Cristo nos ha nacido, exultemos en el día de nuestra salvación.
Abramos nuestros corazones para recibir la gracia de este día, que es Él mismo: Jesús es el «día» luminoso que surgió en el horizonte de la humanidad. El día de la misericordia, en el cual Dios Padre ha revelado a la humanidad su inmensa ternura. Día de luz que disipa las tinieblas del miedo y de la angustia. Día de paz, en el que es posible encontrarse, dialogar, sobre todo, reconciliarse. Día de alegría: una «gran alegría» para los pequeños y los humildes, para todo el pueblo (cf. Lc 2,10).
En estos días navideños se nos coloca frente a nosotros el Niño Jesús. Estoy seguro que en nuestras casas todavía tantas familias han hecho el pesebre, llevando hacia adelante esta bella tradición que se remonta a San Francisco de Asís y que mantiene vivo en nuestros corazones el misterio de Dios que se hace hombre.
«En el clima de alegría, que es propio de la Navidad, celebramos en este domingo la fiesta de la Sagrada Familia. Recuerdo el gran encuentro de Filadelfia, en septiembre pasado; las tantas familias que he encontrado en los viajes apostólicos, y las de todo el mundo. Quisiera saludarlas a todas con afecto y reconocimiento, en especial en este tiempo nuestro, en el que la familia está sometida a incomprensiones y dificultades de diversos tipos que la debilitan.
Mi pensamiento va en este momento a los numerosos migrantes cubanos que se encuentran en dificultad en Centroamérica, muchos de los cuales son víctimas del tráfico de seres humanos. Invito a los Países de la Región a renovar con generosidad todos los esfuerzos necesarios para encontrar una tempestiva solución a este drama humanitario.
Hoy celebramos la Fiesta de San Esteban. El recuerdo del primer mártir sigue inmediatamente a la Solemnidad de la Navidad. Ayer hemos contemplado el amor misericordioso de Dios, que se ha hecho carne por nosotros; hoy vemos la respuesta coherente del discípulo de Jesús, que da su vida. Ayer nació en la tierra el Salvador; hoy nace para el cielo su testigo fiel. Ayer, como hoy, aparecen las tinieblas del rechazo de la vida, pero brilla más fuerte aún la luz del amor, que vence el odio e inaugura un mundo nuevo.
Las Lecturas bíblicas que hemos escuchado nos presentan la imagen de dos familias que hacen su peregrinación hacia la casa de Dios. Elcaná y Ana llevan a su hijo Samuel al templo de Siló y lo consagran al Señor (cf. 1 S 1,20- 22,24-28). Del mismo modo, José y María, junto con Jesús, se ponen en marcha hacia Jerusalén para la fiesta de Pascua (cf. Lc 2,41-52).
Podemos ver a menudo a los peregrinos que acuden a los santuarios y lugares entrañables para la piedad popular. En estos días, muchos se han puesto en camino para llegar a la Puerta Santa abierta en todas las catedrales del mundo y también en tantos santuarios.
En esta noche brilla una «luz grande» (Is 9,1); sobre nosotros resplandece la luz del nacimiento de Jesús. Qué actuales y ciertas son las palabras del profeta Isaías, que acabamos de escuchar: «Acrecentaste la alegría, aumentaste el gozo» (Is 9,2). Nuestro corazón estaba ya lleno de alegría mientras esperaba este momento; ahora, ese sentimiento se ha incrementado hasta rebosar, porque la promesa se ha cumplido, por fin se ha realizado. El gozo y la alegría nos aseguran que el mensaje contenido en el misterio de esta noche viene verdaderamente de Dios. No hay lugar para la duda; dejémosla a los escépticos que, interrogando sólo a la razón, no encuentran nunca la verdad. No hay sitio para la indiferencia, que se apodera del corazón de quien no sabe querer, porque tiene miedo de perder algo. La tristeza es arrojada fuera, porque el Niño Jesús es el verdadero consolador del corazón.
El Evangelio de este domingo de Adviento pone de manifiesto la figura de María. La vemos cuando, inmediatamente después de haber concebido en la fe al Hijo de Dios, afronta el largo viaje de Nazaret de Galilea a los montes de Judea para ir a visitar y a ayudar a Isabel.
