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sábado, 2 de febrero de 2013

El problema de las sectas

La tolerancia religiosa constituye un importante avance social en casi todos los países occidentales, donde en los últimos siglos la religión dominante ha solido respetar –salvo algunas excepciones– a quienes profesaban otras creencias minoritarias (algo que, como hemos recordado, no puede decirse que suceda de modo habitual en el resto del mundo).

Junto a eso, en los últimos años hay en esos países una seria preocupación –que comparto– por la aparición de lo que se ha llamado el fenómeno de las sectas. Se trata de un renacer de sentimientos religiosos bastante complejo, que debe analizarse con calma para no caer en actitudes persecutorias sistemáticas, que serían muy poco congruentes con la necesaria libertad religiosa.

Es preciso delimitar con claridad el problema. Para los romanos, secta era un bando, una escuela, un grupo de personas que seguían a un líder. Más adelante, se denominaron sectas a las doctrinas religiosas que se separaban de un tronco principal. Hoy, cuando se habla del problema de las sectas, solemos pensar en doctrinas que se propagan recurriendo a la violencia o al engaño, o ejerciendo una influencia ilegítima sobre las personas.

Como es lógico, hay que perseguir a quienes se apartan de la legalidad. Y si una secta utiliza medios ilegales, o comete cualquier irregularidad que deba castigarse, tendrán que intervenir los tribunales y hacer que se aplique la ley.

Pero no se les castigará por sus creencias, sino por violar la legalidad penal, civil, laboral, fiscal o administrativa vigente (secuestro de personas, violencia física o psíquica, proxenetismo, prostitución, inducción al suicidio, ejercicio ilícito de la medicina, evasión de impuestos, etc.). Y se castigaría igual a cualquiera que obrara así, fuera una secta, un grupo de amigos, un partido político o un club de cazadores.

Sin embargo, sería una clara manifestación de intolerancia perseguirlas simplemente porque adoptan o propagan estilos de vida que, siendo lícitos, son contrarios a la mentalidad dominante. Eso es lo que han hecho algunos movimientos antisectas, que califican como sectaria cualquier forma de experiencia religiosa que, desde su particular punto de vista, consideran más intensa de lo que su laicismo esté dispuesto a consentir.

Más preocupante aún es que algunos de esos movimientos antisectas parecen considerar lícito cualquier medio para conseguir los fines que se proponen. Es cierto que hay aspectos muy discutibles en muchas sectas, y que sus actuaciones son a veces claramente inmorales, y en algunos casos, incluso delictivas. Y efectivamente es preciso hacer una crítica enérgica, y pedir que se castigue con rigor cualquier conducta ilícita. Pero nunca puede ser correcto emplear para ello la violencia o el engaño, como de hecho hacen con frecuencia algunos de esos movimientos antisectas, cayendo en los mismos desafueros que ellos denuncian en las sectas.
Por: Alfonso Aguiló

viernes, 1 de febrero de 2013

TEXTO COMPLETO: Mensaje del Papa para la Cuaresma 2013

Creer en la caridad suscita caridad
«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16)


Queridos hermanos y hermanas:

La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.

1. La fe como respuesta al amor de Dios

En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única― que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).

2. La caridad como vida en la fe

Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).

Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).

La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).

3. El lazo indisoluble entre fe y caridad

A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.

La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8).

En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto ―indispensable― con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.

A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.

4. Prioridad de la fe, primado de la caridad

Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20).

La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).

La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la

caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co13,13).

Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.

Vaticano, 15 de octubre de 2012

BENEDICTUS PP. XVI

Bolivia: Inauguran imagen de la Virgen María más grande del mundo

Esta mañana se inauguró en Oruro (Bolivia), la imagen más grande del mundo dedicada a la Virgen María, concretamente la advocación de la Virgen de la Candelaria que localmente se conocen como Virgen del Socavón, y que tiene una altura de 45,5 metros; 7 metros más que el Cristo del Corcovado en Brasil.

"Este monumento de fe tiene una estructura antisísmica cuya solidez se sustenta en la fe inquebrantable y la fuerza de los orureños", dijo la alcaldesa de la ciudad, Rossío Pimentel, al entregar la obra en un acto al que asistió el Presidente de Bolivia, Evo Morales.

