera y santa voluntad. Amén (cf. Oración ante el Crucifijo: FF [276]).


(Traducción del italiano: Eduardo Rubió y Cecilia de Malak)

Fuente: radiovaticana.org

lunes, 25 de junio de 2012

Greg Burke, nuevo asesor de comunicación de la Secretaría de Estado Vaticana

La Santa Sede crea un nuevo cargo para el periodista estadounidense

Un estadounidense será asesor para el sector de la comunicación de la Secretaría de Estado vaticana. Es Greg Burke, de 52 años, vaticanista de largo recorrido, miembro del Opus Dei y excorresponsal en Roma de la cadena estadounidense Fox News.
Burke no tendrá el cargo de portavoz, que seguirá ostentando el padre Federico Lombardi, sino de supervisor según el modelo del director de comunicación de la Casa Blanca.

Conocido por su profesionalidad y su estilo directivo, el nuevo asesor es un veterano de la comunicación habiendo cubierto los mayores eventos del Vaticano y Medio Oriente como corresponsal del Times en Roma.

Esta nueva figura --explicó el padre Lombardi- tendrá la finalidad de contribuir a integrar la atención a las cuestiones de comunicación en el trabajo de la Secretaría de Estado y a cuidar la relación con el servicio de la Sala de Prensa y de las otras instituciones comunicacionales de la Santa Sede".

En otras palabras, la tarea de Burke será la de un "estratega" que contribuirá al mejoramiento de las políticas de comunicación de la Santa Sede. Un papel del todo inédito para el Vaticano, que se ha hecho sin embargo necesario desde los últimos sucesos ligados al caso Vatileaks, relativos a la difusión ilícita de documentos privados, que llevaron al arresto de Paolo Gabriele, ayuda de cámara del santo padre.

"Espero poder echar una mano para que la antigua máquina comunicativa pueda dar algún paso adelante", declaró al Corriere della Sera el mismo Burke, rechazando la hipótesis de que su nombramiento haya sido impuesto por los obispos estadounidenses.

"Un aspecto estadounidense en el asunto hay --precisó- pero no se refiere a mi proveniencia sino más bien a la dominante anglófona". El periodista explicó que "todo lo que la Curia dice y hace, quizá en latín, o en inglés clásico, va hoy hacia un mundo que habla el inglés de internet"; su tarea será por tanto ayudarla "a tener en cuenta a este mundo".

"Mi nombramiento --añadió- revela la advertencia de la necesidad de prestar atención a los medios no sólo en el momento de la comunicación sino ya en el de la preparación de cuanto será comunicado. No soy un experto en relaciones públicas pero se lo que buscan los periodistas, estoy habituado a seguir el escenario informativo, tengo alguna competencia para comprender sobre dónde irá caer una palabra que se dice o una noticia que se da".

El periodista contó, además, que recibió la propuesta de asumir este nuevo cargo por vía telefónica, mientras se encontraba en Nueva York, a finales de mayo, con un sms al móvil italiano que le pedía contactar con la Secretaría de Estado. En un primer tiempo, relata, su respuesta fue negativa, luego decidió en cambio aceptar el cargo.

Burke trabajará, con un despacho dentro de la Secretaría de Estado, en estrecha coordinación con el director de la Sala de Prensa vaticana, padre Lombardi con los otros medios de comunicación vaticanos.

Fuente: zenit.org

Las diferencias entre ricos y pobres son una afrenta a la dignidad de la persona humana

Intervención del observador vaticano ante la ONU, monseñor Tomasi
El observador permanente de la Santa Sede ante la ONU y otras Organizaciones Internacionales en Ginebra, monseñor Silvano Maria Tomasi realizó una intervención en la 20 Sesión del Consejo de Derechos Humanos en materia de deuda externa y derechos humanos. En ella subrayó la necesidad de reconsiderar la deuda externa y las diferencias enormes entre ricos y pobres que ofenden a la dignidad humana.

Monseñor Tomasi afirmó que "la Santa Sede apoya con fuerza la aserción del Informe de que los derechos humanos así como las reglas de justicia y ética deben aplicarse a todas las relaciones económicas y sociales, incluyendo las obligaciones de la deuda externa".

"El criterio de los derechos humanos para evaluar la deuda externa --añadió- puede ser un importante instrumento para mover el desarrollo de la estrecha comprensión 'económica' o material a otra basada en el desarrollo humano integral, que promueve 'el desarrollo de cada hombre y de todo el hombre'".

Así mismo, dijo, "reconoce el 'derecho al desarrollo', basado en la humanidad de cada persona, desde la concepción hasta la muerte ntural, independientemente de su edad, nacionalidad, raza, religión, etnia, sexo y situación de minusvalía".

Al mismo tiempo, añadió el observador permanente "reconocemos el papel que la corrupción ha jugado y sigue jugando en agravar el problema de las obligaciones de deuda en muchos de los países menos desarrollados".

