La Iglesia os da las gracias y os necesita para la nueva evangelización
Hacia las 11,30 del viernes 20 de enero, en el Aula Pablo VI,
Benedicto XVI recibió en audiencia a los miembros del Camino
Neocatecumenal y les dirigió el discurso que ofrecemos a continuación.
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Queridos hermanos y hermanas: También este año tengo la alegría de
poder reunirme con vosotros y compartir este momento de envío a la
misión. Vaya un saludo especial a Kiko Argüello, a Carmen Hernández y al
sacerdote Mario Pezzi, junto con un saludo cariñoso a todos vosotros,
sacerdotes, seminaristas, familias, formadores y miembros del Camino
Neocatecumenal. Vuestra presencia hoy es un testimonio visible de
vuestro gozoso empeño de vivir la fe, en comunión con toda la Iglesia y
con el Sucesor de Pedro, y de ser anunciadores valientes del Evangelio.
En el pasaje de san Mateo que hemos escuchado, los Apóstoles reciben
un mandato preciso de Jesús: «Id, pues, y haced discípulos a todos los
pueblos» (Mt 28, 19). Inicialmente habían dudado; en su corazón aún
había incertidumbre, estupor ante el acontecimiento de la Resurrección. Y
es el propio Jesús, el Resucitado –según subraya el Evangelista–, quien
se acerca a ellos, hace que perciban su presencia y los envía a enseñar
todo lo que les ha comunicado, dándoles una certeza que acompaña a todo
anunciador de Cristo: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 21). Son palabras que
resuenan poderosamente en vuestro corazón. Habéis cantado Resurrexit,
que expresa la fe en el Viviente, en aquél que, en un acto supremo de
amor, venció al pecado y a la muerte y le da al hombre –nos da a
nosotros– el fervor del amor de Dios, la esperanza de ser salvados, un
futuro de eternidad.
Durante estos decenios de vida del Camino, uno de vuestros
compromisos firmes ha sido el de proclamar a Cristo resucitado, el de
responder a sus palabras con generosidad, abandonando a menudo
seguridades personales y materiales, llegando incluso a dejar el propio
país, afrontando situaciones nuevas y no siempre fáciles. Llevar a
Cristo a los hombres y a los hombres a Cristo: esto es lo que anima toda
obra evangelizadora. Vosotros lo realizáis en un camino que, a quien ya
ha recibido el bautismo, le ayuda a redescubrir la belleza de la vida
de fe, la alegría de ser cristiano. «Seguir a Cristo» exige la aventura
personal de buscarlo, de caminar con él, pero siempre implica también
salir de la cerrazón del yo, quebrar el individualismo que
frecuentemente caracteriza a nuestro tiempo, para sustituir el egoísmo
por la comunidad del hombre nuevo en Jesucristo. Y ello acontece en una
relación profunda con él, en la escucha de su palabra, al recorrer el
camino que nos ha indicado;pero acontece también, indisociablemente, al
creer con su Iglesia, con los santos, en los que el verdadero rostro de
la Esposa de Cristo se da siempre a conocer, una y otra vez.
Se trata, como sabemos, de un compromiso no siempre fácil. A veces
estáis presentes en lugares en los que se precisa un primer anuncio del
Evangelio, la missio ad gentes; a menudo os encontráis, en
cambio, en áreas que, aún habiendo conocido a Cristo, se han vuelto
indiferentes hacia la fe, pues el laicismo ha eclipsado en ellas el
sentido de Dios y ensombrecido los valores cristianos. Allí, vuestro
compromiso y vuestro testimonio han de ser como la levadura, que, con
paciencia, respetando los tiempos, con sensus Ecclesiæ, hace
que crezca toda la masa. La Iglesia ha reconocido en el Camino un don
especial que el Espíritu Santo ha otorgado a nuestros tiempos, y la
aprobación de sus Estatutos y de su Directorio catequético dan fe de
ello. Os animo a aportar vuestra contribución original a la causa del
Evangelio. En vuestra valiosa labor, buscad siempre una comunión
profunda con la Sede Apostólica y con los pastores de las Iglesias
particulares en las que estáis insertados: la unidad y la armonía del
cuerpo eclesial constituyen un importante testimonio de Cristo y de su
Evangelio en el mundo en que vivimos.
Queridas familias: La Iglesia os da las gracias; os necesita para la
nueva evangelización. Es la familia una célula importante para la
comunidad eclesial en la que se forma con vistas a la vida humana y
cristiana. Veo con gran alegría a vuestros hijos, a tantos niños que os
contemplan, queridos padres, y que contemplan vuestro ejemplo. Un
centenar de familias van a salir camino de doce misiones ad gentes.
Os invito a no tener miedo: quien lleva el Evangelio nunca está solo.