Miles de católicos acudieron a la inauguración de la imagen, que está colocado sobre uno de los cerros de Oruro que está a 3 740 metros sobre el nivel del mar y a unos 230 kilómetros al sur de La Paz.

"Más que una obra de ingeniería y arte, este monumento es un acto de fe, que refuerza nuestras tradiciones", dijo a la prensa Rolando Rocha, coordinador del grupo de escultores que ejecutó el proyecto cuyo costo ha sido de 1,2 millones de dólares.

La Virgen del Socavón de Oruro, es patrona de los mineros y Reina del Folklore de Bolivia, cuya imagen está en el Santuario Diocesano de Nuestra Señora del Socavón.

Con la inauguración de la gigantesca imagen se ha iniciado el carnaval de Oruro, declarado por la UNESCO como patrimonio de la humanidad. Es el único que tiene como motivo ewl baile en honor a la Virgen María.

La imagen pesa en total 1500 toneladas, está hecha de ferrocemento, hormigón y fibra de vidria.

Durante esta tarde, como todos los años, el pueblo de Oruro participa en la procesión de los Cirios hacia el Santuario del Socavón, por las calles de la ciudad.

Mons. Cristóbal Bialasik, Obispo de Oruro, envió una carta a los vecinos de las calles por donde recorrerá la peregrinación, invitándolos a preparar altares, escuchar la emisora diocesana y adornar sus fachadas con la Virgen del Socavón.

Mañana sábado 2 de febrero, día de la Virgen de la Candelaria, se realizará el Festival de Bandas; en el que se dedicará un qochu (plegaria) a la Madre de Dios saludando su entrada en una de las réplicas que visitaron las parroquias.

A las 6:00 p.m. Mons. Bialasik presidirá una Eucaristía junto a las comunidades religiosas y clero local, al conmemorarse la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

El domingo 3 de febrero, a las 6:30 a.m., el Obispo y sus sacerdotes, con los religiosos y laicos acompañarán a los directivos de la Asociación de Conjuntos del Folklore de Oruro (ACFO) y autoridades en el inicio del llamado "Último Convite".

Los bailarines que componen los 48 conjuntos afiliados a la ACFO harán el último recorrido a través de la tradicional ruta rumbo al Santuario para pedir permiso a la Virgen y prometer bailar para ella durante tres años.

jueves, 31 de enero de 2013

PERÚ VIVE TU FE: Comunicado de los Obispos del Perú con motivo del Año de la Fe

Los Obispos del Perú, reunidos en Asamblea a todos nuestros hermanos en la fe les deseamos salud y paz en Jesucristo

1. Estamos en el Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI e iniciado ya en cada una de nuestras diócesis, prelaturas y vicariatos. Como continuadores del grupo de los apóstoles de Jesucristo, puestos por Él para hacerse presente al mundo y para reunir y guiar a su Iglesia, queremos expresarles, junto con el gozo compartido de ser sus discípulos, algunas reflexiones que puedan ayudarnos a “redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (Porta fidei7).

2. Nos llena de júbilo compartir con ustedes la misma fe en Jesús de Nazaret, Hijo de Dios y de María, pues en Él encontramos lo que, como personas humanas, todos buscamos: la verdad, el amor, la felicidad de una vida completa y sin fin. Lo diremos con palabras de la asamblea episcopal de 2007 en Aparecida: “Ante los desafíos que nos plantea esta nueva época en la que estamos inmersos, renovamos nuestra fe, proclamando con alegría a todos los hombres y mujeres de nuestro continente: Somos amados y redimidos en Jesús, Hijo de Dios, el Resucitado vivo en medio de nosotros; por Él podemos ser libres del pecado, de toda esclavitud y vivir en justicia y fraternidad. ¡Jesús es el camino que nos permite descubrir la verdad y lograr la plena realización de nuestra vida!” (Mensaje final, 1).