Monseñor Tomasi afirmó que "una ética centrada en la gente se funda en una visión de la persona humana que subraya la dignidad humana. Toda actividad económica justa respeta la dignidad humana. La riqueza y la deuda deben servir al bien común. Si se viola la justicia, la riqueza y la deuda se convierten en instrumentos de explotación, especialmente de los pobres y marginados".

Según el observador vaticano, "la deuda externa es un síntoma de la falta de justicia en el flujo de capital en el mundo". Y puso de relieve que "la cuestión de la deuda es parte de un problema más amplio: el de la persistencia de la pobreza, a veces incluso extrema, y la emergencia de nuevas desigualdades que están acompañando el proceso de globalización".

"Si el objetivo es globalización sin marginación --afirmó--, no podemos tolerar por más tiempo un mundo en el que viven al lado unos de otros los inmensamente ricos y los pobres miserables, los privados incluso de lo esencial y gente que gasta despreocupadamente lo que otros necesitan desesperadamente. Tales contrastes son una afrenta a la dignidad de la persona humana".

De acuerdo con el informe, y los observadores más objetivos, la Santa Sede "reconoce que los préstamos a los países en vías de desarrollo en un tiempo promovieron la desigualdad y se convirtieron en barreras al desarrollo en lugar de servir como instrumentos para promover el dasrrollo".

La Santa Sede "apoya el nuevo principio de transparencia en los préstamos externos a todos los niveles y por todos los actores en orden a disminuir el riesgo de los graves errores que se hicieron en el pasado, cuando la corrupción llevó a préstamos secretos para propósitos dudosos, tomados por líderes no interesados en el bien común, con los pobres en países en vías de desarrollo teniendo que cargar con ese peso. Apoyamos esta reforma y animamos los esfuerzos para corregir las injusticias de los préstamos pasados con más agresivas condinaciones de la deuda".

La Santa Sede espera que "el proceso de cancelación y reducción de la deuda para los países más pobres continuará y se acelerará".

"Una mayor transparencia también ayudará a evitar la construcción de niveles de deuda insostenibles para las naciones en vías de desarrollo. Tanto en los países en desarrollo como los desarrollados la falta de transparencia en la acumulación de la deuda ha añadido una incerteza económica en el sistema financiero mundial. Los Principios Guía de la Deuda Externa y Derechos Humanos se mueven en la dirección de una solución concreta. La deuda soberana no puede ser vista como un problema exclsuivamente económico. Afecta a las futuras generaciones así como a las condiciones sociales que permiten el disfrute de los derechos humanos de amplios números de personas que tienen derecho a la solidaridad de toda la familia humana", concluyó el observador vaticano.

Fuente: zenit.org

Orientaciones pastorales para la promoción de las vocaciones sacerdotales

Se presentó esta mañana, en la Sala de Prensa de la Santa Sede, el documento de la Congregación para la Educación Católica y de la Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales, titulado: “Orientaciones pastorales para la promoción de las vocaciones al ministerio sacerdotal”.

Intervinieron en la presentación el Cardenal Zenon Grocholewski, Prefecto de la Congregación para la Educación Católica; Mons. Jean-Louis Bruguès, O.P., y Mons. Angelo Vincenzo Zani, respectivamente Secretario y Subsecretario del mismo Dicasterio.

En este documento, aprobado por el Santo Padre, se afirma, entre otras cosas, que el cuidado de las vocaciones al sacerdocio es un desafío permanente para la Iglesia. De hecho, con ocasión del 70ª aniversario de su constitución, la Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales, para alentar a todas las comunidades cristianas y, en ellas, a cuantos trabajan especialmente en la pastoral vocacional, ofrece a las Iglesias particulares este documento, como compendio para la promoción de la vocación al sacerdocio ministerial.

Asimismo se afirma que el ambiente más favorable para la vocación al sacerdocio es toda comunidad cristiana que escucha la Palabra de Dios, que reza con la liturgia y da testimonio con la caridad. De modo que en tal contexto, la misión del sacerdote es percibida y reconocida con mayor evidencia. Al mismo tiempo, con este documento se desea apoyar a las comunidades eclesiales, a las asociaciones y a los movimientos en su compromiso en favor de las vocaciones, orientando sus esfuerzos hacia una pastoral vocacional, capaz de que se madure toda elección del don de sí mismo en la vida, y de favorecer, en particular, la acogida de la llamada de Dios al ministerio sacerdotal. Mons Jean Louis Brugés secretario del dicasterio presenta el documento.

Al preguntarle ¿cómo están las vocaciones en Europa y en América Latina? nos abordó el ejemplo de la diócesis de Boston, EEUU.

