Mensaje de la Presidencia de la Pontificia Comisión para América Latina
con motivo del «Día de Hispanoamérica» en las diócesis de España
Domingo, 4 de marzo de 2012
«Comprometidos con América en la Nueva Evangelización»
Desde el agradecimiento
El «Día de Hispanoamérica» es una valiosísima y oportuna cita anual, tradicionalmente incorporada en el calendario de la Iglesia católica en España desde el año 1959, para actualizar y fortalecer los vínculos de comunión y colaboración con la Iglesia en Hispanoamérica y la solidaridad entre sus pueblos y naciones. Factor decisivo para potenciar dicha comunión y colaboración ha sido la corriente de misioneros españoles – sacerdotes y laicos enviados por sus respectivas diócesis, o religiosos y religiosas de las más diversas comunidades – que, desde hace más de un siglo hasta hoy, han revitalizado aquella vocación misionera que estuvo en los orígenes del «Nuevo Mundo» y se han incorporado al trabajo pastoral de las más diversas Iglesias locales en el «continente de la esperanza», al servicio del Pueblo de Dios. ¡Cómo no rendir homenaje de gratitud a los actuales 354 sacerdotes diocesanos españoles acogidos a la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA) de la Conferencia Episcopal Española, y que están repartidos en los más diversos países latinoamericanos, al servicio de las Iglesias particulares de América más necesitadas y con mayor escasez de personal eclesiástico! Y esa gratitud abraza también a otros tantos sacerdotes diocesanos misioneros, a todos los religiosos y religiosas, a los laicos misioneros y a los miembros de movimientos eclesiales y nuevas comunidades, todos ellos españoles de origen e hispanoamericanos por vocación, opción y adopción.
Precisamente con esta misma actitud misionera, el episcopado latinoamericano afirmó su compromiso, en el documento de Aparecida (n. 378), de «estimular a las Iglesias locales para que apoyen y organicen los centros misioneros nacionales y actúen en estrecha colaboración con las Obras Misionales Pontificias y otras instancias eclesiales cooperantes, cuya importancia y dinamismo reconocemos y agradecemos de corazón». Y más concretamente, «con ocasión de los cincuenta años de la encíclica Fidei donum, damos gracias a Dios por los misioneros y misioneras que vinieron al continente y a quienes hoy están presentes en él, dando testimonio del espíritu misionero de sus Iglesias locales al ser enviados por ellas».
Hoy día, la Iglesia en España y la Iglesia en América asumen, de algún modo, similares desafíos. Su riquísima tradición católica –que está en las raíces de sus pueblos, que ha animado secularmente la vida de sus gentes, que ha dado expresión a sus más altas creaciones culturales – corre el riesgo de una gradual erosión. La secularización avanza por doquier. No faltan hostilidades contra la presencia de la Iglesia y su mensaje. La corriente hedonista y relativista de la sociedad del consumo y del espectáculo tiende a desplazar y desarraigar la cultura cristiana de los pueblos. La traditio de la fe se ha vuelto ardua tarea. Ya no basta con apelar a las raíces cristianas y declamar retóricamente sobre su magnífica tradición. Se necesita actualizar, reformular y revitalizar la tradición católica, arraigándola más profundamente en el corazón de las personas, en la vida de las familias y en la cultura de los pueblos, para que resplandezca como belleza de la verdad, promesa de felicidad y novedad de vida más humana para todos. ¡Se necesita, sí, una nueva evangelización! ¡Se necesita tanto en Europa como en América! Bajo esa luz, se propone con acierto el lema del próximo «Día de Hispanoamérica”, 4 de marzo de 2012: “Comprometidos con América en la Nueva Evangelización».
