El comienzo de un nuevo año aviva en nosotros la conciencia del paso
del tiempo. Y esto, unido a la cuesta de enero (el esfuerzo del vivir),
puede suscitar la pregunta de si es razonable buscar un sentido al
sufrimiento. Se lo plantea Robert Spaemann en un excelente texto (Über den Sinn des Leidens, en el libro Einsprüche, christliche Reden. Einsiedeln,
1977). No se cuestiona si podemos disminuirlo, sino «qué sentido tiene
aquella situación en la que todos nuestros esfuerzos para disminuirlo o
evitarlo llegan a un límite». Pues, en efecto, ¿qué sentido puede tener
algo que no queremos, que nadie puede querer para sí mismo?
El sufrimiento aparece habitualmente como un sinsentido. Aparece ya
así en el miedo a sufrir, y en la pregunta misma sobre el sentido del
sufrimiento.
Comparación entre la sociedad moderna y las sociedades primitivas
La sociedad moderna no sabe qué hacer ni qué decir ante el
sufrimiento. Sólo intenta evitarlo, y, como no consigue hacerlo del
todo, silencia hasta la interpretación de su sentido (una manera extrema
de hacerlo es la eutanasia). Crecemos con poca tolerancia a la
frustración. Y así, al evitar todos los valles nos incapacitamos para
disfrutar de las montañas: somos menos felices, tenemos menos alegría.
Se intenta ocultar la muerte, pero no se enseña a morir.
En cambio, en las sociedades primitivas, observa Spaemann, el dolor
estaba «previsto», y tenía una función que realizar, como se ve en
ciertas figuras como la del mendigo o la viuda. El mendigo no sólo era
receptor de la beneficencia pública, sino que representaba su papel
dignamente, tenía algo que dar (prometía rezar por aquél que le daba
algo). El dolor y la muerte eran realidades aceptadas y hasta
dramatizadas, con un cierto ceremonial que los situaba en el contexto de
la sociedad y del cosmos.
Materialismo, estoicismo, budismo
¿Qué respuestas hay –a nivel meramente natural– para el sentido del
sufrimiento? Spaeman encuentra básicamente dos (que ofrecen soluciones
parecidas): el materialismo y el estoicismo con el budismo como
variante. Según el materialismo, ni siquiera debe plantearse el sentido
del sufrimiento, porque el sufrimiento es algo que pertenece a la
naturaleza, que es el ámbito de lo necesario. Lo único que tiene sentido
es el obrar solidario a favor del «género humano», que es lo
verdaderamente digno (y no tanto la persona). Ante el dolor sólo cabe la
resignación.
Según el estoicismo, el dolor puede evitarse aceptando lo que no
puedo cambiar, llegando a la apatía o la impasibilidad. Pero esto,
advierte Spaemann, es difícil de lograr en la práctica, sobre todo ante
un dolor intenso. En esa perspectiva sólo quedaría la salida del
suicidio, pero así se destruye lo que se quería respetar: la persona tal
como es. El budismo, por su parte, intenta suprimir el sufrimiento
anulando la voluntad, el yo, que es el origen de la voluntad y de la
libertad.
En realidad, nota justamente nuestro autor, estas posiciones no son
respuestas al sentido del sufrimiento, sino intentos fallidos de
suprimirlo.
La respuesta de la Biblia al sufrimiento
¿Qué dice la Biblia sobre el sentido del sufrimiento? Podría
resumirse así: el sufrimiento tiene sentido sólo si todo tiene sentido
(que lo tiene). Esto no suprime el misterio del sufrimiento ante lo que,
a los ojos humanos, parece privado de sentido. Jesús mismo lo
experimentó, asumiendo en la Pasión su papel central en el drama de la
historia, después de luchar contra su propia voluntad. Así se manifiesta
en la oración que tuvo lugar en el Huerto de los Olivos.
