En una enérgica pero ponderada declaración, el Arzobispado de Lima ha rechazado expresiones vertidas contra el cardenal Juan Luis Cipriani –y publicadas en diarios españoles y peruanos– durante la pasada contienda electoral. Concluida ésta, y ya con un nuevo presidente electo, es oportuno resaltar el papel orientador del prelado metropolitano, ajeno por completo a cualquier tinte político y más bien imbuido de espíritu pastoral; que es la línea maestra y permanente en la cual se desempeña la arquidiócesis.
Es falso acusar el arzobispo Cipriani de haber dispuesto, en alguna oportunidad, la lectura obligada de textos políticos en los actos del culto. Si ello sucedió se debió a la iniciativa de algunos párrocos que quisieron compartir con su feligresía un sentimiento de unidad y defensa de su pastor, quien fue agredido sin causa alguna y solo por expresar su voz en resguardo de inalienables valores religiosos y morales.
Empecemos reiterando que el cardenal Juan Luis Cipriani ha defendido siempre con energía y decisión los derechos humanos de todos los peruanos, y en particular el derecho a la vida desde su concepción hasta su fin natural.
La Iglesia es parte de la sociedad, y como tal sus autoridades tienen derecho a orientar a sus fieles en el ejercicio diario de su fe. En este orden de cosas, su palabra es principista y doctrinaria y no tiene, ni podría tener, connotaciones político– partidarias, ya que está dirigida a la feligresía en general sin importar su condición social y su opción política.
Permanentemente, quienes están interesados en silenciar esa voz autorizada y tradicional –que además tiene una gran influencia en nuestro medio– tratan de achacarle alguna orientación política a las declaraciones del Arzobispo de Lima, cuando éstas son eminentemente magisteriales y pastorales. Con esa intención es que los enemigos de la Iglesia descalifican cualquier opinión que aparezca en boca de sus dignatarios, sin reparar en que ella es expresión finalmente de fe y solidaridad, con aquel mensaje ecuménico que tiene raíces y connotaciones ancestrales.
El cardenal Cipriani habla siempre en tono firme y seguro, tomando al toro por las astas y llamando a las cosas por su nombre, lo que es necesario en un pastor que debe hablar con la verdad en la mano y sin temer reacciones de cualquier especie. En ese sentido el pueblo católico se siente orgulloso de su pastor y rechaza los infundios que un sector sesgado de la clase política e institucional peruana le imputa injusta y permanentemente.
La Iglesia no hace política sino ejerce un misión social y difunde un apostolado cuyas raíces están en la profundidad de la historia y en los dictados de una fe que ha trascendido milenios. Ese magisterio y ese apostolado tienen un solo protagonista: la persona humana y sus derechos inalienables y sagrados. Y asimismo tiene un solo inspirador: el Dios de los creyentes.
El clero peruano cerrará siempre filas alrededor de su pastor y guía, y el pueblo católico hará otro tanto en defensa de su fe y de los destinos de su país.
* Publicado en el diario Expreso. Jueves, 09 de junio de 2011.
Fuente: www.arzobispadodelima.org
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