1. Dios no es indiferente. A Dios le importa la humanidad, Dios no la abandona. Al comienzo del nuevo año, quisiera acompañar con esta profunda convicción los mejores deseos de abundantes bendiciones y de paz, en el signo de la esperanza, para el futuro de cada hombre y cada mujer, de cada familia, pueblo y nación del mundo, así como para los Jefes de Estado y de Gobierno y de los Responsables de las religiones.
El domingo pasado ha sido abierta la Puerta Santa de la Catedral de Roma, la Basílica de San Juan de Letrán, y se ha abierto una Puerta de la Misericordia en la Catedral de cada diócesis del mundo, también en los Santuarios y en las Iglesias que los Obispos han dicho hacerlo. El Jubileo es en todo el mundo no solamente en Roma.
En el Evangelio de hoy hay una pregunta repetida tres veces: «¿Qué debemos hacer? » (Lc 3,10.12.14). Le preguntan a Juan Bautista tres categorías de personas: primero, la muchedumbre en general; segundo, los publicanos, es decir los cobradores de impuestos; y tercero, algunos soldados. Cada uno de estos grupos pregunta al profeta qué debe hacer para realizar la conversión que él está predicando. La respuesta de Juan
La invitación del profeta dirigida a la antigua ciudad de Jerusalén, hoy también está dirigida a toda la Iglesia y a cada uno de nosotros: «¡Alégrate… exulta!» (Sof 3,14). El motivo de la alegría se expresa con palabras que infunden esperanza, y permiten mirar el futuro con serenidad. El Señor ha abolido toda condena y ha decidido vivir en medio a nosotros.
«El Señor tu Dios, está en medio de ti […], se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo como en día de fiesta» (So 3,17-18). Estas palabras del profeta Sofonías, dirigidas a Israel, pueden también ser referidas a nuestra Madre, la Virgen María, a la Iglesia, y a cada uno de nosotros, a nuestra alma, amada por Dios con amor misericordioso. Sí, Dios nos ama tanto que incluso se goza y se complace en nosotros. Nos ama con amor gratuito, sin límites, sin esperar nada a en cambio. No le gusta el pelagianismo. Este amor misericordioso es el atributo más sorprendente de Dios, la síntesis en que se condensa el mensaje evangélico, la fe de la Iglesia.
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 2016
La Iglesia, madre de vocaciones
Queridos hermanos y hermanas:
Cómo desearía que, a lo largo del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, todos los bautizados pudieran experimentar el gozo de pertenecer a la Iglesia. Ojalá puedan redescubrir que la vocación cristiana, así como las vocaciones particulares, nacen en el seno del Pueblo de Dios y son dones de la divina misericordia. La Iglesia es la casa de la misericordia y la «tierra» donde la vocación germina, crece y da fruto.
Dentro de poco tendré la alegría de abrir la Puerta Santa de la Misericordia. Cumplimos este gesto como he hecho en Bangui, tan sencillo como fuertemente simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en primer plano el primado de la gracia. En efecto, lo que se repite más veces en estas lecturas evoca aquella expresión que el ángel Gabriel dirigió a una joven muchacha, sorprendida y turbada, indicando el misterio que la envolvería: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28).
Ayer he abierto aquí, en la Basílica de San Pedro, la Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia, después de haberla abierta ya en la Catedral de Bangui en República Centroafricana. Hoy quisiera reflexionar junto a ustedes sobre el significado de este Año Santo, respondiendo a la pregunta: ¿Por qué un Jubileo de la Misericordia? ¿Qué significa esto?
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días y buena fiesta!
Hoy, la fiesta de la Inmaculada nos hace contemplar a la Virgen, que, por individual privilegio, ha sido preservada del pecado original desde su concepción. Aunque vivía en el mundo marcado por el pecado, no fue tocada: María es nuestra hermana en el sufrimiento, pero no en el mal y ni en el pecado. Más bien, el mal en ella ha sido derrotado antes aún de tocarla, porque Dios la ha llenado de gracia (cfr Lc 1,28).
En este segundo domingo de Adviento, la liturgia nos pone a la escuela de Juan el Bautista, que predicaba «anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados» (Lc 3,3). Y nosotros quizá nos preguntemos: «¡Por qué nos tendríamos que convertir? La conversión es para el que de ateo se vuelve creyente, de pecador se hace justo, pero nosotros no la necesitamos, acaso ¿ya no somos cristianos?
