Buenos días,
Tengo el placer de recibir a ustedes, profesores y alumnos del Curso de verano organizado por el Observatorio Vaticano, sobre el tema “Galaxias, cercanas y lejanas, jóvenes y viejas”; como también a los Padres y los Hermanos jesuitas y los empleados del Observatorio. Me alegra la numerosa y calificada participación en esta escuela internacional, que reúne profesores y alumnos provenientes de 23 países. Agradezco en modo particular a los profesores que han dedicado tiempo y esfuerzo para introducir a ustedes jóvenes astrónomos, en el trabajo arduo y fascinante de estudiar el universo, un don precioso del Creador. Deseo agradecer también a los benefactores que han contribuido generosamente con las becas.
Durante casi un mes, ustedes se han dedicado no sólo al estudio de las galaxias, dirigidos por profesores con experiencia en este campo, sino que también han compartido tradiciones culturales y religiosas, dando un hermoso testimonio del diálogo y la convivencia en armonía.
Durante estas semanas de estudio han dado vida a colaboraciones científicas y lazos duraderos de amistad. Al mirar sus rostros, me parece ver un mosaico que comprende pueblos de cada parte del mundo. Es justo que todos los pueblos tengan acceso a la investigación y la formación científica. El deseo que todas las personas puedan disfrutar de los beneficios de la ciencia es un desafío que nos compromete a todos, especialmente a los científicos.
La Escuela de Astrofísica del Observatorio Vaticano se convierte así en un lugar donde los jóvenes del mundo dialogan, colaboran y se ayudan unos a otros en la búsqueda de la verdad que se realiza en este caso en el estudio de las galaxias. Esta iniciativa simple y concreta muestra cómo las ciencias pueden ser una herramienta adecuada y efectiva para promover la paz y la justicia.
También por esto la Iglesia está comprometida en el diálogo con las ciencias a partir de la luz ofrecida por la fe, porque está convencida de que la fe puede ensanchar las perspectivas de la razón, enriqueciéndola (cfr. Exhortación Ap. Evangelii Gaudium, 238). En este diálogo con las ciencias, la Iglesia se alegra del admirable progreso científico reconociendo el enorme potencial que Dios ha dado a la mente humana (cf. ibid., 243), como una madre se alegra y se siente justamente orgullosa cuando sus hijos crecen “en sabiduría, estatura y gracia”(Lc. 2,52).
También quiero animarlos a compartir los conocimientos adquiridos sobre el universo con la gente de sus respectivos países. Sólo una parte muy pequeña de la población mundial tiene acceso a tales conocimientos, que abren el corazón y la mente a los grandes interrogativos que la humanidad desde siempre se plantea: ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué sentido tiene este universo de cien mil millones de galaxias?...La búsqueda de respuestas a estas preguntas nos prepara al encuentro con el Creador, Padre bueno, porque «en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17,28) .
Dios omnipotente y misericordioso, que «cuenta el número de las estrellas y llama a cada una por su nombre» (Sal 147,4) los colme de su paz y los bendiga.
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