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sábado, 31 de marzo de 2012

Nos ofrecen elegir entre dos males ¿Qué hacemos?


No pueden darse cualidades contrarias en una misma cosa y al mismo tiempo; pues vemos que los bienes y los males coexisten. El aire no puede ser a la vez obscuro y transparente; ninguna comida o bebida es a la vez dulce y amarga; del mismo modo, un cuerpo no puede ser al mismo tiempo y en el mismo lugar negro y blanco, ni hermoso donde deforme; lo propio sucede en muchas, por no decir en todas las cosas contrarias. Todos admiten que el bien y el mal son contrarios, y, no obstante, ambos pueden existir simultáneamente en el mismo ser; aún más, el mal no pueden existir en modo alguno sin el bien y fuera de él, aunque el bien puede existir sin el mal. 
El hombre o el ángel pueden no ser injustos, pero la injusticia no puede existir sino en el hombre o en el ángel; y el hombre y el ángel son buenos en cuanto tales, pero malos en cuanto injustos. Estas dos cosas contrarias de tal modo andan juntas, que de ningún modo podría existir mal alguno sin el bien, al cual puede estar adherido; pues no sólo no encontraría donde fijarse la corrupción, mas ni aun siquiera de donde proceder, si no hubiese algo que sea sujeto de corrupción; y si no fuese un bien, no podría corromperse, dado que la corrupción no es otra cosa que la expulsión del bien. 
Por consiguiente, los males han tenido su origen en los bienes, y si no es en algún bien, no existen, pues la naturaleza del mal no tendría de donde originarse. Dado caso que existiera, en cuanto naturaleza, sería necesariamente buena: incorruptible, gran bien, o corruptible, menor bien, al cual, desdorando la corrupción, pudiera perjudicarle. (San Agustín. Enquiridión, XIV
Hace un par de días, una viñeta realizada por un triste dibujante me hizo reflexionar sobre los clichés que parecen más frecuentemente en nuestras tensiones eclesiales: contraponer bienes complementarios para obligarnos a optar entre uno u otro. Nos ofrecen perder la mitad a cambio de nada. 
Ojo, es necesario no confundir la complementariedad con el discurso relativista de “unir los contrarios”. Los complementarios se plenifican al reunirse, mientras los contrarios son peligrosos, ya que implican una trampa implícita. Bien y mal no son contrarios equivalentes, ya que el mal es la ausencia de bien. Es importante entender esta diferencia para no caer y ahondar, en el enfermizo relativismo de nuestra sociedad. ¿Ejemplos? Oración y acción son complementarios. Si se unen se consigue más plenitud. Diría San Agustín que al unirse, el ser aumenta y con ello aumenta el bien. Si se separan, el ser disminuye y el mal aparece ante nosotros. 
En el caso de la viñeta que ha dado pié a esta reflexión, se contraponen dimensiones de nuestra vivencia y realidad religiosa como si fuesen antitéticas o contrarias. Se oferta la necesidad de elegir entre dos dimensiones, que unidas, dan lugar a un aumento el ser. Con todo ello se asienta un prejuicio a través de la inexistente obligación de optar que se nos presenta. Además, para terminar de decidirnos, el prejuicio se hace atractivo al ofrecernos una elección cómoda y pasiva frente a una opción incómoda y más complicada. Aunque parezca un contrasentido ¿Se puede hacer el mal de mejor forma? 
Es frecuente oír discursos que nos animan a enfrentar lo numinoso contra lo luminoso,  lo sagrado contra lo pastoral, lo mistérico contra lo catequético. Además son discursos que se dan en todas las realidades eclesiales aunque la sensibilidades y carismas sean diferentes. 
Enfrentar dos bienes parte de un entendimiento sesgado del modelo de ser humano, Iglesia y sociedad. ¿Qué objetivo tiene ofrecer estos enfrentamientos? ¿Quién es el que separa lo que sólo tiene significado unido? En griego, quien realiza esta acción se le denomina dia-bolos, el que separa. El enemigo. ¿Estamos dispuestos a entrar en su juego de rompernos como personas, Iglesia o sociedad? 
Lo ideal es unir numinoso y luminoso uniendo ambas dimensiones en nuestra vida. ¿Por qué elegir entre catequético y mistérico? Las catequesis de Misterios eran esenciales en el cristianismo primitivo y no lo han dejado de ser. Para vivir los Misterios es necesaria una buena catequesis previa. ¿Por qué elegir entre sagrado y pastoral, siendo imprescindibles ambas dimensiones? Elegir entre orar, estudiar y hacer caridad es algo horrible. 
Cuando nos ofrezcan opciones preferentes, tendríamos que discernir con cuidado lo que nos ofertan. 
religionenlibertad.com

¿Hay algo peor para la familia que el divorcio? Sí, no casarse por miedo al fracaso

Las estadísticas indican que casarse razonablemente joven (entre los 25 y los 30 años) es la mejor edad para afrontar con éxito el matrimonio.
 
En Madrid (datos de 2011) las mujeres se casan a los 33 años, y los hombres, a los 35. En Estados Unidos, la edad de matrimonio está en torno a los 27 años, pero se va retrasando más y más.

La enseñanza tradicional en casi todas las religiones de que lo mejor es mantenerse casto y esperar al matrimonio para tener relaciones sexuales, por el bien de la pareja y de los posibles hijos, se hace más difícil en una sociedad que se casa a los 35 que en una que se casa con 21 años.

Los horrores del divorcio
Y, sin embargo, muchos se enamoran profundamente con 18 o 20 años. ¿Cuánto pueden esperar a casarse? La realidad es que en Estados Unidos, primero, y poco a poco también en Europa, la sociedad se ha ido concienciando de los horrores del divorcio, con su reguero de niños dañados, de parejas peleadas, de efectos educativos nocivos, de secuelas emocionales...

Pero este miedo al divorcio no lleva a la gente de a pie ni a las instituciones a reforzar el matrimonio, a prepararse para luchar por crear uniones sanas.

Miedo al divorcio
Más bien el miedo al divorcio lleva a no luchar en absoluto: a no comprometerse. El divorcio es malo para la familia, pero el miedo a casarse por miedo a divorciarse es peor. Todo junto hace que el matrimonio retroceda. Las parejas o no se casan o esperan muchísimo a hacerlo... y mientras tanto les pasa de todo.

Un estudio de 2011 de la Cornell University mostró que dos tercios de las parejas que cohabitaban no se casaban por miedo al divorcio y sus heridas. Pero la ruptura de parejas que cohabitan también deja heridas.

La cohabitación no tampoco ayuda a los niños
También estas parejas cohabitadoras tienen hijos (y cuanto más retrasen el casarse, más hijos habrá fuera del matrimonio: en EEUU la mitad de los niños nacen fuera del matrimonio, excepto cuando las madres han tenido educación superior).

Los hijos de parejas no casadas que se rompen también sufren mucho: por lo general, el padre desaparece de sus vidas casi completamente. Otras veces, como los hijos de divorciados, han de crecer rápido y aprender a tratarse on semi-parientes, hermanastros y familiares de la/s nueva/s pareja/s de mamá.

Lo mejor: casarse entre los 22 y 25 años
A las parejas jóvenes y enamoradas, que con pasión y entusiasmo se casarían jóvenes, se les desanima diciéndoles que los que se casan jóvenes fracasan matrimonialmente.

Sin embargo, en el reciente libro "Premarital sex in America", de Mark Regnerus y Jeremy Uecker, se recuerda que esto solo es así para los que se casan MUY jóvenes. Más concretamente: los que se casan a los 21 años o después ya no entran en las estadísticas de mayor ruptura. Si la gente se casase con 21 años, en vez de con 35, no habría más divorcio del que hay actualmente. Y lo que es seguro es que habría más matrimonio.

Casarse joven es bueno
Más aún, en "Premarital Sex in America" se analizan cinco encuestas sobre felicidad matrimonial y la conclusión es rotunda: los que se casaron entre los 22 y 25 años expresan más satisfacción conyugal en todos los aspectos que los que lo hacen más tarde. Casarse razonablemente joven es estadísticamente bueno y disminuye la etapa de exposición al sexo prematrimonial.

Maniáticos del control bajo la ilusión materialista
Eve Tushnet, en "The American Conservative" plantea que, al menos en Estados Unidos (pero podríamos aplicarlo a España) los jóvenes quieren tener sensación de control, de seguridad, de dominio del futuro... y esa sensación la quieren basar en lo material, el dinero.

La forma de demostrar que podemos casarnos es demostrar que tenemos una magnífica economía con una boda de ensueño, carísima. Hasta las mujeres de menos ingresos, directamente pobres, asocian casarse con gastar mucho dinero en una gran boda. Cuanto más gastan en la boda, mayor es la sensación de que hay un verdadero compromiso entre la pareja, no como cuando simplemente convives... porque la cohabitación no se celebra con ningún gran gasto.

Pero esto no es celebrativo y gozoso, sino engañoso y muy materialista. Expresa confianza en el dinero... y hasta que no hay mucho, no hay boda, porque no hay control. Eve Tushnet reivindica sin embargo que "el matrimonio, como la paternidad, trata sobre todo de la aceptación, el perdón y la flexibilidad ante los cambios y los traumas". Es decir, voluntad de adaptarse a lo que venga... no falsa seguridad basada en un control que nunca existirá.

