Aula del Sínodo
Jueves 4 de septiembre de 2014
Estoy como aquel que le dijeron: “Diga algo”. Y entonces dice: “Bueno, voy a improvisar”. Y saca lo que tenía hecho.
Son los puntos que más o menos quería decirles, a los cuales incorporo los que he visto aquí.
Primero de todo, muchas gracias. La presencia aquí es algo raro. Yo le decía al Presidente de la Academia Pontificia, Mons. Sánchez Sorondo, que se estaba haciendo movimiento. Es algo raro por el movimiento, por el trabajo, por la intensidad, por la gente que va y que viene, por la creatividad del protocolo… en el marco de estas III Jornadas de la Red Mundial de Escuelas para el Encuentro. Entonces, la idea es el encuentro. Esta cultura del encuentro que es el desafío. Hoy ya nadie duda que el mundo está en guerra. Y nadie duda, por supuesto, que el mundo está en desencuentro. Y hay que proponer una cultura del encuentro de alguna manera. Una cultura de la integración, del encuentro, de los puentes, ¿no es cierto? Y este trabajo, lo están haciendo ustedes. Yo le agradezco a la Pontificia Academia de las Ciencias, a Mons. Marcelo Sánchez Sorondo, que haya facilitado todo esto. Se ha movido mucha gente. Yo sé que estos dos cuando se juntan son un peligro. Mueven mucho. Pero recuerdo ese refrán africano: “Para educar a un hijo hace falta una aldea”. Para educar a una persona, hace falta todo esto.
No podemos dejar solos a los chicos, por favor. Ya se ha incorporado a nuestro lenguaje hablar de los chicos de la calle, “i bambini di strada”, como si un chico pudiera estar solo, abandonado de todo lo que es entorno cultural, de todo lo que es entorno familiar. Sí, está la familia, está la escuela, está la cultura, pero el chico está solo. ¿Por qué? Porque el pacto educativo está roto y hay que recomponer el pacto educativo. Una vez, en cuarto grado, le falté al respeto a la maestra, y la maestra mandó llamar a mi mamá. Vino mi mamá, yo me quedé en la clase, la maestra salió. Y después me llamaron, y mi mamá muy tranquila –yo temía lo peor, ¿no?– me dijo: –¿Vos hiciste esto y esto y esto? ¿Le dijiste esto a la maestra? –Sí. –Pedile perdón. Y me hizo pedirle perdón delante de ella. Yo quedé feliz. Me salió fácil. El segundo acto fue cuando llegué a casa. Hoy día, al menos en tantas escuelas de mi patria, una maestra pone una observación en el cuaderno del chico y al día siguiente tiene al padre o a la madre denunciando a la maestra. Está roto el pacto educativo. No es todos juntos por el chico. Y así hablemos de la sociedad también. O sea, recomponer el pacto educativo, recomponer esta aldea para educar a un chico. No los podemos dejar solos, no los podemos dejar en la calle, ni desprotegidos, y a merced de un mundo en el que prevalece el culto al dinero, a la violencia y al descarte. Me repito mucho en esto, pero evidentemente que se ha instalado la cultura del descarte. Lo que no sirve se tira. Se descartan los chicos porque no se los educa o no se los quiere. Los niveles de natalidad de algunas naciones desarrolladas son alarmantes. Se descartan los ancianos –y acuérdense de lo que dije de chicos y ancianos en el futuro–, porque se ha instalado este sistema de eutanasia encubierta. Es decir, las obras sociales te cubren hasta aquí, y después morite. Descartan los chicos, los ancianos y ahora el nuevo descarte, toda una generación de jóvenes sin trabajo en países desarrollados. Se habla de 75 millones de jóvenes en países desarrollados, de 25 años para abajo, sin trabajo. Se descarta una generación de jóvenes. Esto nos obliga a salir y no dejar a los chicos solos, por lo menos eso. Y ése es nuestro trabajo. Ellos y los ancianos ciertamente son las personas más expuestas en esta cultura en la que predomina este descarte, pero también los jóvenes. Les tocó el turno a ellos también, para mantener un sistema de finanzas equilibrado donde en el centro ya no está la persona humana sino el dinero.
En este sentido, es muy importante fortalecer los vínculos: los vínculos sociales, los familiares, los personales. Todos, pero especialmente los niños y los más jóvenes, tienen necesidad de un entorno adecuado, de un hábitat verdaderamente humano, en el que se den las condiciones para su desarrollo personal armónico y para su integración en el hábitat más grande de la sociedad. Qué importante resulta entonces el empeño por crear una “red” extensa y fuerte de lazos verdaderamente humanos, que sostenga a los niños, que los abra confiada y serenamente a la realidad, que sea un auténtico lugar de encuentro, en el que lo verdadero, lo bueno y lo bello se den en su justa armonía. Si el chico no tiene esto, solamente le queda el camino de la delincuencia y de las adicciones. Los animo a que sigan trabajando para crear esta aldea humana, cada vez más humana, que ofrezca a los niños un presente de paz y un futuro de esperanza.
En ustedes veo, en estos momentos, el rostro de tantos chicos y jóvenes a los que llevo en el corazón, porque sé que son material de descarte, y por los que vale la pena trabajar sin descanso. Gracias por lo que hacen por esta iniciativa, donde también los vínculos entre ustedes tienen que prevalecer para no dar lugar a las internas: –No, ésta me la llevo yo. Acá meto la mano yo. Esto es para mi sector. No, no, no. O sea, voy a crear vínculos de unidad si soy capaz de vivirlos en una iniciativa donde cada uno resigne las ganas de mandar y haga crecer las ganas de servir. Les pido que recen por mí, que lo necesito. Y que Dios los bendiga.
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