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sábado, 15 de septiembre de 2012

DISCURSO DE BENEDICTO XVI ENCUENTRO CON LOS JOVENES DEL LIBANO Y DEL MEDIO ORIENTE: (15.09.2012)

Beatitud, Hermanos Obispos, queridos amigos

«A vosotros gracia y paz abundantes por el conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor» (2 P 1,2). El pasaje de la carta de San Pedro que acabamos de escuchar expresa bien el gran deseo que llevo en el corazón desde hace mucho tiempo. Gracias por vuestra calurosa acogida, gracias de todo corazón por vuestra presencia tan numerosa esta tarde. Agradezco a Su Beatitud el Patriarca Bechara Boutros Raï sus palabras de bienvenida, a Mons. Georges Bou Jaoudé, Arzobispo de Trípoli y Presidente del Consejo para el apostolado de los laicos en el Líbano, y a Monseñor Elie Hadda, Arzobispo de Sidón de los Griegos melquitas y Vice-presidente de dicho Consejo, así como a los dos jóvenes que me han saludado en nombre de todos vosotros. سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy) (Jn 14,27), nos dice Jesucristo.

Queridos amigos, vosotros vivís hoy en esta parte del mundo que ha visto el nacimiento de Jesús y el desarrollo del cristianismo. Es un gran honor. Y es una llamada a la fidelidad, al amor por vuestra región, y especialmente a ser testigos y mensajeros de la alegría de Cristo, porque la fe transmitida por los Apóstoles lleva a la plena libertad y al gozo, como lo han mostrado tantos santos y beatos de este país. Su mensaje ilumina la Iglesia universal. Y puede seguir iluminando vuestras vidas. Entre los Apóstoles y los santos, muchos vivieron periodos difíciles, y su fe fue la fuente de su valor y de su testimonio. Que encontréis en su ejemplo e intercesión la inspiración y el apoyo que necesitáis.

Conozco las dificultades que tenéis en la vida cotidiana, debido a la falta de estabilidad y seguridad, al problema de encontrar trabajo o incluso al sentimiento de soledad y marginación. En un mundo en continuo movimiento, os enfrentáis a muchos y graves desafíos. Pero ni siquiera el des-empleo y la precariedad deben incitaros a probar la «miel amarga» de la emigración, con el desarraigo y la separación en pos de un futuro incierto. Se trata de que vosotros seáis los artífices del futuro de vuestro país, y cumpláis con vuestro papel en la sociedad y en la Iglesia.

Tenéis un lugar privilegiado en mi corazón y en toda la Iglesia, porque la Iglesia es siempre joven. La Iglesia confía en vosotros. Cuenta con vosotros. Sed jóvenes en la Iglesia. Sed jóvenes con la Iglesia. La Iglesia necesita vuestro entusiasmo y creatividad. La juventud es el momento en el que se aspira a grandes ideales, y el periodo en que se estudia para prepararse a una profesión y a un porvenir. Esto es importante y exige su tiempo. Buscad lo que es hermoso y gozad en hacer el bien. Dad testimonio de la grandeza y la dignidad de vuestro cuerpo, que es «para el Señor» (1 Co 6,13b). Tened la delicadeza y la rectitud de los corazones puros. Como el beato Juan Pablo II, yo también os repito: «No tengáis miedo. Abrid las puertas de vuestro espíritu y vuestro corazón a Cristo». El encuentro con él «da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1). En él encontraréis la fuerza y el valor para avanzar en el camino de vuestra vida, superando así las dificultades y aflicciones. En él encontraréis la fuente de la alegría. Cristo os dice: سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy). Aquí está la revolución que Cristo ha traído, la revolución del amor.

Las frustraciones que se presentan no os deben conducir a refugiaros en mundos paralelos como, entre otros, el de las drogas de cualquier tipo, o el de la tristeza de la pornografía. En cuanto a las redes sociales, son interesantes, pero pueden llevar fácilmente a una dependencia y a la confusión entre lo real y lo virtual. Buscad y vivid relaciones ricas de amistad verdadera y noble. Adoptad iniciativas que den sentido y raíces a vuestra existencia, luchando contra la superficialidad y el consumo fácil. También os acecha otra tentación, la del dinero, ese ídolo tirano que ciega hasta el punto de sofocar a la persona y su corazón. Los ejemplos que os rodean no siempre son los mejores. Muchos olvidan la afirmación de Cristo, cuando dice que no se puede servir a Dios y al dinero (cf. Lc 16,13). Buscad buenos maestros, maestros espirituales, que sepan indicaros la senda de la madurez, dejando lo ilusorio, lo llamativo y la mentira. 

Sed portadores del amor de Cristo. ¿Cómo? Volviendo sin reservas a Dios, su Padre, que es la medida de lo justo, lo verdadero y lo bueno. Meditad la Palabra de Dios. Descubrid el interés y la actualidad del Evangelio. Orad. La oración, los sacramentos, son los medios seguros y eficaces para ser cristianos y vivir «arraigados y edificados en Cristo, afianzados en la fe» (Col 2,7). El Año de la fe que está para comenzar será una ocasión para descubrir el tesoro de la fe recibida en el bautismo. Podéis profundizar en su contenido estudiando el Catecismo, para que vuestra fe sea viva y vivida. Entonces os haréis testigos del amor de Cristo para los demás. En él, todos los hombres son nuestros hermanos. La fraternidad universal inaugurada por él en la cruz reviste de una luz resplandeciente y exigente la revolución del amor. «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,35). En esto reside el testamento de Jesús y el signo del cristiano. Aquí está la verdadera revolución del amor. 

Por tanto, Cristo os invita a hacer como él, a acoger sin reservas al otro, aunque pertenezca a otra cultura, religión o país. Hacerle sitio, respetarlo, ser bueno con él, nos hace siempre más ricos en humanidad y fuertes en la paz del Señor. Sé que muchos de vosotros participáis en diversas actividades promovidas por las parroquias, las escuelas, los movimientos o las asociaciones. Es hermoso trabajar con y para los demás. Vivir juntos momentos de amistad y alegría permite resistir a los gérmenes de división, que constante-mente se han de combatir. La fraternidad es una anticipación del cielo. Y la vocación del discípulo de Cristo es ser «levadura» en la masa, como dice san Pablo: «Un poco de levadura hace fermentar toda la masa» (Ga 5,9). Sed los mensajeros del evangelio de la vida y de los valores de la vida. Resistid con valentía a aquello que la niega: el aborto, la violencia, el rechazo y desprecio del otro, la injusticia, la guerra. Así irradiaréis la paz en vuestro entorno. ¿Acaso no son a los «artífices de la paz» a quienes en definitiva más admiramos? ¿No es la paz ese bien precioso que toda la humanidad está buscando? Y, ¿no es un mundo de paz para nosotros y para los demás lo que deseamos en lo más profundo? سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy), dice Jesús. Él no ha vencido el mal con otro mal, sino tomándolo sobre sí y aniquilándolo en la cruz mediante el amor vivido hasta el extremo. Descubrir de verdad el perdón y la misericordia de Dios, permite recomenzar siempre una nueva vida. No es fácil perdonar. Pero el perdón de Dios da la fuerza de la conversión y, a la vez, el gozo de perdonar. El perdón y la reconciliación son caminos de paz, y abren un futuro.

Queridos amigos, muchos de vosotros se preguntan ciertamente, de una forma más o menos consciente: ¿Qué espera Dios de mí? ¿Qué proyecto tiene para mí? ¿Querrá que anuncie al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio? ¿Me llama-rá Cristo a seguirlo más de cerca? Acoged confiadamente estos interrogantes. Tomaos un tiempo para pensar en ello y buscar la luz. Responded a la invitación poniéndoos cada día a disposición de Aquel que os llama a ser amigos suyos. Tratad de seguir de corazón y con generosidad a Cristo, que nos ha redimido por amor y entregado su vida por todos nosotros. Descubriréis una alegría y una plenitud inimaginable. Responder a la llamada que Cristo dirige a cada uno: éste es el secreto de la verdadera paz.

Ayer firmé la Exhortación Apostólica Ecclesia in Medio Oriente. Esta carta, queridos jóvenes, está destinada también a vosotros, como a todo el Pueblo de Dios. Leedla con atención y meditadla para ponerla en práctica. Para que os ayude, os recuerdo las palabras de san Pablo a los corintios: «Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todo el mundo. Es evidente que sois carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Co 3,2-3). También vosotros, queridos amigos, podéis ser una carta viva de Cristo. Esta carta no estará escrita con papel y lápiz. Será el testimonio de vuestra vida y de vuestra fe. Así, con ánimo y entusiasmo, haréis comprender a vuestro alrededor que Dios quiere la felicidad de todos sin distinción, y que los cristianos son sus servidores y testigos fieles.
Jóvenes libaneses, sois la esperanza y el futuro de vuestro país. Vosotros sois el Líbano, tierra de acogida, de convivencia, con una increíble capacidad de adaptación. Y, en estos momentos, no podemos olvidar a esos millones de personas que forman la diáspora libanesa, y que mantienen fuertes lazos con su país de origen. Jóvenes del Líbano, sed acogedores y abiertos, como Cristo os pide y como vuestro país os enseña.
Quiero saludar ahora a los jóvenes musulmanes que están con nosotros esta noche. Agradezco vuestra presencia que es tan importante. Vosotros sois, con los jóvenes cristianos, el futuro de este maravilloso País y de todo el Oriente Medio. Buscad construirlo juntos. Y cuando seáis adultos, continuad a vivir la concordia en la unidad con los cristianos. Porque la belleza del Líbano se encuentra en esta bella simbiosis. 
Es necesario que todo el Oriente Medio, viéndoles, comprenda que los musulmanes y los cristianos, el Islam y el Cristianismo, pueden vivir juntos sin odios, respetando las creencias de cada uno, para construir juntos una sociedad libre y humana. 

