Tras trabajar con la Madre Teresa en Calcuta y evangelizar en el Bronx y
República Dominicana, emprende nuevos proyectos entre musulmanes.
- Como mucho apenas conseguirás cristianizar a 10 ó 20 personas en todo un año. Como contar granos de arena en el desierto.
- ¿Cuántas personas?... ¡Ya quisiera yo! Tú sabes que llevo tres años y pico diciendo misa para mí solo. Nadie viene a la capilla. Cuando doy la paz, miro por la ventana, porque dentro no hay nadie. Miro por la ventana y le doy la paz a Somalia entera. Somalia, la paz sea contigo, digo yo. Es mi vocación.
- ¿Qué es la vocación?
- ¿Que qué es la vocación? Es a quien pertenece tu corazón.
- ¿Acaso no es ese el enamoramiento?
- Mi vocación, mi enamoriamiento, no es individual, es con toda este gente abandonada, con una pobre madre que intenta que su hijo no muera de hambre mañana mismo. Cuando veo sus caras, veo la cara de sufrimiento de Viernes Santo.
El de arriba es parte del diálogo sostenido entre un periodista y un sacerdote misionero, el padre Christopher Hartley Sartorius, nacido en el seno de una familia acomodada hace 50 años, hijo de padre inglés y madre española, alumno avanzado de la Madre Teresa (trabajó en Calcuta con ella), que dejó a un lado una prometedora carrera eclesiástica después de sus estudios en Roma por irse a predicar el Evangelio.
Como lo señala en el diálogo que reproduce el diario El Mundo, Christopher Hartley vive desde hace casi cuatro años en una olvidada región entre Etiopía y Somalia, concretamente en la localidad de Gode (Etiopía).
Decidió irse a aquella olvidada parte de África después de que abandonara República Dominicana (1197-2006), donde se convirtió en la pesadilla de los productores de azúcar que explotaban a los recogedores haitianos de la caña. Además de llevar la luz y el agua a 60 poblados y crear comedores para los niños, logró negociar con las azucareras, por primera vez en la historia, un contrato que establezcía un día de descanso a la semana, una cama por trabajador y un sueldo de 2,4 euros por cada jornada. Concluida su misión centroamericana, Hartley buscó en el mapa un punto donde jamás hubiera habido un misionero católico y "aterrizó" en medio de la nada...
El próximo proyecto del misionero es construir un comedor/escuela para los niños de la zona, sin importar que sean musulmanes y ni, probablemente, vayan a estar cristianizados jamás.
- ¿Cuántas personas?... ¡Ya quisiera yo! Tú sabes que llevo tres años y pico diciendo misa para mí solo. Nadie viene a la capilla. Cuando doy la paz, miro por la ventana, porque dentro no hay nadie. Miro por la ventana y le doy la paz a Somalia entera. Somalia, la paz sea contigo, digo yo. Es mi vocación.
- ¿Qué es la vocación?
- ¿Que qué es la vocación? Es a quien pertenece tu corazón.
- ¿Acaso no es ese el enamoramiento?
- Mi vocación, mi enamoriamiento, no es individual, es con toda este gente abandonada, con una pobre madre que intenta que su hijo no muera de hambre mañana mismo. Cuando veo sus caras, veo la cara de sufrimiento de Viernes Santo.
El de arriba es parte del diálogo sostenido entre un periodista y un sacerdote misionero, el padre Christopher Hartley Sartorius, nacido en el seno de una familia acomodada hace 50 años, hijo de padre inglés y madre española, alumno avanzado de la Madre Teresa (trabajó en Calcuta con ella), que dejó a un lado una prometedora carrera eclesiástica después de sus estudios en Roma por irse a predicar el Evangelio.
Como lo señala en el diálogo que reproduce el diario El Mundo, Christopher Hartley vive desde hace casi cuatro años en una olvidada región entre Etiopía y Somalia, concretamente en la localidad de Gode (Etiopía).
Decidió irse a aquella olvidada parte de África después de que abandonara República Dominicana (1197-2006), donde se convirtió en la pesadilla de los productores de azúcar que explotaban a los recogedores haitianos de la caña. Además de llevar la luz y el agua a 60 poblados y crear comedores para los niños, logró negociar con las azucareras, por primera vez en la historia, un contrato que establezcía un día de descanso a la semana, una cama por trabajador y un sueldo de 2,4 euros por cada jornada. Concluida su misión centroamericana, Hartley buscó en el mapa un punto donde jamás hubiera habido un misionero católico y "aterrizó" en medio de la nada...
El próximo proyecto del misionero es construir un comedor/escuela para los niños de la zona, sin importar que sean musulmanes y ni, probablemente, vayan a estar cristianizados jamás.
religionenlibertad.com
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