Llegado en helicóptero de Castelgandolfo —donde se encuentra desde el domingo por la tarde—, Benedicto XVI dedicó el encuentro semanal con los fieles a la “transformación que la Pascua de Jesús provocó en sus discípulos”. Empezando por la tarde misma del día de la resurrección, cuando el Señor entra en la casa donde están encerrados por miedo a los judíos y les saluda con las palabras: “Paz a vosotros”. Un “saludo común”, como lo define el Pontífice, que en cambio adquiere “un significado nuevo, pues obra un cambio interior; es el saludo pascual, que permite a los discípulos superar cualquier miedo”.
El Resucitado también hoy “entra en nuestras casas y en nuestros corazones, a pesar de que a veces las puertas estén cerradas”, para traer “alegría y paz, vida y esperanza”. Fueron palabras del Papa en la audiencia general del miércoles 11 de abril en la plaza de San Pedro.
La paz se convierte así en “el don que el Resucitado quiere dar a sus amigos”. Y es al mismo tiempo “una misión”, pues —explicó el Papa— “es para ellos, pero también para todos, y los discípulos deberán llevarla a todo el mundo”. No por casualidad Jesús sopla sobre ellos y los regenera con el Espíritu Santo: un gesto que es “el signo de la nueva creación” con el que “da comienzo un mundo nuevo”. De aquí la invitación a anunciar por doquier la novedad de la Pascua, para que “las espinas del pecado que hieren el corazón dejen el lugar a los brotes de la Gracia, de la presencia de Dios y de su amor, que vencen el pecado y la muerte”.
De todo esto tenemos necesidad también hoy —subrayó el Pontífice— “para nuestro renacimiento humano y espiritual”. Y es que sólo Cristo “puede volcar esas piedras sepulcrales que frecuentemente el hombre pone encima de sus propios sentimientos, de sus relaciones, de sus comportamientos; piedras que ratifican la muerte: divisiones, enemistades, rencores, envidias, desconfianzas, indiferencias”. Sólo Él —añadió— “puede dar sentido a la existencia y hacer que reanude el camino quien está cansado y triste, desalentado y carente de esperanza”. Igual que sucedió a los discípulos de Emaús, inflamados “de amor por el Resucitado, que les abrió el corazón a una alegría incontenible”. Tras el encuentro con el Señor, que explica el sentido de las Escrituras y parte el Pan eucarístico, de hecho redescubren “el entusiasmo de la fe, el amor por la comunidad, la necesidad de comunicar la buena nueva”. De forma que el testimonio de la resurrección “se convierte para ellos en una irreprimible necesidad”.
“Que el tiempo pascual —fue el deseo final de Benedicto XVI— sea para todos la ocasión propicia para redescubrir con alegría y entusiasmo las fuentes de la fe” y para dejarse encontrar por el Resucitado, quien “camina con nosotros para guiar nuestra vida”.
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