Ustedes no tienen miedo de la lluvia eh? ¡Que buenos!
La liturgia extiende la Solemnidad de la Navidad por ocho días: ¡un tiempo de alegría para todo el pueblo de Dios! Y en este segundo día de la octava, en el gozo de la Navidad se introduce la fiesta de san Esteban, el primer mártir de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos lo presenta como un “hombre lleno de fe y del Espíritu Santo” (6,5), elegido junto a otros seis para el servicio a las viudas y a los pobres en la primera comunidad de Jerusalén. Y nos relata su martirio: cuando, después de un discurso de fuego que suscitó la cólera de los miembros del Sanedrín, fue arrastrado fuera de los muros de la ciudad y lapidado. Esteban murió como Jesús, pidiendo el perdón para sus asesinos. (7,55-60).
En el clima alegre de la Navidad, esta conmemoración podría parecer fuera de lugar. La Navidad en efecto es la fiesta de la vida y nos infunde sentimientos de serenidad y paz; ¿por qué turbar el encanto con el recuerdo de una violencia tan atroz? En realidad, en la óptica de la fe, la fiesta de san Esteban está en plena sintonía con el significado profundo de la Navidad. En el martirio, de hecho, la violencia es vencida por el amor, la muerte por la vida. La Iglesia ve en el sacrificio de los mártires su “nacimiento al cielo”. Celebramos hoy, pues, el “nacimiento” de Esteban, que en profundidad brota de la Navidad de Cristo. ¡Jesús transforma la muerte de cuantos lo aman en aurora de vida nueva!
En el martirio de Esteban se reproduce la misma confrontación entre el bien y el mal, entre el odio y el perdón, entre la mansedumbre y la violencia, que tuvo su cumbre en la Cruz de Cristo. La memoria del primer mártir llega así, inmediatamente, a disolver una falsa imagen de la Navidad: ¡la imagen dulce y de fábula, que no existe en el Evangelio! La liturgia nos reconduce al sentido auténtico de la encarnación, uniendo Belén al Calvario y recordándonos que la salvación divina implica la lucha contra el pecado, pasa a través de la puerta estrecha de la Cruz. Éste es el camino que Jesús indicó claramente a sus discípulos, como afirma el Evangelio de hoy: “Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10, 22).
Por ello hoy oramos en modo particular por los cristianos que padecen discriminaciones a causa del testimonio de Cristo y del Evangelio. Estemos cercanos a estos hermanos y hermanas que, como san Esteban, son acusados injustamente y hechos objeto de violencia de diverso tipo. Estoy seguro que, lamentablemente, son más numerosos hoy que en los primeros tiempos de la Iglesia. ¡Son tantos! Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa no es todavía garantizada o no es plenamente realizada. Pero también sucede en Países y ambientes en los que sobre los papeles tutelan la libertad y los derechos humanos, pero donde de hecho los creyentes, y especialmente los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones. Quisiera pedirles, recemos hoy por estos hermanos y hermanas un momento, en silencio, todos.
Los confiamos a la Virgen: Dios te salve María...
Al cristiano esto no lo maravilla, porque Jesús lo preanunció como ocasión propicia para dar testimonio. Sin embargo, en el plano civil, la injusticia debe ser denunciada y eliminada.
María Reina de los Mártires nos ayude a vivir la Navidad con aquel ardor de fe y amor que refulge en san Esteban y en todos los mártires de la Iglesia.
Saludos después del Ángelus
Saludo las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones y los particulares fieles procedentes de Roma, de Italia y de cada lugar del mundo. La pausa de estos días ante el pesebre para admirar a María y José junto al Niño, pueda suscitar en todos un generoso empeño de amor recíproco, para que al interno de las familias y de las varias comunidades se viva aquel clima de acuerdo y hermandad que tanto favorece al bien común.
¡Felices fiestas navideñas y buen almuerzo! ¡Hasta pronto!
Fuente: radiovaticana.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario