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sábado, 25 de junio de 2011

El Papa Benedicto XVI confesará a jóvenes en JMJ Madrid 2011


La Oficina de Prensa de la Santa Sede dio a conocer hoy el programa oficial del viaje del Papa a Madrid (España) en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará del 16 al 21 de agosto. Una de las novedades del programa será la confesión de algunos jóvenes con el Pontífice.
Benedicto XVI llegará a la capital española el jueves 18 de agosto a mediodía. Allí pronunciará su primer discurso en el aeropuerto internacional de Barajas a las 12:00.
A las 7:15 p.m. se tiene programado el paso de la Puerta de Alcalá en la Plaza de la Independencia de Madrid, acompañado de algunos jóvenes.
A las 7:30 p.m. presidirá la Fiesta de acogida de los jóvenes en la Plaza de Cibeles en donde pronunciará un discurso.
El viernes 19 de agosto Benedicto XVI comenzará sus labores a las 7:30 a.m. con la celebración, en privado, de la Misa en la Capilla de la Nunciatura Apostólica en Madrid. A las 10:00 a.m. realizará una visita de cortesía a las reyes de España en el Palacio de la Zarzuela. A las 11:30 a.m. presidirá un encuentro con jóvenes religiosas en el Patio de los Reyes de El Escorial.
A las 12:00 el Papa presidirá un encuentro con los jóvenes profesores universitarios en la Basílica de San Lorenzo de El Escorial en donde pronunciará un discurso. A la 1:45 p.m. compartirá un almuerzo con un grupo de jóvenes en el Salón de los Embajadores de la Nunciatura.
A las 5:00 p.m. el Santo Padre participará de un encuentro oficial con el Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero en la Nunciatura. Seguidamente, a las 7:30 p.m. presidirá el Via Crucis con los jóvenes en la Plaza de Cibeles en donde pronunciará un discurso.
Para el sábado 20 de agosto está programada, a partir de las 09:00 a.m. la confesión de algunos jóvenes participantes de la JMJ con el Papa Benedicto XVI en los Jardines del Buen Retiro de Madrid. A las 10:00 a.m. presidirá una Misa con los seminaristas en la Catedral de Santa María la Real de la Almudena de Madrid.
A las 12:45 p.m. almorzará con los cardenales de España, los obispos de la provincia de Madrid, los obispos auxiliares de Madrid y el séquito papal en la residencia del Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Cardenal Antonio María Rouco Varela.
A las 5:00 p.m. el Santo Padre se encontrará con los miembros del Comité Organizador de la JMJ Madrid 2011 en la Nunciatura. A las 7:40 p.m. visitará a la Fundación Instituto San José de Madrid en donde pronunciará un discurso.
A las 8:30 p.m. presidirá la Vigilia de Oración con los Jóvenes en el Aeródromo de Cuatro Vientos en Madrid en donde pronunciará un discurso.
El domingo 21 de agosto el Papa Benedicto XVI presidirá la Misa de clausura de la 26° Jornada Mundial de la Juventud a las 9:30 a.m. en el Aeródromo de Cuatro Vientos, luego de la cual rezará con los asistentes la oración mariana del Ángelus.
A las 12:45 el Papa almorzará con los cardenales de España y el séquito papal en la Nunciatura. A las 5:00 p.m. se despedirá en este lugar y a las 5:30 p.m. presidirá un encuentro con los voluntarios de la JMJ en el Pabellón 9 de la nueva Feria de Madrid en donde pronunciará un discurso.
A las 6:30 p.m. participará de la ceremonia de despedida en el Aeropuerto Internacional de Barajas en Madrid en donde pronunciará un discurso. Su avión está programado para partir a las 7:00 p.m. con rumbo a Roma.