En días pasados he cumplido mi primer Viaje apostólico al África. ¡África es hermosa! Doy gracias al Señor por este gran don suyo, que me ha permitido visitar tres Países: primero Kenia, luego Uganda y finalmente la República Centroafricana. Nuevamente manifiesto mi reconocimiento a las Autoridades civiles y a los Obispos de estas Naciones por haberme acogido, y agradezco a todos aquellos que de diversas maneras han colaborado. ¡Gracias de corazón!
En este primer Domingo de Adviento, tiempo litúrgico de la espera del Salvador y símbolo de la esperanza cristiana, Dios ha guiado mis pasos hasta ustedes, en este tierra, mientras la Iglesia universal se prepara para inaugurar el Año Jubilar de la Misericordia. Me alegra de modo especial que mi visita pastoral coincida con la apertura de este Año Jubilar en su país. Desde esta Catedral, mi corazón y mi mente se extiende con afecto a todos los sacerdotes, consagrados y agentes de pastoral de este país,
No deja de asombrarnos, al leer la primer lectura, el entusiasmo y el dinamismo misionero del Apóstol Pablo. «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!» (Rm 10,15). Es una invitación a agradecer el don de la fe que estos mensajeros nos han transmitido. Nos invita también a maravillarnos por la labor misionera que –no hace mucho tiempo– trajo por primera vez la alegría del Evangelio a esta amada tierra de Centroáfrica. Es bueno, sobre todo en tiempos difíciles, cuando abundan las pruebas y los sufrimientos, cuando el futuro es incierto y nos sentimos cansados, con miedo de no poder más, reunirse alrededor del Señor, como hacemos hoy, para gozar de su presencia, de su vida nueva y de la salvación que nos propone, como esa otra orilla hacia la que debemos dirigirnos.
Excelentísima Jefa del Estado de Transición, Distinguidas autoridades, Miembros del Cuerpo Diplomático, Representantes de Organizaciones internacionales,
Queridos hermanos Obispos, Señoras y señores:
Lleno de alegría por encontrarme con ustedes, quiero en primer lugar expresar mi profundo agradecimiento por la afectuosa acogida que me han dispensado y agradezco a la excelentísima Jefa del Estado de Transición por su amable discurso de bienvenida.
Les agradezco su afectuosa acogida. Tenía un gran deseo de visitar esta Casa de la Caridad, que el Cardenal Nsubuga fundó aquí en Nalukolongo. Este lugar siempre ha estado ligado al compromiso de la Iglesia en favor de los pobres, los discapacitados y los enfermos.
Pienso particularmente en el enorme y fructífero trabajo realizado con las personas afectadas por el Sida. Aquí, en los primeros tiempos, se rescató a niños de la esclavitud y las mujeres recibieron una educación religiosa.
Tres cosas les quiero decir. Primero de todo, en el libro del Deuteronomio, Moisés recuerda a su Pueblo: ¡No olviden! Y lo repite durante el libro varias veces: ¡No olvidar¡ No olvidar todo lo que Dios hizo por el Pueblo. Lo primero que les quiero decir a ustedes es que pidan la gracia de la memoria. Como le dije a los jóvenes: “La sangre de los católicos ugandeses está mezclada la sangre de los mártires”. ¡No pierdan la memoria de esta semilla!, para que, así, sigan creciendo. El principal enemigo de la memoria es el olvido, pero no es el más peligroso.
«Escuché con dolor en el corazón, el testimonio de Winnie y de Emmanuel, pero a medida que iba escuchando me hice una pregunta: ¿una experiencia negativa puede servir par algo en la vida?
Tanto Emmanuel como Winnie han sufrido experiencias negativas. Winnie pensaba que no había futuro para ella, que la vida para ella era una pared por delante. Pero Jesús le fue haciendo entender que en la vida se puede hacer un gran milagro: transformar una pared en horizonte. Un horizonte que me abra el futuro.
«Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).
Desde la época Apostólica hasta nuestros días, ha surgido un gran número de testigos para proclamar a Jesús y manifestar el poder del Espíritu Santo. Hoy, recordamos con gratitud el sacrificio de los mártires ugandeses, cuyo testimonio de amor por Cristo y su Iglesia ha alcanzado precisamente «los extremos confines de la tierra». Recordamos también a los mártires anglicanos, su muerte por Cristo testimonia el ecumenismo de la sangre.
