Elegir y descartar, eso es el vivir. Con acierto al escoger
o al desechar se pone en juego una buena parte de ese futuro que a cada uno
nos corresponde construir. Parafraseando una conocida canción podríamos decir
que la vida es una barca con dos remos en la mar: uno lo llevan mis manos,
otro lo lleva . el azar. O el destino, o la Providencia amorosa de Dios. ¡Qué
diferencia en la calidad del vivir según las manos que llevan ese ... otro
remo de nuestra barca!
La puerta de la felicidad se abre para fuera-, afirmaba
Victor Frankl recordando a Kierkegaard. Por eso es propio de nuestro vivir el buscar
la felicidad con la mirada puesta en el espíritu de servicio, en nuestra aportación
a los demás. Pero, como nadie da lo que no tiene, es preciso poner empeño
en el buen rendimiento de nuestros talentos, en lograr rendir las cuentas
con la plusvalía que justamente les corresponde.
Hace ya bastantes años, celebraba un buen rato de tertulia
en el Colegio Mayor Universitario Guadaira, de Sevilla,
Rafael "el Gallo", maestro en el toreo, nos transmitía, sentenciando, pinceladas
de sabiduría. La conversación desembocó en el ámbito de la felicidad y en
un momento de intimidad el maestro afirmó: Se es feliz cuando se es aquello
para lo que se ha nacido. He ahí una definición profunda y asequible de lo
que es la vocacional personal. Ustedes posiblemente sepan que fue "el Gallo" quien, cuando le presentaron al joven Ortega y Gasset como filósofo, pronunció aquella frase famosa: Hay gente pa
to. Es cierto, estamos gente pa
to, pero no deja de ser curioso que "el Gallo" en
su sabiduría, en su experiencia, en aquella tertulia con su frase, Se es feliz
..., enlazaba con la tradición clásica a la que tanto provecho sacó Ortega:
el principio pindárico: Llega a ser el que eres, es decir, el que estás llamado
a ser.
Cuánto importa saber de dónde venimos y adónde vamos.
Es necesario para conocer nuestra posición actual y así, con destino y meta
previstos, trazar nuestro itinerario, al menos en la parte que nos corresponde
y que de nosotros depende. Punto de partida, meta e itinerario constituyen
toda una necesidad vital.
¡Conócete a ti mismo!
Mi amigo Antonio es una persona muy ordenada y meticulosa.
Siempre que adquiere un utensilio o aparato va en directo a las instrucciones.
A veces ha de buscar entre mil idiomas o las encuentra con una infame traducción
al castellano. Aún así las lee y relee con entusiasmo. Y es que valora sobremanera
aquello que adquirió y su buen funcionamiento. También le he visto emplear
horas y horas en torno a una agenda electrónica que le regalaron por Reyes.
Su mujer es todo lo contrario, piensa que todo es fácil y asequible y se lanza
con el coche nuevo, la cámara digital de fotos o lo que le echen. Y yo me
digo que como no cambien habrá serios problemas de convivencia.
¡Pues más que cualquier electrodoméstico o aparatito valemos
personalmente nosotros! Y con frecuencia no nos damos cuenta, no nos percatamos
de esa imponente verdad.
¡Cuánta razón tenían los griegos al colocar en el dintel
del templo de Delfos la leyenda Conócete a ti mismo!
Quizás habría que colocarla en la mesa de despacho de cada uno o sobre la
puerta del dormitorio. Eso sí, para aplicación personal y no para dar con
el codo a quien nos acompañe y animarle a que se lo aplique él.
En la vida funcionamos con el capital que pensamos tener
más que con el que realmente contamos. De ahí la necesidad básica de saber
quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos y dónde nos encontramos.
Hay que entrar en la propia vida, poder madurar profundizando
en nosotros mismos, hemos de buscar luces para que, llegando desde fuera,
nos permitan conocer nuestra propia intimidad. Sólo así cabrá la coherencia
y la unidad de vida capaz de propiciar felicidad. La madurez conlleva un mayor
y mejor conocimiento, una más plena conciencia desde nuestro yo real de las
circunstancias que nos integran, condicionan y enriquecen.