Todos, por tener la naturaleza humana, llevamos las huellas de una
injusticia, de una desobediencia (pecado original), que reactivamos
cuando cometemos un pecado personal. Nos rebelamos contra el director
del drama o de la sinfonía, querríamos imponer nuestra propia partitura
en lugar de ejecutar la parte que nos toca (aquí cabría recordar el
principio de «"El Silmarillion"», de Tolkien).
De esta manera, entiende Spaemann, reproducimos en nosotros la
desobediencia, palabra que viene de dejar de oír. Así nos incapacitamos
para escuchar el sentido del todo. Y de ese modo nos situamos en el
«estado en que cada cual busca convertirse en el punto central del
mundo». El sufrimiento es como el reverso de ese mal (diríamos nosotros:
la luz roja que nos avisa para rectificar; el altavoz de Dios, o su
sombra en el mundo, diría C.S. Lewis: recuérdese la película «Tierra de
penumbras», Shadowlands, R. Attenborough, 1993). El sufrimiento
nos ayuda a caer en la cuenta de que «sólo puede representar bien su
papel quien presta atención a las órdenes del director y escucha el
papel de los otros»; porque no vivimos en solitario, hay un director y
están los otros. Y así el sufrimiento nos facilita colaborar en la
reparación de ese mal, madurar con ello y ayudar a los otros; pues según
Spaemann, «la verdadera solidaridad significa ayudar a encontrar el
sentido del sufrimiento».
Aprovechar el sufrimiento
Por lo demás, no todo en el sufrimiento es oscuridad y sinsentido. A
la vez que intentamos aliviar el sufrimiento, muchas veces nos damos
cuenta que nos va enseñando, o nos ha enseñado, cosas valiosas:
jerarquizar los valores, descubrir que las cosas pequeñas son
importantes, no poner las metas en el éxito profesional, preocuparnos
más por los que nos rodean, abrirnos a Dios.
Por ejemplo, como dice el autor, podemos pensar: Si Dios puede
curarme y no lo hace (Jesús tampoco curó a todos), esto debe tener un
sentido, y así el sufrimiento es consuelo. Incluso, en la medida en que
nos descubre nuestra necesidad de Dios, el sufrimiento puede convertirse
en un medio de salvación.
El sufrimiento de los inocentes
Finalmente, dos cuestiones difíciles. En primer lugar, el sufrimiento
de los que no pueden alcanzar un sentido (los niños pequeños, los que
mueren en el seno materno, los animales), lo que amplía el misterio del
sufrimiento. En segundo lugar, con palabras de nuestro autor, «el
sufrimiento de quien en sí mismo no es culpable, sino que padece por
otros» (cabría evocar la película «La milla verde», The Green Mile,
F. Darabont 1999). Hay de esto una importante experiencia en el
cristianismo, comenzando por Cristo mismo, que fue inmolado en la Cruz.
El sentido del sufrimiento sólo puede existir si no tiene la última
palabra. Por eso la resurrección de Cristo es, según Spaemann, «la
última respuesta del cristianismo a la pregunta sobre el sentido del
sufrimiento», porque nos abre las puertas a la Vida nueva, donde ya no
hay sufrimiento alguno.
Sufrimiento y madurez cristiana
Efectivamente, pues sólo el Cielo acaba con todos los sufrimientos,
también los de los niños inocentes, y los transforma en alegría. Y
entonces desaparece el sinsentido del sufrimiento. Así se explican las
palabras de Benedicto XVI en su encíclica Spe salvi: «Lo que
cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino
la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en
ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor
infinito» (n. 37). Esto lo sabe bien el cristiano, llamado a «ofrecer»
las «pequeñas contrariedades diarias» en unión con Cristo (cf. n. 40).
También cuentan, en su sufrimiento, con la ayuda de Dios los creyentes
de todas las religiones, que le imaginan de diversas maneras y le
invocan a través de muchas voces.
Fuente: http://www.conoze.com
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