Un largo camino compartido
Hispanoamérica debe a España, ante todo, lo que es su más rico tesoro: el patrimonio de la tradición católica comunicada, inculturada y arraigada en las tierras buenas del «Nuevo Mundo». Con razón Benedicto XVI señaló en Aparecida, el 13 de mayo de 2007, que el patrimonio más precioso de América Latina es ese don providencial que ha gestado a sus pueblos y que «ha animado su vida y cultura [...] durante más de cinco siglos». «Este es el rico tesoro del continente americano –decía el Papa en esa oportunidad –; este es su patrimonio más valioso: la fe en Dios amor, que reveló su rostro en Jesucristo [...]. No es una ideología política, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico; es la fe en Dios amor, encarnado, muerto y resucitado, el auténtico fundamento de esta esperanza que produjo frutos tan magníficos desde la primera evangelización hasta hoy». El hecho de que aproximadamente el 80% de los latinoamericanos sean todavía hoy bautizados en la Iglesia católica, y de que esta, la Iglesia católica, continúe siendo una de las instituciones que suscita la mayor confianza y credibilidad en sus pueblos es signo y fruto de la fecundidad de aquella primera evangelización, de la profunda inculturación de la fe en la vida de aquellos pueblos, y del enraizamiento secular del cristianismo; y ello, a pesar de compromisos mundanos, descuidos y deficiencias en la evangelización, y un muchas veces insuficiente cuidado pastoral y catequético, agravado por la escasez de sacerdotes para atender a muchas comunidades cristianas.
Ese patrimonio se manifiesta en la fe de tantos fieles y en la «rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos» (Benedicto XVI, discurso inaugural de la Conferencia de Aparecida). E incluso ese patrimonio –como indican los obispos en Aparecida (n. 7)– se expresa «en la caridad que anima por doquier gestos, obras y caminos de solidaridad con los más necesitados y desamparados, [...] en la conciencia de la dignidad de la persona, la sabiduría ante la vida, la pasión por la justicia, la esperanza contra toda esperanza y la alegría de vivir aun en condiciones muy difíciles que mueven el corazón de nuestras gentes». Por eso, el episcopado latinoamericano en Aparecida pudo afirmar con buenas razones que la tradición católica es un «cimento fundamental» de la identidad, unidad y originalidad de América Latina (cf. n. 8).
La independencia de los países latinoamericanos, que legítimamente se conmemora y se celebra en su bicentenario, si bien trajo consigo algunas décadas de enfrentamientos y desencuentros, de ningún modo fue ruptura con toda la riqueza que España aportó, como lengua, cultura y religión. Ya desde mediados del siglo XIX, esos vínculos fueron reforzados por la masiva inmigración española y portuguesa a tierras americanas. Desde entonces, han ido creciendo, a ritmos desiguales según las diversas circunstancias, los lazos políticos, económicos y culturales entre España y América Latina. Sus destinos están indisolublemente unidos. Por eso, se sigue necesitando fortalecer la cooperación espiritual, personal y económica entre las Iglesias de Latinoamérica y España. Para ello son precisos los vínculos sociales de solidaridad, los intercambios culturales y la intensificación de la comunión y colaboración entre sus Iglesias; es decir, todo aquello que sirva para propagar y apoyar la transmisión de la fe, como reto principal de la «Nueva Evangelización».
Intensificar el compromiso misionero...
Aún resuena con vigor en Hispanoamérica la voz del beato Juan Pablo II cuando, dirigiéndose a los obispos, reunidos en Asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), el 9 de marzo de 1983, les decía: «La conmemoración del medio milenio de la evangelización tendrá su pleno significado si es un compromiso vuestro [...] por una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones». Y después, el 12 de octubre de 1984, inaugurando en Santo Domingo el «novenario» de años de preparación del V centenario de la evangelización americana, llamaba a una «nueva evangelización de América Latina, que despliegue con más vigor, como la de los orígenes, un potencial de santidad, un gran impulso misionero, una vasta creatividad catequética, una manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del
hombre para generar [...] un gran futuro de esperanza».
Los llamamientos a una «Nueva Evangelización» han sido después muy frecuentes, tanto por el mismo Juan Pablo II, como por Benedicto XVI, dirigidos especialmente a Europa y América. Es como si se quisiera concentrar, en esa expresión iluminadora, sintética y movilizadora, el mandato misionero de «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28, 19), para emprender una nueva fase de intensificación misionera en los nuevos ámbitos de evangelización. Esta convocatoria
se ha hecho aún más urgente en la actualidad, con el lanzamiento –por parte de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, desde Aparecida– de la «Misión Continental», con la creación por el papa Benedicto XVI del Dicasterio para la Promoción de la Nueva Evangelización, y con la próxima XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se realizará en octubre de 2012, con el tema: «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana».