La forja de la Autoestima
A lo largo de la historia la consideración de la propia
estima ha contado con periodos de más o menos valoración. El término autoestima
es reciente, aún no aparece en los diccionarios. Pero la literatura en torno
a la autoestima desborda revistas, conferencias, librerías y un gran espacio
en Internet. Conceptualmente es un término subjetivo, a fin de cuentas. Es
la apreciación que cada uno tiene de sí mismo y de sus capacidades.
La correcta autoestima es condición de felicidad porque
es el filtro que media entre nosotros y la realidad. Una incorrecta y baja
autoestima desvirtúa nuestra realidad, se ensaña en los puntos débiles e ignora
los que nos enriquecen. Ya podemos triunfar limpiamente en cualquier lid que
ese logro será minusvalorado con diversas y poco objetivas razones. En estas
condiciones nada nos satisface, aunque todo el mundo nos aprecie, nos halague
y estimule, todo nos parecerá una comedia. Y es que falla "la caja de resonancia"
en nuestro yo, los estímulos que llegan a la inteligencia y a la afectividad
pierden su sonoridad y su fuerza, carecen del necesario refuerzo positivo
en nuestro cerebro.
Hay un rasgo muy extendido entre las personas con baja
autoestima: el temor exagerado a equivocarse, el pensar que se derivan grandes
perjuicios si yerran, el miedo a defraudar las expectativas de los padres
-con más frecuencia del padre-, de los jefes, de las figuras que le son relevantes.
Así surge una actitud envarada que reduce rendimientos, bloquea y anula buena
parte de la propia calidad de vida.
Hemos de aprender a pedir perdón. Sin que se nos caigan
los anillos. ¡Cómo engrandece -ante Dios y ante los hombres-, cómo abre las
puertas de la confianza y la amistad, del entendimiento y de la escucha, el
saber pedir perdón oportunamente! Hay que saber alimentarse de la fuerza sanadora
del perdón en quien lo pide y en quien lo otorga.
Siempre es hora de rectificar. Basta tener la humildad
de reconocer el descamino, la debilidad o la ignorancia y rectificar "cantando" aquello que aprendimos con aires mexicanos:
Una piedra en el camino
me enseñó que mi destino
era rodar y rodar.
Pero me dijo un arriero:
no hay que llegar el primero,
que lo que importa es llegar
me enseñó que mi destino
era rodar y rodar.
Pero me dijo un arriero:
no hay que llegar el primero,
que lo que importa es llegar
¡Así sabía escuchar Momo!
¡Qué gran cualidad la de saber escuchar! Desde que leí Momo, de
Michael Ende, le tengo envidia a la buena escucha de la protagonista.
Una chiquilla de pueblo, sencilla y muy normal, pero que escuchaba
de maravilla.
Momo ayudaba a todos, para todos tenía un consejo, un
consuelo, un estímulo, una alegría, . ¿Acaso por su inteligencia, sus dotes
artísticas, sus estudios, su magia o su encantamiento? No, en absoluto. Lo
que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial.
Diríamos que cualquiera sabe escuchar.
Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar
de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única. Así queda descrita
en el texto:
Lo hacía de tal manera, que a la gente tonta, se le ocurrían,
de repente, ideas muy inteligentes, y eso sólo porque escuchaba con toda atención
y simpatía.
Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa
sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería.
Los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos.
O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres y si alguien
creía que su vida estaba totalmente perdida, que era insignificante y que
él mismo no era más que uno entre millones y que no importaba nada a nadie
y que se le podía sustituir con la misma facilidad que se cambian una maceta
rota, pues si iba y le contaba todo esto a la pequeña Momo, le resultaba claro,
de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era, sólo había uno entre
los hombres, y que, por eso mismo era importante a su manera, para el mundo.
.¡Así sabía escuchar Momo!
¡Qué gran regalo haríamos a la humanidad aprendiendo a
escuchar mejor! ¡Qué elevado crecimiento en la Autoestima propicia la buena
y gustosa escucha! Escuchando se enseña mucho, se aprende mucho y se evitan
muchos problemas de comunicación.