He sabido además que están entre nosotros jóvenes venidos de Siria. Quiero deciros cuanto admiro vuestra valentía. Decid en vuestras casas, a vuestros familiares y amigos, que el Papa no os olvida. Decid en vuestro entorno que el Papa esta triste a causa de vuestros sufrimientos y lutos. Él no se olvida de Siria en sus oraciones y es una de sus preocupaciones. No se olvida de ninguno de los que sufren en Oriente Medio. Es el momento en que musulmanes y cristianos se unan para poner fin a la violencia y a la guerra.

Para terminar, volvámonos a María, la Madre del Señor, Nuestra Señora del Líbano. Ella os protege y acompaña desde lo alto de la colina de Harissa, vela como madre por todos los libaneses y por tantos peregrinos que acuden de todas partes para encomendarle sus alegrías y sus penas. Esta tarde, confiamos a la Virgen María y al Beato Juan Pablo II, que me precedió aquí, vuestras vidas, las de todos los jóvenes del Líbano y de los países de la región, especialmente de los que sufren la violencia o la soledad, de los que necesitan consuelo. Que Dios os bendiga a todos. Y ahora, todos juntos, la imploramos:السّلامُ عَلَيكِ يا مَرْيَم... . 

Síntesis de la Exhortación Apostólica post-sinodal "Ecclesia en Oriente Medio"

PREMISA

La Exhortación Apostólica post-sinodal "Ecclesia en Oriente Medio" es el documento elaborado por Benedicto XVI a partir de las 44 proposiciones finales del Sínodo especial para Oriente Medio, que se celebró en el Vaticano del 10 al 26 octubre 2010, sobre el tema La Iglesia Católica en Oriente Medio: comunión y testimonio. "La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32). El texto se divide en tres partes, además de una introducción y una conclusión.

INTRODUCCIÓN

La exhortación hace un llamamiento a la Iglesia católica en Oriente Medio para reavivar la comunión en su interior, mirando a los "fieles nativos" que pertenecen a las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, y abriéndose al diálogo con los judíos y musulmanes. Se trata de una comunión, una unidad que hay que conseguir según la diversidad de contextos geográficos, religiosos, culturales y socio-políticos en el Oriente Medio. Benedicto XVI renueva el llamamiento a preservar y promover los ritos de las Iglesias Orientales, patrimonio de toda la Iglesia de Cristo.

PRIMERA PARTE

El Papa invita a no olvidar a los cristianos que viven en el Oriente Medio y que dan un contributo "noble y auténtico" a la construcción del Cuerpo de Cristo. Al describir la situación en la región y los pueblos que allí viven, Benedicto XVI pone de relieve dramáticamente los muertos, las víctimas "de la ceguera humana", el miedo y las humillaciones. La Exhortación recuerda que la posición de la Santa Sede sobre los diversos conflictos en la región y la situación de Jerusalén y los Santos Lugares es ampliamente conocida. Hace un llamamiento a la conversión, a la paz, a superar todas las diferencias de raza, género y clase, y vivir en el perdón en el ámbito privado y en la comunidad.

Vida cristiana y ecumenismo. Todo este capítulo es un llamamiento a la unidad ecuménica, "que no es la uniformidad de tradiciones y celebraciones": en un contexto político difícil, inestable y propenso a la violencia como el actual del Oriente Medio, la Iglesia se ha desarrollado en un modo verdaderamente multifacético, presentando Iglesias de antigua tradición y comunidades eclesiales más recientes. Se trata de un mosaico que requiere un notable esfuerzo para fortalecer el testimonio cristiano. La exhortación hace hincapié en la importancia del trabajo teológico y de las diversas comisiones ecuménicas y comunidades eclesiales, para que - de acuerdo con la doctrina de la Iglesia - hablen con una sola voz sobre los principales problemas morales (la familia, la sexualidad, la bioética, la libertad, la justicia y la paz). También es importante el ecumenismo diaconal, en ámbito caritativo y educativo. A continuación se enumeran algunas propuestas concretas para una pastoral ecuménica: una cierta "communicatio in sacris" (la posibilidad para los cristianos de acceder a los sacramentos en una Iglesia distinta de la propia) para los sacramentos de la penitencia, la Eucaristía y la unción de los enfermos, y un acuerdo para una traducción común del Padrenuestro en los idiomas locales de la región.

El diálogo interreligioso. Recordando los lazos históricos y espirituales que los cristianos tienen con judíos y musulmanes, se reitera que el diálogo interreligioso no nace de consideraciones pragmáticas de orden político o social, sino que se basa principalmente en los fundamentos teológicos de la fe: judíos, cristianos y musulmanes creen en un solo Dios, por lo que se espera que puedan reconocer "en el otro creyente", un hermano que hay que amar y respetar, evitando instrumentalizar la religión en conflictos "injustificables para un verdadero creyente." En cuanto al diálogo entre cristianos y judíos, el Papa recuerda el patrimonio espiritual común, basado en la Biblia, que contiene las "raíces judías del cristianismo", pide a los cristianos que sean conscientes del misterio de la Encarnación de Dios y condena las injustificables persecuciones del pasado.

Para los musulmanes, el Papa usa la palabra "estima" y añade "en la fidelidad al Concilio Vaticano II"; lamenta, sin embargo, que las diferencias doctrinales hayan servido de pretexto a unos y otros para justificar, en el nombre de la religión, las prácticas de intolerancia, la discriminación, la marginación y la persecución. La exhortación también muestra que la presencia de los cristianos en Oriente Medio no es ni nueva ni casual, sino histórica: parte integrante de la región, pusieron en marcha "una particular simbiosis" con la cultura circundante y -junto a judíos y musulmanes – han contribuido a la formación de una rica cultura, propia de Oriente Medio.

En cuanto a los católicos de la región, el texto muestra que, como ciudadanos nativos de Oriente Medio, tienen el derecho y el deber de participar plenamente en la vida cívica, y no deben ser considerados ciudadanos de segunda clase. El Papa dice que la libertad religiosa -la suma de todas las libertades, sagrada e inalienable- incluye la libertad de elegir la religión que se considera la verdadera y de manifestar públicamente sus creencias y símbolos, sin poner en peligro la propia vida y la libertad personal. La fuerza y las construcciones, en materia religiosa, no son admisibles. De aquí la invitación a pasar de la tolerancia a la libertad religiosa, lo que no implica una puerta abierta al sincretismo, sino "una reconsideración de la relación antropológica con la religión y con Dios."

Dos nuevas realidades: el secularismo, con sus formas a veces extremas, y el fundamentalismo violento que reivindica un origen religioso. La sana laicidad implica distinción y colaboración entre política y religión en el mutuo respeto, y garantiza a la política operar sin instrumentalizar la religión, y a la religión vivir sin los estorbos de los intereses políticos. El fundamentalismo religioso -que crece en el clima de incertidumbre socio-política, gracias a las manipulaciones de algunos e la insuficiente comprensión de la religión por parte de otros- quiere tomar el poder, a veces con violencia, sobre la conciencia de la gente y sobre la religión, por razones políticas. Por este motivo, el Papa lanza un llamamiento urgente a todos los líderes religiosos del Medio Oriente para que busquen, con su ejemplo y su enseñanza, de hacer todo lo posible para erradicar esta amenaza mortal que afecta por igual a los creyentes de todas las religiones.

Emigrantes: El Papa aborda una cuestión fundamental, a saber, el éxodo de los cristianos (una verdadera hemorragia), que se encuentran en una situación delicada, a veces sin esperanza, y sufren las consecuencias negativas de los conflictos, sintiéndose a menudo humillados, a pesar de haber participado, a lo largo de los siglos, en la construcción de sus respectivos países. Un Oriente Medio, con pocos cristianos o ninguno ya no sería el Oriente Medio. Por esta razón, el Papa pide a los líderes políticos y líderes religiosos que eviten las políticas y estrategias que tiendan hacia un Oriente Medio monocromo que no refleja su realidad humana e histórica. Benedicto XVI invita a los pastores de las Iglesias orientales católicas a ayudar a sus sacerdotes y sus fieles de la diáspora a mantenerse en contacto con sus familias y sus iglesias y alienta a los obispos de las diócesis que reciben a los católicos orientales a darles la oportunidad de celebrar de acuerdo con sus propias tradiciones. El capítulo también aborda el tema de los trabajadores inmigrantes -a menudo católicos de rito latino- de África, el Lejano Oriente y el subcontinente indio, que a menudo experimentan situaciones de discriminación e injusticia.

SEGUNDA PARTE

La segunda parte se ocupa de algunas de las principales categorías que componen la Iglesia Católica:

- Patriarcas: Los líderes de la Iglesias sui juris, en perfecta unión con el Obispo de Roma, hacen tangible la universalidad y la unidad de la Iglesia y como signo de comunión, sabrán reforzar la unidad y la solidaridad en el marco del Consejo de los Patriarcas católicos de Oriente y de los Sínodos patriarcales, favoreciendo siempre la concertación sobre los temas clave de la Iglesia.

- Los obispos: signo visible de unidad en la diversidad de la Iglesia entendida como Cuerpo, del cual Cristo es la cabeza, son los primeros en ser enviados a todas las naciones para hacer discípulos. Deben proclamar con valentía y defender con firmeza la integridad y la unidad de la fe, en las situaciones difíciles que, lamentablemente, no faltan en el Oriente Medio. Los obispos también están invitados a una sana, honesta y transparente gestión de los bienes temporales de la Iglesia y, en este sentido, el Papa recuerda que los padres sinodales pidieron una revisión seria de las finanzas y los bienes, para evitar la confusión entre los bienes personales y los de Iglesia. Los obispos también tendrán que vigilar para asegurar a los sacerdotes el sustento adecuado, con el fin de que no se pierdan en cuestiones materiales. La enajenación de los bienes de la Iglesia debe cumplir estrictamente las normas del derecho canónico y las disposiciones pontificias vigentes. Por último, el Papa exhorta a los obispos a la atención, en un sentido pastoral, de todos fieles los cristianos, independientemente de su nacionalidad u origen eclesial.

