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viernes, 8 de febrero de 2013

México: Asesinan a golpes a sacerdote de 83 años para robar capilla

Fuentes eclesiásticas denunciaron el asesinato del sacerdote José Flores Preciado, de 83 años, que murió debido a los múltiples golpes que recibió la noche del 5 de febrero cuando un grupo de desconocidos ingresaron para asaltar la capillaCristo Rey que el presbítero tenía a cargo en Jalisco (México).
En declaraciones a la prensa, el rector de la Catedral, P. Jesús Mendoza, dijo que al anciano sacerdote "lo golpearon para robarlo, la cara quedó desfigurada, todavía estaba con vida cuando lo trasladaron al Hospital Regional Universitario".
Indicó que el P. Flores había recibido amenazas. "El problema es que el padre ahí no tenía dinero. Yo pienso que eso exasperó a los asaltantes y entonces lo empezaron a golpear", indicó.
Según el P. Mendoza, en 2012 hubo siete extorsiones y un intento de secuestro contra sacerdotes de la Diócesis de Colima. Además, el lunes, tres sacerdotes fueron asaltados y secuestrados en Durango, pero escaparon ilesos cuando se volcó la camioneta en que viajaban.

Fuente: aciprensa.com

jueves, 7 de febrero de 2013

Texto completo de la alocución del Santo Padre a los participantes en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo de la Cultura: El Papa y la Iglesia confían en los jóvenes

Queridos Amigos:

Estoy verdaderamente feliz de encontraros en la apertura de los trabajos de la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para la Cultura, en la que estaréis empeñados en comprender y profundizar, desde diversas perspectivas, las “culturas juveniles emergentes”. Saludo cordialmente al Presidente, Cardenal Gianfranco Ravasi, y le agradezco por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Saludo a los Miembros, los Consultores y todos los Colaboradores del Dicasterio, deseando un proficuo trabajo, que ofrecerá una contribución útil para la acción que la Iglesia desarrolla frente a la realidad juvenil; una realidad, como se ha dicho, compleja y articulada, que no debe más ser comprimida al interno de un universo cultural homogéneo, si no en un horizonte que puede definirse “multiverso”, o sea determinado de una pluralidad de visiones, de perspectivas, de estrategias. Por esto es oportuno hablar de “culturas juveniles”, considerando que los elementos que distinguen y diferencian los fenómenos y los ámbitos culturales prevalecen sobre aquellos, si bien presentes, que en cambio los acomunan. Numerosos factores concurren, de hecho, a diseñar un panorama cultural cada vez más fragmentado y en continua, velocísima evolución, al que ciertamente no son extraños los medios de comunicación social, los nuevos instrumentos de comunicación que favorecen y, a veces, provocan ellos mismos continuos y rápidos cambios de mentalidad, de costumbres, de comportamiento. 

Se confirma, así, un clima difundido de inestabilidad que toca el ámbito cultural, como también el político y económico – este último marcado además por la dificultad de los jóvenes de encontrar trabajo - para incidir sobre todo a nivel psicológico y relacional. La incertidumbre y la fragilidad que connota a tantos jóvenes no raramente los empujan a la marginalidad, los hace casi invisibles y ausentes en los procesos históricos y culturales de las sociedades. Y siempre más frecuentemente fragilidad y marginalidad desembocan en fenómenos de dependencia de las drogas, de desviación, de violencia. La esfera afectiva y emotiva, el ámbito de los sentimientos así como el de la corporeidad, están fuertemente interesados por este clima y de la temperie cultural que resulta, expresada, por ejemplo, por fenómenos aparentemente contradictorios, como el ostentar públicamente la vida íntima y personal y el ensimismamiento individualista y narcisista en las propias necesidades e intereses. También la dimensión religiosa, la experiencia de fe y la pertenencia a la Iglesia son a menudo vividas en una perspectiva privatista y emotiva.

Sin embargo, no faltan fenómenos decididamente positivos. Los impulsos generosos y valientes de tantos jóvenes voluntarios que dedican a los hermanos más necesitados sus mejores energías; la experiencia de fe sincera y profunda de tantos muchachos y muchachas que con gozo testimonian su pertenencia a la Iglesia; los esfuerzos cumplidos para construir, en tantas partes del mundo, sociedades capaces de respetar la libertad y la dignidad de todos, comenzando por los más pequeños y débiles. Todo esto nos consuela y nos ayuda a trazar un cuadro más preciso y objetivo de las culturas juveniles. Por lo tanto, no nos podemos contentar con interpretar los fenómenos culturales juveniles según paradigmas consolidados, pero ya convertidos en lugares comunes, o analizarlos con métodos que ya no son útiles, partiendo de categorías culturales superadas y no adecuadas. 