viernes, 24 de junio de 2011

Bono y el divorcio


Un artículo de Roberto Esteban Duque, sacerdote diocesano de Cuenca, párroco de Honrubia y doctor en Teología Moral
Muy a pesar suyo -o no-, el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, está muy lejos del cristianismo y de la Iglesia católica. Sus recientes declaraciones durante la procesión del Corpus Christi en Toledo, solicitando “vivir en una sociedad permisiva” y afirmando con entonación jocosa -como es habitual en él- que el que crea que el divorcio tiene relevancia moral alguna “no está en estos tiempos”, lo convierten en un católico separado de la Iglesia. Hacer apología del divorcio desde el Estado manifiesta un estilo de Gobierno totalitario, donde el campo del honor, la fidelidad y el amor, o el propio martirio, se antojan cosas bastante absurdas.
Bono intenta nivelar el hiato profundo que existe entre las convicciones de los hombres acerca de lo que debe ser una vida justa y buena con lo que de hecho la sociedad y él mismo practica, adaptando cualquier convicción al comportamiento estadístico real, a lo que “forma parte del paisaje”. ¿Cómo podría avergonzarse y no enaltecer Bono una ley que hace posible el divorcio en un tiempo mínimo después de contraer matrimonio, que no cultiva los fundamentos morales ni alienta las convicciones educativas desde las que la vida adquiere excelencia, si él mismo ha contribuido con su ejemplo a esa perversión moral?
Que sean aceptadas en una determinada época ciertas prácticas no significa que sean buenas ni beneficiosas para el hombre. Exhortar, como hace Bono, a la adaptación del espíritu de los tiempos no deja de ser algo avieso, convirtiéndose así el poder del Estado en un peligro para el matrimonio y la familia. Se cree Bono que él es el hombre normal, siendo el raro el hombre o la mujer casados, viviendo libremente en el amor y la fidelidad. Si el Estado estimula al divorcio con leyes frívolas y dañinas, con palabras y comportamientos provocadores, el camino no admite ya ninguna pendiente, y la pregunta que cualquier ciudadano debe hacerse es la siguiente: ¿cómo podemos organizar el Estado de modo que ni siquiera los malos gobernantes puedan causar unos males excesivamente graves en la sociedad?
Ni el hombre se puede separar de Dios, ni la política de la moral. Los políticos y legisladores deberían saber que proponiendo o defendiendo leyes inicuas como las que destruyen la familia, o como el divorcio o el aborto, tienen una grave responsabilidad y existe la obligación de poner remedio al mal hecho si quieren volver a la comunión con el Señor. Destruir las formas de vida tradicionales sólo es fruto del relativismo, que ha roto las comunidades de tradición y memoria. Se precisa cada día más una cultura postmaterialista, que devuelva la confianza perdida en la vida política, una regeneración de la vida pública que respete un orden moral natural.
Cuando Mahoma hace su compromiso polígamo, estaba condicionado por una sociedad polígama. Tener cuatro esposas se conformaba a las circunstancias, pero nadie podría pensar que era algo enraizado en la naturaleza. La concepción de la unión conyugal de Mahoma se ajustaba a la sociedad de Arabia en el siglo VI. Sin embargo, Cristo, en su concepción del matrimonio, no se ajusta al contexto vital de Palestina en el siglo I. Su concepción del matrimonio se centra en el aspecto sacramental. Los judíos, romanos y griegos no creían la idea mística de que el hombre y la mujer se habían convertido en una sustancia sacramental. Por tanto, no se podrá afirmar que las palabras de Jesús de Nazaret se ajustasen a la época y no sean adecuadas para la época actual. Si el Imperio Romano se había convertido en el orbis terrarum, Cristo no hizo depender su doctrina moral de la existencia del Imperio Romano, ni sus palabras de las circunstancias de su tiempo: “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Lc 21,33). Cristo creyó en el sacramento del matrimonio a su manera, que es la manera de Dios Padre, y no a la manera contemporánea. No tomó sus argumentos contra el divorcio de la ley mosaica o de las costumbres de la gente de Palestina.
Cualquier persona que intervenga en política debe ser prudente, consciente de la tremenda responsabilidad intelectual que le incumbe y, sobre todo, de los daños que pueda acarrear. Debe pensar que no sabe nada y que su obligación es aprender, y no creer o fingir que se sabe cuando todo se ignora. Debe también ser capaz de criticarse a sí mismo (porque existe el pecado, y el bien y la verdad), y de mejorar las doctrinas del Estado y de la sociedad.
Dicho esto, Bono, que no siente ningún respeto hacia la fidelidad matrimonial ni hacia las leyes de la Iglesia católica, festejando la desaparición de los vínculos y deberes para hacer uso de las libertades y derechos, se celebra a sí mismo como un personaje snobista, que desea vivir en la jungla del “todo vale”, sin dogmas ni jerarquías, sin reglas para el espíritu, bajo pretextos de modernidad y progresismo.
No escuchen los “indignados” a Bono “por inteligencia”, como él desea, escúchenlo más bien como quien amenaza la tradición y el fervor, el arraigo y la continuidad, como quien contribuye a la agonía de los vínculos y las promesas irrevocables, haciendo vigente el juicio de Françoise Chauvin: “los hombres han deseado cambiar; pero en otro tiempo deseaban ese cambio para acercarse a lo que no cambia, al paso que hoy quieren cambiar para adaptarse a lo que de continuo cambia”.