El miedo no basta; hace falta esperanza
Por último, saber que el divorcio es una solución desastrosa y que debe evitarse no es suficiente para generar una sociedad sana. El miedo no es un buen maestro.

Es fácil imaginar una sociedad que sea cruel con los divorciados... y que al mismo tiempo genere miedo al matrimonio. Así, por miedo al divorcio se extiende el mito de que "es mejor cohabitar antes" (algo que han refutado mil estudios pero la gente sigue sin creerlo) y se podría llegar a castigar socialmente (con chismorreos, malas miradas, mala imagen) a los que viven noviazgos castos por no haber cohabitado. Igual que se podría castigar socialmente a los que se casan con 21 o 23 años. ¡Las conductas que favorecen matrimonios fuertes!

El miedo al divorcio puede llevar a que menos se casen, igual que el estigma contra los hijos fuera del matrimonio puede llevar a más aborto. Así, por miedo a dos cosas malas, se cae en otras dos que también lo son, o incluso peores. Estigmatizar no es buena solución por sí misma.

"Lo que la gente necesita es esperanza: saber que los matrimonios pueden perdurar, no porque los esposos fueron muy inteligentes en su inicio, sino porque pueden ser suficientemente amables y flexibles durante muchos y largos años tras la boda".


Pablo Ginés/Forum Libertas

Orientaciones litúrgicas en Semana Santa

El napalm le dejó cicatrices y dolores por el cuerpo... pero perdonó al piloto que tiró las bombas

Kim Phuc fue el símbolo de la guerra de Vietnam. Con nueve años, corriendo desnuda tras ser alcanzada por una bomba, su foto extremeció al mundo.

Juan Antonio Ruiz LC/ReL 
¿Qué reacción tendrías si te encontrases delante de quien ha asesinado a tu familia? Si el parámetro de nuestras acciones lo marcara lo que Hollywood u otros modelos nos facilitan, la respuesta sería obvia: «¡Denme una pistola inmediatamente, que pienso matar a este desgraciado!». Es algo comprensible, después de todo. Pero la respuesta de Kim Phuc a este dilema fue diametralmente opuesta.

Se convirtió en un símbolo
Vietnam, 8 de junio de 1972. Un consejero militar estadounidense coordina el bombardeo de la aldea en que Kim vive; las bombas contienen napalm, un combustible gelatinoso que, en palabras de Kim misma, se siente como «quemarte con gasolina por debajo de la piel». En ese entonces, ella contaba con sólo nueve años y la foto en que aparece corriendo desnuda por un sendero y llorando, con el cuerpo quemado por el napalm, se convirtió en un símbolo.

Toda su familia murió
Tras huir de aquel infierno, en donde toda su familia perdió la vida, tuvo que recorrer otro igualmente terrible: catorce meses de recuperación por las gravísimas quemaduras, con diecisiete operaciones y catorce años posteriores de terapia.

Los comunistas quieren manipularla
Diez años después de aquel día, en 1982, y después de tanto sufrimiento, Kim tuvo un sueño: quería estudiar medicina. Entró en la facultad, en Saigón. Pero soñar en un régimen comunista no es siempre posible; así nos lo cuenta ella:

«Por desgracia los agentes del gobierno se enteraron de que yo era la niñita de la foto y vinieron a buscarme para hacerme trabajar con ellos y utilizarme como símbolo. Yo no quería y les supliqué: “¡Déjenme estudiar! Es lo único que deseo”. Entonces, me prohibieron inmediatamente que siguiera estudiando. […] Tenía la impresión de haber sido siempre una víctima. A mis 19 años había perdido toda esperanza y sólo deseaba morir».

Rumbo a Cuba, boda y huída a Canadá
Por fin, y tras muchos ruegos, en 1986 el gobierno permitió a Kim trasladarse a Cuba para estudiar medicina. Ahí conoció a Bui Huy Toan, otro estudiante vietnamita. Se casaron en 1992 y pasaron su luna de miel en Moscú. En el vuelo de regreso a la isla caribeña, la pareja huyó cuando su avión aterrizó en Gander (Terranova) para repostar combustible.

Lo más difícil: saber perdonar
Hoy, Kim vive en Canadá con su marido y sus dos hijos, Thomas y Stephen. A quien le pregunta qué ha sido lo más difícil de todo su calvario ella no duda en responder:

«Sin duda alguna ha sido perdonar. Perdonar a los que mataron a mi familia, a los que incendiaron mi país; perdonar a quienes se empeñaron en utilizarme sin importarles mi vida personal…».

Y continúa: «La primera vez que leí las palabras de Jesús “ama a tus enemigos”, ni las entendí ni sabía cómo hacerlo. Soy humana, tengo mucho dolor, muchas cicatrices y he sido víctima mucho tiempo. ¿Perdonar? Eso me resultaba imposible. Tuve que rezar mucho y no fue fácil… pero, con la ayuda de Dios, finalmente lo logré».

Cara a cara con su verdugo
Efectivamente, en 1996, la Fundación para la Memoria de los Veteranos de Vietnam la invitó a Washington, en donde conoció a John Plummer, el piloto que vació las bombas sobre su aldea.

Sería imposible imaginar lo que el corazón de ambos sentiría al verse cara a cara. Pero sí sabemos cuál fue la reacción de Kim: manifestó públicamente su perdón al piloto y, emocionados, sellaron el acto con un abrazo. El hombre dijo: «Es como si me hubieran quitado de mis hombros el peso del mundo entero».

El secreto para saber perdonar
Si no fuera por las cicatrices de su cuerpo, al ver hoy a Kim con su sonrisa permanente y su buen humor, nadie imaginaría su drama personal. Y la pregunta nos viene natural: ¿cuál es el secreto para poder perdonar de una manera tan contundente? Es ella misma la que responde:

«La foto de la niñita corriendo desnuda mientras su cuerpecito arde por el napalm es un símbolo de la guerra, pero mi vida es un símbolo de amor, esperanza y perdón. Solamente cuando encontré la fe, se atenuó el dolor de las llagas de mi corazón».

“Busquemos en esta Semana Santa la alegría y el amor que brotan del dolor”, dice Cardenal Juan Luis Cipriani


“En la Semana Santa el dolor tiene un sentido cristiano que le da un significado mucho más alentador y positivo a nuestras vidas”, mencionó el Cardenal Juan Luis Cipriani en el programa Diálogo de Fe del sábado 31 de marzo.
El Arzobispo de Lima cuestionó por qué en el mundo de hoy el dolor es sinónimo de tragedia, fracaso y maldad, si el mensaje de Cristo es alegre y gozoso.
“Jesús es un rostro sereno y alegre. Jesús en la cruz, con la corona, deshecho, no está insultando ni gritando. La Virgen, su Madre, viéndolo pasar con ese dolor no está dando de gritos; María lo miraba, lloraba, comprendía pero no perdía la paz interior”, reflexionó.
“Hay que pensar en la cruz, en el pecado, en toda esa maldad, pero no con pesimismo ni con tristeza ni huyendo. Dios ha hecho al mundo para compartir con nosotros su ilusión. Hace falta poner más potencia a la luz de la fe para que las mismas dificultades se vean de otro modo”, añadió.
Explicó que lo que celebramos en Domingo de Ramos es el gozo de esa entrada serena del Redentor en ese camino hacia la muerte y resurrección, como Dios lo anunció.
“Lo que representa el Domingo de Ramos es cuando Jesús entra a Jerusalén antes de comer esa Última Cena. La gente empieza a gritarle en el camino ¡Hosanna al hijo de Dios!, ¡bendito el que viene en nombre del Señor! Surge toda una multitud que pone a su paso sus mantos y que le va echando esas flores. Es toda una actitud de alegría y gozo porque llega el Salvador”, expresó.
Manifestó también que este gozo tiene que marcar la actitud de un cristiano, reconociendo que lo único que le quita la alegría a la vida es el pecado. Asimismo, animó a pedirle perdón al Señor, ser humildes y dejar que nos limpie en la Confesión para así ir por la vida serenos y de buen humor.
“Si nosotros, cristianos, decimos que Jesús ha redimido el pecado del mundo no tenemos motivos más que para saber que ante cualquier enfermedad que tengamos sabemos dónde está el médico y sabemos cuál es la medicina”, señaló. 
“Yo te animo que también tú dónde estés goza, aprende a quitar esos pensamientos negativos y pesimistas que te agobian. Hay que aprender a tener esa limpieza de corazón diciéndole al Señor: Pon en mi corazón, en mis pensamientos y en mis sentimientos un sentido positivo para que no huya de mis obligaciones”, exhortó.
En todas las realidades humanas, en todo lo que pasa en la vida hay algo divino que toca a cada uno descubrir, hace falta los anteojos de la fe. En toda realidad hay un algo divino, búscalo y encuéntralo porque eso hará de la vida una cosa muchísimo más alegre y optimista.
Pienso que cada uno en su corazón tiene que procurar no ser multitud, tengamos el coraje de tener nombre y apellido, no nos escondamos en multitudes, en ideas, en leídos. Cada uno dará cuenta a Dios de sus propios actos. Casi siempre esa masa esconde la calidad más grande de la persona, la rebeldía de ponernos delante de Cristo diciéndole Soy fulano. Ten el coraje de establecer una relación con Dios. Prepárate a ese encuentro de dolor, alegría, confesión y perdón.
Visita del Papa Benedicto XVI a Cuba
En otro momento, comentó sobre la reciente visita del Santo Padre a Cuba y se refirió a cómo ha sido un gran paso el haber llevado a miles de cubanos un mensaje de esperanza y de fe.
“Lo que he podido ver es que el Papa ha despertado en el pueblo cubano una fe que ya no es de esta generación sino de la anterior, porque esta generación nació ya con la prohibición y el impedimento de un gobierno comunista a poder tener una libertad de conciencia para poder buscar la fe, la verdad, la vida”, comentó.
“Ha sido un despertar de la gracia de Dios. El Papa, como enviado de Dios, ha despertado en los corazones de los cubanos una esperanza de verdad y libertad. Les ha dicho: Deben aprender a vivir en libertad porque han vivido mucho tiempo atropellados por la mentira, la muerte y la violencia”, prosiguió.
Caso PUCP
También habló sobre el clima de esperanza que se mantiene a la espera de la respuesta de las autoridades de la Universidad Católica para adecuar sus estatutos en el plazo establecido por la Santa Sede.
“Le pido a Dios que nos ayude a seguir adelante por el amor que tengo a la juventud y a la Universidad y por ver la buena disposición que hoy se ve en el ambiente. Las cosas hay que terminarlas. Hay la voluntad de ambas partes y la mejor disposición y le sigo pidiendo a Dios Ayúdanos a rematar en tu nombre esta situación y que acabe para el bien de la universidad y de la Iglesia”, expresó.
Finalmente, invitó a todos los fieles a  participar de las actividades por Semana Santa que se inician mañana con la celebración del Domingo de Ramos desde las 10 de la mañana en la Parroquia El Sagrario y luego la Santa Misa en la Basílica Catedral de Lima; del mismo modo, invitó al rezo del Rosario en el atrio de la Catedral a partir de las 4 de la tarde.