En definitiva, nos encontramos ante una realidad compleja como nunca pero también fascinante, que va comprendida de manera profunda y amada con gran espíritu de empatía, una realidad de la cual es necesario saber captar con atención las líneas de fondo y los desarrollos. Observando, por ejemplo, a los jóvenes de tantos Países del llamado “Tercer mundo”, nos damos cuenta de que ellos representan, con sus culturas y con sus necesidades, un desafío a la sociedad del consumismo globalizado, a la cultura de los privilegios consolidados, de la que beneficia un estrecho círculo de la población del mundo occidental. Consecuentemente, las culturas juveniles se vuelven “emergentes” también en el sentido que manifiestan una necesidad profunda, una solicitud de ayuda o totalmente una “provocación”, que no puede ser ignorada o descuidada ya sea por la sociedad civil que por la Comunidad eclesial. Varias veces he manifestado, por ejemplo, mi preocupación y la de toda la Iglesia por la denominada “emergencia educativa”, a la que seguramente van sumadas otras “emergencias”, que tocan las diversas dimensiones de la persona y sus relaciones fundamentales y a las que no se puede responder de forma evasiva y banal. Pienso, por ejemplo, en la creciente dificultad en el campo del trabajo o a la fatiga a ser fieles a las responsabilidades asumidas. Derivará, para el futuro del mundo y de toda la humanidad, un empobrecimiento no solo económico y social sino sobre todo humano y espiritual: si los jóvenes no esperasen y no progresasen más, si en las dinámicas históricas no insertasen su energía, su vitalidad, su capacidad de anticipar el futuro, nos encontraríamos con una humanidad encerrada en sí misma, privada de confianza y de una mirada positiva hacia el mañana.

Si bien consientes de las tantas situaciones problemáticas, que tocan también el ámbito de la fe y de la pertenencia a la Iglesia, queremos renovar nuestra confianza en los jóvenes, reafirmar que la Iglesia mira a su condición, a sus culturas, como a un punto de referencia esencial e ineludible para su acción pastoral. Por esto quisiera nuevamente retomar algunos pasajes significativos del Mensaje que el Concilio Vaticano II dirigió a los jóvenes, para que sea un motivo de reflexión y de estímulo para las nuevas generaciones. Ante todo se afirmaba: «La Iglesia os mira con confianza y con amor… Ella posee aquello que hace la fuerza o la belleza de los jóvenes: la capacidad de alegrarse por aquello que comienza, de darse sin condición, de renovarse y de volver a partir hacia nuevas conquistas». Luego el Venerable Pablo VI dirigía este llamamiento a los jóvenes del mundo: «Es en nombre de este Dios y de su Hijo Jesús que nosotros os exhortamos a ensanchar vuestros corazones según las dimensiones del mundo, a entender el llamado de vuestros hermanos, y a poner valientemente vuestras juveniles energías a su servicio. Luchad contra todo egoísmo. Rechazad el dar libre curso a los instintos de la violencia y del odio, que generan las guerras y su triste cortejo de miserias. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros ¡Y construid en el entusiasmo un mundo mejor que el actual!».

También yo quiero repetirlo con fuerza: la Iglesia tiene confianza en los jóvenes, espera en ellos y en sus energías, necesita de ellos y de su vitalidad, para continuar a vivir con renovada fuerza la misión confiada por Cristo. Deseo vivamente que el Año de la fe sea, también para las jóvenes generaciones, una preciosa ocasión para rencontrar y reforzar la amistad con Cristo, de la cual hacer brotar el gozo y el entusiasmo para transformar profundamente las culturas y las sociedades.

Queridos amigos, agradeciendo por el compromiso que con generosidad ponéis al servicio de la Iglesia, y por la particular atención que dirigís a los jóvenes, os imparto de corazón mi Bendición Apostólica. 

(Traducción de Raúl Cabrera – RV).

miércoles, 6 de febrero de 2013

Texto completo de la catequesis del Papa: El hombre y la mujer cumbre de la creación

Creo en Dios: el Creador del cielo y de la tierra, el Creador del ser humano

Pasaje bíblico: Gen 1,1-2.27.31 a

Queridos hermanos y hermanas:

el Credo, que comienza calificando a Dios como "Padre Todopoderoso", como ya meditamos la semana pasada, añade luego que Él es "el Creador del cielo y de la tierra", y así retoma la afirmación con la que empieza la Biblia. En el primer versículo de la Sagrada Escritura, se lee, en efecto, como hemos escuchado: "Al principio Dios creó el cielo y la tierra" (Génesis 1,1): es Dios el origen de todas las cosas y en la belleza de la creación se despliega su omnipotencia de Padre amoroso.

Dios se manifiesta como Padre en la creación, como origen de la vida, y, al crear, muestra su omnipotencia. Las imágenes utilizadas por la Sagrada Escritura a este respecto son muy sugestivas (cf. Is 40,12, 45,18, 48,13, Salmos 104,2.5, 135,7, Pr 8, 27-29). Él, como Padre bueno y poderoso, cuida todo lo que ha creado con un amor y una fidelidad que nunca faltan (cf. Sal 57,11, 108,5, 36,6). Repiten los Salmos. De este modo, la creación se convierte en un lugar donde conocer y reconocer la omnipotencia de Dios y su bondad, y se convierte en una llamada a la fe de nosotros los creyentes para que proclamemos a Dios como Creador. "Por la fe - escribe el autor de la Carta a los Hebreos - comprendemos que la Palabra de Dios formó el mundo, de manera que lo visible proviene de lo invisible " (11,3). La fe implica pues saber reconocer lo invisible, reconociendo su huella en el mundo visible. El creyente puede leer el gran libro de la naturaleza y comprender su lenguaje; el universo nos habla de Dios, pero es necesaria su Palabra de revelación, que suscita la fe, para que el hombre pueda alcanzar la plena conciencia de la realidad de Dios como Creador y Padre.