El Papa: Que Cristo del Pacífico aliente sociedad justa y solidaria en Perú

En su mensaje por la bendición del "Cristo del Pacífico" en esta capital esta mañana, el Papa Benedicto XVI hizo votos para que esta imagen de 37 metros de altura ubicada en el Morro Solar del distrito limeño de Chorillos, "impulse a todos a crecer en el amor a Dios y a los hermanos" para construir una sociedad más justa y solidaria.
El mensaje fue leído por el Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Cardenal Juan Luis Cipriani, quien bendijo esta mañana la monumental imagen de Cristo, en presencia del Presidente del Perú, Alan García, y de otras autoridades como el Ministro de Defensa, Jaime Thorne, y el alcalde de Chorrillos, Augusto Miyashiro.
El texto del mensaje de Benedicto XVI alienta a que, creciendo en el amor e "inspirados en la palabra del Salvador, (todos) trabajen infatigablemente en la construcción de una sociedad cada vez más justa, solidaria y fraterna, en un clima de respeto y diligente colaboración en la búsqueda del bien común", según señala el diario El Comercio.
El Arzobispado de Lima dio a conocer que la misiva concluye indicando que “el Papa imparte con afecto una Bendición Apostólica que complacido hace extensiva a los queridísimos hijos e hijas de la nación peruana”.
La construcción del Cristo del Pacífico ha sido fuertemente criticada por distintos sectores de la prensa secular, algunos representantes de izquierda y políticos como la alcaldesa de Lima, Susana Villarán, quien pese a considerarse "católica" ha sido una de las mayores opositoras a esta obra apoyada por la mayoría de la población.
Al ser preguntando por el financiamiento que ha recibido la construcción de la imagen, que contó con fondos de una empresa brasileña y dinero donado por el Presidente García, el Cardenal Cipriani dijo a la prensa que "el pueblo de Chorrillos y en general todo la población está muy contenta y ya verán cómo este lugar se convierte en lugar de peregrinación. Por eso no ahondemos las diferencias sino busquemos más bien la unidad".
En declaraciones recogidas por RPP, el Arzobispo de Lima señaló que "cuando se quiere criticar es muy sencillo encontrar excusas. Podríamos hablar de tantas inversiones –sin entrar a detalles para no pisar callos– tantas cosas que vemos de gastos inútiles. Yo creo que este es un gasto pequeño porque es donación".
El Primado del Perú también afirmó que su intención personal ante esta obra es "reconciliar y no separar". "Esta inversión que ha sido una donación, entiendo sobre todo de una empresa brasileña, ¿cómo no va a ser motivo de agradecimiento? No seamos pleitistas. Es una iniciativa muy buena de un Cristo del Pacífico muy bueno que ha sido recibida por el pueblo con mucha alegría".
El Cardenal Cipriani también recordó que el mantenimiento de la obra correrá por cuenta de la municipalidad de Chorrillos, pero si eso no sucediera, manifestó su confianza en que la fe del pueblo permitirá su conservación.
El Cristo del Pacífico es una escultura de 22 metros de alto que se encuentra sobre una base de 15 metros, que puede ser vista desde diversos distritos de la capital. La obra será inaugurada el próximo 29 de junio, Solemnidad de San Pedro y San Pablo, y tendrá un sistema de iluminación de 26 colores.