Oficina de Comunicaciones y Prensa

La Iglesia ha despertado en las almas de los jóvenes

(RV).- El Encuentro internacional de responsables de las Jornadas Mundiales de la Juventud - Madrid 2011 Río 2013- organizado por Pontificio Consejo para los Laicos en Rocca di Papa prosiguió esta mañana con la intervención del secretario del dicasterio, Mons. Josef Clemens sobre: “Formar a los jóvenes: una misión prioritaria para la Iglesia".

La juventud es la estación de los sueños, los ideales, los proyectos y las grandes preguntas y la misión prioritaria de la Iglesia y de toda la comunidad eclesial es la de contribuir a la formación de los jóvenes, dando respuestas a sus preguntas más profundas. Recordado la máxima romana: "Verba docent - exempla trahunt" (Las palabras enseñan, los ejemplos arrastran), Mons. Clemens afirmó que esta energía de la atracción a través del ejemplo personal, tiene una fuerza única de la convicción, que en el contexto actual no tienen las simples palabras.

“Las JMJ nos enseñan que muchas veces son los jóvenes los que convencen a otros jóvenes en la fe. Me parece que este ‘gesto de la oferta’ es un buen ejemplo de la comunión eclesial. La naturaleza simple y el ejemplo vivo de los compañeros convencen más que largos discursos polémicos de tipo ‘sectario’ como practican jóvenes mormones o adventistas”.

El Papa Benedicto XVI dice que "los jóvenes hoy en día no son tan superficiales como se les acusa de ser, ellos quieren saber lo que es la vida real...” es por ello que Mons. Clemens ha invitado a ¡estudiar el catecismo! Un libro que no es servicial; no ofrece soluciones fáciles, exige una nueva vida, presenta el mensaje del Evangelio por el cual hay que darlo todo”.

“Me parece que las JMJ den una valiosa contribución a este esfuerzo de la Iglesia universal en la formación de las generaciones más jóvenes”. Todo el evento de la JMJ tiene una fuerte dimensión educativa. Tres elementos la caracterizan: la enseñanza de los obispos en la catequesis y las homilías del Santo Padre; la experiencia de la comunidad viva de los creyentes en las celebraciones eucarísticas diarias, las Estaciones de la Cruz, en la celebración de la víspera y la clausura del domingo; y el aspecto del testimonio, en las numerosas reuniones y el compromiso personal de muchos voluntarios-jóvenes y viejos-que ayudan a los participantes de la Jornada Mundial de la Juventud en su organización y en diversos situaciones de emergencia.


“Los frutos de la JMJ 2011 en la archidiócesis de Madrid y su impacto pastoral en España”. Este fue el título de la Conferencia pronunciada ayer por el cardenal Rouco Varela arzobispo de Madrid durante el encuentro en Rocca di Papa. El cardenal Rouco dijo que la JMJ ha dado a la Iglesia “una renovada e interiorizada conciencia de la Catolicidad, pudiéndose calificar la experiencia de Madrid de “acontecimiento de imprevisible trascendencia": "la Iglesia ha despertado en las almas, y de forma especial en los jóvenes, aunque haya alcanzado también a toda la comunidad diocesana que vivió la presencia del Santo Padre y de la juventud del mundo como “una nueva primavera de la Iglesia”!

Los frutos están ahí, dijo el purpurado: por un lado con “una espiritual y pastoralmente intensificada adhesión a Jesucristo, el Redentor y Salvador del hombre, manifestada en la disponibilidad creciente de las generaciones jóvenes a centrar su experiencia eclesial y humana en Cristo. Y por otro lado, “una creciente adhesión a manifestarse libre y gozosamente como “cristiano” en la vida pública”.

El cardenal Rouco insistió que hay “una renovada toma de conciencia en la responsabilidad de la vocación para ‘la Misión’ hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia, manifestada, en el asumir positiva, creativa y apostólicamente la llamada a la Nueva Evangelización. También hay el propósito entusiasmado de poner en marcha esta Misión diocesana, con el epicentro en la juventud.

El arzobispo de Madrid subrayó que en la relación Iglesia-sociedad ha habido un crecimiento del aprecio de la Iglesia por parte de la opinión pública. Así como un crecimiento de la toma de conciencia dentro de la Iglesia del valor insustituible de su presencia y acción evangélicamente transformadora en las realidades temporales en sus más distintos aspectos: economía, sociedad, cultura y política.

El impacto pastoral de la Jornada Mundial de la Juventud en España ha sido por tanto “profundo”, finalizó el cardenal. Ha dado “un impulso para una gran puesta en marcha del programa de la Nueva Evangelización”, con la vocación espiritualmente acrecentada para cumplir “con su misión apostólica de forma valiente y comprometida”. (ER – RV)
radiovaticana.org

viernes, 30 de marzo de 2012

Para salvaguardar el bien común de la Iglesia

La Congregación para la Doctrina de la Fe hizo pública una declaración sobre el estado canónico de los "autoproclamados obispos greco-católicos de Pidhirci", los reverendos Elías A. Dohnal, O.S.B.M.; Markian V. Hitiuk, O.S.B.M.; Metodej R. Špik, O.S.B.M.; y Robert Oberhauser. El texto, fechado el pasado 22 de febrero, está firmado por el cardenal William Joseph Levada y por el arzobispo Luis F. Ladaria, S.I., respectivamente prefecto y secretario de ese dicasterio.

En la declaración se lee que la Santa Sede ha seguido con profunda preocupación la actividad desarrollada por estos reverendos, los cuales, expulsados de la Orden Basiliana de San Josafat, se han autoproclamado sucesivamente obispos de la Iglesia greco-católica Ucraniana. Estos clérigos, con su conducta contumaz, continúan desafiando a la autoridad eclesiástica, perjudicando moral y espiritualmente no sólo a la Orden Basiliana de San Josafat y a la Iglesia greco-católica en Ucrania, sino también a esta Sede Apostólica y a toda la Iglesia católica. Todo ello causa división y desconcierto entre los fieles. Estos clérigos, después de dar vida a un grupo de 'obispos' de Pidhirci, han intentado recientemente obtener el reconocimiento y el sucesivo registro, por parte de la autoridad civil competente, como 'Iglesia Ortodoxa Greco-Católica Ucraniana'.”

También se afirma que “desde el comienzo de este triste suceso, representantes de la Iglesia de distintos niveles han intentado, en vano, disuadirlos de que prosiguieran una serie de comportamientos que podían, entre otras cosas, llevar a engaño a los fieles; algo que ya ha sucedido con un cierto número de ellos”.

Se señala asimismo que “la Santa Sede, solícita a la hora de proteger la unidad y la paz del rebaño de Cristo, tenía la esperanza de que dichos clérigos se arrepintieran y regresaran, sucesivamente, a la plena comunión con la Iglesia Católica. Por desgracia, los acontecimientos recientes, -como el fallido intento de registro estatal del grupo de 'Pidhirci' con el nombre de 'Iglesia Ortodoxa Greco-Católica Ucraniana'- han demostrado, en cambio, su contumacia”.

