(audio) En la oración, al inicio de la Misa, hemos pedido al Señor dos gracias: “Escuchar a tu amado Hijo, para que nuestra fe se nutra de la Palabra de Dios”, y – la otra gracia – “purificar los ojos de nuestro espíritu, para que podamos gozar un día la visión de la gloria”. Escuchar. La gracia de escuchar y la gracia de purificar los ojos. Esto es propiamente con relación al Evangelio que hemos escuchado. Cuando el Señor se transfigura delante de Pedro, Santiago y Juan, ellos sienten la voz de Dios Padre, que dice: “Éste es mi Hijo, ¡escúchenlo!”. La gracia de escuchar a Jesús. ¿Para qué? Para nutrir nuestra fe con la Palabra de Dios. Y ésta es una tarea del cristiano. ¿Cuáles son las tareas del cristiano? Quizás me dirán: ir a Misa los domingos, hacer ayuno y abstinencia en Semana Santa, hacer esto… Pero la primera tarea del cristiano es escuchar la Palabra de Dios, escuchar a Jesús, porque Él nos habla y Él nos salva con su Palabra; y Él también hace más robusta, más fuerte nuestra fe con esta palabra. ¡Escuchar a Jesús!
“¡Pero Padre, yo escucho a Jesús, lo escucho tanto!” – “¿Sí? ¿Qué escuchas?” – “Escucho la radio, escucho la televisión, escucho los comentarios de la gente…”. Tantas cosas escuchamos nosotros durante la jornada, tantas cosas… Pero yo les hago una pregunta: ¿Tomamos un poco de tiempo, cada día, para escuchar a Jesús, para escuchar la Palabra de Jesús? En casa, ¿tenemos el Evangelio? Y cada día escuchamos a Jesús en el Evangelio, ¿leemos un párrafo del Evangelio? ¿O tenemos miedo de esto, o no estamos acostumbrados?
¡Escuchar la Palabra de Jesús para nutrirnos! Esto significa que la Palabra de Jesús es el alimento más fuerte para el alma: ¡nos nutre el alma, nos nutre la fe! Yo les sugiero, cada día, de tomar algunos minutos y leer un pasaje del Evangelio y escuchar qué pasa allí. Sentir a Jesús, y esa Palabra de Jesús, cada día, entra en nuestro corazón y nos hace más fuertes en la fe.
También les sugiero tener un pequeño Evangelio, uno chiquitito, que se puede llevar en el bolsillo, en la cartera, y cuando tenemos un poco de tiempo, tal vez en el autobús… cuando se puede en el autobús, porque tantas veces en el bus estamos un poco presionados para mantener el equilibrio y también para cuidar los bolsillos, ¿no?... Pero cuando tú estas sentado aquí o allá, puedes leer también durante la jornada, tomar el Evangelio y leer dos palabritas. ¡El Evangelio siempre con nosotros!
Se decía de algunos mártires de los primeros tiempos – por ejemplo de santa Cecilia – que llevaban siempre el Evangelio con ellos: ellos llevaban el Evangelio; ella, Cecilia, llevaba el Evangelio; justamente porque es nuestro primer alimento, es la Palabra de Jesús, lo que nutre nuestra fe.
Y después, la segunda gracia que hemos pedido es la gracia de la purificación de los ojos, de los ojos de nuestro espíritu, para preparar los ojos de nuestro espíritu a la vida eterna. ¡Purificar los ojos! Yo estoy invitado a escuchar a Jesús; y Jesús se nos manifiesta y con su Transfiguración nos invita a mirarlo; y mirar a Jesús purifica nuestros ojos y los prepara a la vida eterna, a la visión del Cielo. Quizás nuestros ojos están un poco enfermos porque vemos tantas cosas que no son de Jesús, o en contra de Jesús: cosas mundanas, cosas que no hacen bien a la luz del alma. Y así esta luz se apaga lentamente y, sin saberlo, terminamos en la oscuridad interior, en la oscuridad espiritual, en la oscuridad de la fe, oscuridad porque no estamos acostumbrados a mirar, a imaginar las cosas de Jesús.
Esto es lo que hoy nosotros hemos pedido al Padre, que nos enseñe a escuchar a Jesús y a mirar a Jesús. Escuchar su palabra, y piensen en lo que les decía del Evangelio: ¡es muy importante! Y mirar: cuando leo el Evangelio, imaginar y mirar cómo era Jesús, cómo hacía las cosas. Y así nuestra inteligencia, nuestro corazón, van adelante en el camino de la esperanza, en el que el Señor nos pone, como hemos escuchado que hizo con nuestro padre Abrahám. Recuerden siempre: escuchar a Jesús, para hacer que nuestra fe sea más fuerte. Mirar a Jesús, para preparar nuestros ojos a la bella visión de su rostro, donde todos nosotros – que el Señor nos de siempre la gracia – nos encontraremos en una Misa sinfín. Así sea.
(Traducción de Mariana Puebla – RV).
Fuente: radiovaticana.org
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