Fuente: www.aciprensa.com

Ver artículo relacionado: http://www.arzobispadodelima.org 

jueves, 23 de junio de 2011

Una esperanza que cura la muerte


"Ser médica y estar en un servicio de Cuidados Paliativos me ha ayudado a valorar de un modo particular una experiencia íntima: la enfermedad y muerte de mi madre, recientemente ocurrida".
Pilar de Antueno
Maurice Caillet, en su libro "Yo fui masón", siendo él médico, refiere: "Abordé esta carrera desde una óptica cientificista, pensando que la ciencia iba a resolver todos los problemas de la vida e incluso de la muerte"(1).
        Es cierto. Esperamos que la medicina, la psicología u otras ciencias nos resuelvan ciertos problemas; también el de la muerte. Muchas veces no los resuelven porque la solución está dentro de nosotros, no fuera. Es verdad que pueden dar algunas respuestas, vislumbrar ciertos horizontes, ayudar a paliar ciertos síntomas físicos y espirituales, pero no tienen la última palabra. Frente a la realidad de la muerte, el único horizonte para enfrentarla está dentro de cada uno: es la habilidad de poder dar un nombre a aquello que se deja al morir, y a enfrentar lo que vendrá.
        Ser médica y estar en un servicio de Cuidados Paliativos me ha ayudado a valorar de un modo particular una experiencia íntima: la enfermedad y muerte de mi madre, recientemente ocurrida. Nunca me había enfrentado a la muerte del modo que me tocó hacerlo; además creía saber hacerlo, ya que en otras oportunidades había acompañado a personas que iban a morir.
        Cuando la muerte viene a golpear nuestra puerta, la de nuestra familia, muchas cosas cambian dentro de nosotros. Mientras sentimos que nos arrancan la vida de las manos, tenemos que enfrentar la dureza de las malas noticias. En esas circunstancias difíciles, la ayuda de los profesionales se nos puede aparecer, en ocasiones, distante y poco comprometida. Sentimos que se cierran todas las puertas, que no hay más esperanzas; surge la necesidad de luchar cada día por sobrevivir o esperar la muerte, mientras nos cuestionamos sobre cómo seguir adelante, e intentamos apoyar a la persona querida y enferma. Se conocen entonces la soledad y desesperación de los más próximos y la propia. La impotencia y la tensión interior y exterior que genera estar en situaciones límite cada día se pueden prolongar durante mucho tiempo.
        Personalmente, el ver cerradas todas las puertas me implicó replantearme dónde estaba ese Dios Omnipotente en el que siempre había creído. Sin embargo, hay una respuesta capaz de sostenernos: la esperanza en un más allá. No una esperanza transitoria en posibles soluciones médicas o en personas que nos den consuelo. Todas estas son esperanzas humanas lícitas, pero son finitas como el hombre.
        Cuando experimentamos un gran amor en la vida, éste es capaz de dar un sentido nuevo a nuestra existencia. Sin embargo, todos los amores que experimentamos son frágiles, limitados y no solucionan el problema de nuestra vida porque son igualmente destruidos por la muerte. Así se comprueba que el ser humano necesita un amor incondicionado, que responda a sus ansias de inmortalidad. Por eso podemos decir que el hombre está hecho para la eternidad.
        Se trata entonces de una esperanza más profunda que nos da un sentido frente a la muerte. Y es así como nos da una respuesta. La muerte nos llega a todos, tarde o temprano. Y nunca estamos preparados para ella. Siempre mantenemos de algún modo ilusiones, proyectos, o tenemos a alguien que nos espera. La cercanía de la muerte pasa por encima de todo esto. Por eso se lleva también las esperanzas humanas.
