Se podría decir “el lado oscuro de la fuerza” -aludiendo a “La guerra de las
galaxias”- para referirse a John Edgar Hoover, fundador y durante medio siglo
temido director del “Federal Bureau of Investigation”, el famoso FBI. Pero
probablemente
Clint Eastwood, dedicándole una película despiadada en mostrar debilidades,
vicios y contradicciones, sólo quiere presentar la cara ambigua de América.
“Con J. Edgar” el director de más de ochenta años, quien como actor varias
veces ha encarnado el rostro más duro de su país, hoy toma distancias. Por lo
demás el inspector Callaghan, aún despiadado y violento, está a años luz de
Hoover por su modo de entender y de administrar la justicia, y de utilizar el
poder con el recurso a la mentira, al chantaje cínico, al mezquino subterfugio,
a la ilegalidad con tal de hacer valer las propias razones, sean justas o
erróneas.
En su cine Eastwood ha desistido de todo acento justiciero por una reflexión
más sosegada sobre el sentido de la justicia, abriendo incluso rendijas al
perdón; pero en cualquier caso parece apreciar más la franqueza de una magnum 44
que la cobardía de un dossier secreto.
Hoover,
poseedor de un poder cada vez más amplio y sin control, no sólo hizo dar el gran
salto a las actividades investigadoras de lucha contra el crimen -cosa
meritoria-, sino que empleó tal poder para manejar soterradamente la política,
para tener en jaque hasta a los presidentes de los Estados Unidos. Convencido de
estar del lado justo, peleó su guerra personal no sólo con delincuentes, sino
con quienes, a sus ojos, constituían una amenaza para el país o para sí mismo
-comunistas, radicales, activistas de los derechos civiles-, acabando por ser
víctima él mismo de la máquina que había construido.
A este Hoover dá vida Leonardo DiCaprio con una interpretación mayúscula,
siguiendo las indicaciones de un guión que opta por relatar no una biografía
aséptica, sino la que escribió el proprio Hoover, impregnada de mentiras, de
autoexaltación, de omisiones; carencias que la escenificación va evidenciando
poco a poco hasta desenmascararlas en el final, negándoles cualquier
justificación ideal, ni siquiera el atenuante de la buena fe.
Con “J. Edgar” Eastwood se confirma como director de calidad, realizando una
película de factura clásica, como es su estilo, denso en los tonos, directo en
las intenciones, sin escapatorias consoladoras o absolutorias, pero sin
evidenciar de la mejor manera la intersección de la introspección psicológica
con la esfera pública. Con todo es apreciable la intención de narrar sin
indulgencia el lado oscuro de la América bastión de democracia y faro de
libertad.
Gaetano Vallini
http://www.osservatoreromano.va
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