Saludo con afecto a los sacerdotes y a los seminaristas: amad a Cristo y
a la Iglesia, comunicad la alegría de haberlo encontrado y la belleza
de haberle entregado todo. Saludo también a los itinerantes, a los
responsables y a todas las comunidades del Camino. ¡Seguid siendo
generosos con el Señor, que no dejará que os falte su consuelo!
Hace poco os ha sido leído el Decreto por el que se aprueban las
celebraciones presentes en el Directorio catequético del Camino
Neocatecumenal, que, sin ser estrictamente litúrgicas, forman parte del
itinerario de crecimiento en la fe. Es un elemento más que os muestra
cómo la Iglesia os acompaña con atención en un discernimiento paciente
que comprende vuestra riqueza, pero que atiende también a la comunión y a
la armonía de todo el Corpus Ecclesiæ.
Este hecho me brinda la ocasión de formular una breve reflexión sobre
el valor de la liturgia. El Concilio Vaticano II la define como obra de
Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Sacrosanctum Concilium,
n. 7). A primera vista, esto podría sonar extraño, ya que la obra de
Cristo parece designar las acciones redentoras históricas de Jesús: su
pasión, muerte y resurrección. ¿En qué sentido es, pues, la liturgia
obra de Cristo? La pasión, la muerte y la resurrección de Jesús no son
sólo acontecimientos históricos: alcanzan y penetran la historia, pero
la trascienden y permanecen siempre presentes en el corazón de Cristo.
En la acción litúrgica de la Iglesia está la presencia activa de Cristo
resucitado, que hace presente y eficaz para nosotros hoy el mismo
misterio pascual, por nuestra salvación; nos atrae a ese acto de la
entrega de sí que en su corazón está siempre presente y nos permite
participar de esa presencia del misterio pascual. Esta obra del Señor
Jesús, que es el contenido auténtico de la liturgia –entrar en la
presencia del misterio pascual–, es también obra de la Iglesia, que, al
ser su cuerpo, es un único sujeto con Cristo –Christus totus caput et corpus,
según dice San Agustín–.Al celebrar los sacramentos, Cristo nos sumerge
en el misterio pascual para hacernos pasar de la muerte a la vida, del
pecado a la existencia nueva en Cristo.
Esto se aplica de especialísima manera a la celebración de la
eucaristía, que, al ser la cumbre de la vida cristiana, es también el
eje de su redescubrimiento, hacia el que tiende el Neocatecumenado. Como
rezan vuestros Estatutos, «la Eucaristía es esencial al
Neocatecumenado, en cuanto catecumenado postbautismal, vivido en pequeña
comunidad» (art. 13 § 1). Precisamente con vistas a favorecer un nuevo
acercamiento a la riqueza de la vida sacramental por parte de personas
que se han alejado de la Iglesia o que no han recibido una formación
adecuada, los neocatecumenales pueden celebrar la eucaristía dominical
en la pequeña comunidad, tras las Primeras Vísperas del domingo,
conforme a las disposiciones del obispo diocesano (cf. Estatutos, art.
13 § 2). Pero toda celebración eucarística es acción del único Cristo en
unión de su única Iglesia, y está por lo tanto abierta a cuantos
pertenecen a esa su Iglesia. Este carácter público de la santa
eucaristía halla expresión en el hecho de que toda celebración de la
santa misa es dirigida, en última instancia, por el obispo, en su
calidad de miembro del Colegio Episcopal, como responsable de una
determinada Iglesia local (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium,
n. 26). La celebración en las pequeñas comunidades, regulada por los
libros litúrgicos–que han de seguirse fielmente– y con las
particularidades aprobadas en los Estatutos del Camino, tiene la función
de ayudar a cuantos recorren el itinerario neocatecumenal a percibir la
gracia de estar insertados en el misterio salvífico de Cristo, que hace
posible un testimonio cristiano capaz de asumir incluso los rasgos de
la radicalidad. Contemporáneamente, la maduración progresiva en la fe
del individuo y de la pequeña comunidad debe favorecer su inserción en
la vida de la gran comunidad eclesial, que tiene en la celebración
litúrgica parroquial –en la cual y para la cual se realiza el
Neocatecumenado (cf. Estatutos, art. 6)– su forma ordinaria. Pero
también durante el camino importa no separarse de la comunidad
parroquial precisamente en la celebración de la Eucaristía, que es el
lugar auténtico de la unidad de todos, donde el Señor nos abraza en los
diferentes estados de nuestra madurez espiritual y nos une en el único
pan que hace de nosotros un solo cuerpo (cf. 1 Cor 10, 16s).
¡Ánimo! El Señor no deja de acompañaros, y yo también os aseguro mi
oración y os doy las gracias por vuestras muchas señales de cercanía. Os
pido que también os acordéis de mí en vuestras oraciones. Que la Santa
Virgen os asista con su maternal mirada y que os sostenga mi bendición
apostólica, que hago extensiva a todos los miembros del Camino. Gracias!
©Librería Editorial Vaticana
Traducción del original italiano publicada por la revista Ecclesia
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