¡Queridos hermanos y hermanas!
La lectura del sexto capítulo del Evangelio de Juan, que nos acompaña en la Liturgia estos Domingos, nos ha llevado a reflexionar sobre la multiplicación milagrosa, en la que cinco panes y dos pescados fueron suficientes para saciar una multitud de cinco mil hombres, y sobre la invitación que Jesús dirige a cuantos había saciado de empeñarse por un alimento que permanece para la vida eterna. Él quiere ayudarles a comprender el
significado profundo del prodigio que ha obrado: en el saciar en manera milagrosa su hambre física, los predispone a recibir el anuncio que Él es el pan bajado del cielo (cfr Jn 6,41), que sacia de forma definitiva. También el pueblo judío, durante el largo camino en el desierto, había probado un pan bajado del cielo, el maná, que lo había mantenido con vida, hasta la llegada a la tierra prometida. Ahora, Jesús habla de si como del verdadero pan bajado del cielo, capaz de mantener con vida no por un momento o por un trecho del camino, sino para siempre. Él es el alimento que da la vida eterna, porque es el Hijo unigénito de Dios, que está en el seno del Padre, venido para donar al hombre la vida en plenitud, para introducir al hombre en la vida misma de Dios.
En la mentalidad judía era claro que el verdadero pan del cielo, que nutría Israel, era la Ley, la palabra de Dios. El pueblo de Israel reconocía con claridad que la Torá era el don fundamental y duradero de Moisés y que el elemento fundamental que lo distinguía con respecto a los demás pueblos consistía en el conocer la voluntad de Dios y por lo tanto la justa vía de la vida. Ahora Jesús, en el manifestarse como el pan del cielo, testimonia ser la Palabra de Dios encarnada, a través de la cual el hombre puede hacer de la voluntad de Dios su comida (cfr Jn 4,34), que orienta y sostiene su existencia.Dudar entonces de la divinidad de Jesús, como hacen los Judíos del relato evangélico de hoy, significa oponerse a la obra de Dios. Ellos afirman de hecho: ¡es el hijo de José! ¡Nosotros conocemos a su padre y a su madre! (cfr Jn 6,42). Ellos no van mas allá de sus orígenes terrenales, y por esto se niegan a acogerlo como la Palabra de Dios hecha carne. San Agustín comenta: «estaban lejos de aquel pan celeste, y eran incapaces de sentir hambre. Tenían la boca del corazón enferma… De hecho, este pan requiere el hambre del hombre interior» (Homilías sobre el Evangelio de Juan, 26,1). Sólo quien es atraído por Dios Padre, quien lo escucha y se deja instruir por Él puede creer en Jesús, encontrarlo y nutrirse de Él para tener la vida en plenitud, la vida eterna. San Agustín agrega: «el señor… afirmó ser el pan que desciende del cielo, exhortándonos a creer en él. Comer el pan vivo, de hecho, significa creer en él. Quien cree, come; de manera invisible es saciado, como también de manera invisible renace. Él renace desde dentro, en su intimo se convierte en un hombre nuevo» (ibídem).
Invocando a María Santísima, pidámosle guiarnos al encuentro con Jesús para que nuestra amistad con Él sea cada vez más intensa; pidámosle introducirnos en la plena comunión de amor con su Hijo, el pan vivo bajado del cielo, para ser por Él renovados en lo intimo de nosotros mismos. (Traducción del italiano: Raúl Cabrera-RV)
La lectura del sexto capítulo del Evangelio de Juan, que nos acompaña en la Liturgia estos Domingos, nos ha llevado a reflexionar sobre la multiplicación milagrosa, en la que cinco panes y dos pescados fueron suficientes para saciar una multitud de cinco mil hombres, y sobre la invitación que Jesús dirige a cuantos había saciado de empeñarse por un alimento que permanece para la vida eterna. Él quiere ayudarles a comprender el
significado profundo del prodigio que ha obrado: en el saciar en manera milagrosa su hambre física, los predispone a recibir el anuncio que Él es el pan bajado del cielo (cfr Jn 6,41), que sacia de forma definitiva. También el pueblo judío, durante el largo camino en el desierto, había probado un pan bajado del cielo, el maná, que lo había mantenido con vida, hasta la llegada a la tierra prometida. Ahora, Jesús habla de si como del verdadero pan bajado del cielo, capaz de mantener con vida no por un momento o por un trecho del camino, sino para siempre. Él es el alimento que da la vida eterna, porque es el Hijo unigénito de Dios, que está en el seno del Padre, venido para donar al hombre la vida en plenitud, para introducir al hombre en la vida misma de Dios.