- Los sacerdotes y seminaristas: la exhortación hace hincapié en que los sacerdotes deben educar al Pueblo de Dios en la edificación de la civilización del amor evangélico y de la unidad y esto exige una transmisión en profundidad de la Palabra de Dios, de la tradición y de la doctrina de la Iglesia, junto con la renovación intelectual y espiritual de los sacerdotes mismos. En este contexto, es importante el celibato -don inestimable de Dios a la Iglesia-, y también el ministerio de los sacerdotes casados, antigua componente de la tradición oriental. Como servidores de la comunión, los sacerdotes y seminaristas deben ofrecer un testimonio valiente y sin sombras, tener una conducta irreprochable, y abrirse a la diversidad cultural de sus Iglesias (aprendiendo, por ejemplo, las lenguas y culturas), así como a la diversidad eclesial y al diálogo ecuménico e interreligioso.

- Vida Consagrada: el monaquismo, en sus diversas formas, nació en el Oriente Medio y dio inicio a algunas Iglesias sui iuris; las personas consagradas deben cooperar con el obispo en la actividad pastoral y misionera. Se les invita a meditar mucho tiempo y a observar los consejos evangélicos (castidad, pobreza y obediencia), porque no puede haber regeneración espiritual -de las comunidades de fieles y la Iglesia entera- sin un retorno claro y neto a la búsqueda de Dios.

- Laicos: miembros del Cuerpo de Cristo gracias al bautismo y por tanto plenamente asociados a la misión de la Iglesia universal, a los laicos el Papa confía la tarea de promover -en el ámbito temporal, que es el suyo- la sana gestión de los bienes públicos, la libertad religiosa y el respeto de la dignidad de cada persona. También se les anima a ser valientes en la causa de Cristo. Para que su testimonio realmente de frutos, los laicos deben superar las divisiones y todas las interpretaciones subjetivas de la vida cristiana.

- Familia: institución divina fundada en el sacramento del matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer ("El amor conyugal es el proyecto paciente de toda una vida"), hoy la familia está expuesta a muchos peligros. La familia cristiana debe ser apoyada en sus problemas y dificultades y debe mirar a su propia identidad más profunda, para que sea sobre todo Iglesia doméstica que educa a la oración y la fe, vivero de vocaciones, escuela natural de virtudes y valores éticos, célula fundamental de la sociedad. La exhortación reserva amplio espacio a la cuestión de la mujer en Oriente Medio y la necesidad de su igualdad con el hombre, frente a la discriminación que debe sufrir y que ofende gravemente no sólo a la mujer misma, sino también y sobre todo a Dios. El Papa pone de relieve que las mujeres deben trabajar y participar en la vida pública y eclesial. Con respecto a las controversias jurídicas en materia matrimonial, la voz de la mujer debe ser escuchada a la par con la del hombre, sin injusticias. Por esta razón, el Papa alienta a una aplicación. más saludable y justa, del derecho en este contexto, para que las diferencias jurídicas relativas a la materia matrimonial non conduzcan a la apostasía. Por último, los cristianos de Oriente Medio deben ser capaces de aplicar, ya sea en el matrimonio o en otras cuestiones, su derecho, sin restricción alguna.

- Los jóvenes y los niños: el Papa les exhorta a no tener miedo o vergüenza de ser cristianos, a respetar a los demás creyentes, judíos y musulmanes, a cultivar siempre -a través de la oración- la verdadera amistad con Jesús, amando a Cristo y a la Iglesia. De esta manera, van a ser capaces de discernir con sabiduría los valores de la modernidad útiles para su realización, sin dejarse seducir por el materialismo o alguna red social, cuyo uso indiscriminado puede mutilar la verdadera naturaleza de las relaciones humanas. Para los niños, en particular, la exhortación recurre a padres, educadores, formadores e instituciones públicas para que reconozcan los derechos de los niños desde su concepción.

TERCERA PARTE

La Palabra de Dios, el alma y la fuente de comunión y testimonio: Después de expresar gratitud a las escuelas exegéticas (de Alejandría, Antioquía) que contribuyeron a la formulación dogmática del misterio cristiano en los siglos cuarto y quinto, la exhortación recomienda una verdadera pastoral bíblica, para disipar los prejuicios o ideas erróneas que provocan controversias inútiles o humillantes. De ahí la sugerencia de anunciar un Año Bíblico, según las condiciones pastorales de cada país de la región, seguido de una Semana anual de la Biblia. La presencia cristiana en el Medio Oriente en los países bíblicos -que va mucho más allá de una simple pertenencia sociológica o de un éxito económico y cultural- reencontrando la savia de las raíces y en el seguimiento de los discípulos de Cristo, tendrá un nuevo impulso.

Liturgia y vida sacramental: Para los fieles de Oriente Medio, la liturgia es elemento esencial de la unidad espiritual y de la comunión. La renovación de las celebraciones litúrgicas y textos -en su caso- debe basarse en la Palabra de Dios y realizarse en colaboración con las Iglesias co-depositarias de las mismas tradiciones. Central la invitación a mirar a la importancia del bautismo, que permite a los que lo reciben vivir en comunión y desarrollar una verdadera solidaridad con los demás miembros de la familia humana, sin discriminación alguna por motivos de raza o religión. En este contexto, el Papa espera un acuerdo ecuménico para el reconocimiento mutuo del bautismo entre la Iglesia católica y las Iglesias con las que está en diálogo teológico, para restaurar, así, la plena comunión en la fe apostólica. La exhortación también anhela una práctica más frecuente del sacramento del perdón y la reconciliación, e insta a los pastores y a los fieles a promover iniciativas de paz, incluso en medio de la persecución.

La oración y la peregrinación: Oriente Medio es un lugar privilegiado de peregrinación para muchos cristianos que aquí puedan fortalecer su fe y vivir una experiencia profundamente espiritual. El Papa pide que los fieles tengan libre acceso, sin restricciones, a los Santos Lugares. También es esencial que la peregrinación bíblica de hoy vuelva a sus motivaciones iniciales: un camino penitencial en busca de Dios

Evangelización y caridad misiones de la Iglesia. La exhortación hace hincapié en que la transmisión de la fe es una misión esencial de la Iglesia. De ahí la invitación del Papa a la nueva evangelización que, en el contexto actual, marcado por cambios, hace al fiel consciente de su testimonio de vida: ésta refuerza su palabra cuando habla de Dios con valor y abiertamente, para anunciar la Buena Nueva de salvación. En particular, en Oriente Medio, el estudio de la evangelización teológica y pastoral tendrá que mirar en dos dimensiones, la ecuménica y la interreligiosa. Acerca de los movimientos y comunidades eclesiales, el Papa les anima a actuar en comunión con el Obispo del lugar, y de acuerdo con sus orientaciones pastorales, teniendo en cuenta la historia de la cultura, la liturgia, la espiritualidad y local, sin confusión ni proselitismo. La Iglesia católica en Oriente Medio está invitada a renovar su espíritu misionero, desafío más urgente que nunca en un contexto multicultural y multirreligioso. Un fuerte estímulo, en este sentido, puede derivar del Año de la Fe. Sobre la caridad, la exhortación recuerda que la Iglesia debe seguir el ejemplo de Cristo, que se hizo cercano a los más débiles: los huérfanos, los pobres, los discapacitados, los enfermos. Por último, el Papa saluda y alienta a todas las personas que trabajan, de modo impresionante, en los centros educativos, las escuelas, los colegios y las universidades católicas de Oriente Medio. Estos instrumentos de cultura -que debe ser apoyados por los políticos- muestran que existe, en Oriente Medio, la oportunidad de vivir en el respeto y la colaboración a través de la educación a la tolerancia.

La catequesis y la formación cristiana: el documento papal estimula la lectura y la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica y una iniciación concreta a la Doctrina Social de la Iglesia. Al mismo tiempo, el Papa invita a los Sínodos y otros organismos episcopales a facilitar a los fieles el acercamiento a la riqueza espiritual de los Padres de la Iglesia y a actualizar la enseñanza patrística, complemento de la formación bíblica.

CONCLUSIONES

De un modo solemne, Benedicto XVI pide, en el nombre de Dios, a los líderes políticos y religiosos no sólo aliviar los sufrimientos de todos los que viven en el Oriente Medio, sino también eliminar las causas, haciendo todo lo posible para llegar a la paz. Al mismo tiempo, a los fieles católicos se les insta a consolidar y vivir la comunión entre ellos, dando vida al dinamismo pastoral. "La tibieza disgusta a Dios", y por tanto los cristianos de Oriente Medio, los católicos y los demás, den testimonio de Cristo, unidos y con coraje. Se trata de un testimonio no fácil, pero emocionante. 

Texto completo del discurso del Papa: Cristianismo e Islam en la misma familia, el Papa en el Líbano

Señor Presidente de la República,
señoras y señores representantes de las autoridades parlamentarias, gubernamentales, institucionales y políticas del Líbano,
señoras y señores Jefes de misión diplomática,
Beatitudes, responsables religiosos,queridos hermanos en el episcopado, señoras y señores, queridos amigos

سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy) (Jn 14,27). Con estas palabras de Cristo, deseo saludaros y agradeceros vuestra acogida y vuestra presencia. Señor Presidente, le agradezco no solamente sus cordiales palabras sino también por haber permitido este encuentro. Acabo de plantar con vosotros un cedro del Líbano, símbolo de vuestro hermoso país. Al ver este arbolito y las atenciones que necesitará para fortalecerse y llegar a extender majestuosamente sus ramas, pienso en vuestro país y su destino, en los libaneses y sus esperanzas, en todas las personas de esta región del mundo que parece conocer los dolores de un alumbramiento sin fin. He pedido a Dios que os bendiga, que bendiga al Líbano y a todos los habitantes de esta región que ha visto nacer grandes religiones y nobles culturas. ¿Por qué ha elegido Dios esta región? ¿Por qué vive en la turbulencia? Pienso que Dios la ha elegido para que sirva de ejemplo, para que dé testimonio de cara al mundo de la posibilidad que tiene el hombre de vivir concretamente su deseo de paz y reconciliación. Esta aspiración está inscrita desde siempre en el plan de Dios, que la ha grabado en el corazón del hombre. Me gustaría hablar con vosotros de la paz, pues Jesús ha dicho: سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy).

