Queridos hermanos y hermanas,
les doy la bienvenida con ocasión de su Sesión Plenaria, y agradezco a Mons. Zimowski por sus amables palabras. El reconocimiento del Obispo de Roma va cada uno de ustedes por el compromiso que ponen hacia tantos hermanos y hermanas que cargan con el peso de la enfermedad, de la minusvalía, de una ancianidad difícil.
Su trabajo de estos días toma impulso de lo que el beato Juan Pablo II afirmaba, hace treinta años, sobre el sufrimiento : «hacer bien con el sufrimiento y a hacer bien a quien sufre» (Cart. ap. Salvifici doloris, 30). Él vivió estas palabras, las ha testimoniado de manera ejemplar. El suyo fue un magisterio viviente, que el Pueblo de Dios ha recambiado con tanto afecto y tanta veneración, reconociendo que Dios estaba con él.
Es verdad, de hecho, que también en el sufrimiento ninguno está nunca solo, porque Dios en su amor misericordioso por el hombre y por el mundo abraza también las situaciones más deshumanas, en las cuales la imagen del Creador presente en cada persona aparece ofuscada o desfigurada. Así fue para Jesús en su Pasión. En Él cada dolor humano, cada angustia, cada padecimiento ha sido asumido por amor, por la pura voluntad de estarnos cercano, de estar con nosotros. Y aquí, en la Pasión de Jesús, se encuentra la más grande escuela para todo el que quiera dedicarse al servicio de los hermanos enfermos y sufrientes.
La experiencia del compartir fraterno con quien sufre nos abre a la verdadera belleza de la vida humana, que comprende su fragilidad. En la custodia y en la promoción de la vida, en cualquier estado y condición que se encuentre, podemos reconocer la dignidad y el valor de cada ser humano individual, desde la concepción hasta la muerte.
Mañana celebraremos la Solemnidad de la Anunciación del Señor. «Quien acogió ‘la Vida ‘ en nombre de todos y para bien de todos fue María, la Virgen Madre, la cual tiene por tanto una relación personal estrechísima con el Evangelio de la vida» (JUAN PABLO II, Cart. enc. Evangelium vitae, 102). María ha ofrecido la propia existencia, se puso toda a disposición de la voluntad de Dios, convirtiéndose en “lugar” de su presencia, “lugar” en el que mora el Hijo de Dios.
Queridos amigos, en el cotidiano desenvolvimiento de su servicio, tengamos siempre presente la carne de Cristo presente en los pobres, en los sufrientes, en los niños, también los no deseados, en las personas con minusvalías físicas o psíquicas, en los ancianos.
Por esto invoco sobre cada uno de ustedes, sobre todas las personas enfermas y sufrientes con sus familias, así como también sobre todos aquellos que se ocupan de ellas, la maternal protección de María, Salus infirmorum, para que ilumine su reflexión y acción en la obra de la defensa y de la promoción de la vida y en la pastoral de la salud. Por mi parte les aseguro la oración, la cercanía y siempre el agradecimiento por todo aquello que hacen en este campo de evangelización, mientras de corazón los bendigo.
Que el Señor los bendiga.
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