«El mundo de hoy necesita personas –decía Benedicto XVI el 15 de octubre de 2011– que anuncien y testimonien que es Cristo quien nos enseña el arte de vivir, el camino de la verdadera felicidad, porque Él mismo es el camino de la vida; personas que tengan ante todo ellas mismas la mirada fija en Jesús, el Hijo de Dios [...]; personas que hablen a Dios para poder hablar de Dios». Se necesitan personas que muestren a Dios presente en la propia vida, en todas las dimensiones de su existencia y convivencia, e inviten a compartir una vida nueva, verdadera, más humana, que remite al acontecimiento que la hace posible y que continuamente la regenera. Esta es hoy nuestra invitación, especialmente dirigida a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, y laicos españoles que trabajan como misioneros en America y son manifestación fecunda de la solicitud apostólica universal de la Iglesia en España. Que no falte la oración del Pueblo de Dios en todas las diócesis es en esta Jornada misionera para que la Providencia divina suscite nuevas vocaciones misioneras para comprometerse con la «Nueva Evangelización» en América Latina, en la certeza de que este compromiso es la más genuina expresión de la catolicidad y de la identidad misionera de cada Iglesia local, aunque aquí y allá las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada escaseen.
... con las Iglesias de América Latina
A modo de sugerencia, hacemos unas recomendaciones a la Iglesia de Dios en España para fortalecer el compromiso misionero de la «Nueva Evangelización»:
– Abrir el corazón a las familias y comunidades de latinoamericanos inmigrantes asentadas en España, especialmente en estos tiempos de crisis. Estas personas sencillas y sacrificadas, fieles a la tradición cristiana en la que siempre han vivido, tienen que superar el impacto del desarraigo y de la secularización, y necesitan la compañía cercana, solidaria, llena de la caridad, evangelizadora y catequética, de las comunidades cristianas.
– Agradecer el precioso servicio que están prestando (y que puede extenderse más aún) universidades y centros superiores de Teología que, en España, acogen a sacerdotes provenientes de América Latina para la ampliación de sus estudios.
– Reconocer y acoger a los sacerdotes provenientes de países latinoamericanos que, con el consentimiento de sus respectivos obispos, prestan sus servicios pastorales en diócesis españolas. También América Latina está llamada a «dar de su pobreza» y asumir la solicitud por la Iglesia universal, que le corresponde, no solo por deuda de gratitud, sino también por contar hoy con más del 40% de los católicos.
– Renovar la memoria agradecida del maravilloso espectáculo de santidad y comunión eclesial vivido durante la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Aquellos admirables dos millones de jóvenes son un signo de esperanza para la traditio cristiana y la multiplicación de nuevos discípulos, testigos y misioneros de Cristo, y a la vez, un enorme y apasionante reto. A Madrid llegaron en esa ocasión muchas decenas de miles de jóvenes latinoamericanos, que se sintieron como en casa y retornaron con una renovada implicación en la «Nueva Evangelización». Ahora toca entregarles el testigo y seguir el camino iniciado, en peregrinación espiritual, educativa y misionera, hacia la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que se realizará en julio de 2013 en Río de Janeiro.
Estas son también realidades que expresan esa «Nueva Evangelización» como compromiso común entre España y América.
Conclusión: recobrar el fervor espiritual
Confiemos estas intenciones a la gracia del Espíritu Santo, verdadero protagonista de la «Nueva Evangelización», que nos precede en el corazón de las personas y en la cultura de los pueblos, para conducirlos hacia Cristo, según los tiempos y ritmos definidos por la Providencia de Dios. Y como toda gracia divina, en la lógica de la Encarnación, pasa a través de la santísima Virgen María –¡lo sabemos por fe, pero también por experiencia viva de nuestros pueblos!–, pidamos confiados la intercesión de la «Estrella de la Nueva Evangelización».
Con los ojos puestos en Ella, terminamos con las mismas palabras de la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (n. 80) que se recogen al final del documento de Aparecida: «Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo –como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia – con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea esta la mayor alegría para nuestras vidas entregadas. Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desesperanzados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo». «Recobremos –concluyen los obispos latinoamericanos – el valor y audacia apostólicos». Amén.