”Por lo tanto, para salvaguardar el bien común de la Iglesia y la salud de las almas, y ya que los autoproclamados 'obispos' de Pidhirci no dan ninguna señal de arrepentimiento, sino que siguen creando confusión y desorden en la comunidad de los fieles, en particular calumniando a los representantes de la Santa Sede y de la Iglesia local y afirmando que la Autoridad Suprema de la Iglesia posee la documentación que atestiguaría la plena validez de su ordenación episcopal, la Congregación para la Doctrina de la Fe, aceptando la petición formulada por la Autoridad eclesiástica de la Iglesia greco-católica en Ucrania y por otros dicasterios de la Santa Sede, ha decidido con esta declaración informar a los fieles, especialmente en los países de origen de los clérigos que se han autoproclamado 'obispos', sobre su situación canónica actual”.

De modo que “los fieles, por lo tanto, están llamados a no adherir al mencionado grupo, ya que el mismo está, a todos los efectos canónicos, fuera de la comunión eclesial. También están invitados a rezar por los miembros de dicho grupo para que se arrepientan y regresen a la plena comunión con la Iglesia Católica”. (María Fernanda Bernasconi – RV).
radiovaticana.org

jueves, 29 de marzo de 2012

Benedicto XVI: ¡Hasta siempre, Cuba, tierra embellecida por la presencia materna de María!


Al dejar tierra cubana el Papa manifestó llevarse en lo más profundo de su ser a cada uno de los cubanos que lo han rodeado con su oración y afecto, “brindándome una cordial hospitalidad y haciéndome partícipe de sus más hondas y justas aspiraciones”.


Texto y audio completo del discurso de despedida del Santo Padre (Audio) RealAudioMP3


Señor Presidente,
Señores Cardenales y queridos Hermanos en el Episcopado,
Excelentísimas Autoridades,
Señoras y Señores,
Amigos todos,

Doy gracias a Dios, que me ha permitido visitar esta hermosa Isla, que tan profunda huella dejó en el corazón de mi amado Predecesor, el Beato Juan Pablo II, cuando estuvo en estas tierras como mensajero de la verdad y la esperanza. También yo he deseado ardientemente venir entre ustedes como peregrino de la caridad, para agradecer a la Virgen María la presencia de su venerada imagen en el Santuario del Cobre, desde donde acompaña el camino de la Iglesia en esta Nación e infunde ánimo a todos los cubanos para que, de la mano de Cristo, descubran el genuino sentido de los afanes y anhelos que anidan en el corazón humano y alcancen la fuerza necesaria para construir una sociedad solidaria, en la que nadie se sienta excluido. «Cristo, resucitado de entre los muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza. Él ha vencido a la muerte – Él vive – y la fe en Él penetra como una pequeña luz todo lo que es oscuridad y amenaza» (Vigilia de oración con los jóvenes. Feria de Friburgo de Brisgovia, 24 septiembre 2011).

Agradezco al Señor Presidente y a las demás Autoridades del País el interés y la generosa colaboración dispensada para el buen desarrollo de este viaje. Vaya también mi viva gratitud a los miembros de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, que no han escatimado esfuerzos ni sacrificios para este mismo fin, y a cuantos han contribuido a él de diversas maneras, en particular con la plegaria.

Me llevo en lo más profundo de mi ser a todos y cada uno de los cubanos, que me han rodeado con su oración y afecto, brindándome una cordial hospitalidad y haciéndome partícipe de sus más hondas y justas aspiraciones.

Vine aquí como testigo de Jesucristo, convencido de que, donde él llega, el desaliento deja paso a la esperanza, la bondad despeja incertidumbres y una fuerza vigorosa abre el horizonte a inusitadas y beneficiosas perspectivas. En su nombre, y como Sucesor del apóstol Pedro, he querido recordar su mensaje de salvación, que fortalezca el entusiasmo y solicitud de los Obispos cubanos, así como de sus presbíteros, de los religiosos y de quienes se preparan con ilusión al ministerio sacerdotal y la vida consagrada. Que sirva también de nuevo impulso a cuantos cooperan con constancia y abnegación en la tarea de la evangelización, especialmente a los fieles laicos, para que, intensificando su entrega a Dios en medio de sus hogares y trabajos, no se cansen de ofrecer responsablemente su aportación al bien y al progreso integral de la patria.
El camino que Cristo propone a la humanidad, y a cada persona y pueblo en particular, en nada la coarta, antes bien es el factor primero y principal para su auténtico desarrollo. Que la luz del Señor, que ha brillado con fulgor en estos días, no se apague en quienes la han acogido y ayude a todos a estrechar la concordia y a hacer fructificar lo mejor del alma cubana, sus valores más nobles, sobre los que es posible cimentar una sociedad de amplios horizontes, renovada y reconciliada. Que nadie se vea impedido de sumarse a esta apasionante tarea por la limitación de sus libertades fundamentales, ni eximido de ella por desidia o carencia de recursos materiales. Situación que se ve agravada cuando medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del País pesan negativamente sobre la población.

Concluyo aquí mi peregrinación, pero continuaré rezando fervientemente para que ustedes sigan adelante y Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos, donde convivan la justicia y la libertad, en un clima de serena fraternidad. El respeto y cultivo de la libertad que late en el corazón de todo hombre es imprescindible para responder adecuadamente a las exigencias fundamentales de su dignidad, y construir así una sociedad en la que cada uno se sienta protagonista indispensable del futuro de su vida, su familia y su patria.

La hora presente reclama de forma apremiante que en la convivencia humana, nacional e internacional, se destierren posiciones inamovibles y los puntos de vista unilaterales que tienden a hacer más arduo el entendimiento e ineficaz el esfuerzo de colaboración. Las eventuales discrepancias y dificultades se han de solucionar buscando incansablemente lo que une a todos, con diálogo paciente y sincero, comprensión recíproca y una leal voluntad de escucha que acepte metas portadoras de nuevas esperanzas.

Cuba, reaviva en ti la fe de tus mayores, saca de ella la fuerza para edificar un porvenir mejor, confía en las promesas del Señor, abre tu corazón a su evangelio para renovar auténticamente la vida personal y social.

A la vez que les digo mi emocionado adiós, pido a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre que proteja con su manto a todos los cubanos, los sostenga en medio de las pruebas y les obtenga del Omnipotente la gracia que más anhelan.

¡Hasta siempre, Cuba, tierra embellecida por la presencia materna de María! Que Dios bendiga tus destinos.
radiovaticana.org

Cuba: Video de La Homilia de Benedicto XVI en la Plaza Revolución en La Habana

martes, 27 de marzo de 2012

Video: Benedicto XVI: No os rindáis al dominio del mal

Video: Homilia de Benedicto en Misa por 400 aniversario de Virgen de la Caridad del Cobre

Al presidir la solemne Misa por el 400 aniversario del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, el Papa Benedicto XVI invitó a los cubanos a luchar "con las armas de la paz, el perdón y la comprensión", para "construir una sociedad abierta y renovada" y alentó a las familias a "acoger la vida humana, especialmente la más indefensa y necesitada". "Queridos hermanos, ante la mirada de la Virgen de la Caridad del Cobre, deseo hacer un llamado para que den nuevo vigor a su fe, para que vivan de Cristo y para Cristo, y con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen para construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre, que refleje más la bondad de Dios", afirmó el Papa ante más de 250.000 cubanos reunidos en Plaza Antonio Maceo de Santiago.

Oración de Benedicto XVI a la Virgen de la Caridad del Cobre

En el marco de su segundo día en Cuba, el Papa Benedicto XVI visita el Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, a donde llegó para orar a los pies de la imagen mariana, a la que pidió bendecir a todos los cubanos. Delante de obispos, el Papa pidió a la Virgen que enseñe a los cubanos a escuchar a su Hijo y les ayude a superar el rencor, la enemistad y ser más hermanos, así como a vivir la caridad. Luego, el Santo Padre encendió un cirio a los pies de la "Virgen Mambisa".

Benedicto XVI en Cuba: Servidores de la caridad

Benedicto XVI, continuando su visita apostólica a Cuba, esta mañana visita Santuario Nacional de la Virgen de la Caridad de El Cobre para postrarse a los pies de la Virgen, como un peregrino más.

La entrañable figura de la Virgen de El Cobre ha estado desde el principio muy presente tanto en la vida personal de los cubanos como en los grandes acontecimientos del País. La devoción a «la Virgen Mambisa» ha sostenido la fe y ha alentado la defensa y promoción de cuanto dignifica la condición humana. Por eso el Papa había ya manifestado que él deseaba ir como peregrino a El Cobre a postrarse a los pies de la Madre de Dios, para pedirle que guíe los destinos de Cuba.

Esta fue la oración del Pontífice a la Virgen del Cobre (Audio) RealAudioMP3


Y estas fueron sus palabras dirigidas a los presentes


Texto y audio completo del saludo de Benedicto XVI (Audio) RealAudioMP3


Queridos hermanos y hermanas:


He venido como peregrino hasta la casa de la bendita imagen de Nuestra Señora de la Caridad, «la Mambisa», como ustedes la invocan afectuosamente. Su presencia en este poblado de El Cobre es un regalo del cielo para los cubanos.

