“En la primera lectura escuchamos que se dice que tenemos un gran sacerdote que es capaz. Jesús es como nosotros. Jesús vivió como nosotros. Es igual a nosotros en todo. En todo menos en el pecado, porque Él no era pecador. Pero para ser más igual a nosotros se vistió, asumió nuestros pecados. ¡Se hizo pecado! Y eso lo dice Pablo que lo conocía muy bien. Y Jesús va delante nuestro siempre y cuando nosotros pasamos por alguna cruz, Él ya pasó primero. Y si hoy todos nosotros nos reunimos aquí 14 meses después que pasó el Tifón Yolanda, es porque tenemos la seguridad de que no nos vamos a frustrar en la fe, porque Jesús pasó primero. En su pasión Él asumió todos nuestros dolores, y –permítanme esta confidencia- cuando yo vi desde Roma esta catástrofe, sentí que tenía que estar aquí. Esos días decidí hacer el viaje aquí. Quise venir para estar con ustedes, un poco tarde me dirán, es verdad, pero estoy (aplausos). Estoy para decirles que Jesús es el Señor; que Jesús no defrauda (aplausos). Padre, me puede decir uno de ustedes, a mí me dafraudó porque perdí mi casa, perdí lo que tenía, estoy enfermo. Es verdad eso que me decís y yo respeto tus sentimientos, pero lo veo ahí clavado y desde ahí no nos defrauda (aplausos). Él fue consagrado Señor en ese trono y ahí pasó por todas las calamidades que nosotros tenemos. ¡Jesús es el Señor! y es Señor desde la cruz, ahí reinó. Por eso Él es capaz de entendernos, como escuchamos en la primera lectura: Se hizo en todo igual a nosotros. Por eso tenemos un Señor que es capaz de llorar con nosotros; que es capaz de acompañarnos en los momentos más difíciles de la vida. Tantos de ustedes han perdido todo. Yo no sé qué decirles. ¡Él sí sabe qué decirles! Tantos de ustedes han perdido parte de la familia. Solamente guardo silencio, los acompaño con mi corazón en silencio…
Tantos de ustedes se han preguntado mirando a Cristo: ¿por qué Señor? Y el Señor responde al corazón de cada uno, desde su corazón. Yo no tengo otras palabras que decirles. Miremos a Cristo, Él es el Señor y Él nos comprende porque pasó por todas las pruebas que nos sobrevienen a nosotros.
Y junto a Él en la cruz estaba la madre. Nosotros somos como ese chico que está ahí abajo, que en los momentos de dolor, de pena; en los momentos en que no entendemos nada, en los momentos en que queremos revelarnos, solamente nos viene estirar la mano y agarrarnos de su pollera y decirle: “¡Mamá!”. Como un chico que cuando tiene miedo dice: “¡Mamá!”. Es quizás la única palabra que puede expresar lo que sentimos en los momentos oscuros: ¡madre!, ¡mamá!.
Hagamos juntos un momento de silencio, miremos al Señor, Él puede comprendernos porque pasó por todas estas cosas. Y miremos a nuestra Madre y como el chico que está abajo agarrémonos de la pollera y con el corazón digámosle “Madre”. En silencio hagamos esta oración, cada uno dígale lo que siente…
No estamos solos, tenemos una madre, tenemos a Jesús nuestro hermano mayor. No estamos solos. Y también tenemos muchos hermanos que, en el momento de catástrofe, vinieron a ayudarnos. Y también nosotros nos sentimos más hermanos ayudándonos, que nos hemos ayudado unos a otros.
Esto es lo único que me sale decirles. Perdónenme si no tengo otras palabras. Pero tengan la seguridad de que Jesús no defrauda; tengan la seguridad que el amor y la ternura de nuestra madre no defrauda. Y agarrados a ella como hijos y con la fuerza que nos da Jesús nuestro hermano mayor sigamos adelante. Y como hermanos caminemos.
Después de la comunión, en la mañana del sábado 17 de enero, el Sucesor de Pedro rezó en voz alta:
Acabamos de celebrar la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo. Jesús nos precedió en este camino y nos acompaña en cada momento que nos reunimos a orar y celebrar. Gracias Señor por estar hoy con nosotros. Gracias Señor por compartir nuestros dolores. Gracias Señor por darnos esperanza. Gracias Señor por tu gran misericordia. Gracias Señor porque quisiste ser como uno de nosotros. Gracias Señor porque siempre estas cercano a nosotros, aún en los momentos de cruz. Gracias Señor por darnos la esperanza. Señor ¡qué no nos roben la esperanza! Gracias Señor porque en el momento más oscuro de tu vida, en la cruz, te acordaste de nosotros y nos dejaste una madre, tu madre. Gracias Señor por no dejarnos huérfanos".
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