Cardenal Marc Oullet
Presidente Pontificia Comisión para América Latina
con motivo del «Día de Hispanoamérica» en las diócesis de España
Domingo, 4 de marzo de 2012
«Comprometidos con América en la Nueva Evangelización»
Desde el agradecimiento
El «Día de Hispanoamérica» es una valiosísima y oportuna cita anual, tradicionalmente incorporada en el calendario de la Iglesia católica en España desde el año 1959, para actualizar y fortalecer los vínculos de comunión y colaboración con la Iglesia en Hispanoamérica y la solidaridad entre sus pueblos y naciones. Factor decisivo para potenciar dicha comunión y colaboración ha sido la corriente de misioneros españoles – sacerdotes y laicos enviados por sus respectivas diócesis, o religiosos y religiosas de las más diversas comunidades – que, desde hace más de un siglo hasta hoy, han revitalizado aquella vocación misionera que estuvo en los orígenes del «Nuevo Mundo» y se han incorporado al trabajo pastoral de las más diversas Iglesias locales en el «continente de la esperanza», al servicio del Pueblo de Dios. ¡Cómo no rendir homenaje de gratitud a los actuales 354 sacerdotes diocesanos españoles acogidos a la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA) de la Conferencia Episcopal Española, y que están repartidos en los más diversos países latinoamericanos, al servicio de las Iglesias particulares de América más necesitadas y con mayor escasez de personal eclesiástico! Y esa gratitud abraza también a otros tantos sacerdotes diocesanos misioneros, a todos los religiosos y religiosas, a los laicos misioneros y a los miembros de movimientos eclesiales y nuevas comunidades, todos ellos españoles de origen e hispanoamericanos por vocación, opción y adopción.
Precisamente con esta misma actitud misionera, el episcopado latinoamericano afirmó su compromiso, en el documento de Aparecida (n. 378), de «estimular a las Iglesias locales para que apoyen y organicen los centros misioneros nacionales y actúen en estrecha colaboración con las Obras Misionales Pontificias y otras instancias eclesiales cooperantes, cuya importancia y dinamismo reconocemos y agradecemos de corazón». Y más concretamente, «con ocasión de los cincuenta años de la encíclica Fidei donum, damos gracias a Dios por los misioneros y misioneras que vinieron al continente y a quienes hoy están presentes en él, dando testimonio del espíritu misionero de sus Iglesias locales al ser enviados por ellas».
Hoy día, la Iglesia en España y la Iglesia en América asumen, de algún modo, similares desafíos. Su riquísima tradición católica –que está en las raíces de sus pueblos, que ha animado secularmente la vida de sus gentes, que ha dado expresión a sus más altas creaciones culturales – corre el riesgo de una gradual erosión. La secularización avanza por doquier. No faltan hostilidades contra la presencia de la Iglesia y su mensaje. La corriente hedonista y relativista de la sociedad del consumo y del espectáculo tiende a desplazar y desarraigar la cultura cristiana de los pueblos. La traditio de la fe se ha vuelto ardua tarea. Ya no basta con apelar a las raíces cristianas y declamar retóricamente sobre su magnífica tradición. Se necesita actualizar, reformular y revitalizar la tradición católica, arraigándola más profundamente en el corazón de las personas, en la vida de las familias y en la cultura de los pueblos, para que resplandezca como belleza de la verdad, promesa de felicidad y novedad de vida más humana para todos. ¡Se necesita, sí, una nueva evangelización! ¡Se necesita tanto en Europa como en América! Bajo esa luz, se propone con acierto el lema del próximo «Día de Hispanoamérica”, 4 de marzo de 2012: “Comprometidos con América en la Nueva Evangelización».