Al maestro le gusta... ¡que le quieran!
Volaba en un avión de Madrid a Pamplona. Estaba embebido
en los periódicos que la azafata había repartido poco antes. Un premio Nobel habla de su vida, destacaba un titular de prensa nacional.
Su infancia -bastante dura y triste- plena de desafecto familiar había transcurrido
en los pobres campos lusitanos. Y en un recuadro una pregunta del redactor,
directa y clara, a la joven compañera del escritor: -¿Y qué le gusta al maestro?
La respuesta se traslucía rápida y plena de sencillez:
-¿Al maestro? Pues al maestro le gusta lo que a todo el mundo: ¡que le quieran!
También fue inmediata mi reacción. Anoté -recuerdo que
con "boli verde"- en los bordes de las páginas del diario: En efecto,
que nos quieran. Pero ¿a quién se quiere? ¿A quién es más fácil y asequible
querer? Pues ¡a quién es amable! A quien facilita el que se le quiera. Dicho
con mayor explicitud, a quien ama. Amar es, sin duda, el mejor y más seguro
modo de resultar amables, de inducir al amor.
El corazón del hombre -y el de la mujer quizás más- está
hecho para amar. Y cuanto más ama y más alto y noble es el amor ejercitado
mayor es la autorealización y la felicidad que la
embarga.
Pero no hay amor de un "yo" sin un "tú"
correspondiente. De ahí que el amor reclame reciprocidad y que el verbo amar
haya de conjugarse forzosamente en activa y en pasiva. El amor es libre, voluntario,
gratuito. No cabe en él la exigencia. De ahí también la grave afectación de
nuestra Autoestima cuando exigimos cariño. ¡Qué diferente es desear ser querido
y dejarse querer, a ir mendigando por doquier "limosna de amores"!. Esto
suele generar frustración y deterioro de nuestra Autoestima.
Quien a Dios tiene, nada le falta
Mientras disfrutábamos de la sevillana brisa primaveral hace unos meses, me resultó novedosa, siendo obvia, la afirmación
de mi admirado amigo José Antonio, Psiquiatra psicoanalista en New York: -La base fundamental de
la Autoestima está en el conocimiento y valoración de nuestro ser hijos de
Dios. Con esta conciencia bien desplegada, -añadía- nada ni nadie puede hundir
el infinito valor y la dignidad de mi vida y de mi ser.
Y más adelante, mientras disfrutábamos elucubrando en
estos temas, venía a concluir: -A quien prescinde de Dios le falta la clave,
la pieza maestra para entender correctamente la realidad que le circunda y
que acaba volviéndosele al fin hostil, amenazante. Es algo similar a la visión
del esquizofrénico que no engancha con la realidad y sufre. Y en muchos casos
la salida defensiva es la evasión, la herida hacia paraísos sustitutivos, anestesiantes, como el alcohol, el sexo, el trabajo excesivo,
las drogas .
Quien a Dios tiene nada le falta concluye el conocido
estribillo de Santa Teresa. El texto, a modo de manuscrito está en mi consulta
sobre una repisa. Me consta el bien que ha hecho en tantos corazones atribulados
por el dolor que, sentados frente a mi mesa, y en un vagar expectante de su
mirada, tropezaban con los versos de la Santa de Ávila.
Nada te turbe,
Nada te espante,
Dios no se muda,
La paciencia todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta
Nada te espante,
Dios no se muda,
La paciencia todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta
La honesta lectura que -con conciencia recta y bien formada-
hagamos de las leyes propias de nuestra naturaleza, el "folleto explicativo"
de nosotros mismos que la sabiduría divina ha insertado en nuestro ser, nos
pone en condiciones de rendir más para tener más, poder dar más y, disfrutando
del quehacer diario, continuar dando a los demás. Pero dar . ¿qué? Todo lo
bueno de que somos capaces y que libremente ponemos al servicio de los demás.
Ese es el modo de ser persona, de crecer y de vivir una biografía feliz y
rica en las cosechas del vivir.
Dr. Manuel Alvarez Romero, médico.www.arvo.net
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