        El hombre es un ser material y espiritual. La vida misma lo comprueba: pensamos, tenemos ideas, planeamos, ponemos nuestros sentimientos en personas u objetos, somos capaces de amar. Esta realidad espiritual nos demuestra que el cuerpo no es todo, que somos algo más que materia; y que, por eso, la muerte no es el final, sino un paso. Podemos estar agonizando, sufriendo mucho en nuestro cuerpo y alma, pero interiormente podemos sobrevivir si tenemos esperanza en la existencia de un lugar donde estaremos bien, donde habrá alguien que nos ame incondicionalmente, desde donde podremos cuidar y acompañar a nuestros seres queridos. Eso puede dar sentido a nuestra vida y a nuestra muerte, a todo lo que hemos construido, al para qué amamos. Puede ayudarnos a perdonarnos a nosotros mismos y a los demás. Sin una esperanza así, nada de lo que hacemos aquí tiene sentido, pues todo se acabaría. La muerte es una de esas pocas realidades que nos enfrentan con interrogantes tan profundos como el "para qué" de nuestra existencia.
        Hemos recibido el don de la vida, y estamos aquí con una vocación que compete a cada uno descubrir, realizar. Estamos para algo y para alguien. No hemos sido puestos en el mundo "por casualidad". Todos descubrimos en algún momento que nuestra vida tiene un sentido en relación a los demás: una familia, un amor, un trabajo, amistades… De algún modo descubrimos que estamos llamados a darnos. El "otro" forma parte de nuestra vocación. La vida de cada uno siempre toma un rumbo, cobra un sentido, y lo vamos construyendo con nuestras decisiones libres.
        Una psicóloga trabajadora en una unidad de Cuidados Paliativos en París, psicoanalista, afirma: "La vida me ha enseñado dos cosas: la primera es que no evitaré mi muerte ni la de mis seres queridos. La segunda es que el ser humano no se reduce a lo que vemos o creemos ver. Siempre es infinitamente más grande, más profundo de lo que pueden decir nuestros limitados juicios. En fin, nunca ha dicho su última palabra, siempre avanza, siempre tiene el poder de realizarse, es capaz de transformarse a través de las crisis y de las pruebas de su vida"(2).
        La experiencia personal de la muerte me ha llevado a continuar trabajando con pacientes terminales con una visión más profunda. Como médicos podemos paliar mucho sufrimiento, sobre todo físico. Tenemos el deber de hacerlo con un saber científico probado y competente. Pero hay un sufrimiento moral que sólo se resuelve aceptando la realidad y siendo capaces de darle un sentido, recuperando una esperanza que resista ante todas las desilusiones. Y esta es la mejor ayuda que podemos dar ante la muerte: si alguien tiene esperanza es capaz de vivir de otra manera; es como si se le diera una vida nueva, en medio de la difícil realidad que enfrenta.
        Cuando alguien se plantea la eutanasia, muchas veces es porque no sabe cómo enfrentar su dolor, su muerte y lo que ella conlleva. No bastan los tratamientos médicos terapéuticos y de sostén. Además de todo lo que científicamente estamos obligados a realizar, lo más importante es el amor que podemos brindar, el ayudar a encontrar una razón a ese sufrimiento.
        "Ahora llegan, uno después del otro, a la sala de reuniones, los miembros de la unidad.(…). Hoy se habla mucho de todos esos pedidos de eutanasia que nos formulan al entrar en el servicio, o también más tarde, como en el caso de Dominique. ¿Qué esconden esos pedidos? Nos damos cuenta de que expresan lo insoportable de la situación. ¿Se puede descifrar lo que es tan difícil de vivir? (…) Nos parece evidente que hay un intento de comunicación. ¿Qué tratan de decirnos? (…)
        Al marcharme esa tarde del hospital, pienso en todos esos hombres y mujeres que veo a diario y que están heridos en su integridad física (…). Esos cambios los convierten a menudo en extraños a los ojos de quienes, al no reconocer ya los puntos de referencia familiares, prefieren la huida. Se repiten siempre las mismas preguntas: "¿Hasta dónde llegará esto? ¿Puedo ser amado todavía?" Pienso en la responsabilidad que nos incumbe como testigos de esas degradaciones físicas. Con una mirada, con un gesto, podemos afianzar al otro en la permanencia de su identidad o, por el contrario, confirmarle que ya no es, en efecto, más que algo repugnante, ¡una suerte de desecho del que los demás intentan desembarazarse!"(3).