Es en el libro de la Sagrada Escritura donde la inteligencia humana puede encontrar, a la luz de la fe, la clave interpretativa para comprender el mundo. En particular, tiene un lugar especial el primer capítulo del Génesis, con la presentación solemne de la obra creadora divina, que se despliega a lo largo de siete días: en seis días Dios lleva a término la creación y el séptimo día, el sábado, deja toda actividad y descansa. Día de libertad para todos, día de la comunión con Dios y así, con esta imagen, el Libro del Génesis nos indica que el primer anhelo de Dios era el de encontrar un amor que respondiera a su amor. Y el segundo, el de crear un mundo material donde colocar este amor, a estas criaturas que libremente le respondan.

Esta estructura hace que el texto esté marcado por algunas repeticiones significativas. Durante seis veces, por ejemplo, se repite la frase: "Y Dios vio que era bueno" (vv. 4.10.12.18.21.25) y, finalmente, la séptima vez, después de la creación del hombre: "Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno "(v. 31). Todo lo que Dios crea es bello y bueno, impregnado de sabiduría y de amor; la acción creadora de Dios pone orden, infunde armonía, dona belleza. 

En el relato del Génesis emerge luego que el Señor crea en su palabra: durante diez veces se lee en el texto, el término "dijo Dios" (vv. 3.6.9.11.14.20.24.26.28.29), es la palabra, el logos de Dios el origen de la realidad del mundo, al decir ‘Dios dijo’ subraya el poder eficaz de la Palabra divina. Así canta el Salmista: ‘La palabra del Señor hizo el cielo, y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales... porque él lo dijo, y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste’. La vida surge y el mundo existe porque todo obedece a la Palabra divina.

Pero nuestra pregunta hoy es ¿tiene sentido, en la era de la ciencia y de la técnica, seguir hablando de la creación? ¿Cómo debemos comprender la narración del Génesis? 
La Biblia no quiere ser un manual de ciencias naturales; lo que sí quiere es hacer comprender la verdad auténtica y profunda de las cosas. La verdad fundamental, que las narraciones del Génesis, nos desvelan es que el mundo no es un conjunto de fuerzas contrastantes entre sí, sino que tiene su origen y su estabilidad en el Logos, en la Razón eterna de Dios, que continúa sosteniendo el universo. Hay un diseño sobre el mundo que nace de esta Razón, del Espíritu creador. Creer que en la base de todo hay esto, ilumina cada aspecto de la existencia y da la valentía necesaria para afrontar con confianza y con esperanza la aventura de la vida.

Por lo tanto la Escritura nos dice que el origen de la existencia del mundo, y de la nuestra no es lo irracional y la necesidad, sino la razón, el amor y la libertad. Ésta es la alternativa: o prioridad de lo irracional y de la necesidad, o prioridad de la razón, de la libertad, del amor. Nosotros creemos en esta posición.

Pero me gustaría decir unas palabras sobre lo que es el culmen de todo lo creado: El hombre y la mujer, el ser humano, el único "capaz de conocer y amar a su Creador" (Constitución Pastoral Gaudium et Spes, 12). El salmista mirando los cielos se pregunta: " Al ver el cielo, obra de tus manos, la luna y la estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?"(8,4 a 5). El ser humano, creado con amor por Dios, es algo muy pequeño ante la inmensidad del universo; a veces, mirando fascinados los espacios enormes del firmamento, también nosotros percibimos nuestro ser limitados. El ser humano está abitado por esta paradoja: nuestra pequeñez y caducidad conviven con la grandeza de lo que el amor eterno de Dios ha querido para nosotros.


Los relatos de la creación en el Libro del Génesis también nos introducen en este misterioso ámbito, ayudándonos a conocer el plan de Dios para el hombre. En primer lugar afirmando que Dios formó al hombre del polvo de la tierra (cf. Gn 2:7). Esto significa que no somos Dios, no nos hemos hecho solos, somos tierra; pero también significa que somos la buena tierra, a través de la obra del Creador bueno. A esto se suma otra realidad fundamental: todos los seres humanos son polvo, más allá de las distinciones hechas por la cultura y la historia, más allá de cualquier diferencia social; somos una única humanidad plasmada con la sola tierra de Dios. Hay también un segundo elemento: el ser humano se origina porque Dios sopla el aliento de vida en el cuerpo moldeado por la tierra (cf. Gn 2:7). El ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1:26-27). «Todos, entonces, llevamos en nosotros el aliento vital de Dios y cada vida humana – nos dice la Biblia – está bajo la particular protección de Dios. Ésta es la razón más profunda de la inviolabilidad de la dignidad humana, contra toda tentación de evaluar a la persona según criterios utilitaristas y de poder». Ser a imagen y semejanza de Dios indica que el hombre no está encerrado en sí mismo, sino que tiene una referencia esencial en Dios

En los primeros capítulos del Libro del Génesis encontramos dos imágenes significativas: el jardín con el árbol del conocimiento del bien y del mal y la serpiente (cf. 2:15-17; 3,1-5). El jardín nos dice que la realidad en la que Dios ha puesto al ser humano no es un bosque salvaje, sino un lugar que protege, nutre y sustenta; y el hombre debe reconocer el mundo no como propiedad para ser saqueada y explotada, sino como don del Creador, signo de su voluntad salvífica, un don que ha de cultivar y cuidar, hacer crecer y desarrollar con respeto, en armonía, siguiendo los ritmos y la lógica, de acuerdo con el plan de Dios (cf. Gn 2,8-15).