En la mentalidad judía era claro que el verdadero pan del cielo, que nutría Israel, era la Ley, la palabra de Dios. El pueblo de Israel reconocía con claridad que la Torá era el don fundamental y duradero de Moisés y que el elemento fundamental que lo distinguía con respecto a los demás pueblos consistía en el conocer la voluntad de Dios y por lo tanto la justa vía de la vida. Ahora Jesús, en el manifestarse como el pan del cielo, testimonia ser la Palabra de Dios encarnada, a través de la cual el hombre puede hacer de la voluntad de Dios su comida (cfr Jn 4,34), que orienta y sostiene su existencia.Dudar entonces de la divinidad de Jesús, como hacen los Judíos del relato evangélico de hoy, significa oponerse a la obra de Dios. Ellos afirman de hecho: ¡es el hijo de José! ¡Nosotros conocemos a su padre y a su madre! (cfr Jn 6,42). Ellos no van mas allá de sus orígenes terrenales, y por esto se niegan a acogerlo como la Palabra de Dios hecha carne. San Agustín comenta: «estaban lejos de aquel pan celeste, y eran incapaces de sentir hambre. Tenían la boca del corazón enferma… De hecho, este pan requiere el hambre del hombre interior» (Homilías sobre el Evangelio de Juan, 26,1). Sólo quien es atraído por Dios Padre, quien lo escucha y se deja instruir por Él puede creer en Jesús, encontrarlo y nutrirse de Él para tener la vida en plenitud, la vida eterna. San Agustín agrega: «el señor… afirmó ser el pan que desciende del cielo, exhortándonos a creer en él. Comer el pan vivo, de hecho, significa creer en él. Quien cree, come; de manera invisible es saciado, como también de manera invisible renace. Él renace desde dentro, en su intimo se convierte en un hombre nuevo» (ibídem).
Invocando a María Santísima, pidámosle guiarnos al encuentro con Jesús para que nuestra amistad con Él sea cada vez más intensa; pidámosle introducirnos en la plena comunión de amor con su Hijo, el pan vivo bajado del cielo, para ser por Él renovados en lo intimo de nosotros mismos. (Traducción del italiano: Raúl Cabrera-RV)
En su saludo a los peregrinos de lengua española el Papa manifestó que: “Así como el profeta Elías fue alimentado en su camino hacia el Horeb, el monte de Dios, también nosotros necesitamos el alimento espiritual que nos ayude en el camino de nuestra vida. Este alimento es Cristo que, con su muerte y resurrección, nos ha abierto las puertas de la vida eterna. Él es el pan vivo que ha bajado del cielo para que todo el que coma de él tenga vida”. Benedicto XVI invitó a acercarse al sacramento de la Eucaristía, con fe y amor creciente; “allí, él nos da su cuerpo y su sangre, y podremos gustar qué bueno es el Señor, qué grande es su amor por nosotros”. Jesuita Guillermo Ortiz –RV.
Benedicto XVI dirigió su pensamiento, después del rezo del ángelus dominical, a las poblaciones asiáticas, en particular de Filipinas y de la República Popular China, afectadas duramente por violentas lluvias, así como también a las del Noroeste de Irán, víctimas de un violento terremoto, por quienes pidió que no falte la solidaridad con las siguientes palabras:
“Estos acontecimientos han provocado numerosas víctimas y heridos, miles de evacuados e ingentes daños. Os invito a uniros a mi oración por cuantos han perdido la vida y por las tantas personas probadas por calamidades tan devastadoras. Que no falte a estos hermanos nuestra solidaridad y nuestro apoyo”.
Después de la plegaria mariana y del responso por los fieles difuntos, el Santo Padre saludó en distintas lenguas a los grupos de fieles presentes en Castel Gandolfo, a quienes bendijo de modo particular.
El Santo Padre también dirigió un saludo cordial a los peregrinos polacos, a quienes les recordó que continuando su enseñanza sobre el misterio de la Eucaristía, Jesús se revela como pan de vida y prenda de nuestra inmortalidad. Por esta razón pidió que lo acojamos con profunda fe en la santa Comunión, a fin de que la vida de Dios perdure en nosotros ahora y en la eternidad.
Por último, al saludar afectuosamente a los peregrinos italianos, el Papa se dirigió de modo particular a los jóvenes procedentes de Vigonza y Pionca, a quienes manifestó su deseo de que las experiencias formativas de estos días refuercen su fe y su amor a Cristo y a la Iglesia. A la vez que deseó a todos un feliz domingo.
(María Fernanda Bernasconi).
Fuente: http://www.news.va
“Estos acontecimientos han provocado numerosas víctimas y heridos, miles de evacuados e ingentes daños. Os invito a uniros a mi oración por cuantos han perdido la vida y por las tantas personas probadas por calamidades tan devastadoras. Que no falte a estos hermanos nuestra solidaridad y nuestro apoyo”.
Después de la plegaria mariana y del responso por los fieles difuntos, el Santo Padre saludó en distintas lenguas a los grupos de fieles presentes en Castel Gandolfo, a quienes bendijo de modo particular.
El Santo Padre también dirigió un saludo cordial a los peregrinos polacos, a quienes les recordó que continuando su enseñanza sobre el misterio de la Eucaristía, Jesús se revela como pan de vida y prenda de nuestra inmortalidad. Por esta razón pidió que lo acojamos con profunda fe en la santa Comunión, a fin de que la vida de Dios perdure en nosotros ahora y en la eternidad.
Por último, al saludar afectuosamente a los peregrinos italianos, el Papa se dirigió de modo particular a los jóvenes procedentes de Vigonza y Pionca, a quienes manifestó su deseo de que las experiencias formativas de estos días refuercen su fe y su amor a Cristo y a la Iglesia. A la vez que deseó a todos un feliz domingo.
(María Fernanda Bernasconi).
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