Un país es rico, ante todo, por las personas que viven en su seno. Su futuro depende de cada una de ellas y de su conjunto, y de su capacidad de comprometerse por la paz. Este compromiso sólo será posible en una sociedad unida. Sin embargo, la unidad no es uniformidad. La cohesión de la sociedad está asegurada por el respeto constante de la dignidad de cada persona y su participación responsable según sus capacidades, aportando lo mejor que tiene. Con el fin de asegurar el dinamismo necesario para construir y consolidar la paz, hay que volver incansablemente a los fundamentos del ser humano. La dignidad del hombre es inseparable del carácter sagrado de la vida que el Creador nos ha dado. En el designio de Dios, cada persona es única e irremplazable. Viene al mundo en una familia, que es su primer lugar de humanización y, sobre todo, la primera que educa a la paz. Para construir la paz, nuestra atención debe dirigirse a la familia para facilitar su cometido, y apoyarla, promoviendo de este modo por doquier una cultura de la vida. La eficacia del compromiso por la paz depende de la concepción que el mundo tenga de la vida humana. Si queremos la paz, defendamos la vida. Esta lógica no solamente descalifica la guerra y los actos terroristas, sino también todo atentado contra la vida del ser humano, criatura querida por Dios. La indiferencia o la negación de lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre impide que se respete esta gramática que es la ley natural inscrita en el corazón humano (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2007, 3). La grandeza y la razón de ser de toda persona sólo se encuentra en Dios. Así, el reconocimiento incondicional de la dignidad de todo ser humano, de cada uno de nosotros, y la del carácter sagrado de la vida, comportan la responsabilidad de todos ante Dios. Por tanto, debemos unir nuestras fuerzas para desarrollar una sana antropología que integre la unidad de la persona. Sin ella, no será posible construir la paz verdadera.

Aún siendo más evidentes en los países que sufren conflictos armados –esas guerras llenas de vanidad y de horror-, los atentados contra la integridad y la vida de las personas existen también en otros países. El desempleo, la pobreza, la corrupción, las distintas adicciones, la explotación, el tráfico de todo tipo y el terrorismo comportan, además del sufrimiento inaceptable de los que son sus víctimas, un deterioro del potencial humano. La lógica económica y financiera quiere imponer sin cesar su yugo y hacer que prime el tener sobre el ser. Pero la pérdida de cada vida humana es una pérdida para la humanidad entera. Ésta es una gran familia de la que todos somos responsables. Ciertas ideologías, cuestionando directa o indirectamente, e incluso legalmente, el valor inalienable de toda persona y el fundamento natural de la familia, socavan las bases de la sociedad. Debemos ser conscientes de estos ataques contra la construcción y la armonía del vivir juntos. Sólo una solidaridad efectiva constituye el antídoto a todo esto. Solidaridad para rechazar lo que impide el respeto de todo ser humano, solidaridad para apoyar las políticas y las iniciativas que actúan para unir los pueblos de modo honesto y justo. Es grato ver los gestos de colaboración y verdadero diálogo que construyen una nueva manera de vivir juntos. Una mejor calidad de vida y de desarrollo integral sólo es posible compartiendo las riquezas y las competencias, respetando la identidad de cada uno. Pero un modo de vida como éste, compartido, sereno y dinámico, únicamente es posible confiando en el otro, quienquiera que sea. Hoy, las diferencias culturales, sociales, religiosas, deben llevar a vivir un tipo nuevo de fraternidad, donde lo que une es justamente el común sentido de la grandeza de toda persona, y el don que representa para ella misma, para los otros y para la humanidad. En esto se encuentra el camino de la paz. En ello reside el compromiso que se nos pide. Ahí está la orientación que debe presidir las opciones políticas y económicas, en cualquier nivel y a escala mundial.

Para abrir a las generaciones futuras un porvenir de paz, la primera tarea es la de educar en la paz, para construir una cultura de paz. La educación, en la familia o en la escuela, debe ser sobre todo la educación en los valores espirituales que dan a la transmisión del saber y de las tradiciones de una cultura su sentido y su fuerza. El espíritu humano tiene el sentido innato de la belleza, del bien y la verdad. Es el sello de lo divino, la marca de Dios en él. De esta aspiración universal se desprende una concepción moral sólida y justa, que pone siempre a la persona en el centro. Pero el hombre sólo puede convertirse al bien de manera libre, ya que «la dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa» (Gaudium et spes, 17). La tarea de la educación es la de acompañar la maduración de la capacidad de tomar opciones libres y justas, que puedan ir a contracorriente de las opiniones dominantes, las modas, las ideologías políticas y religiosas. Éste es el precio de la implantación de una cultura de la paz. Evidentemente, hay que desterrar la violencia verbal o física. Ésta es siempre un atentado contra la dignidad humana, tanto del culpable como de la víctima. Además, valorizando las obras pacíficas y su influjo en el bien común, se aumenta también el interés por la paz. Como atestigua la historia, tales gestas de paz tienen un papel considerable en la vida social, nacional e internacional. La educación en la paz formará así hombres y mujeres generosos y rectos, atentos a todos y, de modo particular, a las personas más débiles. Pensamientos de paz, palabras de paz y gestos de paz crean una atmósfera de respeto, de honestidad y cordialidad, donde las faltas y las ofensas pueden ser reconocidas con verdad para avanzar juntos hacia la reconciliación. Que los hombres de Estado y los responsables religiosos reflexionen sobre ello.

Debemos ser muy conscientes de que el mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo de modo impersonal o determinista. El mal, el demonio, pasa por la libertad humana, por el uso de nuestra libertad. Busca un aliado, el hombre. El mal necesita de él para desarrollarse. Así, habiendo trasgredido el primer mandamiento, el amor de Dios, trata de pervertir el segundo, el amor al prójimo. Con él, el amor al prójimo desaparece en beneficio de la mentira y la envidia, del odio y la muerte. Pero es posible no dejarse vencer por el mal y vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21). Estamos llamados a esta conversión del corazón. Sin ella, las tan deseadas “liberaciones” humanas defraudan, puesto que se mueven en el reducido espacio que concede la estrechez del espíritu humano, su dureza, sus intolerancias, sus favoritismos, sus deseos de revancha y sus pulsiones de muerte. Se necesita la transformación profunda del espíritu y el corazón para encontrar una verdadera clarividencia e imparcialidad, el sentido profundo de la justicia y el del bien común. Una mirada nueva y más libre hará que sea posible analizar y poner en cuestión los sistemas humanos que llevan a un callejón sin salida, con la finalidad de avanzar, teniendo en cuenta el pasado, con sus efectos devastadores, para no volver a repetirlo. Esta conversión que se requiere es exaltante, pues abre nuevas posibilidades, al despertar los innumerables recursos que anidan en el corazón de tantos hombres y mujeres deseosos de vivir en paz y dispuestos a comprometerse por ella. Pero es particularmente exigente: hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar. Puesto que sólo el perdón ofrecido y recibido pone los fundamentos estables de la reconciliación y la paz para todos (cf. Rm 12,16b.18).

Sólo entonces podrá crecer el buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la consideración sin conmiseración de unos por otros y el respeto de los derechos de cada uno. En el Líbano, el cristianismo y el Islam habitan el mismo espacio desde hace siglos. No es raro ver en la misma familia las dos religiones. Si en una misma familia es posible, ¿por qué no lo puede ser con respecto al conjunto de la sociedad? Lo específico de Oriente Medio se encuentra en la mezcla de diversos componentes. Es cierto que se han combatido, desgraciadamente es así. Una sociedad plural sólo existe con el respeto recíproco, con el deseo de conocer al otro y del diálogo continuo. Este diálogo entre los hombres es posible únicamente siendo conscientes de que existen valores comunes a todas las grandes culturas, porque están enraizadas en la naturaleza de la persona humana. Estos valores que están como subyacentes, manifiestan los rasgos auténticos y característicos de la humanidad. Pertenecen a los derechos de todo ser humano. Con la afirmación de su existencia, las diferentes religiones ofrecen una aportación decisiva. No olvidemos que la libertad religiosa es el derecho fundamental del que dependen muchos otros. Profesar y vivir libremente la propia religión, sin poner en peligro su vida y su libertad, ha de ser posible para cualquiera. La pérdida o el debilitamiento de esta libertad priva a la persona del derecho sagrado a una vida íntegra en el plano espiritual. La así llamada tolerancia no elimina las discriminaciones, sino que a veces incluso las reafirma. Y sin la apertura a lo trascendente, que permite encontrar respuestas a los interrogantes de su corazón sobre el sentido de la vida y la manera de vivir moralmente, el hombre se hace incapaz de actuar con justicia y de comprometerse por la paz. La libertad religiosa tiene una dimensión social y política indispensable para la paz. Ella promueve una coexistencia y una vida armoniosa a causa del compromiso común al servicio de causas nobles y de la búsqueda de la verdad que no se impone por la violencia sino por «la fuerza de la misma verdad» (Dignitatis humanae, 1), la Verdad que está en Dios. Puesto que la creencia vivida lleva invariablemente al amor. La creencia auténtica no puede llevar a la muerte. El artífice de la paz es humilde y justo. Los creyentes tienen hoy, por tanto, un papel esencial, el de testimoniar la paz que viene de Dios y que es un don que se da a todos en la vida personal, familiar, social, política y económica (cf. Mt 5,9; Heb 12,14). No se puede consentir que el mal triunfe por la pasividad de los hombres de bien. Sería peor que no hacer nada.

Estas reflexiones sobre la paz, la sociedad, la dignidad de la persona, sobre los valores de la familia y la vida, sobre el diálogo y la solidaridad no pueden quedar como el simple enunciado de ideas. Pueden y deben ser vividas. Estamos en el Líbano y aquí es donde han de vivirse. El Líbano está llamado, ahora más que nunca, a ser un ejemplo. Políticos, diplomáticos, religiosos, hombres y mujeres del mundo de la cultura, os invito, pues, a dar testimonio con valor en vuestro entorno, a tiempo y a destiempo, de que Dios quiere la paz, que Dios nos confía la paz. سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy) (Jn 14,27), dice Cristo. Que Dios os bendiga. Gracias. 