Deseo saludar cordialmente a los aquí presentes. Reciban el cariño del Papa y llévenlo por doquier, para que todos experimenten el consuelo y la fortaleza en la fe. Hagan saber a cuantos se encuentran cerca o lejos que he confiado a la Madre de Dios el futuro de su Patria, avanzando por caminos de renovación y esperanza, para el mayor bien de todos los cubanos. También he suplicado a la Virgen Santísima por las necesidades de los que sufren, de los que están privados de libertad, separados de sus seres queridos o pasan por graves momentos de dificultad. He puesto asimismo en su inmaculado Corazón a los jóvenes, para que sean auténticos amigos de Cristo y no sucumban a propuestas que dejan la tristeza tras de sí. Ante María de la Caridad, también me he acordado de modo particular de los cubanos descendientes de aquellos que llegaron aquí desde África, así como de la cercana población de Haití, que aún sufre las consecuencias del conocido terremoto de hace dos años. Y no he olvidado a tantos campesinos y a sus familias, que desean vivir intensamente en sus hogares el evangelio, y ofrecen también sus casas como centros de misión para la celebración de la Eucaristía.

A ejemplo de la Santísima Virgen, animo a todos los hijos de esta querida tierra a seguir edificando la vida sobre la roca firme que es Jesucristo, a trabajar por la justicia, a ser servidores de la caridad y perseverantes en medio de las pruebas. Que nada ni nadie les quite la alegría interior, tan característica del alma cubana.