        Como personal de salud y por el tipo de cuidados que brindamos, nos compete muchas veces devolver esa mirada respetuosa al otro, reconocer su dignidad en medio de los problemas físicos y psíquicos que trae la enfermedad; también redescubrirla en medio de los errores morales que uno haya cometido o de los que se haya sido víctima.
        "Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizá ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito"(4).
        La muerte no es un derecho. Nadie tiene el derecho de provocar la muerte a otro ni a sí mismo, por el simple hecho de que nadie ha decidido la propia vida -sin embargo, decidimos cómo vivirla y también decidimos cómo vivir nuestra muerte-.
        Justamente porque nadie ha decidido la propia existencia, nadie se da a sí mismo la dignidad que posee. Somos dignos de ser quienes somos porque Alguien, fuera de nosotros mismos, nos ha creado, y en esa creación nos ha sido dada la dignidad. A los demás sólo compete reconocer esa dignidad en el otro y ayudar a recuperarla si se ha perdido.
        La muerte es una realidad que se impone, y que debemos vivir y enfrentar según nuestra dignidad de personas. No ayudamos cuando bregamos por un falso derecho del otro a morir, y consentimos en la eutanasia. Quizás no sabemos cómo ayudar, qué hacer frente a alguien que la pide con desesperación. Puede surgir un sentimiento de incapacidad ante esa realidad tan fuerte del dolor. Sin embargo, si aprendemos a asumir esa impotencia y nuestros propios límites (científicos, emocionales, psicológicos), podemos construir mucho desde allí, y por lo tanto, podemos seguir ayudando al que sufre con una sonrisa, con confianza, transmitiendo alegría, y sabiendo respetar al otro y respetarnos a nosotros mismos con humildad.
        Ante esas peticiones de eutanasia, ¿no sería mejor ayudar a aceptar la situación y a reconocer que en esa misma realidad de la muerte, sigo siendo quien soy, sigo siendo digno? ¿No es mejor saber dar un sentido a lo que me pasa, no un sentido inventado sino real, justamente porque la muerte es parte de mi vida, y así como he vivido mi vida puedo vivir mi muerte? Incluso aunque haya vivido mal mi vida, tengo la posibilidad de vivir bien mi muerte.
        En una de sus obras, Dostoievski pone en labios de un juez estas palabras ante un criminal: "su acción es baja, lo reconozco, pero usted no es un criminal irremisiblemente perdido. No, no, ni mucho menos. Me preguntará qué pienso de usted. Se lo diré: le considero como uno de esos hombres que se dejarían arrancar las entrañas sonriendo a sus verdugos si lograsen encontrar una fe, un Dios. Pues bien, encuéntrelo y vivirá (…). El sufrimiento no es mala cosa. Sufra usted. Sé que es usted escéptico, pero abandónese sin razonar a la corriente de la vida y no se inquiete por nada: esa corriente le llevará a alguna orilla y usted podrá volver a ponerse en pie"(5).
        Nietzsche decía que un hombre que ve hondo en la vida, también ve hondo en el sufrimiento y que quien tiene una razón por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo. Que alguien tenga gran capacidad de sufrir demuestra también su calidad humana, porque implica un gran conocimiento de los propios límites y eso lleva a comprenderse a sí mismo y a los demás. "Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo. (…) Digámoslo una vez más: la capacidad de sufrir por amor de la verdad es un criterio de humanidad. No obstante, esta capacidad de sufrir depende del tipo y de la grandeza de la esperanza que llevamos dentro y sobre la que nos basamos. Los santos pudieron recorrer el gran camino del ser hombre del mismo modo en que Cristo lo recorrió antes de nosotros, porque estaban repletos de la gran esperanza"(6).
        Claro que es un camino más arduo. Se necesita paciencia, escuchar, comunicarse, dar lugar al otro y respetar sus tiempos. Implica situarse en el mismo plano del que sufre, no desde los pies de la cama, sino a su lado. Supone enseñar a perdonar, crecer en libertad interior y acompañar en ese proceso. Significa así redescubrir juntos el sentido de la enfermedad y la muerte.