“La cruz es señal del amor de Cristo”

Durante el programa Diálogo de fe del sábado 15 de septiembre el Cardenal Juan Luis Cipriani señaló que todo católico tiene el compromiso de expresar la única y verdadera verdad de Dios sin que el fundamentalismo ejerza causas políticas al servicio de la religión.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Transcripción del texto de las preguntas y de las respuestas de Benedicto XVI durante su viaje al Líbano

Como siempre en los viajes internacionales, el Papa ha compartido un tramo de su vuelo al Líbano hablando con los periodistas que le acompañaban en el avión y que le han preguntado sobre diversos temas de la actualidad política, social y religiosa en Líbano, Oriente Medio y el mundo. 

Transcripción del texto de las preguntas y de las respuestas de Benedicto XVI

p.
Santidad, en estos días se recuerdan aniversarios terribles como el del 11 de septiembre, o la matanza de Sabra y Chatila; además en la frontera del Líbano está en curso una sangrienta guerra civil, mientras en otros países se observan focos de violencia. ¿Santo Padre con qué sentimientos afronta este viaje? ¿Le han sugerido que renunciara a la visita por motivos de seguridad?

r.
Nadie me ha aconsejado renunciar a este viaje y yo tampoco he contemplado esta hipótesis, porque sé que cuando la situación se hace más complicada es aún más necesario ofrecer un signo de fraternidad, de ánimo y de solidaridad. Por tanto, el objetivo de mi viaje es invitar al diálogo, invitar a la paz contra la violencia, trabajar juntos para encontrar soluciones a los problemas. Mis sentimientos son sobre todo sentimientos de agradecimiento por poder visitar en este momento este gran País, un país -como dijo el Papa Juan Pablo II- que es un ejemplo de encuentro en esta región para las tres religiones. Agradezco al Señor que me ha dado esta posibilidad, a todas las instituciones y las personas que han colaborado y colaboran en esta visita. Y agradezco también a todos los que me acompañan en la oración.

p.
Muchos católicos expresan su preocupación por el aumento del fundamentalismo en distintas regiones del mundo, y ante los ataques de los que son víctimas muchos cristianos en el mundo. En este contexto difícil y a menudo sangriento, ¿de qué manera la Iglesia puede responder al imperativo del diálogo con el Islam, sobre el cual Usted siempre ha insistido?

r.
El fundamentalismo es siempre una falsificación de la religión y va contra el sentido de la religión, que, en cambio, invita a difundir la paz de Dios en el mundo. Por tanto, el compromiso de la Iglesia y de las religiones es aquel de cumplir una purificación de estas tentaciones, iluminar las conciencias y hacer de tal manera que cada uno tenga una imagen clara de Dios. Debemos respetarnos unos a los otros. Cada uno es imagen de Dios y debemos respetarnos recíprocamente. El mensaje fundamental de la religión debe estar contra la violencia, que es una falsificación como el fundamentalismo, debe ser la educación, la iluminación y la purificación de las conciencias, para favorecer el dialogo, la reconciliación y la paz.

p.
En el contexto de la ola de deseo de democracia, que se ha puesto en marcha en muchos países de Oriente Medio con la llamada "primavera árabe", teniendo en cuenta la realidad social en la mayoría de estos países, donde los cristianos son una minoría, ¿no hay el riesgo de una tensión inevitable entre el dominio de la mayoría y la supervivencia del cristianismo?

r.
De por sí, la primavera árabe es una cosa positiva: un deseo de mayor democracia, mayor libertad, mayor cooperación y de una renovada identidad árabe. Este grito de la libertad que viene de una juventud más formada cultural y profesionalmente, que desea una mayor participación en la vida política y social es un progreso, una cosa muy positiva y que esta bien acogida también por nosotros los cristianos. Naturalmente sabemos, pensando en la historia de las revoluciones, que el grito de libertad tan importante y positivo, corre el riesgo de olvidar un aspecto, una dimensión fundamental de la libertad, que es la tolerancia del otro, el hecho de que la libertad humana es siempre una libertad compartida, y que solo puede crecer en la solidaridad, en el vivir juntos con determinadas reglas. Esto es siempre un peligro, también en este caso. Tenemos que hacer todo lo posible para que el concepto de libertad, el deseo de libertad vaya en la justa libertad y no olvide la tolerancia, la reconciliación que son elementos fundamentales de la libertad. De esta manera también la Primavera Árabe, necesita una renovación de la historia milenaria. Los cristianos y los árabes han construido estas tierras y han de vivir juntos. Creo, que es importante ver los elementos positivos de estos movimientos y hacer todo lo posible para que la libertad sea concebida correctamente y responda a un mayor dialogo y no al dominio de unos contra otros.

p.
Santo Padre, en Siria, como hace algún tiempo en Iraq, muchos cristianos se sienten obligados a dejar su país de mala gana. ¿Qué va a hacer o decir la Iglesia católica para ayudar en esta situación y para frenar la fuga de los cristianos en Siria y en otros países de Oriente Medio?

r.
Debo decir ante todo que no solo los cristianos huyen, también huyen los musulmanes. El peligro que los cristianos se alejen de estas tierras y pierdan su presencia es grande y nosotros debemos hacer todo lo posible para ayudarles a que se queden. La ayuda esencial sería el fin de las guerras y de las violencias, que crean estos éxodos. Por tanto, es necesario interrumpir las violencias y favorecer la posibilidad de que permanezcan todos juntos también en el futuro. ¿Qué podemos hacer contra la guerra? Naturalmente difundir siempre el mensaje de la paz, aclarar que la violencia no resuelve nunca un problema y reforzar las fuerzas de la paz. Es importante en este sentido el trabajo de los periodistas, que pueden ayudar mucho mostrando como la violencia destruye, no construye, no es útil para nadie. Es necesario rezar por Oriente Medio, por los cristianos y musulmanes mostrando la posibilidad de diálogo y de soluciones. Debe cesar la importación de armas: sin armas la guerra no podría continuar. En vez de importar las armas, que es un pecado grave, deberíamos importar las ideas, la paz, la creatividad, aceptar a los otros en la diversidad. Hacer visible el respeto de las religiones unas hacia las otras, el respeto del hombre como criatura de Dios, el amor del prójimo como elemento fundamental para todas las religiones. Es necesario promover todos los gestos posibles, también materiales, para favorecer el fin de la guerra y de la violencia, de modo que todos puedan reconstruir el país.

p.
Santo Padre, usted trae una exhortación apostólica dirigida a todos los cristianos de Oriente Medio. Hoy ésta es una población que sufre. Además de la oración y de los sentimientos de solidaridad, ¿Usted ve pasos concretos que las Iglesias y los católicos de Occidente, especialmente en Europa y Estados Unidos, pueden hacer para apoyar a los hermanos de Oriente Medio?

r.
Debemos influir en la opinión pública. Debemos invitar a los políticos a comprometerse realmente con todas las fuerzas y con todas las posibilidades, a trabajar con creatividad por la paz y contra la violencia. Todos debemos contribuir en un cierto sentido en un trabajo de exhortación, de educación, de purificación, muy necesario de nuestra parte. Por otra parte, nuestras organizaciones caritativas debieran ayudar también de manera material. Tenemos organizaciones como los Caballeros del Santo Sepulcro, solo para Tierra Santa, pero podrían ayudar otras organizaciones material, política y humanamente en estos países. Una vez más digo que son necesarios gestos de solidaridad, días de oración, que pueden sensibilizar la opinión publica, tener efectos reales. Estamos convencidos que la oración tiene un efecto, si se hace con confianza y fe. 

Texto completo del primer discurso de Benedicto XVI en Beirut. Saludo del Papa al Líbano y todo Oriente Medio

Ceremonia de bienvenida

Aeropuerto Rafiq Hariri –Beirut
Viernes, 14 septiembre 2012

Señor Presidente de la República,
señores Presidentes del Parlamento y del Consejo de Ministros,
queridas Beatitudes, miembros del Cuerpo diplomático,
autoridades civiles y religiosas,
queridos amigos