La serpiente es una figura que viene de los cultos orientales de la fecundidad, que tanto fascinaban a Israel y que eran una constante tentación para abandonar la misteriosa alianza con Dios. A la luz de esto, la Sagrada Escritura presenta la tentación a la que vienen sometidos Adán y Eva como el núcleo de la tentación y el pecado. ¿Qué dice la serpiente? No niega a Dios, pero insinúa una falsa pregunta: "¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?».(Génesis 3:1). De esta manera, la serpiente suscita la sospecha de que la alianza con Dios es como una cadena que ata, que priva de la libertad y de las cosas más bellas y preciosas de la vida.

La tentación invita a construirse el propio mundo en el que vivir, no acepta las limitaciones del ser criatura, los límites del bien y del mal, de la moral; la dependencia del amor del Dios Creador es vista como una carga de la que liberarse. Éste es siempre el núcleo de la tentación. Pero cuando se distorsiona la relación con Dios, poniéndose en su lugar, todas las demás relaciones se alteran. Entonces, el otro se convierte en un rival, en una amenaza: Adán, después de haber sucumbido a la tentación, acusa de inmediato a Eva (cf. Gn 3:12), y los dos se ocultan de la vista de aquel Dios con quien hablaban con amistad (ver 3.8 - 10); el mundo ya no es el jardín para vivir en armonía, sino un lugar para ser explotado y lleno de insidias ocultas (cf. 3:14-19), la envidia y el odio hacia el otro entran en el corazón del hombre: ejemplar es Caín que mata a su propio hermano Abel (cf. 4,3-9). Yendo contra su Creador, en realidad el hombre va en contra de sí mismo, reniega su origen y por lo tanto su verdad; y el mal entra en el mundo, con su triste cadena de dolor y de muerte. Y si todo lo que había creado Dios era bueno, muy bueno, después de esta libre decisión del hombre, de mentir contra la verdad, el mal entra en el mundo.

De los relatos de la creación, me gustaría destacar una última enseñanza: el pecado engendra el pecado y todos los pecados de la historia están interrelacionados. Este aspecto nos lleva a hablar de lo que ha sido llamado el "pecado original". ¿Cuál es el significado de esta realidad, difícil de entender? Quisiera sólo dar algún elemento. En primer lugar, debemos tener en cuenta que ningún hombre está encerrado en sí mismo, nadie puede vivir de sí mismo y para sí mismo; nosotros recibimos la vida del otro y no sólo en el nacimiento, sino todos los días. El ser humano es relación: Yo soy yo mismo solo en el tú y a través del tú, en la relación de amor con el Tú de Dios y el tú de los otros. Pues bien, el pecado perturba o destruye la relación con Dios, su presencia destruye la relación con Dios, la relación fundamental, toma el lugar de Dios.

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que con el primer pecado el hombre ‘hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien’ (n. 398). Perturbada la relación fundamental, son puestos en peligro o destruidos también los otros polos de la relación, el pecado arruina las relaciones, así lo destruye todo, porque nosotros somos relación. 

Ahora bien, si la estructura relacional de la humanidad viene malograda desde el principio, todo hombre entra en un mundo marcado por esta alteración de las relaciones, entra en un mundo perturbado por el pecado, que le marca personalmente; el pecado inicial daña y hiere la naturaleza humana (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 404-406). Y el hombre, por sí solo, no puede salir de esta situación; sólo el Creador puede restaurar las justas relaciones. Sólo si Aquel, del que nos hemos desviado, viene hacia nosotros y nos tiende la mano con amor, las justas relaciones pueden reanudarse. Esto se realiza en Jesucristo, que cumple exactamente el recorrido inverso al de Adán, como describe el himno del segundo capítulo de la Epístola de San Pablo a los Filipenses (2:5-11): mientras que Adán no reconoce su ser criatura y quiere ponerse en el lugar de Dios, Jesús, el Hijo de Dios, está en una perfecta relación filial con el Padre, se abaja, se convierte en el siervo, recorre el camino del amor humillándose hasta la muerte en la cruz, para reordenar las relaciones con Dios. La Cruz de Cristo se convierte así en el nuevo Árbol de la vida.

Queridos hermanos y hermanas, vivir la fe quiere decir reconocer la grandeza de Dios y aceptar nuestra pequeñez, nuestra condición de criaturas dejando que el Señor la colme con su amor y así crezca nuestra verdadera grandeza. El mal, con su carga de dolor y de sufrimiento, es un misterio que queda iluminado por la luz de la fe, que nos da la certeza de poder ser liberados de él, la certeza de que es bueno ser hombre».

