Señor Presidente,
Señor Primer Ministro,
Eminencias, Excelencias, Señoras y Señores, Hermanos:
Les agradezco cordialmente la acogida en el Estado de Israel, que me complace visitar en esta peregrinación que estoy realizando. Agradezco al Presidente, Señor Shimon Peres, y al Primer Ministro, Signor Benjamin Natanyahu, sus amables palabras, mientras recuerdo con agrado nuestros encuentros en el Vaticano. Como saben, vengo como peregrino 50 años después del histórico viaje del Papa Pablo VI. Desde entonces han cambiado muchas cosas entre la Santa Sede y el Estado de Israel: las relaciones diplomáticas, que desde hace 20 años se han establecido entre nosotros, han favorecido cada vez más intercambios buenos y cordiales, como atestiguan los dos Acuerdos ya firmados y ratificados y el que se está fraguando en estos momentos. En este espíritu, dirijo mi saludo a todo el pueblo de Israel y deseo que se realicen sus aspiraciones de paz y prosperidad.
Tras las huellas de mis Predecesores, he llegado como peregrino a Tierra Santa, escenario de una historia plurimilenaria y de los principales acontecimientos relacionados con el nacimiento y el desarrollo de las tres grandes religiones monoteístas, el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam; por eso, es un punto de referencia espiritual para gran parte de la humanidad. Deseo que esta Tierra bendita sea un lugar en el que no haya espacio alguno para quien, instrumentalizando y exasperando el valor de su pertenencia religiosa, se vuelve intolerante o violento con la ajena.
Durante esta peregrinación en Tierra Santa, visitaré algunos de los lugares más significativos de Jerusalén, ciudad de valor universal. Jerusalén significa “ciudad de la paz”. Así la quiere Dios y así desean que sea todos los hombres de buena voluntad. Pero desgraciadamente esta ciudad padece todavía las consecuencias de largos conflictos. Todos sabemos que la necesidad de la paz es urgente, no sólo para Israel, sino para toda la región. Que se redoblen, por tanto, los esfuerzos y las energías para alcanzar una resolución justa y duradera de los conflictos que han causado tantos sufrimientos. Junto a todos los hombres de buena voluntad, suplico a cuantos están investidos de responsabilidad que no dejen nada por intentar en la búsqueda de soluciones justas a las complejas dificultades, de modo que israelíes y palestinos puedan vivir en paz. Es necesario retomar siempre con audacia y sin cansarse el camino del diálogo, de la reconciliación y de la paz. No hay otro camino. Así pues, renuevo el llamamiento que Benedicto XVI hizo en este lugar: que sea universalmente reconocido que el Estado de Israel tiene derecho a existir y a gozar de paz y seguridad dentro de unas fronteras internacionalmente reconocidas. Que se reconozca igualmente que el pueblo palestino tiene derecho a una patria soberana, a vivir con dignidad y a desplazarse libremente. Que la “solución de los dos Estados” se convierta en una realidad y no se quede en un sueño.
Un momento especialmente intenso de mi estancia en su país será la visita al Memorial de Yad Vashem, en recuerdo de los seis millones de judíos víctimas de la Shoah, tragedia que se ha convertido en símbolo de hasta dónde puede llegar la maldad del hombre cuando, alimentada por falsas ideologías, se olvida de la dignidad fundamental de la persona, que merece respeto absoluto independientemente del pueblo al que pertenezca o la religión que profese. Pido a Dios que no suceda nunca más un crimen semejante, del que fueron víctimas en primer lugar los judíos, y también muchos cristianos y otras personas. Sin olvidar nunca el pasado, promovamos una educación en la que la exclusión y la confrontación dejen paso a la inclusión y el encuentro, donde no haya lugar para el antisemitismo, en cualquiera de sus formas, ni para manifestaciones de hostilidad, discriminación o intolerancia hacia las personas o los pueblos.
Con el corazón profundamente apenado, pienso en cuantos perdieron la vida en el atroz atentado de ayer en Bruselas. Lamentando vivamente este acto criminal de odio antisemita, encomiendo las víctimas a Dios misericordioso e imploro la curación de los heridos.
La brevedad del viaje limita inevitablemente las posibilidades de encuentros. Desde aquí quisiera saludar a todos los ciudadanos israelíes y manifestarles mi cercanía, especialmente a los que viven en Nazaret y en Galilea, donde están presentes también muchas comunidades cristianas.
A los Obispos y a los fieles laicos cristianos aquí presentes dirijo mi saludo fraterno y cordial. Los animo a proseguir con confianza y esperanza su sereno testimonio a favor de la reconciliación y del perdón, siguiendo la enseñanza y el ejemplo del Señor Jesús, que dio la vida por la paz entre los hombres y Dios, entre hermano y hermano. Sean fermento de reconciliación, portadores de esperanza, testigos de caridad. Sepan que están siempre en mis oraciones.
Señor Presidente, deseo invitarle a usted y al Señor Presidente Mahmud Abbas, a que elevemos juntos una intensa oración pidiendo a Dios el don de la paz. Ofrezco la posibilidad de acoger este encuentro de oración en mi casa, en el Vaticano. Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla; y todos tenemos el deber, especialmente los que están al servicio de sus pueblos, de ser instrumentos y constructores de la paz, sobre todo con la oración. Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es un tormento. Los hombres y mujeres de esta Tierra y de todo el mundo nos piden presentar a Dios sus anhelos de paz.
Señor Presidente, Señor Primer Ministro, Señoras y Señores, les agradezco nuevamente su acogida. Que la paz y la prosperidad desciendan abundantemente sobre Israel. Que Dios bendiga su pueblo con la paz. ¡Shalom!
Fuente: Libreria Editrice Vaticana
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