Tengo el gozo, Señor Presidente, de responder a su amable invitación a visitar su país, así como a la de los patriarcas y obispos católicos del Líbano. Esta doble invitación manifiesta, si acaso fuera necesario, la doble finalidad de mi visita a vuestro país. Subraya las excelentes relaciones existentes desde siempre entre el Líbano y la Santa Sede, y quisiera contribuir a reforzarlas. Esta visita es también la respuesta a la que me habéis hecho en el Vaticano, en noviembre del 2008, y más recientemente en febrero del 2011, una visita a la que ha seguido nueve meses más tarde la del Señor Primer Ministro.
Fue entonces, durante nuestro segundo encuentro, cuando se bendijo la majestuosa imagen de san Marón. Su presencia silenciosa en la cabecera de la Basílica de San Pedro recuerda de manera permanente al Líbano, en el mismo lugar en el que fue sepultado el apóstol Pedro. Manifiesta una herencia espiritual de siglos, que confirma la veneración de los libaneses hacia el primero de los apóstoles y sus sucesores. Los patriarcas maronitas, para remarcar su gran devoción a Simón Pedro, añaden a su nombre el de Boutros. Resulta agradable ver que san Marón, desde el santuario petrino, intercede continuamente por vuestro país y por todo el Oriente Medio. Señor Presidente, le agradezco desde ahora todos los esfuerzos realizados para el buen éxito de mi estancia entre ustedes.
Otro motivo de mi visita es la firma y entrega de la Exhortación apostólica postsinodal de la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de Obispos, Ecclesia in Medio Oriente. Se trata de un importante acontecimiento eclesial. Agradezco a todos los patriarcas católicos que se han desplazado, y de modo especial al Patriarca emérito, el querido Cardenal Nasrallah Boutros Sfeir, y a su sucesor, el Patriarca Bechara Boutros Raî. Saludo fraternalmente a todos los obispos del Líbano, así como a los que han viajado hasta aquí para rezar conmigo y recibir este documento de las manos del Papa. Por vuestro medio, saludo paternalmente a todos los cristianos de Oriente Medio. La Exhortación, destinada al mundo entero, pretende ser para ellos una hoja de ruta para los próximos años. Me alegro asimismo de poder encontrar durante estos días a numerosas representaciones de las comunidades católicas de vuestro país, de poder celebrar y rezar juntos. Su presencia, su compromiso y su testimonio son una aportación reconocida y altamente apreciada en la vida cotidiana de todos los habitantes de vuestro querido país.
Me complace saludar también con gran deferencia a los patriarcas y obispos ortodoxos que han venido a recibirme, así como a los representantes de las diversas comunidades religiosas del Líbano. Queridos amigos, vuestra presencia, demuestra la estima y la colaboración que deseáis promover entre todos en el respeto mutuo. Os agradezco vuestros esfuerzos, y estoy seguro de que continuaréis buscando caminos de unidad y concordia. No olvido los tristes y dolorosos acontecimientos que han afligido a vuestro hermoso país durante muchos años. La buena convivencia, típicamente libanesa, debe demostrar, a todo Oriente Medio y al resto del mundo, que dentro de una nación puede haber colaboración entre las diferentes Iglesias, miembros todos de la única Iglesia católica, en un espíritu fraternal de comunión con los demás cristianos y, al mismo tiempo, la convivencia y el diálogo respetuoso entre los cristianos y sus hermanos de otras religiones. Sabéis tan bien como yo que este equilibrio, que se presenta por todas partes como un ejemplo, es extremadamente delicado. A veces amenaza con romperse cuando se tensa como un arco, o se somete a presiones que son con demasiada frecuencia partidistas, ciertamente interesadas, contrarias y extrañas a la armonía y dulzura libanesa. Es necesario entonces dar prueba de verdadera moderación y gran sabiduría. Y la razón debe prevalecer sobre la pasión unilateral para favorecer el bien común de todos. El gran rey Salomón, que conoció a Hirán, rey de Tiro, ¿acaso no tenía a la sabiduría como la virtud suprema? Por eso se la pidió a Dios insistentemente, y Dios le dio un corazón sabio e inteligente (1 R 3,9-12).
Vengo también para decir lo importante que es la presencia de Dios en la vida de cada uno y cómo la forma de vivir juntos, esta convivencia que desea testimoniar vuestro país, será profunda en la medida en que esté fundada en una actitud de acogida y benevolencia hacia el otro, en la medida que esté enraizada en Dios, que desea que todos los hombres sean hermanos. El famoso equilibrio libanés, que quiere seguir siendo una realidad, se puede prolongar gracias a la buena voluntad y al empeño de todos los libaneses. Sólo entonces podrá servir de modelo para los habitantes de toda la región, y del mundo entero. No se trata únicamente de una obra humana, sino de un don de Dios que hay que pedir con insistencia, preservar a cualquier precio, y consolidar con determinación.
Los lazos entre el Líbano y el Sucesor de Pedro son históricos y profundos. Señor Presidente y queridos amigos, vengo al Líbano como un peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo de los hombres. «Salàmi ō-tīkum»: «La paz os dejo», dijo Cristo (Jn 14,27). Y, más allá de vuestro país, vengo también hoy simbólicamente a todos los países de Oriente Medio, como un peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo de todos los habitantes de todos los países de la región, cualquiera que sea su pertenencia y su creencia. Cristo les dice también a ellos: «Salàmi ō-tīkum». Vuestros gozos y penas están continuamente presentes en la oración del Papa y pido a Dios que os acompañe y alivie. Os puedo asegurar que rezo particularmente por todos los que sufren en esta región, que son muchos. La imagen de san Marón me recuerda lo que vivís y soportáis.
Señor Presidente, sé que vuestro país me prepara una hermosa acogida, una acogida calurosa, la que se reserva a un hermano al que se ama y se respeta. Sé que vuestro país quiere ser digno de «l’Ahlan wa Sahlan» libanés. Lo es ya, y lo será más de ahora en adelante. Me siento feliz de estar con todos vosotros. Que Dios os bendiga a todos. (Lè yo barèk al-Rab jami’a kôm!). Gracias. 

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Texto completo de la catequesis de Benedicto XVI: La oración en la segunda parte del Apocalipsis (Ap 4,1- 22,21)

La oración en la segunda parte del Apocalipsis
(Ap 4,1- 22,21)

Queridos hermanos y hermanas:

El pasado miércoles hablé sobre la oración en la primera parte del Apocalipsis y hoy pasamos a la segunda parte. Mientras que en la primera parte, la oración se dirige hacia el interior de la vida de la Iglesia, en la segunda parte, la atención se dirige al mundo entero; la Iglesia, en efecto, camina en la historia y forma parte de ella, según el proyecto de Dios La asamblea que, escuchando el mensaje de Juan presentado por el lector, ha redescubierto su deber de colaborar en el desarrollo del Reino como "sacerdotes de Dios y de Cristo" (Ap 20,6, ver 1.5, 5.10), ahora se abre al mundo de los hombres. Y aquí emergen dos modos e vivir en una relación dialéctica entre ellos: el primero podría denominarse el "sistema de Cristo," al cual la congregación está feliz de pertenecer, y el segundo, el sistema terrenal anti-Reino y anti-alianza, puesto en acto por la influencia del Maligno", que, engañando a los hombres, quiere construir un mundo opuesto al deseado por Cristo y Dios. (cf. Pontificia Comisión Bíblica, La Biblia y moral. raíces bíblicas de Christian, 70). La asamblea debe entonces ser capaz de leer en profundidad la historia que está viviendo, aprendiendo a discernir los acontecimientos con la fe, para colaborar con su acción, en el desarrollo del reino de Dios. Y esta obra de lectura y discernimiento, así como de acción, está ligada a la oración.

En primer lugar, después de la llamada insistente de Cristo que, en la primera parte del Apocalipsis, ha dicho hasta siete veces: "El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a la Iglesia" (Ap 2,7.11.17.29, 3,6.13 .22), la asamblea es invitada a subir al Cielo para mirar la realidad con los ojos de Dios, y aquí nos encontramos con tres símbolos, puntos de referencia desde los cuales leer la historia: el trono de Dios, el Cordero y el libro (Ap 4, 1 – 5,14).

El primer símbolo es el trono, en el que está sentado un personaje, que Juan no describe, porque supera cualquier representación humana y sólo puede insinuar el sentido de belleza y de alegría, que se siente al encontrarse ante Él. Este personaje misterioso es Dios, Dios Todopoderoso, que no se ha quedado encerrado en su cielo, sino que se ha acercado al hombre, estableciendo una alianza con él; Dios hace escuchar en la historia, de forma misteriosa pero real, su voz simbolizada por rayos y truenos. Hay varios elementos que aparecen alrededor del trono de Dios, como los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes, que constantemente dan alabanza al único Señor de la historia. El primer símbolo es, por lo tanto el trono.

El segundo símbolo es el libro que contiene el plan de Dios sobre los acontecimientos y los hombres, está cerrado herméticamente con siete sellos, y nadie es capaz de leerlo. Ante esta incapacidad del hombre de escrutar el proyecto de Dios, Juan siente una profunda tristeza que le hace llorar. Pero hay un remedio ante la confusión del hombre, que se siente perdido ante el misterio de la historia: alguien es capaz de abrir el libro y de iluminarlo.

Y aquí aparece el tercer símbolo: Cristo, el Cordero que fue inmolado en el Sacrificio de la Cruz, pero que está de pie, signo de su Resurrección. Y es precisamente el Cordero, Cristo muerto y Resucitado, que poco a poco abre los sellos y revela el plan de Dios, el sentido profundo de la historia.

¿Qué dicen estos símbolos? Nos recuerdan cuál es el camino para saber leer los hechos de la historia y de nuestra propia vida. Elevando la mirada al Cielo de Dios, en relación constante con Cristo, abriendo a Él nuestros corazones y nuestras mentes en la oración personal y comunitaria, aprendemos a ver las cosas de una manera nueva y a percibir su sentido más verdadero. La oración es como una ventana abierta que nos permite mantener nuestra mirada dirigida hacia Dios, no sólo para recordarnos la meta hacia la cual nos dirigimos, sino también para permitir que la voluntad de Dios ilumine nuestro camino terrenal y nos ayude a vivirlo con intensidad y el compromiso.

¿Cómo guía el Señor a la comunidad cristiana para una lectura más profunda de la historia? En primer lugar, invitándola a que considere con realismo el presente que estamos viviendo. Luego, el Cordero abre los primeros cuatro sellos del libro y la Iglesia ve el mundo en el que está insertada, un mundo en el que hay varios elementos negativos. Hay males que el hombre cumple, como la violencia, que nace del deseo de poseer, de prevalecer los unos sobre los otros, hasta llegar a matarse (segundo sello), o la injusticia, porque los hombres no respetan las leyes que se han dado (tercer sello). A estos se añaden los males que el hombre tiene que sufrir, como la muerte, el hambre, las enfermedades (cuarto sello). Ante estas realidades, muchas veces dramáticas, la comunidad eclesial está invitada a no perder nunca la esperanza, a creer firmemente que la aparente omnipotencia del Maligno se choca con la verdadera omnipotencia que es la de Dios. Y el primer sello que abre el Cordero contiene precisamente este mensaje. Juan nos dice: " Y vi aparecer un caballo blanco. Su jinete tenía un arco, recibió una corona y salió triunfante, para seguir venciendo "(Apocalipsis 6,2). En la historia del hombre ha entrado el poder de Dios, que no sólo es capaz de equilibrar el mal, sino incluso de vencerlo, el color blanco se refiere a la Resurrección: Dios se hizo tan cercano que ha bajado a la oscuridad de la muerte para iluminarla con el esplendor de su vida divina, ha tomado sobre sí el mal acumulado del mundo para purificarlo con el fuego de su amor.