(Traducción de Cecilia de Malak y Eduardo Rubió)

martes, 5 de febrero de 2013

Asesinan a sacerdote en Colombia: Ya son 83 desde 1984

El sacerdote Luis Alfredo Suárez Salazar fue asesinado por dos desconocidos en Ocaña, Norte de Santander (Colombia), donde pasaba sus vacaciones antes de regresar a la Diócesis de Villavicencio donde realizaba labor pastoral, según informó el domingo la Policía.

Según indicó el teniente Gustavo Andrés Orrego Correa, comandante de la estación de Policía de Ocaña, los criminales huyeron en una motocicleta sin placa luego de asesinar al sacerdote de 50 años, que acababa de regresar del Santuario del Agua de la Virgen y se prestaba a ayudar a su hermana con algunas cosas que iba colocando sobre un camión.

En el ataque resultó herido el conductor del vehículo identificado como Hernán Torres Ramos. Actualmente se encuentra hospitalizado con pronóstico reservado.

Por su parte, la familia del P. Suárez indicó que el sacerdote no tenía amenazas y al contrario se caracterizó por ser una persona humanitaria y solidaria. Según informaron a la prensa, su preocupación era regresar a Villavicencio para continuar con los programas sociales que adelantaba en esa Diócesis.

Sobre este asesinato, el Arzobispo de Bogotá y Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, Cardenal Rubén Salazar, señaló que “todo asesinato es repudiable, pero causa especial atención que asesinen a un hombre que le ha dedicado su vida a Cristo y al servicio de los demás”.

El Purpurado dijo también que actualmente hay “muchos sacerdotes amenazados, en todas las regiones del país, sobre todo donde hay una fuerte presencia del conflicto armado”.

Según registros de la Conferencia Episcopal, desde 1984 hasta el pasado fin de semana en Colombia han sido asesinados 83 sacerdotes, cinco religiosas, tres religiosos y tres seminaristas, al igual que un arzobispo y un obispo.

En ese mismo periodo de tiempo, 17 obispos y 52 sacerdotes han sido víctimas de amenazas.
Fuente: aciprensa.com

Indulgencias Plenarias por el Año de la Fe

El Arzobispado de Lima pone en conocimiento de los fieles los santuarios, iglesias, y parroquias; así como las solemnidades y fiestas religiosas en donde se puede ganar Indulgencia Plenaria, por motivo del Año de la Fe.

De acuerdo a las disposiciones, podrán ganar Indulgencia Plenaria los fieles de la Arquidiócesis de Lima que, durante el Año de la Fe y cumpliendo las condiciones habituales, peregrinen a la Basílica Catedral de Lima, al Santuario del Señor de los Milagros de Nazarenas, y al Santuario de Santa Rosa de Lima.

También a quienes peregrinen al Santuario del Señor de la Divina Misericordia (Surco), a la Parroquia de la Santísima Cruz (Barranco), a la Parroquia Nuestra Señora de la Reconciliación (La Molina), a la Parroquia Nuestra Señora del Pilar (San Isidro), a la Parroquia Virgen Milagrosa (Miraflores), a la Parroquia Nuestra Señora de las Victorias (La Victoria), al Santuario Mirador Virgen del Rosario (Manchay), y a la Virgen del Morro Solar (Chorrillos).

Asimismo, podrán ganar Indulgencia Plenaria quienes participen de la Misa, en cualquier Iglesia de la Arquidiócesis de Lima, en la Solemnidad de Santo Toribio de Mogrovejo (27 de abril), la Solemnidad del Corpus Christi (2 de junio) y la Solemnidad de los Santos Apóstoles San Pedro Y San Pablo (29 de junio).

Finalmente los fieles que participen y comulguen en la Santa Misa de la Festividades del Señor de los Milagros frente al Santuario de las Nazarenas (el 18 y 28 de octubre) y de la Solemne Misa en la Basílica Catedral para la clausura del Año de la Fe en la Solemnidad de Cristo Rey (24 de noviembre), también podrán ganar Indulgencia Plenaria.

De esta manera, los sacerdotes de la arquidiócesis prepararán a los fieles con una adecuada catequesis, de modo que la gracia de la Indulgencia vaya acompañada de un corazón arrepentido y con una firme disposición a luchar contra el pecado.

Sobre las Indulgencias Plenarias

Cabe recordar que el Catecismo de la Iglesia Católica señala que “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia. Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias” (n. 1471).

Las condiciones habituales para ganar Indulgencia Plenaria son:

- Encontrarse en estado de gracia y desear ganar la Indulgencia.
- Desapego total del pecado, incluso el venial.
- Confesión sacramental, que puede realizarse algunos días antes o después del Ejercicio.
- Comunión Eucarística, el mismo día del Ejercicio.
- Oración por las intensiones del Santo Padre, el Papa, el mismo día del Ejercicio.
- La indulgencia se gana una sola vez al día y se puede aplicar en sufragio de un difunto.