Que Dios les bendiga.
Muchas gracias.
radiovaticana.org

Mensaje del Santo Padre para la XXVII Jornada Mundial de la Juventud


«¡Alegraos siempre en el Señor!» (Flp 4, 4)
Queridos jóvenes: Me alegro de dirigirme de nuevo a vosotros con ocasión de la XXVII Jornada Mundial de la Juventud. El recuerdo del encuentro de Madrid el pasado mes de agosto sigue muy presente en mi corazón. Ha sido un momento extraordinario de gracia, durante el cual el Señor ha bendecido a los jóvenes allí presentes, venidos del mundo entero. Doy gracias a Dios por los muchos frutos que ha suscitado en aquellas jornadas y que en el futuro seguirán multiplicándose entre los jóvenes y las comunidades a las que pertenecen. Ahora nos estamos dirigiendo ya hacia la próxima cita en Río de Janeiro en el año 2013, que tendrá como tema «¡Id y haced discípulos a todos los pueblos!» (Cf. Mt 28,19). Este año, el tema de la Jornada Mundial de la Juventud nos lo da la exhortación de la Carta del apóstol san Pablo a los Filipenses: «¡Alegraos siempre en el Señor!» (4,4). En efecto, La alegría es un elemento central de la experiencia cristiana. También experimentamos en cada Jornada Mundial de la Juventud una alegría intensa, la alegría de la comunión, la alegría de ser cristianos, la alegría de la fe. Esta es una de las características de estos encuentros. Vemos la fuerza atrayente que ella tiene: en un mundo marcado a menudo por la tristeza y la inquietud, la alegría es un testimonio importante de la belleza y fiabilidad de la fe cristiana. La Iglesia tiene la vocación de llevar la alegría al mundo, una alegría auténtica y duradera, aquella que los ángeles anunciaron a los pastores de Belén en la noche del nacimiento de Jesús (Cf. Lc 2,10). Dios no sólo ha hablado, no sólo ha cumplido signos prodigiosos en la historia de la humanidad, sino que se ha hecho tan cercano que ha llegado a hacerse uno de nosotros, recorriendo las etapas de la vida entera del hombre. En el difícil contexto actual, muchos jóvenes en vuestro entorno tienen una inmensa necesidad de sentir que el mensaje cristiano es un mensaje de alegría y esperanza. Quisiera reflexionar ahora con vosotros sobre esta alegría, sobre los caminos para encontrarla, para que podáis vivirla cada vez con mayor profundidad y ser mensajeros de ella entre los que os rodean. 1. Nuestro corazón está hecho para la alegría La aspiración a la alegría está grabada en lo más íntimo del ser humano. Más allá de las satisfacciones inmediatas y pasajeras, nuestro corazón busca la alegría profunda, plena y perdurable, que pueda dar «sabor» a la existencia. Y esto vale sobre todo para vosotros, porque la juventud es un período de un continuo descubrimiento de la vida, del mundo, de los demás y de sí mismo. Es un tiempo de apertura hacia el futuro, donde se manifiestan los grandes deseos de felicidad, de amistad, del compartir y de verdad; donde uno es impulsado por ideales y se conciben proyectos. Cada día el Señor nos ofrece tantas alegrías sencillas: la alegría de vivir, la alegría ante la belleza de la naturaleza, la alegría de un trabajo bien hecho, la alegría del servicio, la alegría del amor sincero y puro. Y si miramos con atención, existen tantos motivos para la alegría: los hermosos momentos de la vida familiar, la amistad compartida, el descubrimiento de las propias capacidades personales y la consecución de buenos resultados, el aprecio que otros nos tienen, la posibilidad de expresarse y sentirse comprendidos, la sensación de ser útiles para el prójimo. Y, además, la adquisición de nuevos conocimientos mediante los estudios, el descubrimiento de nuevas dimensiones a través de viajes y encuentros, la posibilidad de hacer proyectos para el futuro. También pueden producir en nosotros una verdadera alegría la experiencia de leer una obra literaria, de admirar una obra maestra del arte, de escuchar e interpretar la música o ver una película. Pero cada día hay tantas dificultades con las que nos encontramos en nuestro corazón, tenemos tantas preocupaciones por el futuro, que nos podemos preguntar si la alegría plena y duradera a la cual aspiramos no es quizá una ilusión y una huída de la realidad. Hay muchos jóvenes que se preguntan: ¿es verdaderamente posible hoy en día la alegría plena? Esta búsqueda sigue varios caminos, algunos de los cuales se manifiestan como erróneos, o por lo menos peligrosos. Pero, ¿cómo podemos distinguir las alegrías verdaderamente duraderas de los placeres inmediatos y engañosos? ¿Cómo podemos encontrar en la vida la verdadera alegría, aquella que dura y no nos abandona ni en los momentos más difíciles? 2. Dios es la fuente de la verdadera alegría En realidad, todas las alegrías auténticas, ya sean las pequeñas del día a día o las grandes de la vida, tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a primera vista, porque Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que no se encierra en sí misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y que le aman. Dios nos ha creado a su imagen por amor y para derramar sobre nosotros su amor, para colmarnos de su presencia y su gracia. Dios quiere hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina: yo soy amado, tengo un puesto en el mundo y en la historia, soy amado personalmente por Dios. Y si Dios me acepta, me ama y estoy seguro de ello, entonces sabré con claridad y certeza que es bueno que yo sea, que exista. Este amor infinito de Dios para con cada uno de nosotros se manifiesta de modo pleno en Jesucristo. En Él se encuentra la alegría que buscamos. En el Evangelio vemos cómo los hechos que marcan el inicio de la vida de Jesús se caracterizan por la alegría. Cuando el arcángel Gabriel anuncia a la Virgen María que será madre del Salvador, comienza con esta palabra: «¡Alégrate!» (Lc 1, 28). En el nacimiento de Jesús, el Ángel del Señor dice a los pastores: «Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2, 11). Y los Magos que buscaban al niño, «al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría» (Mt 2, 10). El motivo de esta alegría es, por lo tanto, la cercanía de Dios, que se ha hecho uno de nosotros. Esto es lo que san Pablo quiso decir cuando escribía a los cristianos de Filipos: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca» (Flp 4, 4-5). La primera causa de nuestra alegría es la cercanía del Señor, que me acoge y me ama. En efecto, el encuentro con Jesús produce siempre una gran alegría interior. Lo podemos ver en muchos episodios de los Evangelios. Recordemos la visita de Jesús a Zaqueo, un recaudador de impuestos deshonesto, un pecador público, a quien Jesús dice: «Es necesario que hoy me quede en tu casa». Y san Lucas dice que Zaqueo «lo recibió muy contento» (Lc 19, 5-6). Es la alegría del encuentro con el Señor; es sentir el amor de Dios que puede transformar toda la existencia y traer la salvación. Zaqueo decide cambiar de vida y dar la mitad de sus bienes a los pobres. En la hora de la pasión de Jesús, este amor se manifiesta con toda su fuerza. Él, en los últimos momentos de su vida terrena, en la cena con sus amigos, dice: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor… Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15, 9.11). Jesús quiere introducir a sus discípulos y a cada uno de nosotros en la alegría plena, la que Él comparte con el Padre, para que el amor con que el Padre le ama esté en nosotros (Cf. Jn 17, 26). La alegría cristiana es abrirse a este amor de Dios y pertenecer a Él. Los Evangelios relatan que María Magdalena y otras mujeres fueron a visitar el sepulcro donde habían puesto a Jesús después de su muerte y recibieron de un Ángel una noticia desconcertante, la de su resurrección. Entonces, así escribe el Evangelista, abandonaron el sepulcro a toda prisa, «llenas de miedo y de alegría», y corrieron a anunciar la feliz noticia a los discípulos. Jesús salió a su encuentro y dijo: «Alegraos» (Mt 28, 8-9). Es la alegría de la salvación que se les ofrece: Cristo es el viviente, es el que ha vencido el mal, el pecado y la muerte. Él está presente en medio de nosotros como el Resucitado, hasta el final de los tiempos (Cf. Mt 28, 21). El mal no tiene la última palabra sobre nuestra vida, sino que la fe en Cristo Salvador nos dice que el amor de Dios es el que vence. Esta profunda alegría es fruto del Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios, capaces de vivir y gustar su bondad, de dirigirnos a Él con la expresión «Abba», Padre (Cf. Rm 8,15). La alegría es signo de su presencia y su acción en nosotros. 3. Conservar en el corazón la alegría cristiana Aquí nos preguntamos: ¿Cómo podemos recibir y conservar este don de la alegría profunda, de la alegría espiritual? Un Salmo dice: «Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón» (Sal 37, 4). Jesús explica que «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo» (Mt 13, 44). Encontrar y conservar la alegría espiritual surge del encuentro con el Señor, que pide que le sigamos, que nos decidamos con determinación, poniendo toda nuestra confianza en Él. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de arriesgar vuestra vida abriéndola a Jesucristo y su Evangelio; es el camino para tener la paz y la verdadera felicidad dentro de nosotros mismos, es el camino para la verdadera realización de nuestra existencia de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza. Buscar la alegría en el Señor: la alegría es fruto de la fe, es reconocer cada día su presencia, su amistad: «El Señor está cerca» (Flp 4, 5); es volver a poner nuestra confianza en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor. El «Año de la Fe», que iniciaremos dentro de pocos meses, nos ayudará y estimulará. Queridos amigos, aprended a ver cómo actúa Dios en vuestras vidas, descubridlo oculto en el corazón de los acontecimientos de cada día. Creed que Él es siempre fiel a la alianza que ha sellado con vosotros el día de vuestro Bautismo. Sabed que jamás os abandonará. Dirigid a menudo vuestra mirada hacia Él. En la cruz entregó su vida porque os ama. La contemplación de un amor tan grande da a nuestros corazones una esperanza y una alegría que nada puede destruir. Un cristiano nunca puede estar triste porque ha encontrado a Cristo, que ha dado la vida por él. Buscar al Señor, encontrarlo, significa también acoger su Palabra, que es alegría para el corazón. El profeta Jeremías escribe: «Si encontraba tus palabras, las devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón» (Jr 15, 16). Aprended a leer y meditar la Sagrada Escritura; allí encontraréis una respuesta a las preguntas más profundas sobre la verdad que anida en vuestro corazón y vuestra mente. La Palabra de Dios hace que descubramos las maravillas que Dios ha obrado en la historia del hombre y que, llenos de alegría, proclamemos en alabanza y adoración: «Venid, aclamemos al Señor… postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro» (Sal 95, 1.6). La Liturgia en particular, es el lugar por excelencia donde se manifiesta la alegría que la Iglesia recibe del Señor y transmite al mundo. Cada domingo, en la Eucaristía, las comunidades cristianas celebran el Misterio central de la salvación: la muerte y resurrección de Cristo. Este es un momento fundamental para el camino de cada discípulo del Señor, donde se hace presente su sacrificio de amor; es el día en el que encontramos al Cristo Resucitado, escuchamos su Palabra, nos alimentamos de su Cuerpo y su Sangre. Un Salmo afirma: «Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sal 118, 24). En la noche de Pascua, la Iglesia canta el Exultet, expresión de alegría por la victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte: «¡Exulte el coro de los ángeles… Goce la tierra inundada de tanta claridad… resuene este templo con las aclamaciones del pueblo en fiesta!». La alegría cristiana nace del saberse amados por un Dios que se ha hecho hombre, que ha dado su vida por nosotros y ha vencido el mal y la muerte; es vivir por amor a él. Santa Teresa del Niño Jesús, joven carmelita, escribió: «Jesús, mi alegría es amarte a ti» (Poesía 45/7). 4. La alegría del amor Queridos amigos, la alegría está íntimamente unida al amor; ambos son frutos inseparables del Espíritu Santo (Cf. Ga 5, 23). El amor produce alegría, y la alegría es una forma del amor. La beata Madre Teresa de Calcuta, recordando las palabras de Jesús: «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20, 35), decía: «La alegría es una red de amor para capturar las almas. Dios ama al que da con alegría. Y quien da con alegría da más». El siervo de Dios Pablo VI escribió: «En el mismo Dios, todo es alegría porque todo es un don» (Ex. ap. Gaudete in Domino, 9 mayo 1975). Pensando en los diferentes ámbitos de vuestra vida, quisiera deciros que amar significa constancia, fidelidad, tener fe en los compromisos. Y esto, en primer lugar, con las amistades. Nuestros amigos esperan que seamos sinceros, leales, fieles, porque el verdadero amor es perseverante también y sobre todo en las dificultades. Y lo mismo vale para el trabajo, los estudios y los servicios que desempeñáis. La fidelidad y la perseverancia en el bien llevan a la alegría, aunque ésta no sea siempre inmediata. Para entrar en la alegría del amor, estamos llamados también a ser generosos, a no conformarnos con dar el mínimo, sino a comprometernos a fondo, con una atención especial por los más necesitados. El mundo necesita hombres y mujeres competentes y generosos, que se pongan al servicio del bien común. Esforzaos por estudiar con seriedad; cultivad vuestros talentos y ponedlos desde ahora al servicio del prójimo. Buscad el modo de contribuir, allí donde estéis, a que la sociedad sea más justa y humana. Que toda vuestra vida esté impulsada por el espíritu de servicio, y no por la búsqueda del poder, del éxito material y del dinero. A propósito de generosidad, tengo que mencionar una alegría especial; es la que se siente cuando se responde a la vocación de entregar toda la vida al Señor. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de la llamada de Cristo a la vida religiosa, monástica, misionera o al sacerdocio. Tened la certeza de que colma de alegría a los que, dedicándole la vida desde esta perspectiva, responden a su invitación a dejar todo para quedarse con Él y dedicarse con todo el corazón al servicio de los demás. Del mismo modo, es grande la alegría que Él regala al hombre y a la mujer que se donan totalmente el uno al otro en el matrimonio para formar una familia y convertirse en signo del amor de Cristo por su Iglesia. Quisiera mencionar un tercer elemento para entrar en la alegría del amor: hacer que crezca en vuestra vida y en la vida de vuestras comunidades la comunión fraterna. Hay vínculo estrecho entre la comunión y la alegría. No en vano san Pablo escribía su exhortación en plural; es decir, no se dirige a cada uno en singular, sino que afirma: «Alegraos siempre en el Señor» (Flp 4, 4). Sólo juntos, viviendo en comunión fraterna, podemos experimentar esta alegría. El libro de los Hechos de los Apóstoles describe así la primera comunidad cristiana: «Partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón» (Hch 2, 46). Empleaos también vosotros a fondo para que las comunidades cristianas puedan ser lugares privilegiados en que se comparta, se atienda y cuiden unos a otros. 5. La alegría de la conversión Queridos amigos, para vivir la verdadera alegría también hay que identificar las tentaciones que la alejan. La cultura actual lleva a menudo a buscar metas, realizaciones y placeres inmediatos, favoreciendo más la inconstancia que la perseverancia en el esfuerzo y la fidelidad a los compromisos. Los mensajes que recibís empujar a entrar en la lógica del consumo, prometiendo una felicidad artificial. La experiencia enseña que el poseer no coincide con la alegría. Hay tantas personas que, a pesar de tener bienes materiales en abundancia, a menudo están oprimidas por la desesperación, la tristeza y sienten un vacío en la vida. Para permanecer en la alegría, estamos llamados a vivir en el amor y la verdad, a vivir en Dios. La voluntad de Dios es que nosotros seamos felices. Por ello nos ha dado las indicaciones concretas para nuestro camino: los Mandamientos. Cumpliéndolos encontramos el camino de la vida y de la felicidad. Aunque a primera vista puedan parecer un conjunto de prohibiciones, casi un obstáculo a la libertad, si los meditamos más atentamente a la luz del Mensaje de Cristo, representan un conjunto de reglas de vida, esenciales y valiosas, que conducen a una existencia feliz, realizada según el proyecto de Dios. Cuántas veces, en cambio, constatamos que construir ignorando a Dios y su voluntad nos lleva a la desilusión, la tristeza y al sentimiento de derrota. La experiencia del pecado como rechazo a seguirle, como ofensa a su amistad, ensombrece nuestro corazón. Pero aunque a veces el camino cristiano no es fácil y el compromiso de fidelidad al amor del Señor encuentra obstáculos o registra caídas, Dios, en su misericordia, no nos abandona, sino que nos ofrece siempre la posibilidad de volver a Él, de reconciliarnos con Él, de experimentar la alegría de su amor que perdona y vuelve a acoger. Queridos jóvenes, ¡recurrid a menudo al Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación! Es el Sacramento de la alegría reencontrada. Pedid al Espíritu Santo la luz para saber reconocer vuestro pecado y la capacidad de pedir perdón a Dios acercándoos a este Sacramento con constancia, serenidad y confianza. El Señor os abrirá siempre sus brazos, os purificará y os llenará de su alegría: habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte (Cf. Lc 15, 7). 6. La alegría en las pruebas Al final puede que quede en nuestro corazón la pregunta de si es posible vivir de verdad con alegría incluso en medio de tantas pruebas de la vida, especialmente las más dolorosas y misteriosas; de si seguir al Señor y fiarse de Él da siempre la felicidad. La respuesta nos la pueden dar algunas experiencias de jóvenes como vosotros que han encontrado precisamente en Cristo la luz que permite dar fuerza y esperanza, también en medio de situaciones muy difíciles. El beato Pier Giorgio Frassati (1901-1925) experimentó tantas pruebas en su breve existencia; una de ellas concernía su vida sentimental, que le había herido profundamente. Precisamente en esta situación, escribió a su hermana: «Tú me preguntas si soy alegre; y ¿cómo no podría serlo? Mientras la fe me de la fuerza estaré siempre alegre. Un católico no puede por menos de ser alegre... El fin para el cual hemos sido creados nos indica el camino que, aunque esté sembrado de espinas, no es un camino triste, es alegre incluso también a través del dolor» (Carta a la hermana Luciana, Turín, 14 febrero 1925). Y el beato Juan Pablo II, al presentarlo como modelo, dijo de él: «Era un joven de una alegría contagiosa, una alegría que superaba también tantas dificultades de su vida» (Discurso a los jóvenes, Turín, 13 abril 1980). Más cercana a nosotros, la joven Chiara Badano (1971-1990), recientemente beatificada, experimentó cómo el dolor puede ser transfigurado por el amor y estar habitado por la alegría. A la edad de 18 años, en un momento en el que el cáncer le hacía sufrir de modo particular, rezó al Espíritu Santo para que intercediera por los jóvenes de su Movimiento. Además de su curación, pidió a Dios que iluminara con su Espíritu a todos aquellos jóvenes, que les diera la sabiduría y la luz: «Fue un momento de Dios: sufría mucho físicamente, pero el alma cantaba» (Carta a Chiara Lubich, Sassello, 20 de diciembre de 1989). La clave de su paz y alegría era la plena confianza en el Señor y la aceptación de la enfermedad como misteriosa expresión de su voluntad para su bien y el de los demás. A menudo repetía: «Jesús, si tú lo quieres, yo también lo quiero». Son dos sencillos testimonios, entre otros muchos, que muestran cómo el cristiano auténtico no está nunca desesperado o triste, incluso ante las pruebas más duras, y muestran que la alegría cristiana no es una huída de la realidad, sino una fuerza sobrenatural para hacer frente y vivir las dificultades cotidianas. Sabemos que Cristo crucificado y resucitado está con nosotros, es el amigo siempre fiel. Cuando participamos en sus sufrimientos, participamos también en su alegría. Con Él y en Él, el sufrimiento se transforma en amor. Y ahí se encuentra la alegría (Cf. Col 1,24). 7. Testigos de la alegría Queridos amigos, para concluir quisiera alentaros a ser misioneros de la alegría. No se puede ser feliz si los demás no lo son. Por ello, hay que compartir la alegría. Id a contar a los demás jóvenes vuestra alegría de haber encontrado aquel tesoro precioso que es Jesús mismo. No podemos conservar para nosotros la alegría de la fe; para que ésta pueda permanecer en nosotros, tenemos que transmitirla. San Juan afirma: «Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros… Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo» (1Jn 1, 3-4). A veces se presenta una imagen del Cristianismo como una propuesta de vida que oprime nuestra libertad, que va contra nuestro deseo de felicidad y alegría. Pero esto no corresponde a la verdad. Los cristianos son hombres y mujeres verdaderamente felices, porque saben que nunca están solos, sino que siempre están sostenidos por las manos de Dios. Sobre todo vosotros, jóvenes discípulos de Cristo, tenéis la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del rostro alegre y feliz de la fe. El Evangelio es la «buena noticia» de que Dios nos ama y que cada uno de nosotros es importante para Él. Mostrad al mundo que esto de verdad es así. Por lo tanto, sed misioneros entusiasmados de la nueva evangelización. Llevad a los que sufren, a los que están buscando, la alegría que Jesús quiere regalar. Llevadla a vuestras familias, a vuestras escuelas y universidades, a vuestros lugares de trabajo y a vuestros grupos de amigos, allí donde vivís. Veréis que es contagiosa. Y recibiréis el ciento por uno: la alegría de la salvación para vosotros mismos, la alegría de ver la Misericordia de Dios que obra en los corazones. En el día de vuestro encuentro definitivo con el Señor, Él podrá deciros: «¡Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor!» (Mt 25, 21). Que la Virgen María os acompañe en este camino. Ella acogió al Señor dentro de sí y lo anunció con un canto de alabanza y alegría, el Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lc 1, 46-47). María respondió plenamente al amor de Dios dedicando a Él su vida en un servicio humilde y total. Es llamada «causa de nuestra alegría» porque nos ha dado a Jesús. Que Ella os introduzca en aquella alegría que nadie os podrá quitar.