3. Efectivamente, proclamar nuestra fe en Jesucristo hoy es algo tan urgente como necesario, a la vista de los grandes desafíos que afrontamos en esta época, y porque estamos inmersos en una crisis de fe que no sólo dificulta la solución de los problemas humanos sino que los agrava. Esto es así porque, como bien sabemos los cristianos y nos lo confirma el Concilio Vaticano II, “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Pues Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo, el Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre el misterio de su vocación”(Gaudium et Spes22).

4. Pero esto no resulta tan claro para muchos de nuestros contemporáneos. Hay quienes no sólo lo desconocen o lo ponen en duda sino que lo rechazan. Con la creciente globalización de toda suerte de ideas, experiencias y comportamientos, también va haciéndose lamentablemente común y “normal” el prescindir de Dios y de su manifestación en Jesucristo para definir la vida personal y la organización de la sociedad. Nosotros mismos, discípulos del Señor, aunque –como Él nos dice– no seamos del mundo, por el hecho de estar en el mundo también podemos quedar afectados por el ambiente de increencia que nos envuelve. En consecuencia, recibamos la propuesta de este Año de la fe como “una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo; un tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe, que es decidirse a estar con el Señor para vivir con Él” (Porta fidei6,8.10), puesto que Él y sólo Él es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn14,6).

5. Esforcémonos, pues, durante este año, en redescubrir el don precioso de la fe, regalo que Dios nos da porque nos ama y quiere hacernos partícipes de su misma vida, pues nos ha creado a imagen y semejanza de su Hijo, Jesucristo, el cual, tomando nuestra maltrecha condición de pecadores, se ha entregado a nosotros, convirtiéndose así, para quien lo acepta, en su Redentor, en Recreador de su autenticidad humana. Sin este don, el hombre es como un ciego que no puede ver, como un hambriento que se debilita, como un paralítico que no se puede mover.

6. Sin la fe se está solo, sin Dios. Y sin Dios, el hombre pierde la verdad sobre sí mismo, sobre su real dignidad, vocación y misión. En consecuencia, el mundo no será la casa de la familia, sino una materia que usar sin sentido y sin control. Los otros ya no serán vistos como hermanos con quienes compartir vida y bienes; de modo que, en el mejor de los casos, podemos encontrarnos con actitudes de indiferencia –“¡es su problema!”–, y en los peores, con tantos otros males como, de hecho, nos afligen: celos, envidias, competencia desleal, calumnias, corrupción, injusticias, abuso de poder, violencia contra pobres e ignorantes, robos, secuestros, abortos provocados, homicidios y un largo etcétera de calamidades familiares y ciudadanas, nacionales e internacionales. Para colmo, hay quienes, sin conocerse ni valorarse a sí mismos, se desesperan hasta llegar al suicidio. ¡Pobre del individuo y de la sociedad que prescinden de Dios, pues están demoliendo sus cimientos y, sin cimientos, una casa se hunde!

7. En cambio, la presencia y la acción de Jesucristo, Dios-con-nosotros, que vive resucitado, animando, como cabeza, el cuerpo de su Iglesia que formamos sus discípulos, siempre hace posible, hoy igual que ayer, lo que parece imposible: ciegos que ven, sordos que oyen, muertos que resucitan y personas que dan a los demás, incluso a los enemigos, cuanto tienen: conocimientos, bienes materiales, cuidados sanitarios, amistad desinteresada y, llegado el caso, la propia vida para salvar la de otro. Una sociedad que legisle, gobierne, juzgue, eduque y actúe de acuerdo a la voluntad del Creador sobre la creatura –el mundo y la humanidad– a la que Él da vida, es una sociedad con cimientos indestructibles: progresarán en ella todos sus miembros, y multiplicarán sus posibilidades por la fuerza de la solidaridad en la que se reconocen y con la que interactúan, fruto y reflejo del Creador y Dador de la vida, que es comunidad de Tres en la unidad de su recíproco amor.

8. Con personas así, el mundo tiene futuro. Un futuro que no es capaz de impedir ni siquiera la muerte. El temor a perder lo que se tenga a la mano más acá de la muerte, como si todo fuera eso y no existiera nada más, es lo que ocasiona tanta violencia y sufrimiento. Quien sabe que Jesucristo ha resucitado sólo teme perderle, seguro de que, teniéndole a Él, nada le faltará, porque todo ha sido creado por Él y para Él; y Él se lo entrega a quien, aceptándole, ya en adelante vive pensando como Él, sintiendo como Él, hablando y actuando como Él. Ésta es la vida que brota de la fe: una vida cristiana, una vida unida a la de Cristo, como la suya: vida auténticamente humana, divina.

9. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si, al fin, se pierde a sí mismo? Este aviso de Jesús ha de animarnos a mantener nuestra fe en Él y a crecer como discípulos y misioneros suyos, pues la Buena Noticia de la Vida que recibimos de Dios Él la quiere para todos, y cuenta con nuestra colaboración para difundirla. La fe se agranda cuando se comparte. A todos –laicos, religiosos y ministros ordenados–nos llama el Señor a trabajar en su viña para que nadie pase hambre ni sed, para que nadie se pierda lejos de su Casa, sin Él. Por lo mismo, junto con el Papa,“deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza. Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe hacer propio, sobre todo en este Año” (Porta fidei9).

10. “El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida” (Porta fidei14). Es Él quien nos lo dice: “Lo que hicieron con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40).

11. Dios se ha dado a conocer en su Hijo hecho hombre, Jesucristo; y hoy se hace presente al mundo en la humanidad visible de la Iglesia que formamos nosotros, sus discípulos. Para que así sea, para que no seamos estorbo que impida encontrarle a quienes le andan buscando, oremos unos por otros y vivamos como Iglesia profundizando en el conocimiento de nuestra fe, bebiendo en la fuente de los sacramentos, ayudándonos a permanecer unidos en Jesucristo. De tal forma que sea Él a quien encuentren en nosotros cuantos se nos acerquen, así como muchos lo encontraron en nuestros queridos santos peruanos, para gloria de Dios y alegría de la humanidad.

12. Nos despedimos recordando una de sus preciosas palabras, válidas y eficaces permanentemente: “Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Les he dicho esto para que gracias a mí tengan paz. En el mundo tendrán que sufrir; pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo. Volveré a verles y se alegrará su corazón, y su alegría nadie se la podrá quitar” (Jn16, 32-33;16,22).

Fraternalmente, en Jesucristo y María, la bienaventurada por haber creído, y, por ello, madre suya y nuestra, a quien pedimos interceda por nosotros para que creyendo, amemos, y, amando, gocemos de la vida y la felicidad que nunca se acaban.


Los Obispos del Perú.

Lima, enero de 2013

Calendario de las próximas Celebraciones litúrgicas del Papa


(Mons. Guido Marini, Maestro de las Celebraciones litúrgicas pontificias, hizo público el calendario de las próximas celebraciones que Benedicto XVI presidirá durante los meses de febrero y marzo. 

El próximo sábado, 2 de febrero, a las 17,30 en la Basílica Vaticana, Su Santidad presidirá la Santa Misa con los miembros de los Institutos de Vida Consagradas y las Sociedades de Vida Apostólica en la fiesta de la Presentación del Señor y XVII Jornada Mundial de la Vida Consagrada. 

El lunes 11 de febrero, en la Sala del Consistorio, tendrá lugar a las 11,00 de la mañana un Consistorio Ordinario Público para la presentación de algunas Causas de Canonización. 

El miércoles 13 de febrero, a las 16,30 de la tarde, en la Basílica romana de San Anselmo, tendrá lugar la “Statio” con procesión penitencial, y a las 17,00 en la Basílica de Santa Sabina, el Papa celebrará la Santa Misa con la bendición e imposición de las cenizas.

El 17 de febrero, Primer Domingo de Cuaresma, comenzarán, a las 18,00 los ejercicios espirituales de la Curia Romana en la Capilla Redemptoris Mater del Vaticano; que concluirán el sábado 23 de febrero en la misma capilla a las 9 de la mañana.

El 24 de marzo, Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, en la Plaza de San Pedro, a las 9,30 de la mañana, tendrá lugar la bendición y procesión de las palmas a lo que seguirá la celebración de la Santa Misa presidida por Benedicto XVI.

El 28 de marzo, Jueves Santo, el Papa celebrará a las 9,30 de la mañana en la Basílica Vaticana, la Santa Misa del Crisma.

