La alegría de ser misionero
La tradicional cita anual de la Jornada en que la Iglesia de Dios en España celebra el «Día de Hispanoamérica», que tendrá lugar el 2 de marzo de 2014, está marcada por el hecho inédito de la presencia del primer Papa venido del «Nuevo Mundo» americano en la historia bimilenaria de la Iglesia católica.
Celebrar esta Jornada en tiempos del pontificado del Papa Francisco tiene implicaciones y repercusiones de especial magnitud. Para la Iglesia de Dios en España, para su episcopado, para la Comisión episcopal de misiones y cooperación entre las Iglesias, para todas las diócesis y comunidades, es una llamada a intensificar y profundizar los vínculos que unen a España con Hispanoamérica y a fortalecer la comunión evangelizadora entre sus Iglesias.
Responder con gozo a la vocación misionera
El lema escogido para esa Jornada ha sido «La alegría de ser misionero». Sin duda, ese lema evoca la respuesta gozosa a aquella vocación que ha llevado y animado, desde el encuentro con el «Nuevo Mundo» hasta la actualidad, a millares de misioneros españoles a dejar sus terruños, diócesis y comunidades de origen para ponerse al servicio de la evangelización americana. ¡Cómo no rendir homenaje a los sacerdotes de la OCSHA (Obra de cooperación sacerdotal hispanoamericana) que en este año 2014 celebran sus bodas de oro sacerdotales, algunos de ellos ya regresados a sus diócesis de origen por razón de su edad o por enfermedad, otros sirviendo aún a las Iglesias de destino en los países de América Latina! ¿Acaso no han sido ellos mismos quienes han salido e ido al encuentro de los pueblos como vanguardias misioneras de un movimiento evangelizador sin confines, hacia todas las periferias humanas, conmovidos por el encuentro con Cristo y urgidos por compartir su presencia redentora por doquier?
Dicho lema fue providencialmente escogido poco tiempo antes de que se anunciara la exhortación apostólica del Papa Francisco precisamente con el título de , traducido «La alegría del Evangelio». La preparación y realización del Día de Hispanoamérica serán, pues, iluminadas por dicha exhortación apostólica. «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Cristo siempre nace y renace la alegría. En esta exhortación —señala el Papa Francisco en su introducción (n. 1)— quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría [...]». Leamos nuevamente esta exhortación apostólica, meditémosla, gustémosla y confrontemos nuestra experiencia cristiana y sacerdotal con la conversión personal, pastoral y misionera que nos pide Dios por boca del Papa Francisco.
El entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, jefe de la Comisión redactora del Documento de Aparecida, quiso personalmente estampar al final de ese documento las expresiones típicas del talante de un auténtico evangelizador, recogiéndolas de la exhortación apostólica de S.S. Pablo VI y ahora incluyéndolas también en : «Recobremos, pues, el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo —como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia— con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea esta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo» ( 80; da 552; 10). Porque evangelizar «constituye , en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda» ( 14).
Llamados a compartir la alegría de Jesús
Desde comienzos de su pontificado, el Papa Francisco está llamando a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo a compartir la alegría de Jesús, generada por su intimidad de amor con Dios Padre y el Espíritu Santo en el misterio de comunión trinitaria y por su obediencia en el cumplimiento del designio de salvación de multitudes. ¡Los cristianos no pueden tener caras tristes, sino rostros llenos del gozo de haber recibido la fe por medio del bautismo, de ser salvados, de ser redimidos, de vivir en comunión, de ser testigos de las maravillas de Dios, de su amor misericordioso! Su alegría es compartir la vida con Jesús. ¿Y qué es la misión sino un desborde de esa gratitud y alegría, que se comunica a los demás?
Este mensaje de alegría está hoy especialmente dirigido a los misioneros «ad gentes». Cuando el Papa Francisco se refiere a la nueva evangelización, incluye como principal y prioritaria finalidad la necesaria conversión de los cristianos que no viven las exigencias del bautismo. Sin embargo, considera como «tarea primordial de la Iglesia» la viva solicitud del anuncio a los que están alejados de Cristo. «La actividad misionera «representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia» y «la causa misionera debe ser la primera»» ( 15). Los Evangelios nos narran que «la alegría del Evangelio que llena la vida de los discípulos es una alegría misionera», que «siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá [...]», sin detenerse porque «el Espíritu lo mueve a salir hacia otros pueblos» ( 21). Estas hermosas expresiones parecen especialmente acuñadas para que hagan eco de nuevo en el corazón de todos los misioneros españoles en tierras americanas, pero también para suscitar en todas las diócesis españolas, en comunidades religiosas y en movimientos eclesiales, nuevas y muchas más vocaciones misioneras. La fe crece dándola: crece en los mismos misioneros y crece en quienes se benefician de sus servicios evangelizadores. Crece también en las diócesis de origen, trabajadas por la gracia del Espíritu Santo, que continúa haciendo resonar el mandato de «ir y hacer discípulos de todas las naciones» y las edifica con el testimonio de sus hijos que han dado generosa y efectiva respuesta a este mandato.
