Llega a una edad
en la que el niño deja de serlo y no es todavía un adulto.
Edad en que se produce una especie de ruptura de equilibrio
en vista de un equilibrio nuevo y de la conquista de la personalidad,
que harán poco a poco de este niño no sólo un joven o una
joven, sino tal joven -chico o chica- determinado.
Resulta
de esto un período de crisis que comienza, en general, hacia
los trece años y que puede durar dos o tres.
Con frecuencia,
en este período, los padres, que han olvidado por completo lo
que a ellos mismos les pasó, se sienten desorientados, porque
no reconocen ya a sus hijos. Lo primero que ha de hacerse es
no asustarse. Se trata de una crisis normal, que pasará con
tanta mayor rapidez y facilidad cuanto más los padres se esfuercen
en comprenderla.
El adolescente,
que deja de ser un niño, comienza por tener una crisis de emancipación.
No quiere formar parte del mundo de los pequeños; no quiere
ya ser tratado como un niño; no les gusta que le hagan decir
sus lecciones; no quiere que se le mande por la noche a acostar;
se molesta por la menor observación, sobre todo si se la hacen
delante de hermanos y hermanas más pequeños.
Este deseo de emancipación
es la manifestación de un progreso natural en vías de evolución.
Sería en vano y peligroso intentar dominarlo por la fuerza.
Lo que caracteriza
la adolescencia es una transformación fisiológica. Importa,
pues, que los padres hayan prevenido a tiempo a sus hijos. Pero
en cualquier caso resultará de ello una fragilidad física, una
inestabilidad de carácter que es necesario tener en cuenta.
No hay por qué extrañarse
en este período de cambios de humor, arranques no razonados,
desigualdad en el trabajo, sucesión imposible de prever de alegría
ruidosa y gesto sombrío.
El adolescente siente
la impresión de no ser él mismo. No comprende lo que pasa en
él. Siente más o menos confusamente algo en sí más fuerte que
él mismo... Pero difícilmente lo afirmará. No aceptará con gusto
reproches o reconvenciones, y éstos le producirán, en general,
la sensación de ser un incomprendido.
Los adolescentes
intentan, con frecuencia torpemente, afirmar su naciente personalidad
oponiéndose a la tradición, al conformismo, al criterio de los
adultos. Pocas veces tienen pensamiento propio y reflexivo.
La prueba es que varía con mucha facilidad sobre el mismo asunto
en algunos días de intervalo. Pero se colocan instintivamente
en la oposición de lo que vosotros afirmáis. No saben siempre
lo que quieren con precisión. Por lo menos, quieren algo distinto
de lo que vosotros queréis, y con frecuencia lo contrario de
lo que deseáis. Por otra parte están dotados en esta época de
una plasticidad artística y de artesanía que los capacita para
interesarse por las actividades más inesperadas, a través de
las cuales buscan su orientación y realizan la selección de
sus gustos y aptitudes.
En esta edad, que
se llama impropiamente "la edad ingrata", no les es suficiente
que los quieran, y -hecho que desconcierta mucho a las madres-
hasta los abrazos, los mimos, las manifestaciones de cariño
familiar, los encuentran indiferentes, si no son hostiles. Lo
que ellos quieren es no sólo ser amados; es amar por sí mismos
y elegir sus amistades, naturalmente, fuera de su casa.
Son capaces, a la
vez, de un egoísmo casi cínico para todo lo que concierne al
cuadro familiar y de una abnegación espléndida fuera; por los
pobres, por un ideal, por un movimiento político o religioso.
Es la época en que
principalmente conviene orientarlos, sin imponérselo nunca,
hacia una organización de juventudes. La abnegación con que
se entregarán a ella será tal vez lo que mejor podrá ayudarlos
a salvar ese período de crisis y a volver a encontrar el equilibrio
en las mejores condiciones: dándose es como se equilibrarán.
Para los jóvenes
es la edad de la pasión amorosa; por un profesor, por una profesora.
Si el objeto de la pasión es algo bueno y equilibrado, no hay
que inquietarse; pasará por sí solo.
Si la evasión del
medio familiar no se orienta hacia una organización juvenil,
el adolescente puede desviarse en otros sentido, no sin peligro:
el de los sueños, la imaginación; es la edad por excelencia
del romanticismo y de lo novelesco.
No os extrañéis
si en esta época vuestro hijo no quiere salir con vosotros.
Lo importante -pero este importante es esencia- es que el medio
en que busque sus diversiones y descanso sea moralmente sano.
Aquí también interviene la elección de la organización juvenil
que mejor responda a sus aspiraciones.
Estos niños grandes
son capaces de entusiasmarse por las cosas grandes y bellas,
como también por cualquier pequeñez. No se os ocurra burlaros;
son muy susceptibles. No intentéis adivinarlos; son muy suspicaces:
se repliegan en sí mismos y se cierran más; son muy celosos
de su autonomía, de su independencia: su personalidad se yergue.
¡Son muchachos mayores, no chiquillos! Sobre todo, que no les
parezca que se los vigila.
Esta última palabra
me trae a la memoria la distinción un poco sutil, pero fundamentada,
que se estableció un día entre dos traductores del mismo término
griego "episkopein", de donde procede la palabra obispo; una
de las traducciones, que siguió literalmente los elementos de
la composición del verbo griego, dio "vigilar". El otro invirtió,
podría decirse, el orden de los factores y dio "velar por".
Se ve enseguida la diferencia. Un padre no vigilará a su hijo
ya mayor, tendrá confianza en él; pero velará por él para hacerle
aprovechar las ocasiones de demostrar su talento o sus cualidades.
Dad a vuestros adolescentes
ocasión de contribuir activamente en las decisiones comunes
relativas a la casa. Será un medio de dominar razonablemente
la exagerada tentación de evadirse del hogar familiar.
La experiencia demuestra
que los muchachos cuya opinión se tiene en cuenta en los asuntos
del gobierno de la casa, alimenticio, de diversiones, radiofónico,
etc., en el seno de la familia, buscan menos que otros ejercitar
la libertad fuera.
Sobre todo, ante
las manifestaciones de independencia, de evasión, de oposición,
de vuestros hijos y de vuestras hijas adolescentes, no dramaticéis.
Nada de escenas, lágrimas o reproches...; menos aún violencias.
En esta edad más
que nunca, saben persuadirlos y procurad no obligarlos.
Cuando deseéis conseguir
alguna cosa de ellos, apelad a los móviles más elevados; no
os apoyéis en motivos exclusivamente utilitarios; a pesar de
las apariencias, están en la época de los idealismos desinteresados.
Es también la edad de la poesía, en la que gusta hacer versos
sobre todo y a propósito de todo.
En términos generales,
evitad el burlaros de ellos; mostraos compasivos; más aún; hacedles
sentir que los comprendéis. Conservaréis de esta manera ante
ellos la autoridad moral, de que tanta necesidad tienen, sin
que lo sepan, para ayudarlos a canalizar en buen sentido las
fuerzas nuevas y magníficas que los encaminan hacia la edad
adulta.
Tranquilizaos; esos
años difíciles pasarán. Si vuestros hijos comprenden que los
amáis por sí mismos, que no solamente no queréis impedir que
crezcan, sino que deseáis ayudarlos a conseguir una personalidad
de hombres o mujeres dignos de tal nombre, vuestros hijos y
vuestras hijas conservarán su confianza en vosotros o, pasada
la crisis, sentirán y os demostrarán un afecto redoblado.
Por Gaston Courtois
aciprensa.com
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