Ese mismo día por la tarde, el Santo Padre dará inicio al Triduo Pascual en la Basílica romana de San Juan de Letrán, a las 17,30 de la tarde, con la Celebración de la Santa Misa de la Cena del Señor.

El 29 de marzo, Viernes Santo, el Obispo de Roma celebrará el Vía Crucis, a las 21,15 de la noche, en el Coliseo.

El 30 de marzo, Sábato Santo, Su Santidad celebrará la Vigilia Pascual en la Noche Santa, a las 20,30 en la Basílica de San Pedro.

Y el 31 de marzo, Domingo de Pascua, el Santo Padre presidirá la Santa Misa en la Plaza de San Pedro a las 10,15 de la mañana, mientras a mediodía, desde la logia central dirigirá su Bendición “Urbi et Orbi”.

Texto completo de la Catequesis del Papa: "Confiar en el perdón de Dios cuando nos equivocamos" (31.01.13)

Queridos hermanos y hermanas:

en la catequesis del miércoles pasado, hemos reflexionado sobre las palabras del Credo: "Creo en Dios". Pero la profesión de fe especifica esta afirmación: Dios es el Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Me gustaría reflexionar con ustedes ahora sobre la primera y fundamental definición de Dios, que el Credo nos presenta: Él es Padre.
No siempre es fácil hoy en día hablar de paternidad. Sobre todo en el mundo occidental. Las familias disgregadas, los compromisos de trabajo cada vez más apretados, las preocupaciones y, a menudo, la fatiga de equilibrar el presupuesto familiar, así como la invasiva distracción de los medios de comunicación en la vida diaria son algunos de los muchos factores que pueden impedir una relación serena y constructiva entre padres e hijos. 
A veces, la comunicación se hace difícil, se pierde la confianza y la relación con la figura del padre puede llegar a ser problemática. Por lo que, no teniendo modelos adecuados como referencia, se vuelve problemático incluso imaginar a Dios como padre. Para aquellos que han tenido la experiencia de un padre demasiado autoritario e inflexible, o indiferente y poco afectuoso, o incluso ausente, no es fácil pensar con serenidad en Dios como Padre y abandonarse a Él con confianza.
Pero la revelación bíblica ayuda a superar estas dificultades hablándonos de un Dios que nos muestra qué significa ser verdaderamente "padre", y es sobre todo el Evangelio el que nos revela este rostro de Dios como Padre, que ama hasta el don de su propio Hijo para la salvación de la humanidad. 
La referencia a la figura paterna ayuda por lo tanto a comprender algo del amor de Dios, que sin embargo es infinitamente más grande, fiel y total que el de cualquier hombre. "¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! "(Mt 7,9 - 11; cfr Lc 11,11 a 13). Dios es nuestro Padre porque Él nos ha bendecido y elegido antes de la creación del mundo (cfr. Ef 1,3-6), nos hizo realmente sus hijos en Jesús (cfr. 1 Jn 3,1). Y, como Padre, Dios acompaña con amor nuestra vida, nos da su Palabra, sus enseñanzas, su gracia y su Espíritu.
Él - como revela Jesús - es el Padre que alimenta a las aves del cielo, sin que deban sembrar y cosechar, y reviste de colores maravillosos las flores del campo, con trajes más bellos que los del rey Salomón (cfr. Mt 6,26 - a 32; Lucas 12,24-28), y - añade Jesús - ¡nosotros valemos mucho más que las flores y las aves del cielo! Y si Él es tan bueno que hace "salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos " (Mt 5, 45), siempre podremos, sin miedo y con total confianza, encomendarnos a su perdón cuando nos equivocamos de camino. Dios es un Padre bueno que acoge y abraza al hijo perdido y arrepentido (cfr. Lc 15, 11), da gratuitamente a los que piden (cfr. Mt 18,19; Mc 11, 24, Jn 16, 23) y ofrece el pan del cielo y el agua viva que da vida para siempre (cfr. Jn 6, 32, 51,58).