Un largo camino compartido
Hispanoamérica debe a España, ante todo, lo que es su más rico tesoro: el patrimonio de la tradición católica comunicada, inculturada y arraigada en las tierras buenas del «Nuevo Mundo». Con razón Benedicto XVI señaló en Aparecida, el 13 de mayo de 2007, que el patrimonio más precioso de América Latina es ese don providencial que ha gestado a sus pueblos y que «ha animado su vida y cultura [...] durante más de cinco siglos». «Este es el rico tesoro del continente americano –decía el Papa en esa oportunidad –; este es su patrimonio más valioso: la fe en Dios amor, que reveló su rostro en Jesucristo [...]. No es una ideología política, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico; es la fe en Dios amor, encarnado, muerto y resucitado, el auténtico fundamento de esta esperanza que produjo frutos tan magníficos desde la primera evangelización hasta hoy». El hecho de que aproximadamente el 80% de los latinoamericanos sean todavía hoy bautizados en la Iglesia católica, y de que esta, la Iglesia católica, continúe siendo una de las instituciones que suscita la mayor confianza y credibilidad en sus pueblos es signo y fruto de la fecundidad de aquella primera evangelización, de la profunda inculturación de la fe en la vida de aquellos pueblos, y del enraizamiento secular del cristianismo; y ello, a pesar de compromisos mundanos, descuidos y deficiencias en la evangelización, y un muchas veces insuficiente cuidado pastoral y catequético, agravado por la escasez de sacerdotes para atender a muchas comunidades cristianas.
Ese patrimonio se manifiesta en la fe de tantos fieles y en la «rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos» (Benedicto XVI, discurso inaugural de la Conferencia de Aparecida). E incluso ese patrimonio –como indican los obispos en Aparecida (n. 7)– se expresa «en la caridad que anima por doquier gestos, obras y caminos de solidaridad con los más necesitados y desamparados, [...] en la conciencia de la dignidad de la persona, la sabiduría ante la vida, la pasión por la justicia, la esperanza contra toda esperanza y la alegría de vivir aun en condiciones muy difíciles que mueven el corazón de nuestras gentes». Por eso, el episcopado latinoamericano en Aparecida pudo afirmar con buenas razones que la tradición católica es un «cimento fundamental» de la identidad, unidad y originalidad de América Latina (cf. n. 8).
La independencia de los países latinoamericanos, que legítimamente se conmemora y se celebra en su bicentenario, si bien trajo consigo algunas décadas de enfrentamientos y desencuentros, de ningún modo fue ruptura con toda la riqueza que España aportó, como lengua, cultura y religión. Ya desde mediados del siglo XIX, esos vínculos fueron reforzados por la masiva inmigración española y portuguesa a tierras americanas. Desde entonces, han ido creciendo, a ritmos desiguales según las diversas circunstancias, los lazos políticos, económicos y culturales entre España y América Latina. Sus destinos están indisolublemente unidos. Por eso, se sigue necesitando fortalecer la cooperación espiritual, personal y económica entre las Iglesias de Latinoamérica y España. Para ello son precisos los vínculos sociales de solidaridad, los intercambios culturales y la intensificación de la comunión y colaboración entre sus Iglesias; es decir, todo aquello que sirva para propagar y apoyar la transmisión de la fe, como reto principal de la «Nueva Evangelización».
Intensificar el compromiso misionero...
Aún resuena con vigor en Hispanoamérica la voz del beato Juan Pablo II cuando, dirigiéndose a los obispos, reunidos en Asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), el 9 de marzo de 1983, les decía: «La conmemoración del medio milenio de la evangelización tendrá su pleno significado si es un compromiso vuestro [...] por una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones». Y después, el 12 de octubre de 1984, inaugurando en Santo Domingo el «novenario» de años de preparación del V centenario de la evangelización americana, llamaba a una «nueva evangelización de América Latina, que despliegue con más vigor, como la de los orígenes, un potencial de santidad, un gran impulso misionero, una vasta creatividad catequética, una manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del
hombre para generar [...] un gran futuro de esperanza».
Los llamamientos a una «Nueva Evangelización» han sido después muy frecuentes, tanto por el mismo Juan Pablo II, como por Benedicto XVI, dirigidos especialmente a Europa y América. Es como si se quisiera concentrar, en esa expresión iluminadora, sintética y movilizadora, el mandato misionero de «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28, 19), para emprender una nueva fase de intensificación misionera en los nuevos ámbitos de evangelización. Esta convocatoria
se ha hecho aún más urgente en la actualidad, con el lanzamiento –por parte de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, desde Aparecida– de la «Misión Continental», con la creación por el papa Benedicto XVI del Dicasterio para la Promoción de la Nueva Evangelización, y con la próxima XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se realizará en octubre de 2012, con el tema: «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana».