¿Cómo crecer en esta interpretación cristiana de la realidad? El Apocalipsis nos dice que la oración alimenta en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades esta visión de luz y de profunda esperanza: nos invita a no dejarnos vencer por el mal, sino a vencer el mal con el bien, a mirar a Cristo Crucificado y Resucitado que nos asocia a su victoria. La Iglesia vive en la historia, no se cierra sobre sí misma, sino que afronta con valentía su camino en medio de las dificultades y el sufrimiento, afirmando con fuerza que el mal indefinitivo no vence al bien, que la oscuridad no oculta el esplendor de Dios. Éste es un punto también importante para nosotros; como cristianos no podemos ser nunca pesimistas; sabemos que en el camino de nuestra vida a menudo encontramos violencia, mentira, odio, persecución, pero eso no nos desanima. Especialmente, la oración nos enseña a ver los signos de Dios, su presencia y acción. Es más, nos enseña a ser nosotros mismos luces de bien, que difunden esperanza e indican que la victoria es de Dios.

Esta perspectiva conduce a elevar a Dios y al Cordero, la acción de gracias y la alabanza: los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes cantan juntos el "cántico nuevo", que celebra la obra de Cristo Cordero, que hará "nuevas todas las cosas" (Ap 21:5). Pero esta renovación es ante todo un don que debemos rogar. Y aquí hay otro elemento que debe caracterizar la oración: invocar al Señor con insistencia que venga su Reino, que el hombre tenga un corazón dócil ante la soberanía de Dios, que sea su voluntad la que dirija nuestras vidas y las vidas de todo el mundo. 

En la visión del Apocalipsis esta oración de petición está representada por un detalle importante: "los veinticuatro ancianos" y "los cuatro seres vivientes" tienen en sus manos, junto con el arpa que acompaña a su canción, "las copas de oro llenas de incienso” (5,8 a) que, como vienen explicado,"son las oraciones de los Santos"(5,8 b), a saber, aquellos que ya han alcanzado a Dios, pero también todos nosotros que estamos en el camino. Y vemos que ante el trono de Dios, un ángel tiene un incensario de oro en sus manos en el que continuamente pone granos de incienso, es decir, nuestra oración, cuya dulce fragancia se ofrece con las oraciones a Dios (cf. Ap 8,1-4). Es un simbolismo que nos dice cómo todas nuestras oraciones - con todas las limitaciones, la pobreza, la fatiga, la sequedad, las imperfecciones que puedan tener - son purificadas y alcanzan el corazón de Dios.

Debemos estar seguros, que no hay oraciones superfluas, inútiles; ninguna se pierde. Y éstas encuentran respuesta, aunque a veces misteriosa, porque Dios es Amor y Misericordia infinita. El ángel - escribe Juan - "tomó el incensario, lo llenó con el fuego del altar y lo arrojó sobre la tierra. Y hubo truenos, gritos, relámpagos y un temblor de tierra.” (Apocalipsis 8:5). Esta imagen significa que Dios no es indiferente a nuestras súplicas, interviene y hace sentir su poder y su voz en la tierra, hace temblar y altera el sistema del Maligno. A menudo, frente al mal se tiene la sensación de no poder hacer nada, pero es precisamente nuestra oración la respuesta primera y más efectiva que podemos dar y que hace más fuerte nuestro compromiso diario en la difusión del bien. El poder de Dios hace fecunda nuestra debilidad (cf. Rom 8:26-27).

Quisiera terminar haciendo alguna alusión al diálogo final (cfr Ap 22,6-21). Jesús repite varias veces: “¡Volveré pronto! Esta afirmación no sólo indica la perspectiva futura al final de los tiempos, sino que también se refiere al presente: Jesús viene y pone su morada en quien cree en Él y lo acoge. La asamblea, entonces, guiada por el Espíritu Santo, repite a Jesús la invitación urgente a hacerse cada vez más cercano: "Ven" (Ap. 22:17 a). Es como la "esposa" (22:17), que aspira ardientemente a la plenitud del matrimonio. Por tercera vez se utiliza la invocación: "Amén. ¡Ven, Señor Jesús "(22,20 b), y el lector termina con una expresión que manifiesta el significado de esta presencia: " La gracia de nuestro Señor Jesús sea con todos vosotros "(22:21).

El Libro del Apocalipsis, a pesar de la complejidad de los símbolos, nos sumerge en una oración muy rica, a través de la cual oímos, alabamos, agradecemos, contemplamos al Señor, le pedimos perdón. Su estructura, de gran oración litúrgica, es también un fuerte llamado a redescubrir la carga extraordinaria y el poder transformador que tiene la Eucaristía, en particular, me gustaría invitar con fuerza a ser fieles a la Santa Misa del domingo, en el Día del Señor. ¡El Domingo, es el verdadero centro de la semana! Gracias.

(Traducción del italiano: Cecilia de Malak y Eduardo Rubió – RV)
Palabras del Papa en español: (AUDIO)

martes, 11 de septiembre de 2012

Decapitan imagen de Santa Teresa de los Andes en Chile

foto Aconcaguanews
Un grupo de desconocidos destruyó ayer la cabeza de la imagen de Santa Teresa de los Andes, la primera santa chilena, ubicada en el museo del Monasterio del Espíritu Santo en esa ciudad, en la Quinta Región.

Según señalan diversos medios de prensa locales, los agresores llegaron al lugar, saltaron la reja perimetral, ingresaron a la gruta y destrozaron la cabeza de la imagen tras lo cual huyeron del lugar.

Personas que pasaban por el lugar dieron aviso del hecho a Carabineros (policía local). En el lugar no se encontraron indicios o pistas que permitieran saber las razones del violento ataque.

Los hechos están siendo investigados por personal de la Sección de Investigaciones Policiales (SIP) de la 3º Comisaría de Carabineros. Los antecedentes fueron entregados a la Fiscalía Local de Los Andes.

En el Monasterio Espíritu Santo, donde se encontraba la imagen, Santa Teresa estuvo enclaustrada tras ingresar a las Carmelitas Descalzas. Juana Fernández del Solar, el nombre de la esta importante santa chilena, falleció antes de cumplir 20 años de edad.

Sobre este ataque, el Vicario de la Esperanza Joven de la Arquidiócesis de Santiago, Padre Francisco Llanca, dijo que "los jóvenes están muy dolidos por estos hechos de violencia. Es un acto cobarde que refleja que vivimos en una sociedad intolerante, que usa el miedo para manifestar que se piensa distinto".

Cuando se enteró de la noticia, el sacerdote se encontraba en Los Andes en medio de los preparativos para la multitudinaria peregrinación que todos los años reúne a más de 70 mil personas que cada año visitan el Santuario de Santa Teresa en el mes de octubre.

Por eso el presbítero invitó "a los jóvenes con mayor fuerza a participar masivamente en esta caminata que se realizará el sábado 20 de octubre, como una señal de apoyo a esta Santa chilena que siempre dio la vida por los demás y por el Evangelio".

Para concluir, el Padre Llanca pidió a Dios para que "convierta a los corazones de las personas que protagonizaron este acto violento".

lunes, 10 de septiembre de 2012

Liberan a pastor cristiano que estaba condenado a muerte "por apostasía" en Irán

El pastor cristiano Yousef Nadarkhani ha sido absuelto de la acusación de apostasía por la que enfrentaba la pena de muerte, ha sido puesto en libertad y ya está en casa con su familia en Irán. Durante su encierro no aceptó rechazar su fe como le exigían las autoridades.

Según señala la agencia vaticana Fides, el Tribunal Supremo de Irán declaró culpable a Nadarkhani de "evangelizar a musulmanes" por lo que lo condenó a tres años de prisión, que el pastor ya había cumplido, por lo que ha sido liberado.

"Estamos felices por el éxito de la historia del Pastor. La campaña de presión internacional que ha acompañado el caso ha sido muy importante", dijo Mahmood Amiry-Moghaddam, fundador y portavoz de la Ong Iran Human Rights.

"Con la movilización, que ha llegado a 3 millones de adhesiones en las redes sociales por ejemplo, hemos podido salvar al Pastor Nadarkhani pero hay muchos otros casos que no tienen la misma visibilidad: por lo que se corre el peligro de la pena de muerte por motivos de conciencia", señala.

"La presión internacional debe continuar pidiendo un cambio en la ley: la elección de la conversión religiosa es algo intimo que toca la esfera de la conciencia individual, y que no puede y no debe ser un delito", explica.

El Pastore Nadarkhani fue arrestado en su ciudad natal de Rasht en 2009, por haberse quejado ante las autoridades porque la escuela en donde estudiaba su hijo lo obligaba a leer el Corán, en contra de su fe cristiana. Las autoridades desoyeron sus reclamos y en cambio lo acusaron de apostasía, por lo que fue finalmente enviado a la cárcel.

En el año 2010 fue enviado a la cárcel por apostasía, una decisión confirmada por el Tribunal Supremo en 2011.

Según otra Ong Christian Solidarity Worldwide (CSW), "no podemos olvidar a los cientos de personas que son perseguidas o detenidas injustamente a causa de su fe en Irán", por lo que es necesario continuar la campaña por la libertad religiosa en el país.

Otros dos casos

En Irán hay otros dos pastores cristianos encarcelados de manera similar a Nadarkhani. En declaraciones a ACI Prensa el 6 de agosto, Jordan Sekulow, presidente del American Center for Law and Justice (ACLJ), explicó que los pastores Farshid Fathi y Behnam Irani han sido "el blanco del gobierno" musulmán y "están siendo castigados por sus creencias cristianas".

Sobre ambos, el ACLJ explicó que el gobierno iraní intenta confundir a la opinión pública internacional alegando que están en prisión por "agravios políticos" cuando en realidad lo único que han hecho es intentar practicar pacíficamente su fe.

"Fathi fue arrestado sólo por su fe cristiana", explica la organización y denuncia que las autoridades iraníes califican el anuncio del cristianismo como "acciones contrarias a la seguridad nacional" y lo acusaron además por poseer "propaganda religiosa" incluyendo Biblias y literatura cristiana.

Además, señalaron, el Pastor Irani, también casado y padre de familia, ha sido acusado "de graves acciones contra el régimen" y la sentencia en su contra lo califica como un apóstata, por "lo que puede ser asesinado".