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(1) Caillet Maurice, "La franc-masonnerie, un péché contre l´esprit?", cap.1.
(2) Marie de Hennezel, "La morte intime", pág. 28. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, Argentina, 1996.
(3) Idem, p. 52.
(4) Benedicto XVI, carta encíclica Spes salvi, n. 37.
(5) Dostoievski, Crimen y castigo.
(6) Benedicto XVI, carta encíclica Spes salvi, n. 39.

Iglesia en Cuba aceptó estar en "epicentro del torbellino" por prisioneros de conciencia


Orlando Márquez, vocero del Arzobispado de La Habana (Cuba) escribió un artículo en el que señala que la mediación realizada por representantes de la Iglesia en el país ante el gobierno de Raúl Castro para liberar a más de 100 prisioneros de conciencia, "no fue una mediación neutra, sino bien comprometida, que tomó riesgos y aceptó estar en el epicentro del torbellino".
En el artículo publicado el 22 de junio, en un adelanto del número de este mes de la revista "Palabra Nueva" del Arzobispado de La Habana, Márquez pasa revista al papel de la Iglesia en el país en este proceso de mediación que se inició en mayo de 2010 cuando las Damas de Blanco –organización que agrupa a las esposas y parientes de prisioneros de conciencia– se reunieron con el Cardenal Jaime Ortega.
Cuando la Iglesia acepta ser mediadora ante el gobierno, dice Orlando Márquez, se ve ante una doble situación: por un lado las Damas de blanco "demandaban reunificación familiar, mientras sus familiares presos reclamaban cambios políticos. Las autoridades reconocieron lo primero y no lo segundo".
Por tanto, precisa el vocero del Arzobispado de La Habana, "en ningún momento se planteó la posibilidad de una mediación entre las autoridades y sus opositores, pues no hubo reconocimiento ni comunicación mutuos. Por las razones que sean, y no es necesario indicarlas aquí, ese día no ha llegado".
"Esperar o demandar que la Iglesia llevara a la ‘mesa de negociaciones’ a quienes se oponen a las autoridades resultaba improcedente en este proceso. Negociación es un término que define otra manifestación. La negociación es el proceso por el cual las partes en conflicto buscan resolver sus diferencias, se reconocen mutuamente, y lo hacen sin necesitar la mediación de terceros".
Orlando Márquez señala luego que "sin embargo, lo que la Iglesia sí ha hecho durante muchos años, es expresar su convicción de que es necesario escuchar a todos quienes en Cuba manifiestan interés en aportar ideas y esfuerzos por el bien del país".
Lo que las Damas de blanco solicitaron concretamente fueron tres cosas, explica Márquez, 1) Acercar a los presos a sus lugares de residencia, pues algunos cumplían sanción en provincias lejanas; 2) Liberar cuanto antes a los más enfermos, empezando por el preso Ariel Sigler Amaya; y 3) Permitir que sus seres queridos salieran de Cuba, aunque fuera solos, pues era preferible a tenerlos en prisión.
El 19 de mayo el Cardenal expuso estos pedidos al gobierno de Raúl Castro que acogió favorablemente el pedido, con lo que "algo inédito y novedoso comenzaba a tomar forma en Cuba".
Las excarcelaciones comenzaron el 1 de junio y días después aparece la propuesta de España para acoger a excarcelados que quisieran ir allá. Al final del proceso, el gobierno excarcela un total de 126 prisioneros, 114 de los cuales viajaron a España con familiares (a ellos se añadió otro que ya estaba en licencia extrapenal), sumando cerca de 800 personas.