lunes, 26 de marzo de 2012

Discurso de despedida del Papa Benedicto XVI en México

Benedicto XVI en Cuba: La obediencia en la fe es la verdadera libertad


Alrededor de las cinco y media de la tarde, hora local, el Santo Padre Benedicto XVI celebró la esperada Misa con motivo de los 400 años del hallazgo de la Virgen de la Caridad del Cobre, en la Plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba.

En su homilía, el Papa comenzó dando gracias a Dios que le ha permitido realizar este viaje tan deseado. Y al saludar a Monseñor Dionisio García Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba, le agradeció sus amables palabras de acogida en nombre de todos; al igual a los obispos cubanos y a los venidos de otros lugares, así como a los sacerdotes, religiosos, seminaristas y fieles laicos presentes en esta celebración. “No puedo olvidar –dijo– a los que por enfermedad, avanzada edad u otros motivos, no han podido estar aquí con nosotros”. Y saludo asimismo a las autoridades que han querido gentilmente acompañarlos:

Esta santa Misa, que tengo la alegría de presidir por primera vez en mi visita pastoral a este país, se inserta en el contexto del Año Jubilar mariano, convocado para honrar y venerar a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, en el cuatrocientos aniversario del hallazgo y presencia de su venerada imagen en estas tierras benditas. No ignoro el sacrificio y dedicación con que se ha preparado este jubileo, especialmente en lo espiritual. Me ha llenado de emoción conocer el fervor con el que María ha sido saludada e invocada por tantos cubanos, en su peregrinación por todos los rincones y lugares de la Isla.

El Santo Padre afirmó que estos acontecimientos importantes de la Iglesia en Cuba se ven iluminados con inusitado resplandor por la fiesta que hoy celebra la Iglesia universal: la anunciación del Señor a la Virgen María. Y recordó que, en efecto, “la encarnación del Hijo de Dios es el misterio central de la fe cristiana, y en él, María ocupa un puesto de primer orden”, porque sólo cuando la Virgen respondió al ángel, «aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra», a partir de ese momento el Verbo eterno del Padre comenzó su existencia humana en el tiempo:

Resulta conmovedor ver cómo Dios no sólo respeta la libertad humana, sino que parece necesitarla. Y vemos también cómo el comienzo de la existencia terrena del Hijo de Dios está marcado por un doble «sí» a la voluntad salvífica del Padre, el de Cristo y el de María. Esta obediencia a Dios es la que abre las puertas del mundo a la verdad, a la salvación. En efecto, Dios nos ha creado como fruto de su amor infinito, por eso vivir conforme a su voluntad es el camino para encontrar nuestra genuina identidad, la verdad de nuestro ser, mientras que apartarse de Dios nos aleja de nosotros mismos y nos precipita en el vacío.
Tras afirmar que “la obediencia en la fe es la verdadera libertad, la auténtica redención, que nos permite unirnos al amor de Jesús en su esfuerzo por conformarse a la voluntad del Padre, el Papa prosiguió diciendo:

Queridos hermanos, hoy alabamos a la Virgen Santísima por su fe y con santa Isabel le decimos también nosotros: «Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1,45). Como dice san Agustín, María concibió antes a Cristo por la fe en su corazón que físicamente en su vientre; María creyó y se cumplió en ella lo que creía (cf. Sermón 215, 4: PL 38,1074). Pidamos nosotros al Señor que nos aumente la fe, que la haga activa y fecunda en el amor. Pidámosle que sepamos como ella acoger en nuestro corazón la palabra de Dios y llevarla a la práctica con docilidad y constancia.
De la Virgen María, Benedicto XVI recordó que por su papel insustituible en el misterio de Cristo, representa la imagen y el modelo de la Iglesia. Y dijo a los queridos hermanos que participaron en esta celebración que sabe “con cuánto esfuerzo, audacia y abnegación trabajan cada día para que, en las circunstancias concretas de su País, y en este tiempo de la historia, la Iglesia refleje cada vez más su verdadero rostro como lugar en el que Dios se acerca y encuentra con los hombres”.