Señor Presidente, Miembros del Gobierno, Distinguidos Miembros del Cuerpo Diplomático.
Hermanos Obispos Señoras y Señores:
Les agradezco su amable bienvenida; me siento feliz de estar en Uganda. Mi visita a su país está orientada, sobre todo, a conmemorar el quincuagésimo aniversario de la canonización de los mártires de Uganda por mi predecesor, el Papa Pablo VI. Aunque espero que mi presencia aquí sea vista también como un signo de amistad, aprecio y aliento a todo el pueblo de esta gran nación.
«Gracias por el Rosario que han rezado por mí. ¡Gracias! ¡Muchas gracias! Gracias por su presencia, su entusiasta presencia aquí. Y gracias Lynnet y gracias Manuel por sus reflexiones.
Existe una pregunta en la base de todas las preguntas que me hicieron Lynnet y Manuel: ¿por qué suceden las divisiones, las peleas, las guerras las muertes? Los fanatismos, las destrucciones entre los jóvenes, por qué existe ese deseo de destruirnos. En las primeras páginas de la Biblia, después de todas esas maravillas que hizo Dios, un hermano mata a otro hermano.
Gracias por recibirme en su barrio. Gracias al Señor Arzobispo Kivuva y al Padre Pascal por sus palabras. En verdad, me siento como en casa compartiendo este momento con hermanos y hermanas que, no me avergüenza decirlo, tienen un lugar preferencial en mi vida y opciones. Estoy aquí porque quiero que sepan que sus alegrías y esperanzas, sus angustias y tristezas, no me son indiferentes. Sé de las dificultades que atraviesan día a día. ¿Cómo no denunciar las injusticias que sufren?
Y Él comenzó su obra el día que nos miró en el bautismo y el día que nos miró después cuando nos dijo si tenés ganas vení conmigo. Y bueno, ahí nos metimos en fila y empezamos el camino, pero el camino lo empezó Él, no nosotros. En el Evangelio leemos de uno curado que quiso seguir el camino y Jesús le dijo: “No”. En el seguimiento de Jesucristo, sea en el sacerdocio, sea en la vida consagrada, se entra por la puerta, la puerta es Cristo, Él llama, Él empieza, Él va haciendo el trabajo.
Deseo agradecer la amable invitación y las palabras de acogida de la Señora Sahle-Work Zewde, Directora General de la Oficina de las Naciones Unidas en Nairobi, como también del Señor Achim Steiner, Director Ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, y del Señor Joan Clos, Director Ejecutivo del Programa ONU–Hábitat. Aprovecho la ocasión para saludar a todo el personal y a todos los que colaboran con las instituciones aquí presentes.
La Palabra de Dios nos habla en lo más profundo de nuestro corazón. Dios nos dice hoy que le pertenecemos. Él nos hizo, somos su familia, y Él siempre estará presente para nosotros. «No temas», nos dice: «Yo los he elegido y les prometo darles mi bendición» (cf. Is 44,2-3).
Hemos escuchado esta promesa en la primera lectura de hoy. El Señor nos dice que hará brotar agua en el desierto, en una tierra sedienta; hará que los hijos de su pueblo prosperen como la hierba y los sauces frondosos. Sabemos que esta profecía se cumplió con la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés.
Les agradezco su presencia esta mañana y la oportunidad de compartir con ustedes estos momentos de reflexión. Deseo dar las gracias, de modo particular, a Monseñor Kairo, Arzobispo de Wabukala, y al profesor El-Busaidy por las palabras de bienvenida que me han dirigido en nombre de ustedes y de sus respectivas comunidades. Siempre que visito a los fieles católicos de una Iglesia local considero importante el podeer reunirme con los líderes de otras comunidades cristianas y tradiciones religiosas. Espero que este tiempo que pasamos juntos sea un signo de la estima que la Iglesia tiene por los seguidores de todas las religiones y afiance los lazos de amistad que ya nos unen.