Por lo tanto, el orante del Salmo 27, rodeado de enemigos, asediado por los malvados y calumniadores, mientras busca la ayuda del Señor y lo invoca, puede dar su testimonio lleno de fe, afirmando: " Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá "(v. 10). Dios es un Padre que nunca abandona a sus hijos, un Padre amoroso que sostiene, ayuda, acoge, perdona y salva, con una fidelidad que supera inmensamente la de los hombres, para abrirse a las dimensiones de la eternidad. "Porque es eterno su amor", como repite en una letanía, en cada versículo, el Salmo 136 evocando la historia de la salvación. El amor de Dios Padre nunca falla, no se cansa de nosotros, es amor que se da sin límites, hasta el sacrificio de su Hijo. La fe nos dona esta certeza que se convierte en una roca segura en la construcción de nuestras vidas: podemos afrontar todos los momentos de dificultad y de peligro, la experiencia de la oscuridad de la crisis y del tiempo de dolor, sostenidos por la fe en que Dios no nos deja solos y siempre está cerca, para salvarnos y llevarnos a la vida eterna.
Es en el Señor Jesús donde se muestra plenamente el rostro benévolo del Padre que está en los cielos. Conociéndolo a Él, podemos conocer también al Padre (cfr. Jn 8,19, 14,7), viéndolo a Él, podemos ver al Padre, porque Él está en el Padre y el Padre está en Él (cfr. Jn 14,9,11). Él es la "Imagen del Dios invisible”, como lo define el himno de la Carta a los Colosenses, “el Primogénito de toda la creación... el Primero que resucitó de entre los muertos", "en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados " y la reconciliación de todas las cosas, “habiendo restablecido la paz por la sangre de su cruz y reconciliando todo lo que existe en la tierra y en el cielo, " (cfr. Col 1,13-20).
La fe en Dios Padre pide creer en el Hijo, bajo la acción del Espíritu, reconociendo en la Cruz que salva la revelación definitiva del amor divino. Dios es nuestro Padre al darnos a su Hijo por nosotros; Dios es nuestro Padre perdonando nuestros pecados y llevándonos a la alegría de la vida resucitada; Dios es nuestro Padre al ofrecernos el Espíritu que nos hace hijos y que nos permite llamarlo, en verdad, "Abba, Padre "(cf. Rom 8:15). Por eso Jesús, enseñándonos a orar, nos invita a decir "Padre Nuestro" (Mt 6,9 a 13;. Cf Lc 11:2-4).
La paternidad de Dios es, pues, amor infinito, ternura que se inclina sobre nosotros, hijos débiles, necesitados de todo. El Salmo 103, el gran himno de la misericordia divina, proclama: "«Como un padre cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles; él conoce de qué estamos hechos, sabe muy bien que no somos más que polvo." (vv. 13-14). Es sólo nuestra pequeñez, nuestra débil naturaleza humana, nuestra fragilidad que se convierte en llamamiento a la misericordia del Señor para que manifieste su grandeza y ternura de Padre que nos ayuda, nos perdona y nos salva.
Y Dios responde a nuestra llamada, enviando a su Hijo, que muere y resucita por nosotros; entra en nuestra fragilidad, haciendo lo que el hombre solo nunca hubiera podido hacer: él toma sobre Sí el pecado del mundo, como cordero inocente y nos abre el camino a la comunión con Dios, nos hace verdaderos hijos de Dios. Está ahí, en el Misterio pascual, que se revela en todo su esplendor, el rostro definitivo del Padre. Y es aquí, en la Cruz gloriosa, que se realiza la plena manifestación de la grandeza de Dios como "Padre omnipotente".
Pero podemos preguntarnos: ¿cómo es posible imaginar un Dios todopoderoso mirando la cruz de Cristo? ¿Este poder del mal que lleva a matar al hijo de Dios? Nos gustaría una omnipotencia divina de acuerdo con nuestros esquemas mentales y nuestros deseos: un Dios "omnipotente" que resuelva los problemas, que intervenga para evitarnos las dificultades, que venza a los poderes adversos, cambie el curso de los acontecimientos y anule el dolor. Por eso, hoy en día muchos teólogos dicen que Dios no es omnipotente, porque de lo contrario no existiría tanto sufrimiento, y tanta maldad en el mundo. De hecho, ante el mal y el sufrimiento, para muchos de nosotros, es problemático, difícil creer en un Dios Padre y creerlo todopoderoso; algunos buscan refugio en los ídolos, cediendo a la tentación de encontrar una respuesta en una omnipotencia supuesta "magia" y sus promesas ilusorias.