(María Fernanda Bernasconi)

Fuente: radiovaticana.org

domingo, 24 de junio de 2012

Texto y audio completo de la reflexión de Benedicto XVI en la fiesta de San Juan Bautista

(audio)

Queridos hermanos y hermanas

Hoy, 24 de junio, celebramos la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista. Si se excluye la Virgen María, el Bautista es el único santo de quien la liturgia festeja el nacimiento y lo hace porque está estrechamente relacionado con el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Desde el seno materno, en efecto, Juan es el precursor de Jesús: su prodigiosa concepción es anunciada por el Ángel a María como signo de que “nada es imposible a Dios” (Lc 1,37), seis meses antes del grande prodigio que nos da la salvación, la unión de Dios con el hombre es obra del Espíritu Santo. Los cuatro Evangelios resaltan la figura de Juan el Bautista, como profeta que concluye el Antiguo Testamento e inaugura el Nuevo, indicando a Jesús de Nazaret como el Mesías, el Consagrado del Señor. En efecto, será el mismo Jesús que hablará de Juan en estos términos: “Él es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino. Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que Él” (Mt 11, 10-11).

El padre de Juan, Zacarías –marido de Isabel, pariente de María, era sacerdote del culto judío. Él no creyó enseguida al anuncio de una paternidad ya inesperada y por este motivo quedó mudo hasta el día de la circuncisión del niño, al cual él y su mujer le dieron el nombre indicado por Dios, es decir Juan, que significa “el Señor hace gracia”. Animado por el Espíritu Santo, Zacarías habló así de la misión del hijo: “y tú niño serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos, para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados” (Lc 1, 76-77). Todo esto se manifestó 30 años después, cuando Juan bautizaba en el río Jordán, se puso a bautizar, llamando a la gente a prepararse, con aquel gesto de penitencia, a la inminente venida del Mesías, que Dios le había revelado durante su permanencia en el desierto de Judea. Por esto Él viene llamado “Bautista”, es decir “Bautizador” (cfr. Mt 3, 1-6). Cuando un día, desde Nazaret, viene Jesús mismo para hacerse bautizar, Juan primero rechazó, pero luego aceptó, y vio el Espíritu Santo posarse sobre Jesús y oyó la voz del Padre celeste que lo proclamaba su Hijo (Cftr. Mt, 3, 13-17). Pero su misión aún no se había cumplido: poco tiempo después, se le pidió que anticipara a Jesús también en la muerte violenta: Juan fue decapitado en la cárcel del rey Herodes y así dio pleno testimonio del Cordero de Dios, a quien él, primero que todos, había reconocido e indicado públicamente.

Queridos amigos, la Virgen María ayudó la anciana pariente Isabel a llevar hasta el último la concepción de Juan. Ella ayude a todos a seguir a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, que el Bautista anunció con gran humildad y ardor profético. (Traducción del italiano: Claudia Alberto – RV)

Después del canto mariano de Ángelus, el Papa ha recordado que hoy en Italia se celebra la Jornada para la caridad del Papa. El Pontífice ha agradecido a todas “las comunidades parroquiales, las familias y a los fieles el continuo apoyo y generosidad, que manifiestan y que beneficia a muchos de nuestros hermanos en necesidad”, ha dicho. En este sentido, el Santo Padre ha recordado que pasado mañana, martes, Dios mediante, hará una breve visita a las zonas afectadas por el reciente terremoto en el norte de Italia. Me gustaría que fuera un signo de solidaridad de toda la Iglesia, y por lo tanto os invito a todos a que me acompañéis con la oración.

Dirigiéndose luego a los peregrinos francófonos, Benedicto XVI ha señalado que “San Juan Bautista, el más grande entre los hijos de los hombres, fue capaz de reconocer al Señor. “Después de bautizar a Jesús en el río Jordán y de haberlo nombrado como el Mesías, desapareció humildemente ante él. Su ejemplo nos llama a convertirnos, a testimoniar a Cristo y anunciarlo a tiempo y contra el tiempo, siendo como san Juan, la voz que clama en el desierto, hasta el don de nuestras vidas”.

El Santo Padre ha saludado también con afecto a los peregrinos de habla Inglesa. Este domingo, les ha dicho, “celebramos el nacimiento de Juan el Bautista, el gran santo que preparó el camino para el Señor. Juan era una voz que clama en el desierto, llamando al pueblo de Dios al arrepentimiento. Escuchemos su voz hoy, y demos espacio para el Señor, en nuestros corazones”.

El Papa Joseph Ratzinger en su saludo a sus compatriotas y peregrinos de lengua alemana, hablando de Juan el Bautista, ha subrayado que fue el precursor del Señor. Su nombre significa "Dios es misericordioso" Su nacimiento fue para los familiares y los vecinos motivo de celebración y una ocasión para alabar a Dios. Pidamos a este precursor de Jesús su intercesión, para que también nosotros podamos participar, en la alegría y la compasión por el pueblo de Dios.

El Santo Padre finalmente, saludando a los fieles polacos, se ha unido espiritualmente al arzobispo de di Poznań, a los Padres Oratorianos y a todos los peregrinos que en el Santuario de la Madre di Dio en Gostyń festejan el 500° aniversario de su fundación (Traducción de Eduardo Rubió-RV)

Fuente: radiovaticana.org

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