Como se recuerda, la Penitenciaría Apostólica de la Santa Sede, emitió un decreto por motivo del Año de la Fe, en el se concede a todos los fieles ganar la Indulgencia Plenaria con las condiciones habituales.

domingo, 3 de febrero de 2013

Texto completo del Ángelus del Papa: El «camino» de la perfección consiste en vivir el amor auténtico

Palabras del Papa en italiano antes del Ángelus 

¡Queridos hermanos y hermanas!

El Evangelio de hoy – tomado del capítulo cuarto de san Lucas – es la continuación de aquel del pasado domingo. Nos encontramos aun en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde Jesús ha crecido y donde todos conocen a él y a su familia. Ahora, luego de un tiempo de ausencia, Él ha regresado en una manera nueva: durante la liturgia del sábado lee una profecía de Isaías sobre el Mesías y anuncia su cumplimiento, haciendo entender que aquella palabra se refiere a Él. Este hecho suscita el desconcierto de los nazarenos: por una parte, « Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca» (Lc 4,22); san Marcos refiere que muchos decían: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada?» (6,2). Pero por otra parte, sus paisanos lo conocen muy bien: «Es uno como nosotros – dicen –. Su reclamo no puede ser más que presunción» (La infancia de Jesús, 11). «¿No es este el hijo de José?» (Lc 4,22), que es como preguntarse: ¿qué aspiraciones puede tener un carpintero de Nazaret?
Justamente conociendo esta cerrazón, que confirma el proverbio «nadie es profeta en su tierra», Jesús dirige a la gente, en la sinagoga, palabras que suenan como una provocación. Cita dos milagros cumplidos por los grandes profetas Elías y Eliseo a favor de personas no israelitas, para demostrar que a veces hay más fe fuera de Israel. A este punto la reacción es unánime: todos se levantan y lo echan fuera, y hasta tratan de lanzarlo a un precipicio, pero Él, con soberana tranquilidad, pasa en medio de la gente enfurecida y se va. A este punto es espontáneo preguntarse: ¿cómo así Jesús ha querido provocar esta fractura? Al inicio la gente se admiraba de él, y quizás habría podido obtener cierto consenso… pero justamente este es el punto: Jesús no ha venido para buscar el consenso de los hombres, sino – como dirá al final a Pilato – para «dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). El verdadero profeta no obedece a nadie más que a Dios y se pone al servicio de la verdad, listo a responder personalmente. Es verdad que Jesús es el profeta del amor, pero también el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de la misma realidad, dos nombres de Dios. En la liturgia de hoy resuenan también estas palabras de san Pablo: «El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad» (1 Cor 13,4-6). Creer en Dios significa renunciar a los propios prejuicios y acoger el rostro concreto con el que Él se ha revelado: el hombre Jesús de Nazaret. Y este camino conduce también a reconocerlo y a servirlo en los demás.
En esto la actitud de María es iluminante. ¿Quién más que ella tuvo familiaridad con la humanidad de Jesús? Pero jamás se escandalizó como los paisanos de Nazaret. Ella custodiaba en su corazón el misterio y supo acogerlo una y otra vez, cada vez más, en el camino de la fe, hasta la noche de la Cruz y a plena luz de la Resurrección. Que María nos ayude a recorrer con fidelidad y con gozo este camino.

(Traducción del italiano, Raúl Cabrera- Radio Vaticano)


Saludos del Papa en otras lenguas tras el rezo del Ángelus 

Hablando en italiano, Benedicto XVI recordó que en este primer domingo de febrero se celebra en Italia la "Jornada por la Vida". “Me uno -dijo- a los obispos italianos que en sus mensajes invitan a invertir en la vida y en la familia, también como respuesta efectiva a la crisis actual”. 

El Santo Padre saludó al Movimiento por la vida, deseándoles éxito en la iniciativa llamada "Uno de nosotros", para que “Europa sea siempre un lugar en el que cada ser humano esté tutelado en su dignidad”. Y saludó también el Pontífice a los representantes de la Facultad de Medicina de la Universidad de Roma, de modo particular a los docentes de Obstetricia y Ginecología, acompañado por el cardenal Vicario, y animándoles a formar a los agentes sanitarios en la cultura de la vida.

El Papa recordó a los peregrinos francófonos que “la fiesta de la Vida Consagrada celebrada ayer nos invita a escuchar el llamamiento de Dios y a responder con confianza y generosidad. Demos gracias y oremos por todos los consagrados, para que crezcan en santidad. Su testimonio nos lleva a un lugar importante en nuestro camino hacia Dios mediante la oración, la misa dominical, la lectura de su Palabra. Nuestra fe más viva puede cambiar nuestro corazón!”. 

“En el Evangelio de la liturgia de hoy, Jesús nos recuerda que ser un profeta no es una tarea fácil”, dijo el Santo Padre a los fieles de lengua inglesa. “Pidamos al Señor que dé a cada uno de nosotros un espíritu de coraje y sabiduría, para que en nuestras palabras y acciones, podamos proclamar la verdad salvífica del amor de Dios con audacia, humildad y coherencia”. 