Orlando Márquez explica también que el Cardenal Ortega habló personalmente con cada uno de los prisioneros y los bendecía si deseaban irse a España, pero "nunca intentó convencer a nadie de emigrar. De los 52 (iniciales), solo 12 dijeron que no deseaban viajar a España, y permanecen en Cuba".
"Unos pocos preguntaron si viajar era una condición para salir de la cárcel, a lo que el cardenal les respondía que no, y les aseguraba que serían excarcelados posteriormente, como ocurrió".
"Quienes aceptaban viajar, eran conducidos a un lugar y sus familiares a otro, separados, mientras se procedía con los trámites migratorios, en los que la Iglesia no tuvo participación alguna".
Al llegar al aeropuerto, prosigue Márquez, los esperaban funcionarios de la Embajada y Consulado españoles quienes les preguntaban "si salían de Cuba por voluntad propia y si este era el caso les pedían firmaran una declaración de conformidad, pues España no aceptaba trasladar a ninguno por la fuerza. Todos dieron su consentimiento y firmaron".
Por esa razón, precisa, "es incorrecto afirmar que fueron forzados al exilio, u obligados a viajar como condición para no seguir en prisión. Más incorrecto aún es decir que el gobierno cubano y la Iglesia se aliaron para desterrar a estas personas. La mejor prueba contra esta afirmación, quizás, sean los doce que decidieron permanecer en Cuba".
A la postre explica el vocero del Arzobispado de La Habana, "por increíble que pareciera al inicio, se cumplió precisamente lo que pidieron las mujeres que se reunieron con el cardenal Ortega el 1º de mayo de 2010. Y los gobiernos de Cuba y España sobrepasaron aquellos reclamos".
Márquez admite luego que "la mediación de la Iglesia, concretada en las excarcelaciones, no fue la solución ideal. Su propósito era lograr, mediante el diálogo, una salida a la gran tragedia de estas familias".
"No hay solución ideal en un conflicto prolongado y que ha implicado a tantas personas ubicadas en las más disímiles posiciones, con criterios diferentes muchas veces, en medio de debates y presiones políticas de alcance nacional, regional y global".
Pero es bueno decir también que "no fue una mediación neutra, sino bien comprometida, que tomó riesgos y aceptó estar en el epicentro del torbellino, teniendo para todos, de un lado y otro, una mirada pastoral y caritativa, la caridad cierta que todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. La caridad que nunca pasará, y permanece viva y dispuesta para toda oportunidad que la reclame".
Orlando Márquez recuerda además que "las leyes que llevaron a estas personas a la cárcel permanecen vigentes. Ahora, o en un futuro no lejano, es necesario que el país finalmente logre un espacio en el que las diferentes opiniones, intereses y criterios, puedan encontrarse y fundirse en un proyecto común y universal propio, no atado a intereses foráneos".
Entonces, tal vez, concluye el vocero del Arzobispado de La Habana, "no sería tan necesaria la mediación, pues estaríamos en presencia de una sociedad renovada que busca, mediante procesos francos y responsables de negociación, convertirse en la próspera y vigorosa sociedad de todos. Tal negociación aún no ha sido programada, ni se vislumbra en el horizonte, pero debe ser un propósito".
Para leer el artículo completo ingrese a:

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