«El mundo de hoy necesita personas –decía Benedicto XVI el 15 de octubre de 2011– que anuncien y testimonien que es Cristo quien nos enseña el arte de vivir, el camino de la verdadera felicidad, porque Él mismo es el camino de la vida; personas que tengan ante todo ellas mismas la mirada fija en Jesús, el Hijo de Dios [...]; personas que hablen a Dios para poder hablar de Dios». Se necesitan personas que muestren a Dios presente en la propia vida, en todas las dimensiones de su existencia y convivencia, e inviten a compartir una vida nueva, verdadera, más humana, que remite al acontecimiento que la hace posible y que continuamente la regenera. Esta es hoy nuestra invitación, especialmente dirigida a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, y laicos españoles que trabajan como misioneros en America y son manifestación fecunda de la solicitud apostólica universal de la Iglesia en España. Que no falte la oración del Pueblo de Dios en todas las diócesis es en esta Jornada misionera para que la Providencia divina suscite nuevas vocaciones misioneras para comprometerse con la «Nueva Evangelización» en América Latina, en la certeza de que este compromiso es la más genuina expresión de la catolicidad y de la identidad misionera de cada Iglesia local, aunque aquí y allá las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada escaseen.
... con las Iglesias de América Latina
A modo de sugerencia, hacemos unas recomendaciones a la Iglesia de Dios en España para fortalecer el compromiso misionero de la «Nueva Evangelización»:
– Abrir el corazón a las familias y comunidades de latinoamericanos inmigrantes asentadas en España, especialmente en estos tiempos de crisis. Estas personas sencillas y sacrificadas, fieles a la tradición cristiana en la que siempre han vivido, tienen que superar el impacto del desarraigo y de la secularización, y necesitan la compañía cercana, solidaria, llena de la caridad, evangelizadora y catequética, de las comunidades cristianas.
– Agradecer el precioso servicio que están prestando (y que puede extenderse más aún) universidades y centros superiores de Teología que, en España, acogen a sacerdotes provenientes de América Latina para la ampliación de sus estudios.
– Reconocer y acoger a los sacerdotes provenientes de países latinoamericanos que, con el consentimiento de sus respectivos obispos, prestan sus servicios pastorales en diócesis españolas. También América Latina está llamada a «dar de su pobreza» y asumir la solicitud por la Iglesia universal, que le corresponde, no solo por deuda de gratitud, sino también por contar hoy con más del 40% de los católicos.
– Renovar la memoria agradecida del maravilloso espectáculo de santidad y comunión eclesial vivido durante la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Aquellos admirables dos millones de jóvenes son un signo de esperanza para la traditio cristiana y la multiplicación de nuevos discípulos, testigos y misioneros de Cristo, y a la vez, un enorme y apasionante reto. A Madrid llegaron en esa ocasión muchas decenas de miles de jóvenes latinoamericanos, que se sintieron como en casa y retornaron con una renovada implicación en la «Nueva Evangelización». Ahora toca entregarles el testigo y seguir el camino iniciado, en peregrinación espiritual, educativa y misionera, hacia la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que se realizará en julio de 2013 en Río de Janeiro.
Estas son también realidades que expresan esa «Nueva Evangelización» como compromiso común entre España y América.
Conclusión: recobrar el fervor espiritual
Confiemos estas intenciones a la gracia del Espíritu Santo, verdadero protagonista de la «Nueva Evangelización», que nos precede en el corazón de las personas y en la cultura de los pueblos, para conducirlos hacia Cristo, según los tiempos y ritmos definidos por la Providencia de Dios. Y como toda gracia divina, en la lógica de la Encarnación, pasa a través de la santísima Virgen María –¡lo sabemos por fe, pero también por experiencia viva de nuestros pueblos!–, pidamos confiados la intercesión de la «Estrella de la Nueva Evangelización».
Con los ojos puestos en Ella, terminamos con las mismas palabras de la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (n. 80) que se recogen al final del documento de Aparecida: «Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo –como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia – con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea esta la mayor alegría para nuestras vidas entregadas. Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desesperanzados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo». «Recobremos –concluyen los obispos latinoamericanos – el valor y audacia apostólicos». Amén.
Cardenal Marc Oullet
Presidente Pontificia Comisión para América Latina
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