Una misión renovada y renovadora
Hay un pasaje en la exhortación apostólica que hay que saborear y meditar en el itinerario misional. Es una cita larga, pero sin desperdicio si es meditada en clave misionera, para mantener viva la alegría y la esperanza. «El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a sus discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13, 17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre, sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo» (n. 24).
Todos tenemos necesidad de renovar nuestra alegría de ser misioneros. ¿Acaso estamos inmunes a las «tentaciones» que enumera el Papa en su exhortación apostólica? No obstante nuestro servicio entregado, nos acechan el individualismo, las crisis de identidad, la disminución del fervor, el pesimismo estéril, cierto derrotismo, un cansancio que va mellando nuestras fuerzas físicas y espirituales. Nos pesa cargar con las fatigas y sufrimientos, no sólo propios, sino de las comunidades a las que servimos. Es difícil ser testigos de la alegría cristiana en medio de tantas heridas físicas y espirituales que compartimos. Estamos muy cerca de las llagas de los pobres y enfermos, de los oprimidos y maltratados, de las víctimas de familias desintegradas, de los que se dejan seducir por las drogas o por la violencia, de los que rechazan lo religioso y pierden todo sentido de la vida. La Iglesia es un «hospital de campaña» —ha dicho el Papa Francisco—, cuya medicina mejor es el amor misericordioso, que a todos abraza, a ninguno excluye, a todos llama a la sanación. Ser misionero es estar, en cuerpo y alma, en todas estas periferias humanas, como compañía cristiana y sacerdotal, educativa y evangelizadora. Tiene mucho de cruz, pero cargada por testigos de la resurrección del Señor.
Centrados en Cristo, para alcanzar las periferias existenciales
No podemos asumir todas esas responsabilidades con nuestras solas fuerzas, frágiles y desordenadas, pecadores también nosotros que necesitamos e imploramos la misericordia de Dios. Por eso, cuanto más estamos «descentrados» en la misión, más hemos de estar «centrados» en Cristo; cuanto más estamos lanzados a la diáspora, más arraigados en la comunión; cuanto más absorbidos por actividades, más disciplinados en nuestros tiempos de oración y contemplación; ¡con mucho «olor a oveja» y perfume de Jesucristo! También el ministerio misionero se realiza de rodillas. Sólo implorando día a día la gracia del Señor, que se irradia por los sacramentos, que se cultiva en la oración y que se manifiesta en el amor lleno de misericordia y ternura hacia quienes nos han sido confiados, y especialmente a los más pobres, reviviremos la alegría de ser misioneros. Sólo así reviviremos la alegría de nuestro primer «sí», como el de María, la alegría de nuestra primera respuesta a la vocación de ser misioneros, las pequeñas y grandes alegrías compartidas en el camino de nuestra vida y nuestras comunidades.
No olvidemos que, en el tiempo del pontificado del Papa Francisco, la Providencia de Dios ha colocado a las Iglesias de América Latina en una situación singular. Han de asumir nuevas responsabilidades, exigencias y desafíos. Toda su vida, estructuras y actividades han de estar renovadas desde el paradigma misionero. Un nuevo ímpetu y creatividad ha de manifestarse en su «misión continental». Todo el Pueblo de Dios ha de ponerse en camino misionero. Por ello, es importante destacar la «peregrinación» y «encuentro» que reunió en la Basílica-Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, del 16 al 19 de noviembre de 2013, a nueve cardenales y más de setenta obispos de todo el continente americano —¡Ecclesia in America!—, evento convocado por la Pontificia Comisión para América Latina con el fin de dar nuevo ímpetu, participación y creatividad a la «misión continental», desde Alaska a la Patagonia. Y ello implica también, como quedó patente en el reciente Congreso americano misionero (CAM 4) celebrado en Maracaibo del 26 al 30 de noviembre de 2013, que la Iglesia en América Latina ha de ser mucho más consciente y activa en cuanto a su solicitud apostólica universal, desbordando sus confines continentales y colaborando con el ministerio universal de evangelización del Papa. Sean los misioneros españoles testigos y educadores que colaboren para que no falten misioneros latinoamericanos en la nueva evangelización en tierras europeas, portadores de Cristo y servidores de la Iglesia y de los pueblos en tierras africanas y del Extremo Oriente asiático.
Confiemos todas nuestras intenciones a Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de Dios y primera portadora de Jesús en tierras del «Nuevo Mundo», Estrella de la primera y de la nueva evangelización, pedagoga de la inculturación del Evangelio en la vida y cultura de sus pueblos, para que nos enseñe a cantar gozosos todas las maravillas que Dios ha hecho en nuestras vidas.
Vaticano, 12 de diciembre de 2013, festividad de Nuestra Señora de Guadalupe
Card. Marc Ouellet
Presidente
Pontificia Comisión para América Latina
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