Estoy muy agradecido por la afectuosa bienvenida que me han ofrecido en esta mi primera visita a África. Le agradezco, Señor Presidente, sus amables palabras en nombre del pueblo de Kenia. Deseaba mucho estar entre ustedes. Kenia es una nación joven y vibrante, una sociedad de gran diversidad, que desempeña un papel significativo en la región. En muchos aspectos, su experiencia de dar forma a una democracia es compartida por muchas otras naciones africanas. Al igual que Kenia, ellas también están trabajando para construir, sobre las bases sólidas del respeto mutuo, el diálogo y la cooperación, una sociedad multiétnica que sea verdaderamente armoniosa, justa e inclusiva.
En este último domingo del año litúrgico, celebramos la Solemnidad de Cristo Rey. Y el Evangelio de hoy nos hace contemplar a Jesús mientras se presenta ante Pilatos como rey de un reino que «no es de este mundo» (Jn 18,36). Esto no significa que Cristo sea rey de otro mundo, sino que es rey de otro modo, pero es rey en este mundo. Se trata de una contraposición entre dos lógicas. La lógica mundana se apoya en la ambición, en la competición, combate con las armas del miedo, del chantaje y de la manipulación de las conciencias. La lógica del Evangelio, es decir la lógica de Jesús, en cambio se expresa en la humildad y en la gratuidad,
Con agradecimiento a todos los participantes, y buscando convocarnos mutuamente a seguir trabajando para que la Educación sea verdaderamente un bien compartido por todos los niños y jóvenes del mundo, ofrecemos una síntesis conclusiva de nuestro Congreso Internacional de la Educación Católica.
Hemos vivido en Roma unos días intensos, en los que hemos podido renovar nuestra convicción de que la Educación Católica, arraigada en la profunda relación entre la experiencia de la fe y la misión educativa y fundamentada en una identidad ligada a sus orígenes y a lo mejor de su historia, está llamada a dar lo mejor de sí misma como respuesta a las profundas necesidades de vida, plenitud y sentido del hombre y la mujer de hoy.
Con esta reflexión hemos llegado al umbral del Jubileo, está cerca. Delante de nosotros se encuentra la puerta, pero no sólo la puerta santa, la otra: la gran puerta de la Misericordia de Dios – ¡y esta es una puerta hermosa! –, que acoge nuestro arrepentimiento ofreciendo la gracia de su perdón. La puerta esta generosamente abierta, se necesita un poco de valentía de nuestra parte para cruzar el umbral
El Evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico propone una parte del discurso de Jesús, sobre los últimos eventos de la historia humana, orientada al pleno cumplimiento del Reino de Dios (cfr Mc 13,24-32). Es un discurso que Jesús hizo en Jerusalén, antes de su última Pascua. Contiene algunos elementos apocalípticos, como guerras, hambrunas, catástrofes cósmicas: dice “el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán”. Sin embargo, estos elementos no son la cosa esencial del mensaje. El núcleo central en torno al cual gira el discurso de Jesús es Él mismo, el misterio de su persona y de su muerte y resurrección, y su regreso al final de los tiempos.
Les doy la bienvenida con motivo del 35° aniversario de la fundación delServicio Jesuita a Refugiados, querido por el Padre Pedro Arrupe, entonces Superior General de la Compañía de Jesús. La impresión y la angustia que él sufrió frente a las condiciones de los boat people sud-vietnamitas, expuestos a los ataques de los piratas y a las tempestades en el Mar Chino Meridional, lo indujeron a tomar esta iniciativa.
El Padre Arrupe, que había experimentado la explosión de la bomba atómicaen Hiroshima, se dio cuenta de las dimensiones de aquel trágico éxodo de prófugos. En esto reconoció un desafío que los Jesuitas no podían ignorar, si querían permanecer fieles a su vocación. Quiso que el Servicio Jesuita a Refugiados saliera al encuentro de las necesidades, tanto humanas cuanto espirituales, de los refugiados, por tanto no sólo a sus inmediatas necesidades de alimento y de asilo, sino también a la exigencia de ver respetada su dignidad humana herida, y ser escuchados y confortados.