Pero la fe en Dios Todopoderoso nos lleva por caminos muy diferentes. A aprender a conocer que el pensamiento de Dios es diferente del nuestro, que los caminos de Dios son diferentes de los nuestros, y también su omnipotencia es diferente: no se expresa como una fuerza automática o arbitraria, sino que se caracteriza por una libertad amorosa y paternal. De hecho, Dios al crear criaturas libres, dándoles libertad ha renunciado a una parte de su poder, dejando el poder de nuestra libertad. Así ama y respeta la libre respuesta de amor a su llamada. Como Padre, Dios quiere que seamos sus hijos de su corazón y vivamos como tal, en su Hijo, en comunión, en plena familiaridad con Él.
Su omnipotencia no se expresa en la violencia, no se expresa en la destrucción de un poder adverso como nosotros quisiéramos, sino que se expresa en el amor, la misericordia, el perdón, en la aceptación de nuestra libertad y en la incansable llamada a la conversión del corazón, en una actitud, sólo aparentemente débil. Dios parece débil si vemos a Jesucristo que ora, que invita, que se hace matar, pero es la actitud aparentemente débil hecha de paciencia, mansedumbre y amor que demuestra que éste es el verdadero camino de la potencia y de poder. Este es el poder de Dios y esto vencerá. El sabio del libro de la Sabiduría se dirige a Dios de esta manera: "Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan. Tú amas todo lo que existe…Pero tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida "(11:23-24a .26).
Sólo el que es realmente poderoso puede soportar el dolor y tener a la vez compasión, solo quien es de verdad potente puede ejercer plenamente la fuerza del amor. Y Dios, a quien pertenecen todas las cosas, porque todas las cosas fueron hechas por Él, revela su fuerza amando a todos y a todo, en una paciente espera de la conversión de nosotros los hombres, a los que quiere tener como hijos. Dios espera nuestra conversión. El amor todopoderoso de Dios no tiene límites, hasta el punto que "no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Romanos 8:32). La omnipotencia del amor no es la del poder del mundo, sino la del don total, y Jesús, el Hijo de Dios, revela al mundo la verdadera omnipotencia del Padre dando su vida por nosotros pecadores. He aquí la verdadera, auténtica y perfecta potencia divina: responder al mal no con el mal sino con el bien, a los insultos con el perdón, al odio homicida con el amor que da la vida.
Así pues, el mal viene vencido realmente, porque viene lavado por el amor de Dios; y la muerte viene derrotada definitivamente, porque es transformada en don de vida. Dios Padre resucita al Hijo: la muerte, la gran enemiga (cf. 1 Cor 15:26), viene tragada y privada de su veneno (cf. 1 Cor 15,54-55), y nosotros, liberados del pecado, podemos acceder a nuestra realidad de hijos de Dios.
Por lo tanto, cuando decimos "Yo creo en Dios Padre omnipotente" expresamos nuestra fe en el poder del amor de Dios que, en su Hijo muerto y resucitado vence el odio, la maldad, el pecado y nos da vida eterna, aquella de hijos que quieren estar siempre en la "Casa del Padre". Decir Creo en Dios Padre omnipotente, en su poder, en su manera de ser padre, es siempre un acto de fe, de conversión, de transformación de nuestro pensamiento, de todo nuestro afecto, de todo nuestro modo de vivir.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que sostenga nuestra fe, que nos ayude a encontrar realmente la fe, y nos de la fuerza para anunciar a Cristo crucificado y resucitado Cristo y darle testimonio en el amor a Dios y al prójimo. Y Dios nos conceda recibir el don de nuestra filiación, para vivir plenamente la realidad del Credo, confiando en el amor del Padre y de su omnipotencia misericordiosa, la verdadera omnipotencia, que salva. Gracias. 

(traducción de Cecilia de Malak y Eduardo Rubió)

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