Les aliento en su tarea de sembrar el mundo con la Palabra de Dios y de ofrecer a todos el alimento verdadero del cuerpo de Cristo. Cercana ya la Pascua, decidámonos sin miedos ni complejos a seguir a Jesús en su camino hacia la cruz. Aceptemos con paciencia y fe cualquier contrariedad o aflicción, con la convicción de que, en su resurrección, él ha derrotado el poder del mal que todo lo oscurece, y ha hecho amanecer un mundo nuevo, el mundo de Dios, de la luz, de la verdad y la alegría. El Señor no dejará de bendecir con frutos abundantes la generosidad de su entrega.
Refiriéndose al misterio de la encarnación, en el que Dios se hace cercano a nosotros, el Pontífice afirmó que nos muestra también la dignidad incomparable de toda vida humana. Por eso, en su proyecto de amor, desde la creación, Dios ha encomendado a la familia fundada en el matrimonio la altísima misión de ser célula fundamental de la sociedad y verdadera Iglesia doméstica. Con esta certeza, dirigiéndose a los queridos esposos, el Papa les recordó que “han de ser, de modo especial para sus hijos, signo real y visible del amor de Cristo por la Iglesia”. Porque como afirmó, “Cuba tiene necesidad del testimonio de su fidelidad, de su unidad, de su capacidad de acoger la vida humana, especialmente la más indefensa y necesitada”.

Y concluyó con las siguientes palabras:

Queridos hermanos, ante la mirada de la Virgen de la Caridad del Cobre, deseo hacer un llamado para que den nuevo vigor a su fe, para que vivan de Cristo y para Cristo, y con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen para construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre, que refleje más la bondad de Dios. Amén (MFB-RV)



Texto y audio completo de la Homilía de Benedicto XVI (Audio) RealAudioMP3


Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias a Dios que me ha permitido venir hasta ustedes y realizar este tan deseado viaje. Saludo a Monseñor Dionisio García Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba, agradeciéndole sus amables palabras de acogida en nombre de todos; saludo asimismo a los obispos cubanos y a los venidos de otros lugares, así como a los sacerdotes, religiosos, seminaristas y fieles laicos presentes en esta celebración. No puedo olvidar a los que por enfermedad, avanzada edad u otros motivos, no han podido estar aquí con nosotros. Saludo también a las autoridades que han querido gentilmente acompañarnos.

Esta santa Misa, que tengo la alegría de presidir por primera vez en mi visita pastoral a este país, se inserta en el contexto del Año Jubilar mariano, convocado para honrar y venerar a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, en el cuatrocientos aniversario del hallazgo y presencia de su venerada imagen en estas tierras benditas. No ignoro el sacrificio y dedicación con que se ha preparado este jubileo, especialmente en lo espiritual. Me ha llenado de emoción conocer el fervor con el que María ha sido saludada e invocada por tantos cubanos, en su peregrinación por todos los rincones y lugares de la Isla.

Estos acontecimientos importantes de la Iglesia en Cuba se ven iluminados con inusitado resplandor por la fiesta que hoy celebra la Iglesia universal: la anunciación del Señor a la Virgen María. En efecto, la encarnación del Hijo de Dios es el misterio central de la fe cristiana, y en él, María ocupa un puesto de primer orden. Pero, ¿cuál es el significado de este misterio? Y, ¿cuál es la importancia que tiene para nuestra vida concreta?

Veamos ante todo qué significa la encarnación. En el evangelio de san Lucas hemos escuchado las palabras del ángel a María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1,35). En María, el Hijo de Dios se hace hombre, cumpliéndose así la profecía de Isaías: «Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”» (Is 7,14). Sí, Jesús, el Verbo hecho carne, es el Dios-con-nosotros, que ha venido a habitar entre nosotros y a compartir nuestra misma condición humana. El apóstol san Juan lo expresa de la siguiente manera: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). La expresión «se hizo carne» apunta a la realidad humana más concreta y tangible. En Cristo, Dios ha venido realmente al mundo, ha entrado en nuestra historia, ha puesto su morada entre nosotros, cumpliéndose así la íntima aspiración del ser humano de que el mundo sea realmente un hogar para el hombre. En cambio, cuando Dios es arrojado fuera, el mundo se convierte en un lugar inhóspito para el hombre, frustrando al mismo tiempo la verdadera vocación de la creación de ser espacio para la alianza, para el «sí» del amor entre Dios y la humanidad que le responde. Y así hizo María como primicia de los creyentes con su «sí» al Señor sin reservas.

Por eso, al contemplar el misterio de la encarnación no podemos dejar de dirigir a ella nuestros ojos, para llenarnos de asombro, de gratitud y amor al ver cómo nuestro Dios, al entrar en el mundo, ha querido contar con el consentimiento libre de una criatura suya. Sólo cuando la Virgen respondió al ángel, «aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), a partir de ese momento el Verbo eterno del Padre comenzó su existencia humana en el tiempo. Resulta conmovedor ver cómo Dios no sólo respeta la libertad humana, sino que parece necesitarla. Y vemos también cómo el comienzo de la existencia terrena del Hijo de Dios está marcado por un doble «sí» a la voluntad salvífica del Padre, el de Cristo y el de María. Esta obediencia a Dios es la que abre las puertas del mundo a la verdad, a la salvación. En efecto, Dios nos ha creado como fruto de su amor infinito, por eso vivir conforme a su voluntad es el camino para encontrar nuestra genuina identidad, la verdad de nuestro ser, mientras que apartarse de Dios nos aleja de nosotros mismos y nos precipita en el vacío. La obediencia en la fe es la verdadera libertad, la auténtica redención, que nos permite unirnos al amor de Jesús en su esfuerzo por conformarse a la voluntad del Padre. La redención es siempre este proceso de llevar la voluntad humana a la plena comunión con la voluntad divina (cf. Lectio divina con los seminaristas de Roma, 18 febrero 2010).

Queridos hermanos, hoy alabamos a la Virgen Santísima por su fe y con santa Isabel le decimos también nosotros: «Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1,45). Como dice san Agustín, María concibió antes a Cristo por la fe en su corazón que físicamente en su vientre; María creyó y se cumplió en ella lo que creía (cf. Sermón 215, 4: PL 38,1074). Pidamos nosotros al Señor que nos aumente la fe, que la haga activa y fecunda en el amor. Pidámosle que sepamos como ella acoger en nuestro corazón la palabra de Dios y llevarla a la práctica con docilidad y constancia.

La Virgen María, por su papel insustituible en el misterio de Cristo, representa la imagen y el modelo de la Iglesia. También la Iglesia, al igual que hizo la Madre de Cristo, está llamada a acoger en sí el misterio de Dios que viene a habitar en ella. Queridos hermanos, sé con cuánto esfuerzo, audacia y abnegación trabajan cada día para que, en las circunstancias concretas de su País, y en este tiempo de la historia, la Iglesia refleje cada vez más su verdadero rostro como lugar en el que Dios se acerca y encuentra con los hombres. La Iglesia, cuerpo vivo de Cristo, tiene la misión de prolongar en la tierra la presencia salvífica de Dios, de abrir el mundo a algo más grande que sí mismo, al amor y la luz de Dios. Vale la pena, queridos hermanos, dedicar toda la vida a Cristo, crecer cada día en su amistad y sentirse llamado a anunciar la belleza y bondad de su vida a todos los hombres, nuestros hermanos. Les aliento en su tarea de sembrar el mundo con la Palabra de Dios y de ofrecer a todos el alimento verdadero del cuerpo de Cristo. Cercana ya la Pascua, decidámonos sin miedos ni complejos a seguir a Jesús en su camino hacia la cruz. Aceptemos con paciencia y fe cualquier contrariedad o aflicción, con la convicción de que, en su resurrección, él ha derrotado el poder del mal que todo lo oscurece, y ha hecho amanecer un mundo nuevo, el mundo de Dios, de la luz, de la verdad y la alegría. El Señor no dejará de bendecir con frutos abundantes la generosidad de su entrega.

El misterio de la encarnación, en el que Dios se hace cercano a nosotros, nos muestra también la dignidad incomparable de toda vida humana. Por eso, en su proyecto de amor, desde la creación, Dios ha encomendado a la familia fundada en el matrimonio la altísima misión de ser célula fundamental de la sociedad y verdadera Iglesia doméstica. Con esta certeza, ustedes, queridos esposos, han de ser, de modo especial para sus hijos, signo real y visible del amor de Cristo por la Iglesia. Cuba tiene necesidad del testimonio de su fidelidad, de su unidad, de su capacidad de acoger la vida humana, especialmente la más indefensa y necesitada.

Queridos hermanos, ante la mirada de la Virgen de la Caridad del Cobre, deseo hacer un llamado para que den nuevo vigor a su fe, para que vivan de Cristo y para Cristo, y con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen para construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre, que refleje más la bondad de Dios.
Amén.
radiovaticana.org

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