En el Evangelio de hoy Jesús pone a sus discípulos dos preguntas. La primera: ¿La gente quien dice que es el Hijo del Hombre? (Mt 16,13) es una pregunta que demuestra cuanto el corazón y la mirada de Jesús están abiertos a todos. A Jesús le interesa lo que la gente piensa no para contentarla, sino para poder comunicarse con ellos. Sin saber lo que la gente piensa, el discípulo se aísla y comienza a juzgar a la gente de acuerdo con sus propios pensamientos y creencias. Mantener un sano contacto con la realidad, con eso que la gente vive, con sus lágrimas y alegrías, es la única manera de poder ayudar, educar y comunicar. Es la única manera de hablar a los corazones de la gente tocando su experiencia diaria: el trabajo, la familia, los problemas de salud, el tráfico, las escuelas, los servicios sanitarios... Es la única manera de abrir su corazón a la escucha de Dios. En realidad, cuando Dios quería hablar con nosotros se ha encarnado. Los discípulos de Jesús nunca deben olvidar de donde fueron elegidos, entre las personas, y nunca deben caer en la tentación de actitudes individualistas, como si eso que la gente piensa y vive no le preocupara y no fueran importantes para ellos.
Hoy reflexionaremos sobre una cualidad característica de la vida familiar que se aprende desde los primeros años de vida: la convivialidad, es decir, la actitud de compartir los bienes de la vida y ser felices de poderlo hacer. ¡Pero compartir y saber compartir es una virtud preciosa! Su símbolo, su “ícono”, es la familia reunida alrededor de la mesa doméstica. El compartir los alimentos – y por lo tanto, además de los alimentos, también los afectos, los cuentos, los eventos… - es una experiencia fundamental. Cuando hay una fiesta, un cumpleaños, un aniversario, nos reunimos alrededor de la mesa. En algunas culturas es habitual hacerlo también por el luto, para estar cercanos de quien se encuentra en el dolor por la pérdida de un familiar.
La convivialidad es un termómetro seguro para medir la salud de las relaciones: si en la familia hay algo que no está bien, o alguna herida escondida, en la mesa se percibe enseguida. Una familia que no come casi nunca juntos, o en cuya mesa no se habla pero se ve la televisión, o el smartphone, es una familia “poco familia”. Cuando los hijos en la mesa están pegados a la computadora, al móvil, y no se escuchan entre ellos, esto no es familia, es un jubilado.
Queridos hermanos e hijos queridos, nos hará bien reflexionar atentamente a qué ministerio en la Iglesia es confiado hoy a nuestro hermano.
Jesucristo, Señor nuestro, enviado por el Padre para redimir a la humanidad, envió, a su vez, a los doce apóstoles por el mundo, para que, llenos del Espíritu Santo, anunciaran el Evangelio a todos los pueblos, y reuniéndolos bajo el único pastor, los santificaran y guiaran a la salvación.
Para que este ministerio se mantuviera hasta el final de los tiempos, los apóstoles eligieron colaboradores, a quienes, por la imposición de las manos, les comunicaron el don del Espíritu Santo que habían recibido de Cristo, confiriéndoles la plenitud del sacramento del Orden. De esta manera, se ha ido transmitiendo a través de los siglos este ministerio, por la sucesión continua de los Obispos y permanece y se acrecienta hasta nuestros días la obra del Salvador.
“Queridos hermanos y hermanas, sé que muchos de ustedes se han sentido turbados por las noticias que circularon en días pasados a propósito de documentos reservados de la Santa Sede que fueron sustraídos y publicados. Por esta razón quisiera decirles, ante todo, que robar aquellos documentos es un delito, es un acto deplorable que no ayuda.
Yo mismo había pedido que se hiciera ese estudio y mis colaboradores y yo, ya conocíamos bien aquellos documentos. Y se tomaron algunas medidas que comenzaron a dar frutos, incluso algunos visibles. Por esto quiero asegurarles que este triste hecho ciertamente no me desvía del trabajo de reforma que estamos llevando adelante, con mis colaboradores y con el apoyo de todos ustedes. Sí, con el apoyo de toda la Iglesia, porque la Iglesia se renueva con la oración y con la santidad cotidiana de todo bautizado. Por consiguiente, les agradezco y les pido que sigan rezando por el Papa y por la Iglesia, sin dejarse turbar, sino yendo adelante con confianza y esperanza”.
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días, con este lindo sol!
El episodio del Evangelio de este domingo se compone de dos partes: en una se describe cómo no deben ser los seguidores de Cristo; en la otra, se propone un ideal ejemplar de cristiano.
