Por Aurelio Pastor
En mis épocas de estudiante universitario durante los ochentas, el término caviar no era utilizado. Se decía “revolucionario de cafetín” y se hacía referencia básicamente a los que predicaban ideologías izquierdistas, tesis de igualdad y soñaban con una revolución al estilo castrista, mientras deleitaban interminables tertulias en conocidos y cómodos cafés o restaurantes de las zonas mesocráticas de la capital. No era ciertamente lo único que disfrutaban. Muchos de ellos descendían de familias de clase media-alta y alta y vacacionaban religiosamente en lugares del primer mundo, en donde se codeaban con sus pares de la región.
Llamaba la atención en algunos casos su vestimenta, pues para sentirse identificados con sus palabras usaban calzados, chamarras o bolsos con motivos andinos. Pero lo más interesante era verlos rasgarse las vestiduras por el dolor de los social y económicamente relegados, pero vivir de la manera exactamente contraria, con costumbres de una burguesía despilfarradora, irrespetuosa, discriminadora y exclusiva.
El término caviar nació después, pero los hábitos se han mantenido y hasta perfeccionado. Inclusive han logrado incorporar a gente identificada ideológicamente con el pensamiento de derecha (seguramente por su afinidad en los lugares frecuentados), con quienes han estructurado una alianza de “pensamiento único” que actúa corporativamente contra quienes no comparten sus ideas.
Ha hecho bien el Cardenal al recordarlos en su homilía de Fiestas Patrias, pues se trata de una fecha que sirve para revisar la coyuntura, pero también los grandes objetivos nacionales.
Nuestra democracia debe nutrirse siempre de la diversidad de opiniones y de la capacidad de estructurar partidos políticos sólidos entre quienes piensan de manera homogénea. Y debe de tener como fundamento la tolerancia y el respeto por la forma de pensar de los demás, para disentir con cordialidad, sin ofensas ni ironías.
La llamada “caviarada” en el Perú no es tolerante ni respetuosa. Pretende imponer su “pensamiento único” y descalificar permanentemente a los que opinan de manera distinta. Actúa corporativamente a través de los medios de comunicación que controla y sistemáticamente desconoce a las autoridades restándoles legitimidad ante la opinión pública.
Son además sectarios, es decir, “argolleros”. Solamente se reconocen atributos entre sí, intercambian halagos y recomendaciones para estar (sin importar el gobierno) siempre en una posición expectante de poder.
Lo que no han perdido, ni siquiera en sus nuevas convocatorias, es su cinismo. Actúan distinto a lo que predican. Éticamente, y en cuanto a transparencia y honradez, siempre tienen algo escondido.
Publicado en el diario Correo p. 11
Lunes, 13 de agosto de 2012
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