A sus compatriotas y peregrinos de lengua alemana, el Papa afirmó que “Jesús proclama y encarna la buena noticia del amor de Dios para la humanidad”. “En un mundo que empuja a Dios a un lado y quiere conformarse con respuestas sencillas y no vinculantes, no nos cansemos de llevar a la gente la verdad de Cristo y la esperanza”. 

Dirigiéndose, finalmente, a los fieles polacos, Benedicto XVI volvió a recordar la Jornada de la Vida Consagrada. “A María, que brilla con el esplendor de la santidad en la vida de cada persona, -dijo- encomendemos en la oración a todos aquellos que han optado por la vida de los consejos evangélicos. Imitar a Jesús con alegría en la pobreza, la castidad y la obediencia, cumpliendo cada día el servicio a Dios y al prójimo.” (ER – RV)

Homilía completa del Santo Padre a los consagrados: Que su vida tenga siempre el sabor evangélico

Queridos hermanos y hermanas!

En su narración de la infancia de Jesús, san Lucas subraya cómo María y José eran fieles a la Ley del Señor. Con profunda devoción cumplen todo lo prescrito después del parto de un primogénito varón. Dos prescripciones muy antiguas: una se refiere a la madre y la otra al recién nacido. Para la mujer está prescrito que se abstenga, por cuarenta días, de las prácticas rituales y que después ofrezca un doble sacrificio: un cordero en holocausto y un pichón de paloma o una tórtola, por el pecado; pero, si la mujer es pobre, puede ofrecer dos tórtolas y dos pichones de paloma (cfr. Lv 12,1-8). 

San Lucas precisa que María y José ofrecieron el sacrificio de los pobres (cfr. 2,24). Para el primogénito varón, que según la Ley de Moisés es propiedad de Dios, se prescribía el rescate, establecido en la ofrenda que se debía pagar a un sacerdote en cualquier lugar. Ello en perenne memoria de que, en el tiempo del Éxodo, Dios salvó a los primogénitos de los judíos (cfr Ex 13, 11 -16)

Es importante observar que para estos dos actos – la purificación de la madre y el rescate del hijo – no se necesitaba ir al Templo. Sin embargo, María y José quieren cumplir todo en Jerusalén y san Lucas nos hace ver que toda la escena converge hacia el Templo hasta focalizarse en Jesús, que entra en él. Y he aquí que, precisamente a través de la prescripción de la Ley, el acontecimiento principal se vuelve otro, es decir la «presentación» de Jesús en el Templo de Dios, que significa el acto de ofrecer al Hijo del Altísimo al Padre que lo ha enviado (cfr. Lc 1,32.35).

Esta narración del Evangelista se comprueba en la palabra del profeta Malaquías, que escuchamos al comienzo de la primera Lectura: «Así dice el Señor Dios: ‘Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el Ángel de la alianza que ustedes desean ya viene...Él purificará a los hijos de Leví... para que ofrezcan al Señor los que presentan la ofrenda conforme a la justicia». (3,1.3). Claramente aquí no se habla de un niño y, sin embargo, esta palabra encuentra su cumplimiento en Jesús, porque ‘enseguida’, gracias a la fe de sus padres, Él ha sido llevado al Templo. Y, en el acto de su «presentación», o de su «ofrenda» personal a Dios Padre, se trasluce claramente el tema del sacrificio y del sacerdocio, como en el pasaje del profeta. 

El niño Jesús, presentado enseguida en el Templo, es el mismo que, siendo adulto, purificará el Templo (Cfr. Jn 2,13-22; Mc 11,15,19) y, sobre todo, hará de sí mismo el sacrificio y el sumo sacerdote de la nueva Alianza.

Ésta es también la perspectiva de la Carta a los Hebreos, de la que se ha proclamado un pasaje en la segunda Lectura, de forma que el tema del nuevo sacerdocio se refuerza: un sacerdocio – el que inaugura Jesús – que es existencial: «Y por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba». (Heb 2,18). Y así encontramos también el tema del sufrimiento, tan marcado asimismo en el pasaje evangélico, donde Simeón pronuncia su profecía sobre el Niño y sobre la Madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón». (Lc 2,34-35). 
La «salvación» que Jesús brinda a su pueblo, y que encarna en sí mismo, pasa a través de la cruz, a través de la muerte violenta que Él vencerá y transformará con la oblación de su vida por amor. Esta oblación se preanuncia por entero ya en el gesto de la presentación en el Templo, un gesto ciertamente movido por las tradiciones de la antigua Alianza, pero íntimamente animado por la plenitud de la fe y del amor que corresponde a la plenitud de los tiempos, a la presencia de Dios y de su Santo Espíritu en Jesús. El Espíritu, en efecto, aletea en toda la escena de la presentación de Jesús en el Templo, en particular sobre la figura de Simeón, pero también de Ana. Es el Espíritu «Paráclito», que lleva el «consuelo» de Israel y mueve los pasos y el corazón de aquellos que lo esperan. Es el Espíritu que sugiere las palabras proféticas de Simeón y de Ana, palabras de bendición, de alabanza a Dios, de fe en su Consagrado, de agradecimiento porque por fin nuestros ojos pueden ver y nuestros brazos pueden estrechar «la salvación» (cfr. 2,30)

“Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel” (2,32): Simeón define así al Mesías del Señor, al final de su canto de bendición. El tema de la luz, que resuena el primer y el segundo carmen del siervo del señor, en el Deutero-Isaías (cfr Is 12,6; 49,6), está fuertemente presente en esta liturgia. Ella de hecho ha sido abierta por una sugestiva procesión, de la que han participado los Superiores y las Superioras generales de los institutos de vida consagrada aquí representados, que llevaban las candelas encendidas. Este signo específico de la tradición litúrgica de esta fiesta, es muy expresivo. Manifiesta la belleza y el valor de la vida consagrada como reflejo de la luz de Cristo; un signo que vuelve a recordar el ingreso de María en el Templo: la Virgen María, la Consagrada por excelencia, llevaba en brazos la Luz misma, el verbo encarnado, venido a disipar las tinieblas del mundo con el amor de Dios.

Queridos hermanos y hermanas consagrados, todos vosotros estáis representados en aquella peregrinación simbólica, que en el Año de la fe expresa aún más vuestro converger en la Iglesia, para ser confirmados en la fe y renovar la oferta de vosotros mismos a Dios. Dirijo con afecto a cada uno de vosotros, y a vuestros institutos, mi más cordial saludo y os agradezco por vuestra presencia. En la luz de Cristo, con los múltiples carismas de vida contemplativa y apostólica, vosotros cooperáis a la vida y a la misión de la Iglesia en el mundo. En este espíritu de reconocimiento y de comunión, quisiera dirigiros tres invitaciones, para que podáis entrar plenamente a través de aquella puerta de la fe, que esta siempre abierta para vosotros (cfr Cart. ap. Porta fidei,1).

En primer lugar, os invito a alimentar una fe capaz de iluminar vuestra vocación. Por esto os exhorto a hacer memoria, como en una peregrinación interior, del “primer amor” con el que el Señor Jesucristo ha encendido vuestro corazón, no por nostalgia, sino para alimentar esa llama. Y para esto es necesario estar con Él, en el silencio de la adoración; y así despertar la voluntad y el gozo de compartir la vida, las decisiones, la obediencia de fe, la bienaventuranza de los pobres, la radicalidad el amor. A partir siempre nuevamente de este encuentro de amor dejad todo para estar con Él al servicio de Dios y de los hermanos (cfr Exhort. ap. Vita consecrata, 1).

En segundo lugar, os invito a una fe que sepa reconocer la sabiduría de la debilidad. En los gozos y en las aflicciones del tiempo presente, cuando la dureza y el peso de la cruz se hacen sentir, no dudéis que la kenosis de Cristo es ya una victoria pascual. Justamente en el límite y en la debilidad humana estamos llamados a vivir la conformación a Cristo, en una tensión totalizadora que anticipa, en la medida de lo posible, en el tiempo, la perfección escatológica (ibid., 16). En la sociedad de la eficiencia y del éxito, vuestra vida, marcada por la “minoría” y por la debilidad de los pequeños, por la empatía con aquellos que no tienen voz, se convierte en un signo evangélico de contradicción.

Por ultimo, os invito a renovar la fe que os hace ser peregrinos hacia el futuro. Por su naturaleza la vida consagrada es peregrinación del espíritu, en búsqueda de un Rostro que algunas veces se manifiesta y otras se vela: “Faciem tuam, Domine, requiram” (Sal 26,8). Que éste sea el aliento constante de vuestro corazón, el criterio fundamental que orienta vuestro camino, tanto en los pequeños pasos cotidianos como en las decisiones más importantes. No os unáis a los profetas de desventura que proclaman el fin o la sinrazón de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y vístanse con las armas de la luz - como exhorta san Pablo ( cfr Rm 13, 11-14) - permaneciendo despiertos y vigilantes. San Cromacio de Aquileya escribía: “El Señor aleje de nosotros tal peligro para que nunca nos dejemos amodorrar por el sueño de la infidelidad, sino que nos conceda su gracia y su misericordia, para que podamos velar siempre en la fidelidad a Él. De hecho nuestra fidelidad puede velar en Cristo (Sermón 32, 4)”.

Queridos hermanos y hermanas, el gozo de la vida consagrada pasa necesariamente a través de la participación en la Cruz de Cristo. Así fue para María Santísima. El suyo es el sufrimiento del corazón que forma un todo único con el Corazón del Hijo de Dios, traspasado por amor. De aquella herida brota la luz de Dios, y también de los sufrimientos, de los sacrificios, del don de sí mismos que los consagrados viven por amor de Dios y de los demás se irradia la misma luz, que evangeliza las gentes. En esta fiesta, deseo de manera particular a vosotros consagrados que vuestra vida tenga siempre el sabor de la parresia evangélica, para que en vosotros la Buena Noticia sea vivida, testimoniada, anunciada y resplandezca como palabra de verdad (cfr Lect. ap. Porta fidei, 6). Amén.

(Traducción del italiano: Cecilia de Malak, Raúl Cabrera- Radio Vaticano)

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