Queridos hermanos:
Me llena de alegría recibirlos esta mañana. Agradezco el saludo que, en nombre de todos, me ha dirigido el Cardenal Marc Ouellet, presentándome las líneas de sus trabajos y los propósitos que animan su labor.
Este año, siguiendo las huellas de la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, han querido centrar sus reflexiones en los millones de jóvenes de América Latina y el Caribe, que viven en condiciones de “emergencia educativa” y para quienes se plantea la cuestión fundamental de la traditio de la fe.
La Iglesia quiere imitar a Jesús en su acercamiento a los jóvenes. Desea repetirles que merece la pena seguir el ejemplo que nos dio, ejemplo de entrega, de servicio, de amor desinteresado, de lucha por la justicia y la verdad. La Santa Madre Iglesia está convencida de que el mejor Maestro de los jóvenes es Jesucristo. Ella quiere inculcar en todos ellos sus mismos sentimientos, mostrándoles así que es hermoso vivir como él lo hizo, desterrando el egoísmo y dejándose atraer por la belleza de la bondad. Quien conoce en profundidad a Jesús no se queda en el sofá. Se engancha a su estilo de vida y llega a ser un discípulo misionero de su Evangelio, dando testimonio entusiasta de su fe, no ahorrando sacrificios.
Siempre me ha impresionado el encuentro de Jesús con el joven rico (cf. Lc 18,18-23). Creo que es un lindo modelo que expone al vivo la pedagogía del Señor. Me detengo en tres aspectos de este relato: cómo Cristo acoge, escucha y llama a ese joven a seguirlo.
1. La acogida: Éste es el gesto primero de Jesús y también nuestro. Es previo a toda enseñanza o misión apostólica. Cristo se detuvo con aquel joven, lo miró con afecto, con mucho amor: es el abrazo de la caridad sin condiciones. El Señor se pone en la situación de cada uno, incluso de aquellos que lo rechazan. No les paga con la misma moneda. Estar cercanos a los jóvenes en todos los ambientes de su vida: en la escuela, la familia, el trabajo..., atentos a sus necesidades y aspiraciones, no sólo materiales. Muchos pasan por graves problemas. Cómo no pensar en el fracaso escolar, el desempleo, la soledad, la amargura en las familias desunidas. Son momentos difíciles, que les hacen experimentar frustración y desprotección; los vuelven vulnerables a las drogas, al sexo sin amor, a la violencia... Se nos pide no abandonar a los jóvenes, no dejarlos al costado del camino; necesitan mucho sentirse valorados en su dignidad, rodeados de cariño, comprendidos.
2. Después, Jesús entabló un diálogo franco y cordial con aquel joven. Escuchó sus inquietudes y las clarificó con la luz de la Sagrada Escritura. Jesús, de entrada, no condena, no tiene prejuicios, no cae en los tópicos de siempre; del mismo modo los jóvenes tienen que sentirse en la Iglesia como en casa. No solamente ha de abrirles sus puertas; tiene que salir a buscarlos, sintonizando con sus reclamos y dando espacio para que se sientan escuchados. Ella es madre y no puede permanecer indiferente, sino conocer sus preocupaciones y llevarlas al corazón de Dios.
3. Y, finalmente, Jesús invita a aquel joven a seguirlo: Vende todo… y luego ven y sígueme (cf. Lc 18,22). Estas palabras no han perdido su actualidad. Los jóvenes las tienen que oír de nosotros. Que escuchen que Cristo no es un personaje de novela, sino una persona viva, que quiere compartir ese deseo irrenunciable que ellos tienen de vida, de compromiso, de entrega. Si nos contentamos con darles un mero consuelo humano, los defraudamos. Es importante ofrecerles lo mejor que tenemos: a Jesucristo, su Evangelio, y con ello un horizonte nuevo, que les haga afrontar la vida con coherencia, honradez y altura de miras. Ellos ven los males del mundo y no se callan, ponen el dedo en la llaga, piden un mundo mejor, no admiten sucedáneos. Quieren ser protagonistas de su presente y constructores de un futuro en donde no quepa la mentira, la corrupción, la insolidaridad... La Iglesia en América Latina no puede desperdiciar el tesoro de su juventud, con todas sus potencialidades para el crecimiento de la sociedad, con sus grandes anhelos de forjar una gran familia de hermanos reconciliados en el amor. En ese camino, Jesús sale al encuentro de nuestros jóvenes, los llama a su lado y les regala su fuerza, su Palabra, en la que pueden encontrar inspiración para afrontar los retos que se les presentan. Necesitan ser amigos de Cristo, para convertirse en “callejeros de la fe” y llevarlo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra (cf. Esort. ap. Evangelii gaudium, 106). Y que sientan la calidez de la santa Madre Iglesia, tanto en el recibirlos como en el acompañarlos; y también la calidez de la otra Madre, la de Jesús y la nuestra. Cuando caminamos agarrados de su mano, se nos va el miedo y aprendemos a sonreír de un modo nuevo.
Queridos hermanos, los jóvenes nos esperan. No los defraudemos. Los invito a asumir este desafío con decisión. Que las comunidades cristianas de América Latina y el Caribe sepan ser acompañantes, maestras y madres de todos y cada uno de sus jóvenes. Educar a los jóvenes, evangelizarlos y convertirlos en discípulos misioneros es tarea ardua, paciente, pero muy urgente y necesaria. Les confieso que merece la pena. Saluden a los jóvenes en mi nombre y díganles que les pido el favor de que recen por mí. Que Jesús vaya siempre con ustedes y los bendiga.
Fuente: radiovaticana.org
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