Comencemos por la primera, qué cosa no tenemos que hacer: en la primera parte, Jesús adeuda a los escribas, maestros de la ley, tres defectos que se manifiestan en su estilo de vida: soberbia, avidez e hipocresía. A ellos «les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes» (Mc 12,38-39). Pero, bajo apariencias tan solemnes, se esconden falsedad e injusticia. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad – así dice Jesús - para «devorar los bienes de las viudas» (cfr v 40), a las que se consideraba, junto con los huérfanos y los extranjeros, como a las personas más indefensas y desamparadas. En fin, los escribas – dice Jesús - «fingen hacer largas oraciones» (v 40).
La Asamblea del Sínodo de los Obispos que ha concluido hace poco, ha reflexionado a fondo sobre la vocación y la misión de la familia en la vida de la Iglesia y de la sociedad contemporánea. Ha sido un evento de gracia. Al finalizar los Padres sinodales me han entregado el texto de sus conclusiones. He querido que este texto fuera publicado, para que todos fueran partícipes del trabajo que nos ha visto empeñados juntos por dos años. No es este el momento de examinar tales conclusiones, sobre las cuales yo mismo debo meditar.
Mientras tanto, pero, la vida no se detiene, en particular la vida de las familias ¡no se detiene! Ustedes, queridas familias, están siempre en camino. Y continuamente escriben en las páginas de la vida concreta la belleza del Evangelio de la familia. En un mundo que a veces se convierte en árido de vida y de amor, ustedes cada día hablan del gran don que son el matrimonio y la familia.
Hoy recordamos a los hermanos cardenales y obispos fallecidos el año pasado. Sobre esta tierra han amado la Iglesia su esposa, y oramos a Dios para que puedan disfrutar de la plena alegría, en la comunión de los santos.
Recordamos con gratitud la vocación de estos sagrados Ministros: como la palabra lo indica, es principalmente el de ministrare o de servir. Mientras pedimos para ellos la recompensa prometida a los "siervos buenos y fieles" (cf. Mt 25,14-30), estamos llamados a renovar la elección de servir en la Iglesia. Pide el Señor, que como un siervo ha lavado los pies de sus discípulos más cercanos, como lo hizo Él lo hagamos también nosotros (cf. Jn 13,14-15). Dios ha servido primero. El ministro de Jesús, viene a servir y no para ser servido (cf. Mc 10,45), no puede ser más que en sí mismo un pastor dispuesto a dar su vida por las ovejas. Quién sirve y da, parece un perdedor a los ojos del mundo. En realidad, perdiendo la vida, la encuentra. Porque una vida que se despoja de si, perdido en el amor, imitando a Cristo vence la muerte y da la vida al mundo. Quién sirve, salva. Por el contrario, quién no vive para servir, no sirve para vivir.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y buena fiesta!
En la celebración de hoy, fiesta de Todos los Santos, sentimos particularmente viva la realidad de la comunión de los santos, nuestra gran familia, formada por todos los miembros de la Iglesia, ya sea los que somos todavía peregrinos en la tierra, como aquellos inmensamente más, que ya la han dejado y se han ido al Cielo. Estamos todos unidos, todos, y esto se llama la comunión de los santos, es decir, la comunidad de todos los bautizados.
En la liturgia, el Libro del Apocalipsis se refiere una característica esencial de los santos, y dice así: ellos son personas que pertenecen totalmente a Dios. Los presenta como una multitud inmensa de “elegidos”, vestidos de blanco y marcados por el “sello de Dios” (cfr 7,2-4.9-14). Mediante este último particular, con lenguaje alegórico se subraya que los santos pertenecen a Dios en modo pleno y exclusivo, son su propiedad. Y ¿qué significa llevar el sello de Dios en la propia vida y en la propia persona? Nos lo dice también el apóstol Juan: significa que en Jesucristo nos hemos transformado verdaderamente en los hijos de Dios (cfr 1 Jn 3,1-3).
En el Evangelio hemos escuchado a Jesús que enseñaba a sus discípulos y a la gente reunida sobre la colina del lago de Galilea (Cfr. Mt 5,1-12). La palabra del Señor resucitado y vivo indica también a nosotros, hoy, el camino para alcanzar la verdadera felicidad, el camino que conduce al Cielo. Es un camino difícil de comprender por qué va contra corriente, pero el Señor nos dice que quien va por este camino es feliz, tarde o temprano alcanza la felicidad.
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Podemos preguntarnos, ¿cómo puede ser feliz una persona pobre de corazón, cuyo único tesoro es el Reino de los cielos? Pero la razón esta propio aquí: que teniendo el corazón vacío y libre de tantas cosas mundanas, esta persona está en “espera” del Reino de los Cielos.
“Siento el deber de expresar una condena total cuando vemos que algún miembro de la Iglesia está involucrado en abusos sexuales contra gente menor. ¡Jamás y por ningún motivo la Iglesia puede permitir que se ofenda a Dios por personas que deben dar ejemplo de Dios!”, expresó el Cardenal Juan Luis Cipriani en la solemne Misa que presidió antes del inicio del recorrido procesional del Señor de los Milagros, el miércoles 28 de octubre, día en que la Iglesia del Perú celebra la solemnidad del Cristo de Pachacamilla.
Durante su homilía, el Arzobispo Primado del Perú señaló que conviene que en esta ocasión hable claro sobre algunos temas que se vienen tocando en los medios de comunicación en las últimas semanas.
“Como Pastor de esta Iglesia doy la cara. Porque cuando los lobos acechan, el pastor no tiene miedo. No permitamos que falsos moralistas pretendan maltratar a la Iglesia. Hay que respetar el mandato de Cristo. No matarás [Éxodo 20,13] y el que haga daño a un niño que le cuelguen una piedra de molino y lo envíen al fondo del mar [Lucas 17,2], palabras duras de la escritura”, señaló.
“Dios sabe dónde está la verdad y la mentira. Todo lo que se dice en la oscuridad será pregonado a la luz del día [Lucas 12,3]. (…) Hay que ponerse de pie y tener el coraje de la verdad. No tengan miedo. La Iglesia siempre estará con los débiles, con los niños, con los pobres, con los enfermos y con la verdad. No es época de cobardías ni de traiciones; es época de sinceridad, de amor en el hogar, de oración, de perdón, de comprendernos. El país no es de unos cuantos, es del pueblo de Dios que peregrina en esta tierra, no tenemos por qué dejar los acontecimientos de la patria en manos de los que quieren envenenarnos”, prosiguió.
Defensa de la vida y la familia
En otro momento expresó que la condena se “extiende también a quienes matan a los niños en el vientre de su madre: el aborto. El aborto no tiene excepciones, no es un problema electoral. Toda vida humana es sagrada desde su concepción. Ni violaciones ni ninguna excepción permiten al ser humano matar a una criatura indefensa en el vientre de su madre”.
“No al aborto. El matrimonio es una institución indisoluble entre un hombre y una mujer. Enseñanzas de Cristo, les guste o no les guste, el Pastor tiene que levantar la voz cuando los lobos acechan”, prosiguió.
La misión de los gobernantes
El Cardenal Cipriani también recordó que todo gobernante es el primer servidor del pueblo.
“No hay que pagar para que otro mienta. El poder es para servir. El que quiere gobernar es porque quiere ser el último. Los que tienen el deber de informar es para orientar, para darnos a conocer no para envenenar. Todos debemos tener el coraje, no es culpa de uno o de otro. Amen a su patria, cuiden sus instituciones, amen a los peruanos, cuiden a los peruanos, no opriman a los débiles”, refirió.
Amor al Señor de los Milagros
Finalmente recordó que el pueblo peruano es católico y con una gran fe y devoción al Señor de los Milagros.
“Jesús, hoy te esperan los enfermos. Hoy te buscarán con la mirada miles y miles de hombres pecadores como yo. Hoy Señor te miramos con una fe infinita, te queremos y te miramos con esos ojos de pedir perdón. Hoy derramarás tu bendición sobre tantos pecadores arrepentidos. Abre nuestros corazones para que estas palabras rompan la costra de la hipocresía y el temor”, culminó.
Concelebraron con el Cardenal Cipriani, Monseñor Raúl Chau, Obispo Auxiliar de Lima; Monseñor José Antonio Teixeira, Secretario de la Nunciatura Apostólica; el Padre Jaime Calvo, Director Espiritual de la Hermandad del Señor de los Milagros de las Nazarenas; el Padre Carlos Rosell, Rector del Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo y de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, así como más de 50 sacerdotes de distintas congregaciones religiosas.
Fuente: arzobispadodelima.org