Irani, que está en una prisión distinta a la de Fathi, sufre de sangrados debidos a úlceras estomacales, y además ha recibido diversas amenazas de muerte por parte de otros presos y autoridades de la cárcel en la que está.

Fuente: www.aciprensa.com

El Papa a los obispos colombianos: «Siembren Evangelio y cosecharán reconciliación»

Queridos Hermanos en el Episcopado:
Con profundo gozo les doy la más cordial bienvenida a este encuentro de comunión con el Obispo de Roma y Cabeza del Colegio Episcopal. Agradezco las amables palabras de Monseñor Ricardo Tobón Restrepo, Arzobispo de Medellín, con las cuales me ha hecho presente el afecto de los obispos, presbíteros, diáconos, comunidades religiosas y fieles laicos colombianos, así como las grandes líneas de la tarea pastoral que se está llevando a cabo en sus Iglesias particulares, que peregrinan en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios (cf. Lumen gentium, 8).
Su visita a los sepulcros de los príncipes de los Apóstoles, como bien lo saben, constituye un momento importante para la vida de las circunscripciones eclesiásticas de las que son pastores, porque consolida los vínculos de fe y comunión que los unen al Sucesor de san Pedro y al entero cuerpo eclesial. También para el Papa ésta es una ocasión de profundo significado, ya que en ella se expresa su solicitud por todas las Iglesias. Que su presencia en Roma sea, pues, una oportunidad para avivar la unidad efectiva y afectiva con el Pastor de la Iglesia Universal y también entre ustedes mismos, de modo que se intensifique en todos, y refuerce positivamente entre los fieles, aquel ideal que identifica a la comunidad eclesial desde sus inicios: «Tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32).
La historia de Colombia está indeleblemente marcada por la profunda fe católica de sus gentes, por su amor a la Eucaristía, su devoción a la Virgen María y el testimonio de caridad de insignes pastores y laicos. El anuncio del Evangelio ha fructificado entre ustedes con abundantes vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, en la disponibilidad mostrada para la misión ad gentes, en el surgimiento de movimientos apostólicos, así como en la vitalidad pastoral de las comunidades parroquiales. Junto a esto, ustedes mismos han constatado también los efectos devastadores de una creciente secularización, que incide con fuerza en los modos de vida y trastorna la escala de valores de las personas, socavando los fundamentos mismos de la fe católica, del matrimonio, de la familia y de la moral cristiana. A este respecto, la infatigable defensa y promoción de la institución familiar sigue siendo una prioridad pastoral para ustedes. Por ello, en medio de las dificultades, les invito a no retroceder en sus esfuerzos y a seguir proclamando la verdad integral de la familia, fundada en el matrimonio como Iglesia doméstica y santuario de la vida (cf. Discurso en la clausura del V Encuentro Mundial de las Familias, Valencia 8 julio 2006). 
El Plan Global (2012 – 2020) de la Conferencia Episcopal de Colombia traza como objetivo general «promover procesos de nueva evangelización que formen discípulos misioneros, animen la comunión eclesial e incidan en la sociedad desde los valores del Evangelio» (cf. n. 5.1). Acompaño con mi oración este propósito, que ya tuve la oportunidad de comentar al inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida, pidiendo a Dios que, al llevarlo a cabo, los ministros de la Iglesia no se cansen de identificarse con los sentimientos de Cristo, Buen Pastor, saliendo al encuentro de todos con sus mismas entrañas de misericordia, para ofrecerles la luz de su Palabra. Así, el dinamismo de renovación interior llevará a sus compatriotas a revitalizar su amor al Señor, fuente de la que podrán surgir caminos que infundan una firme esperanza para vivir de manera responsable y gozosa la fe e irradiarla en cada ambiente (cf. Discurso Inaugural, 2).
5. Con espíritu paterno, consagren lo mejor de su ministerio a los presbíteros, diáconos y religiosos que están bajo su cuidado. Denles la atención que necesita su vida espiritual, intelectual y material, para que puedan vivir fiel y fecundamente su ministerio. Y si fuese necesaria, no ahorren con ellos la oportuna, clarificante y caritativa corrección y orientación. Pero, sobre todo, sean para ellos modelo de vida y entrega a la misión recibida de Cristo. Y no dejen de privilegiar el cultivo de las vocaciones y la formación inicial de los candidatos a las órdenes sagradas o a la vida religiosa, ayudándoles a discernir la verdad de la llamada de Dios, para que respondan a ella con generosidad y rectitud de intención. A este respecto, será oportuno que, siguiendo las orientaciones del Magisterio, propicien la revisión de los contenidos y métodos de su formación, con el deseo de que ella responda a los desafíos de la hora presente y a las necesidades y urgencias del Pueblo de Dios. Igualmente, es importante el fomento de una acertada pastoral juvenil, por medio de la cual las nuevas generaciones perciban con nitidez que Cristo las busca y desea ofrecerles su amistad (cf. Jn 15, 13-15). Él dio su vida para que tengan vida abundante, para que su corazón no se deje arrastrar por la mediocridad o por propuestas que acaban dejando el vacío y la tristeza tras de sí. Él desea ayudar a cuantos tienen el futuro por delante a realizar su más nobles aspiraciones, para que aporten una savia fecunda a la sociedad, y así ésta avance por las sendas de la salvaguarda del medio ambiente, del ordenado progreso y la real solidaridad.
6. A pesar de algunos signos esperanzadores, la violencia continúa trayendo dolor, soledad, muerte e injusticia a muchos hermanos en Colombia. Al mismo tiempo que reconozco y agradezco la misión pastoral que, muchas veces en lugares llenos de dificultades y peligros, se está realizando en favor de tantas personas que sufren inicuamente en su amada Nación, les animo a seguir contribuyendo a la tutela de la vida humana y al cultivo de la paz, inspirándose para ello en el ejemplo de nuestro Salvador y suplicando humildemente su gracia. Siembren Evangelio y cosecharán reconciliación, sabiendo que, donde llega Cristo, la concordia se abre camino, el odio cede paso al perdón y la rivalidad se transforma en fraternidad.
7. Queridos hermanos en el Episcopado, al asegurarles una vez más mi cercanía y benevolencia, los encomiendo a cada uno de ustedes a la protección materna de María Santísima, en su advocación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Que ella interceda por los ministros ordenados, los religiosos, las religiosas, los seminaristas, los catequistas y los fieles de cada una de sus arquidiócesis y diócesis, acrecentando en todos el deseo de amar y servir a su divino Hijo. A todos imparto de corazón una afectuosa Bendición Apostólica, prenda de copiosos favores celestiales.
Castel Gandolfo, 10 septiembre de 2012 

Palabras de Benedicto XVI en el Ángelus de este domingo 9 de setiembre

¡Queridos hermanos y hermanas!

En el corazón del Evangelio de hoy (Mc .7,31-37) hay una palabra corta, pero muy importante. Una palabra que --en su sentido profundo--, resume todo el mensaje y la obra de Cristo. El evangelista Marcos la presenta en la lengua de Jesús, en la que Jesús la pronunció, por lo que la sentimos más viva. Esta palabra es "effatá", que significa "ábrete". Veamos el contexto en el que es insertada.

Jesús estaba pasando por la región conocida como la "Decápolis", entre la costa de Tiro y de Sidón, y la Galilea; un área por lo tanto que no era judía. Le trajeron a un sordomudo, para que lo curase, -evidentemente, la fama de Jesús se había extendido hasta allá. Jesús lo llevó aparte, le tocó los oídos y la lengua, y luego, levantando los ojos al cielo, con un profundo suspiro dijo: "Effatá", que significa: "Ábrete". Y al instante el hombre empezó a oír y hablar con fluidez (cf. Mc. 7,35). Este es entonces el significado histórico, literal de esta palabra: aquel sordomudo, gracias a la intervención de Jesús, "se abrió"; antes estaba cerrado, aislado, para él era muy difícil comunicarse; la curación fue para él una "apertura" a los demás y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos de la audición y del habla, envuelve a la persona y a toda su vida: finalmente fue capaz de comunicarse y relacionarse de una manera nueva.

Pero todos sabemos que la cerrazón del hombre, su aislamiento, no solo depende de los órganos de los sentidos. Hay un cierre interior, que cubre el núcleo más profundo de la persona, eso que la Biblia llama el "corazón". Eso es lo que Jesús ha venido a "abrir", a liberar, para que podamos vivir plenamente la relación con Dios y con los demás. Por eso he dicho que esta pequeña palabra "effatá-ábrete", resume en sí misma toda la misión de Cristo. Él se hizo hombre para que el hombre, que se ha vuelto interiormente sordo y mudo por el pecado, fuese capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que le habla a su corazón, y así se aprende a hablar a la vez, el lenguaje del amor, a comunicarse con Dios y con los demás. Por esta razón, la palabra y el gesto del "Effatá" han sido incluidas en el Rito del Bautismo, como uno de los signos que explican el significado: el sacerdote tocando la boca y las orejas del recién bautizado, dice: "Effatá", orando para que pronto pueda escuchar la Palabra de Dios y profesar la fe. Por el Bautismo, el hombre comienza, por así decirlo, a "respirar" el Espíritu Santo, a quien Jesús había invocado del Padre con esa respiración profunda, para curar al sordomudo.

Nos dirigimos ahora en oración a María Santísima, de quien ayer hemos celebrado la Natividad. Debido a su singular relación con el Verbo Encarnado, María está totalmente "abierta" al amor del Señor, su corazón está en constante escucha de su Palabra. Su intercesión maternal nos permita experimentar cada día, en la fe, el milagro del "Effatá", para vivir en comunión con Dios y con los hermanos.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.
Fuente: www.zenit.org

Histórico catedrático de ex PUCP explica el sentido de la universidad

El prestigioso doctor José Agustín de la Puente Candamo, catedrático de la ex Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) durante más de 60 años, aseguró que en esta casa de estudios, desde su fundación “lo fundamental es esa vinculación radical con la Iglesia, es parte de la Iglesia y es creación de la Iglesia”.

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